Indice de Diálogos y conversaciones de Rafael Barrett CAPÍTULO TRIGÉSIMO. La reja CAPÍTULO TRIGÉSIMO SEGUNDO. De pinturaBiblioteca Virtual Antorcha

Diálogos y conversaciones

Rafael Barrett

CAPÍTULO TRIGÉSIMO PRIMERO

La divina jornada



Jehovah.
- ¡El Director de las Esferas!

Josué.
- ¡Señor!

Jehovah.
- Se me desatiende en la Tierra; se desaniman y dispersan mis fieles; se les persigue; sobre ellos cae el desprecio público. Hay que reconfortarles; quiero manifestar mi suprema presencia por un signo que confunda a los ensoberbecidos herejes. Necesito un eclipse.

Josué.
- ¿En seguida?

Jehovah.
- Mi voluntad ha de ser fulmínea.

Josué.
- El primer eclipse en turno, Señor de lo alto, no tiene lugar hasta dentro de tres meses. Es preciso esperar.

Jehovah.
- ¿Cómo? ¿No obedecen ya los astros a mi voz?

Josué.
- Demasiado bien, Señor Excelso. No se deciden a salir ni por un instante de los sublimes rumbos que tu infinita inteligencia les ha trazado.

Jehovah.
- ¡Oh rabia impotente!

(El Paraíso se estremece hasta sus cimientos).

Josué.
- (Conciliador) Nos quedan los cometas.

Jehovah.
- Pues bien, prepara uno, sangriento, colosal, que hiera con siniestra luz el horizonte y aterre a los ateos.

Josué.
- ¡Ay, señor Todopoderoso! Ahora los hombres todo se lo explican. Medirán tranquilamente el cometa y tomarán nota de él en sus libros. Por desgracia nuestra han inventado las infernales matemáticas.

Jehovah.
- ¿De manera que no se desplomarán de rodillas ante el terrible meteoro? ¿No bajarán sus ojos insolentes?

Josué.
- (Temblando) No, sapientísimo Señor; apuntarán despacio sus telescopios viles, y después de la observación dormirán con sosiego.

Jehovah.
- ¡Márchate, mamarracho! (Josué huye; el Padre llama con doliente acento). Jesús, hijo mío ...

Jesús.
- Padre.

Jehovah.
- Tú, que visitaste los insondables limbos, tú, habituado a mover las entrañas del mundo ...

Jesús.
- No, Padre. Adivino tu deseo. No me pidas nuevas catástrofes. He cedido otras veces; la última, consentí en los terremotos de Chile y de Calabria. ¡Cuánta crueldad inútil! Mi corazón llora al recordar las madres locas, retorciéndose los brazos, buscando a sus hijos; vi a una que con un pequeño cadáver entre las manos, dudaba todavía, intentaba arreglar los colgajos de carne sobre el rostro destrozado del niño.

Jehovah.
- Pero esas madres han venido o vendrán al cielo. Serán recompensadas.

Jesús.
- No, Padre. Nuestra eternidad gloriosa no las paga lo que han sufrido. No las curaremos nunca. Nunca olvidarán, ni siquiera a tu lado. Y además, ¿para qué tales horrores? Nadie te ha atribuído los terremotos. Nadie ha reconocido en ellos, allá abajo, los efectos de tu venganza.

Jehovah.
- ¿Es posible?

Jesús.
- Sí; debo decirte la verdad que te ocultan tus cortesanos. Ahora los hombres se lo explican todo.

Jehovah.
- ¡La misma hase feroz! Sin embargo, aún hago milagros. ¿Acaso niegan los milagros de Lourdes?

Jesús.
- No los niegan.

Jehovah.
- ¡Ya ves!

Jesús.
- No los niegan; los explican. Los explican tan perfectamente, que sin Ti seguirían explicándose.

Jehovah.
- ¡Oh! ¡Cosa insoportable! ¡Existir, existir como Yo existo, y no poder demostrar mi existencia! Hijo mío ...

Jesús.
- ¿Padre?

Jehovah.
- ¿Qué te parece si sacáramos del Purgatorio algunas almas en pena, aunque sea contra nuestros reglamentos penitenciarios, y las mandásemos a las habitaciones terrestres, para asombrar y espantar a los pecadores? Nos dió esta medida excelentes resultados hace pocos siglos.

Jesús.
- También los hombres se explican sin Tu intervención los fantasmas. Hasta los fotografían.

Jehovah.
- Jesús, Jesús, leo en tu mirada una fatal sentencia ... ¿Será cierto?

Jesús.
- Sí, Padre, tu reino ha concluído.

Jehovah.
- No, no me resignaré.

Jesús.
- Reinaste por miles de años.

Jehovah.
- ¿Y qué es eso? Un minuto, un relámpago. ¡Ay! Soy Eterno. Siempre me resta una eternidad sin corona. Soy Eterno y débil. No me siento con fuerzas para crear otro Universo.

Jesús.
- Contentémonos con éste. Es muy malo, pero cada vez menos malo. Le tengo cariño desde que descendí a él y en él sucumbí. Tú ignoras los dolores humanos; yo no. Por eso no vacilas en castigar, ni en perdonar vacilo yo. Por eso tu reino concluye y el mío empieza.

Jehovah.
- Reina, pues, y haz adorar el nombre de tu Padre.

Jesús.
- ¡Qué egoísta eres! ¿Qué importa el nombre? Apenas se acuerdan del mío. Lo que importa es la obra. Mi obra de amor y de paz no muere. Avanza poco a poco. Es invencible. Supe entregarme. Estoy dentro de la humanidad y no seré expulsado.

Jehovah.
- ¿Y Yo? ...

Jesús.
- Te expulsó tu orgullo. Te cerniste tan alto sobre tus súbditos, que te han perdido de vista y no se ocupan ya de Ti. Confórmate con el Sueño Eterno. No serás molestado. No despertarás.
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