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Diálogos y conversaciones Rafael Barrett CAPÍTULO VIGÉSIMO QUINTO Una valiente Don Angel. Don Justo. Don Angel. Don Tomás. Don Justo. Don Angel. Don Justo. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Justo. Don Angel. Don Justo. Don Tomás. Don Angel.
- Me gusta esa muchacha ...
- ¡Hola! ¿Ésas tenemos? Casado, es decir unido y con cuatro nenes, ¿todavía le gustan las muchachas?
- Déjeme concluir. Me gusta esa muchacha que ha optado al título de farmacéutica, después de años de tenaz estudio. Es una valiente. Me agradaría tener una hija así.
- Es un caso.
- Alabo tanta constancia, pero ...
- ¿Pero qué?
- Apliquemos el criterio de Kant, amigo mío. ¿Se felicitaria usted de ver las escuelas llenarse de futuras farmacéuticas, médicas, abogadas, ingenieras y cirujanas?
- ¿Por qué no? Las mujeres tienen también derecho a vivir.
- No emplee usted esa palabra, que nada significa. No hay derechos, no hay sino hechos. Las especies y los individuos quieren vivir, y quieren vivir siempre mejor, cada vez más anchos y más hondos. Es la ley de la vida; multiplicarse a expensas de la muerte, aumentar sin término. Todos somos indefinidamente elásticos, como lbs gases; son los obstáculos quienes nos limitan y nos dan una figura. Las mujeres quieren vivir, puesto que viven;
quieren emanciparse, lo mismo que los hombres, y cuando su voluntad sea bastante fuerte para que no haya otro remedio sino aceptarla, la llamaremos un derecho. La usurpación de hoy es el derecho de mañana.
- Bueno.
- Justo es que algunas jóvenes, si lo desean, no encuentren dificultades en adquirir y beneficiar una cultura superior. Es cuestión de aptitudes; aunque hemos de confesar que las aptitudes de la mujer ...
- ¡Ah! ¡Ya apareció aquello! Usted es de los que poseen una definición infalible del cerebro fememino, y saben matemáticamente lo que es y lo que será.
No profeticemos, don Justo. Si le hubieran interrogado a usted hace treinta años sobre las aptitudes de los japoneses, ¿qué hubiera dicho usted? No imaginamos la sorpresa que nos reservan los chinos... y las chinas. ¿Las aptitudes de la mujer? No las conocemos, porque jamás le hemos permitido trabajar más que de una manera: como bestia de carga. La experiencia nos enterará. Esperemos hasta entonces.
- ¡Triste experiencia Iremos borrando la belleza de nuestras compañeras; disminuiremos la poesía del amor y comprometeremos la vitalidad de la raza. Atacar un sexo es amenazar los dos. La mujer y el hombre son los hemanos siameses. Herir a uno es herir al otro. ¿Acaso las funciones de la generación no son suficientes a ocupar, dignificar, transfigurar a la mujer? ¿Pretende usted hacer de ella algo más elevado que una madre? El hogar encierra dentro de sí la sociedad entera, y hago mía la célebre máxima: nuestra esposa debe residir en la casa como el corazón en el pecho.
- Vamos despacio. Respecto a la belleza: buenas noches. La democracia la ha matado. Brilló en Grecia, merced a la esclavitud. Un producto tan exquisito exige la división de castas, una zona fija, inviolable, en que los siglos acumulen el lujo y los privilegios, una aristocracia en que la sangre se cargue de bouquet. La promiscuidad nos ha vuelto horribles. Fulanita tiene una preciosa nariz, pero los ojos correspondientes no los tiene ella, sino Menganita. Hay que renunciar a ser hermoso de pies a cabeza; La democracia ha reducido la belleza a fragmentos: nos la hemos repartido y nos ha tocado muy poco. Respecto a la generación, quizá no la haga peligrar una variedad nueva de mujeres trabajadoras. Las homigas se reproducen bien, a pesar de las neutras u obreras. Marchamos, tal vez, a un polimorfismo sexual, útil a nuestros fines generales, y dentro de varias centurias contemplaremos una multitud laboriosa y ágil de hembras inteligentes, estériles y virtuosísimas, recién fabricadas para ayudarnos a triunfar del misterioso destino.
- Me divierte, don Justo, confundiendo la realidad con las cortes de amor. Nuestra esposa debe residir en su casa ... ¿Se figura usted, galante don Justo, que nos preocupamos de que las mujeres tengan casa? La madre, la madre, a secas, es un objeto de vergüenza y de escándalo. ¿Cómo? ¿Nos explotamos ferozmente los unos a los otros, y no explotaríamos a la mujer, indefensa y débil? Los hijos ... ¿qué nos importan los hijos? Un cincuenta por ciento perece antes de alcanzar la pubertad. ¿Qué hemos hecho para evitarlo? ¿Hemos protegido a las jóvenes, las hemos informado a tiempo de lo que es la procreación? No; las reclamamos imbéciles de cuerpo y alma. Las condenamos a diez años de castidad absurda, engendradora de hipocresía y de vicios, y eso cuando nos dignamos casarnos con ellas, retirarlas del mercado de vírgenes. Si no, ¡que revienten con su ignorancia! ¿Qué hará una niña pobre y fea? ¿Suicidarse? Esa mirada con que los hombres aforan la cantidad de placer que extraerán del sexo opuesto no es una mirada de amor, sino de codicia. La galantería, don Justo, es una farsa de salón. Venga conmigo al taller, a la fábrica, y comprenderá lo que es la galantería del macho; allí se paga a las mujeres lo menos posible, no porque sean más torpes, sino porque son mujeres. La imagen de Penélope es conmovedora, pero si Penélope tiene hambre y está obligada a vender tela cada día, en lugar de deshacerla, ¿qué obtendrá? Obtendrá en París 65 céntimos, y por no sentir los dolores de la inanición coserá en la cama. Por eso es valerosa la muchacha de que hablé antes. El valor consiste en examinar la verdad frente a frente, y la verdad, para esa mujer decidida a luchar con todas las armas que le proporciona su época, es que el hombre no es su hermano, sino su enemigo.
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