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Diálogos y conversaciones Rafael Barrett CAPÍTULO TERCERO La patria Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel. Don Tomás. Don Angel.
- Hace tiempo que no le veo.
- Ando muy ocupado.
- ¿Conspira usted?
- Siempre. Mi existencia sola es ya una conspiración. Soy la caja de dinamita a bordo.
- Se expone usted a que lo echen al agua.
- No se atreven a menearme. Pero por muy ocupado que esté, no dejo de enterarme de las ocupaciones ajenas.
- Que serán menos peligrosas.
- Y más divertidas. Por ejemplo, la de fabricar patria.
- ¿Se fabrica la patria?
- Como el chocolate.
- ¿Y usted no colabora?
- Es mejor y anterior fabricar hombres. Además, no estoy en la lista.
- ¿Qué lista?
~ La lista de chocolateros. Cuarenta y seis justos. Están todos los que son y son todos los que están. Son los buenos, los que han pasado a la derecha del supremo juez. Ellos únicamente pueden fabricar la patria. Únicamente ellos; cuarenta y seis habitantes entre un millón. Son pocos, ¿eh?
- O muchos. A veces la patria la ha fabricado un hombre. Cuarenta y seis es un número excesivo. ¿Y cómo se arreglarán los cuarenta y seis?
- No tienen más que conferenciar, cambiar ideas y ponerse de acuerdo. En cuanto estos apreciables ministros diplomáticos, catedráticos, médicos, abogados y periodistas (cuarenta y seis justos) se decidan, habrá dado solemne principio la patria paraguaya. ¿Qué tal?
- Muy interesante. Quizá demasiado nuevo. No recuerdo que ninguna patria se haya constituído así. Verdad que soy poco fuerte en historia. Roma, si no desvarío, tuvo un origen más humilde. Estoy casi seguro de que no la inventaron los diplomáticos. ¿Me equivoco?
- Amigo mío, a Roma la han inventado los historiadores.
- ¿Y para cuándo es la emisión?
- Tal vez coincida con la del Banco en proyecto. Es que no bastan los chocolateros. Hacen falta ingredientes.
- ¿...?
- Sí. Azúcar, cacao, canela ...
- ¿...?
- ¿Cómo quiere usted patria sin un museo paleontológico ...?
- ¿Paleontológico?
- ¿Y otro histórico, y otro de pinturas?
- Pero, ¿quién se ocupa aquí de paleontología? ¿Quién pinta?
- ¿Y qué importa que no haya pintura? Lo esencial es que haya museo. Que haya oficinas, jefes de sección, directores generales; que haya burocracia. ¡Burocracia! La burocracia es la patria.
- Evidentemente. ¿Por qué se alborota usted?
- Porque no me acostumbro a lo de todos los días. Al contrario. Los demás se hacen a los golpes. Se les encallece el lomo. Después de unos cuantos años de contemplar monstruosidades se familiarizan con ellas, las sonríen y las acompañan. Si una infamia ha durado lo suficiente la llaman ley natural. Con esta educación lo bello les parece monstruoso, lo noble infame, la razón anarquismo. No me acostumbro. ¡Y qué lenguaje! Un militar desea ascender: ¡ah! la patria. Un diputado pretende hacer aprobar la resolución que le enriquece: ¡ah!, la patria. Un caballero ansía un viajecito a Europa : ¡ah!, la patria, la patria lo exige. ¿Qué sería de la patria sin el ascenso del militar, la combinación parlamentaria del diputado y el viajecito del caballero? Y si no se trata de servir a la patria, sino de fabricar la patria, ¡figúrese usted! No habrá sacrificio pequeño.
- Siquiera permita usted que la patria sea útil a unos cuantos. No sea usted intransigente.
- Soy intransigente, con igual derecho que usted es linfático. Sobre la patria está la humanidad. Si para que haya patria es preciso que la exploten cuatro burócratas, a expensas de la mayoría productora, preferible es que no haya patria. Han cambiado los tiempos, don Tomás; antes, si la patria desaparecía, desaparecía todo. Hoy, si la patria se va, quedarán los hombres.
- Bueno. No le discuto. Sabe usted que soy especialista, enemigo de lo poético. Le digo lo siguiente: que acabará usted mal. Piense en sus nenes.
- Porque en ellos pienso con amor infinito no callaré nunca.
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CAPÍTULO SEGUNDO. El orden
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