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Diálogos y conversaciones Rafael Barrett CAPÍTULO VIGÉSIMO CUARTO Alcoholismo Don Justo. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Justo. Don Tomás. Don Justo. Don Angel. Don Tomás. Don Justo. Don Tomás. Don Justo. Don Tomás. Don Justo. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás.
- ¿Y ustedes, han leído la Biblia?
- No hay ninguna belleza en ese libro, porque es inmoral.
- El argumento no es nuevo.
- Pero es siempre gracioso. A mí por lo menos me divierte ver a un poeta que, ante el gigantesco y lúgubre anatema de Ezequiel, exclama: ¡Pomográfico!
- El pobre Zola se habrá estremecido en su tumba.
- O a un escultor que, ante la Venus de Médicis, ruge: ¡Qué asco! Miren adóndé se lleva la mano izquierda ...
- Pues, yo creo que la decencia y el sentido común tienen su importancia.
- Enorme. La de la moda.
- Las señoritas del siglo xx no deben conocer ciertos pasajes, demasiado sinceros, de la historia judía.
- Están ya satisfechas con Carlota Braemé y Carolina Invernizio, que al fin escriben novelas correctas dignas del respeto de los críticos dentro de tres mil años.
- ¡Bah! Dentro de tres mil años, nuestras costumbres, no las íntimas, que varían poco, sino las oficiales, parecerán monstruosas. La lógica, la moral, son figuras muy efímeras, muy débiles, muy a la superficie de nuestro ser. Los manantiales de la belleza están mucho más adentro.
- ¿Y por qué lo que pasa no habría de tener su trascendencia para nosotros, que también pasamos? Lo que cambia de siglo en siglo es la individualidad, la persona, lo que con mayor pasión se ama y con mayor energía se defiende. Yo confieso la moral de mi tiempo, yo admiro a las autoridades de Aukland, que desde el fondo del Pacífico nos dan lecciones en la lucha contra el alcohol.
- Suprimido el alcohol público, quedará el clandestino. ¿Qué sucede cuando se reprime la prostitución? Que aumentan los adulterios. Y suprimido el alcohol clandestino, habrá que suprimir otra cosa, y no se acabará nunca. Las aguas del río tarde o temprano, llegan al mar. Se combate el alcoholismo como causa de males, y es un efecto: la gente bebe por algo; no se trata de un accidente, sino tal vez de una necesidad.
- ¡Oh! ¿Pretendemos disminuir los vicios y usted, médico, nos negaría su apoyo?
- Ya sé hacia dónde caminamos: a una tutela técnica. Se quiere aplicar a las razas humanas los métodos de crianza aplicados a los animales domésticos. Tenemos un ideal de caballo de carrera, el que más corre, y un ideal de buey comestible, el que da más kilos de buena carne. ¿Cuál es el tipo de hombre por obtener?
Cuestión de valores, como dicen los psicólogos. Cuestión de metafísica. Yo tengo mi tipo, y usted tendrá el suyo.
- Limitémonos sencillamente a conseguir la salud. ¿O es que discute usted la conveniencia de la salud?
- ¿Por qué no? Escaso valor atribuirá un místico a la salud. ¿Prefiere usted la salud del gañán a la de un Pascal, un Lucrecio o un Leopardi? ¿Y usted mismo, por evitar la neurosis, por alargar unos cuantos metros su inútil y triste vejez, renunciaría a los divinos placeres de la inteligencia? Aparte de que es cómico hablar de salud a los que han de morir. La única enfermedad verdaderamente incurable es la vida.
- El capitalismo conduce a la tiranía científica. Hoy se violan los domicilios y se encarcela a los ciudadanos para prevenir una infección. Mañana se reglamentará el alimento y las relaciones sexuales. Carnegie paga una prima a sus obreros sobrios. Un obrero sobrio es una máquina limpia. Se impondrá al proletariado la salud, para mejorar su rendimiento económico. En cuanto a la moral moderna, toda ella se resume en este artículo: probidad. Y se comprende: la probidad es la base del capitalismo; es la resignación del pobre.
- ¿Será prudente privarnos de estimulantes? ¿Tendremos el valor de rehusar su café a Balzac, su whisky a Poe, su éter a Maupassant? ¿Abandonaremos esos reactivos misteriosos, que acortan nuestra existencia, sí, pero apretándola y haciéndola por momentos luminosa, como astro en gestación? ¿Ese amor a la salud física, ese odio a las rarezas orgánicas, no serán un peligro social? Quizá, merced a los procedimientos democráticos, estamos reduciendo la estatura de la humanidad a la de sus más mediocres miembros. Quizás una higiene estúpida, enemiga de las excepciones, logre castrar de genios nuestra especie.
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CAPÍTULO VIGÉSIMO TERCERO. El beso y la muerte
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