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Diálogos y conversaciones Rafael Barrett CAPÍTULO VIGÉSIMO SEXTO El piano Adela. Don Angel. Don Tomás. Adela. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Adela Don Tómás. Adela. Don Tomás. Adela. Don Tomás. Adela. Don Tomás. La niña principia tranquilamente a golpear las teclas. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. La niña concluye la primera parte. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. La niña sigue. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Adela. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. La niña concluye la segunda parte. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Adela. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás.
- (Diecinueve años: es la hija de don Tomás. Está sirviendo el té). ¿Dos o tres?
- Tres. Muy dulce.
- Don Angel es romántico. Oscila del almíbar al ácido prúsico.
- Yo no tomaré nunca ácido prúsico.
- Como no sea por equivocación. Yo, para suicidarme, elegiría un medio infalible.
- ¿Cuál?
- La vejez.
- Es un medio lento.
- Pero si se empieza con él no hay manera de volverse atrás. ¡Adelita!
- ¿Papá?
- Siéntate al piano un ratito.
- ¿Y qué toco? Si estoy tan mal de los dedos ... Hace días que no estudio.
- Toca cualquier cosa.
- ¿Tu desdén me enloquece? ...
- Eso es.
- ¿O Sospirí del cuore?
- Bueno.
- ¿Sufre usted?
- Nada de eso. Mi pobre hermana tocaba lo mismo.
- Así hablamos con libertad, sin más inconveniente que alzar un poco la voz. Antes, cuando había que alejar a las doncellas de una conversación escabrosa, se las enviaba, con cualquier pretexto, fuera de la habitación. Ahora se las ruega que se sienten al piano.
- Nosotros charlamos de asuntos que aburren a Adela. Es muy inteligente.
- Muy inteligente. Muy poco instruída.
No me atrevo a enseñarle nada serio. Temo embrutecerla.
- ¡Oh!, no estoy conforme.
- Es usted más joven que yo. Sus hijos no le preocupan todavía sino en lo referente al tubo digestivo. Deje que crezcan, y la experiencia le hará a usted pensar como yo. La ciencia, a usted y a mí, no nos ha denegerado por completo. Yo, sobre todo, he resistido mucho.
- Por lo contrario, me parece que el que combate y refuta la ciencia y no se somete soy yo ...
- ¿Ve usted? La ciencia le ha puesto furioso. Le ha desequilibrado. Yo la acepto socarronamente ...
- ¡Muy bien!
- ¡Muy bien!
- ¡Sigue, sigue!
- Por ejemplo, la cuestión música. Mi hija; Dios mediante, no saldrá nunca de sus valses, sus polcas y sus romanzas. Me resigno a escuchar, hasta que las escuche su marido, esas piezas inevitables que para mí, felizmente, se reducen a una sola. Yo, a lo menos, soy ya incapaz de distinguir Tú y yo del Llanto de una viuda. ¿Y usted?
- Yo tampoco. ¿Pero cómo, siendo esta muchacha tan despierta, tan sensible, la priva usted de los grandes compositores?
- ¡Qué delirio! ¿Recetar a Adelita, Beethoven, y Schumann, y Wágner? ... ¿Volcar en esa alma ingenua y ardiente un océano de verdadero arte, de verdadera pasión? ¿Añadir a la vida virgen los más poderosos estimulantes de vida? Vamos, usted quiere que se fugue con el profesor ... No. Hay que proteger a los débiles. Un ser sencilIo y puro, de sentimientos generosos como por desgracia es Adela, es un ser débil en medio de nuestra sociedad idiota y cruel, gangrenada de convencionalismos feroces ...
- ¡Bravo! Estoy con usted. ¡Bravo!
- (Desde el taburete). ¡Gracias!
- No ... Si es que ... Sigue, sigue. (A don Angel). Entonces, la protejo con todas las corazas cursis de la buena educación. Sepa usted que mi hija lee la peor literatura posible, hasta los diarios. Las obras maestras son las que corrompen. El recto sentido de Adela rechaza las paparruchas de los novelones, y tiene en lastimoso concepto a los poetas. Su espíritu noble, en cambio, acabaría por ceder a la seducción de un Byron, de un Goethe. Amigo, no soy bastante millonario para permitirme una hija original, es decir, una hija que sea una mujer libre, y no una esclava con permiso. ¿Qué dice usted?
- Que es muy triste oírle. Creo que es necesario tener valor, abrir las esclusas de la verdad y de la belleza sobre los corazones, suceda lo que suceda ...
- Está usted en un camino peligroso. No ha llegado aún el tiempo de soltar las armas y de pasear con el pecho desnudo entre nuestros semejantes. Si hoy Jesús repitiera su ensayo, ¿qué ocurriría?
- Ya lo sé. Igual que hace veinte siglos. Y, sin embargo, es preciso luchar. Es preciso asir por donde podamos la realidad rígida y terca, sacudirla, empujarla, ablandarla con el calor de nuestra sangre ...
- ¡Ah, soñador, soñador! Por supuesto, que sus libros de usted le están prohibidos a Adela.
- ¿Como los de Goethe?
- Sí, señor. Quéjese usted si osa.
- ¡Dios me libre!
- ¡Muy bien!
- ¡Muy bien!
- Sigue, sigue.
- Se ha terminado ya. (A don Angel) ¿Le gustaron los Sospiri del cuore? ...
- ¡Hombre! Me figuré que era Tu desdén me enloquece.
- Es lo mismo. Muy bonito.
- Es lo mismo.
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