Indice de Diálogos y conversaciones de Rafael Barrett CAPÍTULO VIGÉSIMO OCTAVO. Diálogos contemporáneos CAPÍTULO TRIGÉSIMO. La rejaBiblioteca Virtual Antorcha

Diálogos y conversaciones

Rafael Barrett

CAPÍTULO VIGÉSIMO NONO

El novio



El doctor Minguez. (Tiene veinticinco años. Es inofensivo. Le gusta Adela).
- Va haciendo menos calor.

Doña Nicolasa.
- Y más fresco.

Adela.
- Verdad. Anoche tuvimos que cerrar las ventanas.

El doctor Mínguez.
- La mortalidad ha disminuido. Una temperatura excesiva favorece las infecciones. Lo noto en mi clínica. ¿Y usted, don Tomás?

Don Tomás.
- Sí, joven. Aumentan los casos de salud, tan perjudiciales para nosotros.

El doctor Mínguez.
- ¡Qué gracioso! ¡Siempre tan gracioso! (Se ríe bastante). Usted, señorita Adela, si que es un bello caso de salud, de bella salud.

Doña Nicolasa.
- Siempre la ha gozado. Se parece a su madre. Adela es muy sana. No lo sabe usted bien.

Adela.
- No, nada de eso ... como todo el mundo ...

Doña Nicolasa.
- ¡Y una regularidad! Adela tendrá hijos hermosos. Es como yo. Y como su abuela.

Adela.
- ¡Por Dios! ... No sé ... Yo no creo ...

El doctor Mínguez. (Profesionalmente).
- Esos labios, esas encías, esa dentadura, señorita, demuestran lo que su señora madre dice ... ¡Ese blanco del ojo!

Ddña Nicolasa.
- ¡Y qué mucosas! ¡Espléndidas!

Don Tomás.
- Deja en paz a las mucosas, Nicolasa.

El doctor Mínguez.
- El traje que llevaba usted anteanoche, señorita Adela, ¿lo hizo venir de Buenos Aires?

Adela.
- No, señor. Yo ...

Doña Nicolasa.
- ¿Cómo? ¿El traje del baile del martillero? Sí, señor. De Buenos Aires. Adela se merece cualquier sacrificio. A Buenos Aires se encarga todo lo que se pqede.

Don Tomás.
- Hasta maridos.

El doctor Mínguez.
- ¡Qué vaporosa estaba usted con esa toilette, señorita Adela! ¡Etérea, ideal! Sí, ideal; eso es, completamente ideal.

Adela.
- No, nada de eso ... Yo no ...

El doctor Mínguez.
- ¡Qué elegantes movimientos!

Don Tomás.
- También se encargaron a Buenos Aires.

El doctor Mínguez.
- ¡Qué gracioso! ¡Siempre tan gracioso!. (Ríe bastante).

Doña Nicolasa.
- Ya empieza mi esposo a soltar tonterías.

Don Tomás.
- No me hagas caso.

Doña Nicolasa.
- No es preciso que me lo recomiendes; nunca te hago caso. Mi madre era como yo. A mi padre: no se le hacía caso jamás, y ya ve usted, doctor, que tanto yo como mi hija estamos bien educadas.

Adela.
- Yo quiero mucho a papá.

El doctor Mínguez.
- ¡Qué buena es usted, señorita Adela!

Doña Nicolasa.
- La pobrecilla se figura que los hombres sirven para algo.

Don Tomás.
- ¡Cásese, amigo Mínguez!

Doña Nicolasa.
- No le quedará otro remedio. La mujer es el ángel de la vida.

Don Tomás.
- Tu dixisti.

El doctor Mínguez.
- ¡Ah, señora! El ángel de la vida, muy exacto. Y casi, en esta casa, modelo de hogares, yo, en esta casa, veo aquí, en este modelo de la ... del ...

Don Tomás.
- Adelita, cierra la ventana. Entra fresco.

Adela.
- Va haciendo menos calor. (Cierra la ventana).

El doctor Mínguez.
- Mucho menos calor. Cada vez menos. La mortalidad disminuye ...

Al cabo de un rato el doctor Mínguez se despide.

Doña Nicolasa.
- Tomás, no seas sucio. Adela, estira el tapete. Tu padre lo ha arrugado todo.

Don Tomás.
- ¡Todo está arrugado, ay!

DOña Nicolasa.
- ¿Y? ...

Don Tomás.
- ¿Cómo: ¿y? ¿Y qué?

Doña Nicolasa.
- ¿Y Mínguez? ¿Se le acepta?

Adela.
- Pero, mamá ...

Doña Nicolasa.
- Mínguez está enamorado. Está que revienta.

Adela.
- No, nada de eso ...

Doña Nicolasa.
- Fíjate. Está lelo. Alelado.

Adela.
- No será por amor, mamá. Será él así.

Doña Nicolasa.
- Yo sé lo que digo. Tu padre estaba lo mismo, hace treinta años.

Don Tomás.
- Peor aún. Estaba idiota.

Doña Nicolasa.
- Mínguez te pide cualquier día, te sopla una declaración detrás del piano. ¿Te pones colorada? ¿Se declaró?

Adela.
- Sí.

Doña Nicolasa.
- ¿Y contestaste?

Adela.
- Que no.

Doña Nicolasa.
- ¿Que no? ¿Y por qué, no?

Adela.
- Porque no le quiero.

Doña Nicolasa.
- ¡Valiente razón! ¡Y para esto hemos tenido el cuidado de prohibirte las novelas! Lo debes querer. ¡Es doctor! Ya cobró su parte. Cien mil pesos. Es de excelente familia. Es un poco delicado, no es como tú, un roble. Pero no es un médico enfermo. Yo le encuentro interesante.

Adela.
- No le quiero.

Doña Nicolasa.
- ¡Le has de querer! ¿Te figuras que yo me casé queriendo? Le has de querer.

Adela.
- Ya le dije que no ...

Doña Nicolasa.
- Eso se dice siempre. Has hecho bien. Le dirás que sí.

Adela.
- Que no, que no quiero.

Doña Nicolasa.
- ¡Estúpida!

Don Tomás.
- Bueno, bueno. Basta, basta. Ven acá, Adela: ¿por qué no le quieres?

Adela.
- (Llorando casi). Le huele el aliento ...

Don Tomás.
- Sí, hija mía, le huele el aliento, hija sana, hermosura mía. ¿Qué le vamos a hacer? ¡No les podemos impedir que respiren!
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