Indice de Diálogos y conversaciones de Rafael Barrett CAPÍTULO TERCERO. La patria CAPÍTULO QUINTO. Harden - MoltkeBiblioteca Virtual Antorcha

Diálogos y conversaciones

Rafael Barrett

CAPÍTULO CUARTO

Politiquerias



Don Tomás.
- ¿Qué me dice usted de los sucesos de Buenos Aires? Figueroa Alcorta es un presidente a la rusa. Ha desalojado a los senadores como un casero irascible.

Don Angel.
- Consecuencias de la farsa democrática.

Don Tomás.
- No sea usted ingrato. Le dejan a usted atacar las instituciones a gusto de pluma, y usted se aprovecha. Sabe que no le quemarán vivo, como en aquellos siglos libres de farsa.

Don Angel.
- Creo que en éstos la suma de tiranía es la misma. Quizá mayor. Está distribuída de otro modo. Es un torrente que antes se hubiera llevado mi choza, y que hoy pasa un poco más allá, sin tocarme. La topografía social es distinta. Hay otros barrancos, pero no menos profundos.

Don Tomás.
- En fin: usted se ha quedado en seco.

Don Angel.
- No se juzga peligrosa la palabra. ¡Que aúllen!, murmuran los del cofre, así se desahogan. Las teorías subversivas son válvulas de seguridad. El primero que intenta poner en práctica lo que aconseja es brutalmente sacrificado. Las mordazas han caído; las lenguas están sueltas y las manos más encadenadas que nunca. Han abierto un ventanillo en lo alto del calabozo. Se ve el azul del cielo a través de unas rejas tan sólidas como el muro en que se encastran.

Don Tomás.
- Se ve el cielo.

Don Angel.
- Sí. Los del cofre se equivocan cuando permiten cantar a los que reman en la galera social. Se equivocan en su indiferencia a los progresos de la idea pura. Esa indiferencia, sin embargo, es un signo de su confianza. Se sienten muy fuertes. Además, el pueblo ama el látigo.

Don Tomás.
- Hay maridos que si no pegaran a sus mujeres no serían amados. La multitud es hembra.

Don Angel.
- El pueblo argentino está con su presidente. ¿La ley? ¿Qué importa la ley? No son leyes lo que necesitamos, sino hombres. La masa, asombrada al descubrir rasgos de humanidad en el supremo magistrado de la República, le aplaude. Los diputados le aburrían y les ha echado a puntapiés. ¡Bien hecho! ¡La masa aplaudiendo al dictador y silbando a sus propios representantes, es decir, silbándose a sí misma, según la constitución! ¡Admirable resumen y sátira del parlamentarismo!

Don Tomás.
- Tal vez la opinión encuentra el despotismo instalado en las cámaras. Cámaras famosas, bolsa de negocios secretos, palacio real restaurado en que sólo subsisten antesalas y cocinas, conclave de cómicos que no discuten a careta quitada ni apenas se reúnen sino cuando se trata de votar subida de sueldos. ¿Eh? Esta parrafada es angelical.

Don Angel.
- El sufragio ... los ciudadanos eligiendo al más digno ... Es cosa de morirse de risa.

Don Tomás.
- El sufragio es beneficioso. La plebe está provista de una riqueza nueva. La situación ha mejorado. Puede vender su voto, aunque sea por un cigarro, por un vaso del vino. Tabaco, alcohol, ¡consuelos deliciosos!

Don Angel.
- ¡Si las elecciones son reñidas, no es difícil recibir como premio al civismo un puñal o un revólver! Pero por lo común se marcha a las urnas a sablazos y a patadas. Dos o tres asesinatos son de regla en los comicios de mayor actividad. El afán de ejercer los derechos políticos es en ciertos momentos tan imperioso, que hace salir a los presidiarios de sus mazmorras.

Don Tomás.
- Y a los difuntos de sus tumbas.

Don Angel.
- ¿Conoce usted la frase del Bouteiller de Barres: ¿Cómo pretenden que me preocupe de no mancharme la levita en el instante mismo en que equilibro el presupuesto del Estado? Y Bouteiller era decentito. Los parlamentarios de todos los países nos repetirán: ¿Con semejante oficio quieren ustedes que no nos manchemos? Los matarifes huelen á sangre; los curas a cera; los políticos a pasillo sucio.

Don Tomás.
- Buen olfato.

Don Angel.
- Barres ...

Don Tomás.
- ¡Dale! Basta, basta. ¡Qué memoria!

Don Angel.
- Cambio de autor. Unamuno, un español capaz de abstraer y de generalizar, otro fenómeno, al comentar el pasaje del Quijote en que el héroe desbarata las figuras del retablo de Maese Pedro, suspira: Un retablo hay en la capital de mi patria y la de don Quijote ... y se mueven allí, en el parlamento, las figurillas de pasta, según las tira de los hilos maese Pedro. Y hace falta que entre en él un loco caballero andante, y sin hacer caso de voces, derribe, descabece y estropee ...

Don Tomás.
- El retablo porteño ya se ha derribado.

Don Angel.
- Y el público ha respirado. Ese público, reventado siempre, no es tonto. Se pregunta: ¿Quién me revienta?, y se responde: Fulano de Tal; lo que vale más preguntarse: ¿Quién me revienta?, y responderse: Una mayoría. ¡Una mayoría! ¡La hidra acéfala de cien tentáculos! Mejor se combate a una persona, por bien armada que esté, que una epidemia legalizada.
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