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Diálogos y conversaciones Rafael Barrett CAPÍTULO SÉPTIMO Diálogos contemporáneos El anarquista. El rey. El anarquista. El rey. El anarquista. El rey. El anarquista. El rey. El anarquista. El rey.
- ¡Salud, débil rey!
- ¡Salud, anarquista torpe!
- La fabricación de la dinamita no es un secreto de Estado. Repetiremos indefinidamente la tentativa fracasada.
- Te agradezco el reclamo. Nos hacéis por fin interesantes. Concluído el tiempo en que bajo la armadura cincelada capitaneábamos nuestras huestes, despojados del poder político y hasta del privilegio de ser más ricos que nuestros súbditos, nos consumíamos en nuestra insignificancia. Sólo temíamos algo de nuestras indigestiones o de nuestros médicos. Ahora añadimos al riesgo del automóvil desbocado el de la explosión siniestra.
Volvemos a ser la cumbre amenazada por el rayo, y recobramos un poco de nuestra antigua majestad. Mi mujer, reina de España, acepta tu bomba como el mejor regalo de boda.
- Di que al cabo el miedo se acuesta con los reyes. Antes mandabas soldados dignos de abrazarte en el campo de batalla. No alquilabas un ejército de espías. Ayer el triunfo; hoy el terror. No son los mineros los únicos que tiemblan en la sombra rastreando el próximo estallido. La química es irreverente.
- Y tú, en el fondo de tu conciencia, eres reverente. Éres hijo de los robustos esclavos que a latigazos erigieron las pirámides y los acueductos de Roma. El alcohol del sábado ha trastornado tu cabeza ruda, y quisieras sentarte en mi trono agrietado.
- Quisiera sobre todo sentarme a tu mesa. Tengo hambre de veinte siglos, y la hostia es ya escaso alimento para nuestros estómagos. Nos hemos convencido de que Dios nos engañaba, porque estaba de acuerdo con vosotros para ponernos una mordaza mística. Si para ti acabaron las guerras caballerescas o sagradas, para mí acabó la aventura y el botín. Era perro de presa, y no bestia de carga. Yo quedé igualmente destituído de poesía.
Derramaba sangre roja, y chorreo sudor sucio. Hemos perdido la fe. Nos cansamos de fabricar vuestra riqueza estúpida. De vuestro oro no salen ya templos, ni de vuestro corazón muerto, empresas sublimes. Habéis envejecido dentro de vuestro lujo inútil, mientras nosotros, desnudos y desesperados, nos conservábamos jóvenes. y en nuestra locura emancipada lanzamos la muerte a la cabecera del banquete. Con un gesto suicida decapitamos las naciones.
- Las testas retoñan.
- Pero somos innumerables. Cuchicheamos de un extremo a otro del mundo, y sentimos en nuestro pecho la llama feroz de las sectas primitivas. Morimos envueltos en un misterio terrible. La tortura, al hacer crujir nuestros huesos en la noche de los calabozos, consagra para siempre nuestra agonía. Somos la fatídica religión nueva, bautizada de crímenes.
- Somos fuertes. El dinero amuralla nuestras vidas. Guardamos en nuestra estirpe el, honor de las razas. Todavía hay un cetro en nuestra mano y un prestigio en nuestra figura. Tornamos a ser héroes de un momento. Un pueblo alucinado disloca la historia y me aclama como en la Edad Media. Subiré al tálamo regio cubierto del glorioso horror del combate, y seré para mi blanca princesita del Norte un príncipe de verdad.
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