Indice de Diálogos y conversaciones de Rafael Barrett CAPÍTULO DËCIMONONO. Decadencia CAPÍTULO VIGËSIMO PRIMERO. El dueloBiblioteca Virtual Antorcha

Diálogos y conversaciones

Rafael Barrett

CAPÍTULO VIGÉSIMO

Propinas



Don Tomás.
- El vecindario de Santander regala un palacio a Alfonso XIII. Ya hay 1.000.000 de pesetas reunidas.

Don Angel.
- La propina es notable.

Don Justo.
- ¡Oh! Sea usted más correcto. ¡Propina!

Don Angel.
- ¿Cómo debo decir?

Don Justo.
- Ofrecimiento ... Respetuoso ofrecim'iento. Hay que respetar a los reyes.

Don Tomás.
- Sobre todo en una República.

Don Angel.
- No me opongo. A mí me gusta respetar a todo el mundo. También respeto a los mozos de café, y, sin embargo, no creía insultarles, al poner en sus manos una propina.

Don Justo.
- ¿Qué tiene que ver una cosa con otra? Si no sabe usted distinguir un sirviente de un rey, le compadezco.

Don Angel.
- No estoy reñido con Alfonso XIII. ¡Reconozco que es de buena familía. ¿Pero qué palabra genérica emplearemos para designar lo que dimos sin estar a ello obligados? Propina, me parece preferible por lo benévola. Supone un trabajo cumplido, quizá mal pagado. Quizá no pagan lo justo al rey.

Don Tomás.
- Quizá. En tal caso, se trataría de una gratificación.

Don Justo.
- Gratificación es todavía insolente.

Don Angel.
- ¿Menos insolente que propina, verdad?

Don Tomás.
- Menos. Se aplica a un empleado. Usted ofendería a un escribiente si le propinara. En cambio, un mendigo se enorgullecería, porque recibe limosnas, y no propinas ni gratificaciones. Si es a la Divinidad a quien usted favorece, use el término ofrenda. ¿Comprende usted?

Don Angel.
- Bonita escala: limosna, propina, gratificación, ofrecimiento y ofrenda. De pordiosero a Dios.

Don Tomás.
- Y ninguno rehusa.

Don Justo.
- Observemos que en la iglesia caben todos los peldaños, lo cual prueba la incalculable penetración social del catolicismo. Así podemos presentar una limosna al capuchino, una propina al sacristán, una gratificación al cura y una ofrenda al Papa. Hace precisamente un año que un desconocido envió un millón de liras a Pío X.

Don Tomás.
- El obsequio ha de estar en proporción con el obsequiado. Para una familia entera que se muere de hambre, bastan unos centésimos. En cuanto a los burgueses, recuérdese la definición de Bernard Shaw: un burgués es un hombre que no quisiera aceptar como propina menos de un billete de cinco libras. A medida que el candidato es más rico, más poderoso, hay que ofrecerle más. ¿Quién se atreverá a mólestar a un Alfonso XIII o a un Pío X, con menos de un millón? Y Dios, por último, que nada necesita, tiene derecho a exigirlo todo, las fortunas, los cuerpos y las almas.

Don Justo.
- El pobre tiene también derecho a su limosna.

Don Angel.
- ¿De veras?

Don Justo.
- Es mi convicción. Yo reservo una suma al mes, siempre idéntica, para obras de caridad.

Don Angel.
- ¿No teme usted arruinarse?

Don Justo.
- Sería muy triste que por un altruísmo exagerado, cayera en la pobreza y me imposibilitara de segúir haciendo el bien. La cantidad que consagro a tales fines es lo suficientemente reducida para no desequilibrar mi presupuesto. Me atengo a mi deber de cristiano, y confío en la recompensa.

Don Angel.
- Coloca usted su dinero en un banco honorable, incapaz de quebrar. Le pagarán a usted con exactitud, don Justo. Con el juicio con que juzga usted, será juzgado. Con la medida con que mide le volverán a medir.

Don Justo.
- ¿Qué jerga es ésa?

Don Angel.
- San Mateo, capítulo séptimo, versículo segundo.

Don Tomás.
- (A don Justo). ¿Tiene usted muchos pobres?

Don Justo.
- No muchos, doce o quince. Hace años que los tengo.

Don Tomás.
- ¿Los mismos?

Don Justo.
- Los mismos. De tarde en tarde, se lleva uno al hospital y desaparece. Esto es raro, gozan de aceptable salud. Ellos y yo envejecemos juntos; ellos un poco más de prisa. Es curioso; tan pobres están, como cuando los conocí; llevan la ropa de aquella época. Son algo derrochadores. No ahorran. En tanto tiempo, su situación no ha cambiado, ni la mía tampoco.

Don Tomás.
- Tal es la función de la beneficencia: conservar los pobres, única manera de conservar los ricos. Sin la beneficencia, los pobres sucumbirían a la inanición, al frío, a la enfermedad. Sería cruel. Hay que mantenerlos en la miseria. Es preciso que vivan. Sacados de ella, transformados en ricos, sería revolucionario. ¿Conciben ustedes una beneficencia revolucionaria? Lo era la del Cristo. Dadlo todo era su máxima monstruosa. ¿Dónde iríamos a parar con semejante doctrina? Al caos. Damos lo que conviene dar, para que continúen las cosas como están, unas encima de otras, en igual orden que ayer. La escala de donaciones es conservadora. La ignominiosa limosna al mendigo. El millón al rey, si se digna no rechazarlo, para que no salga de rey, oficio que impone cierto lujo. Nuestra sociedad constituye una mole colosal y tan complicada, que ya nos es imposible tocar los cimientos.

Don Justo.
- Estoy conforme. Al primer sillar atacado, se vieñe a tierra el edificio, y no queda uno de nosotros. Peor es meneallo.

Don Angel.
- Buen par de zorros están ustedes.
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