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ACTO QUINCENO

ARGUMENTO

Areusa dice palabras injuriosas a un rufián llamado Centuria, el cual se despide della por la venida de Elicia, la cual cuenta a Areusa las muertes que sobre los amores de Calisto y Melibea se habían ordenado; y conciertan Areusa y Elicia que Centuria haya de vengar la muerte de los tres en los dos enamorados. En fin, despídese Elicia de Areusa, no consitiendo en lo que le ruega, por no perder el buen tiempo que se daba, estando en su asueta casa.

ELICIA, AREUSA, CENTURIO

ELICIA
¿Qué vocear es éste de mi prima? Si ha sabido las tristes nuevas que yo le traigo, no habré yo las albricias del dolor que por tal mensaje se ganan. Llore, llore, vierta lágrimas, pues no se hallan tales hombres a cada rincón: pláceme que así lo sienta; mese aquellos cabellos, como yo triste he hecho; sepa que perder buena vida es más trabajo que la misma muerte. ¡Oh, cuánto más la quiero que hasta aquí, por el gran sentimiento que muestra!

AREUSA
Vete de mi casa, rufián, bellaco, mentiroso, burlador, que me traes engañada, boba, con tus ofertas vanas; con tus ronces y halagos hasme robado cuanto tengo. Yo te di, bellaco, sayo y capa, espada y broquel, camisas de dos en dos, a las mil maravillas labradas; yo te di armas y caballo; púsete con señor que no lo merescías descalzar; agora una cosa que te pido que por mí hagas, pónesme mil achaques.

CENTURIO
Hermana mía, mándame tú matar con diez hombres por tu servicio, y no que ande una legua de camino a pie.

AREUSA
¿Por qué jugaste tú el caballo, tahur, bellaco? Que si por mí no fuera, estarías tú ya ahorcado. Tres veces te he librado de la justicia; cuatro veces desempeñado en los tableros: ¿por qué lo hago? ¿por qué soy loca? ¿por qué tengo yo fe con este cobarde? ¿por qué creo sus mentiras? ¿por qué le consiento entrar por mis puertas? ¿qué tiene bueno? Los cabellos crespos, la cara acuchillada, dos veces azotado, manco de la mano de la espada, treinta mujeres en la putería. Salte luego de ahí; no te vea yo más: no me hables; no digas que me conoces, si no, por los huesos del padre que me hizo y de la madre que me parió, yo te haga dar dos mil palos en esas espaldas de molinero, que ya sabes que tengo quien lo sepa hacer, y hecho, salirse con ello.

CENTURIO
¡Loquear, babilla! Pues si yo me ensaño, alguna llorará; mas quiero ir me y sufrirte, que no sé quién entra, no nos oigan.

ELICIA
Quiero entrar, que no es son de buen llanto, donde hay amenazas y denuestos.

AREUSA
¡Ay triste yo! ¿Eres tú, mi Elicia? ¡Jesú, Jesú! No lo puedo creer: ¿qué es esto? ¿Quién te me cubrió de dolor? ¿Qué manto de tristeza es este? Cata, que me espantas, hermana mía. Dime presto qué cosa es, que estoy sin tiento, ninguna gota de sangre has dejado en mi cuerpo.

ELICIA
¡Gran dolor, gran pérdida! Poco es lo que muestro con lo que siento y encubro; más negro traigo el corazón que el manto; más negras las entrañas que las tocas. ¡Ay hermana, hermana, que no puedo hablar! No puedo de ronca, sacar la voz del pecho.

AREUSA
¡Ay triste! ¿qué me tienes suspensa? Dímelo, no te meses, no te rasguñes ni maltrates. ¿Es común de entrambas este mal? ¿Tócame a mí?

ELICIA
¡Ay prima mía y mi amor! Sempronio y Pármeno ya no viven, ya no son en el mundo; sus ánimas ya están purgando su yerro; ya son libres desta triste vida.

AREUSA
¿Qué me cuentas? No me lo digas, calla por Dios, que me caeré muerta.

ELICIA
Pues más mal hay que suena; oye a la triste, que te contará más quejas. Celestina, aquella que tú bien conociste, aquella que yo tenía por madre, aquella que me regalaba, aquella que me encubría, aquella con quien yo me honraba entre mis iguales, aquella por quien yo era conoscida en toda la ciudad y arrabales, ya está dando cuenta de sus obras. Mil cuchilladas le ví dar a mis ojos: en mi regazo me la mataron.

AREUSA
¡Oh fuerte tribulación! ¡Oh dolorosas nuevas, dignas de mortal lloro! ¡Oh acelerados desastres! ¡Oh pérdida incurable! ¿Cómo ha rodeado tan presto la fortuna su rueda? ¿Quién los mató? ¿Cómo murieron? Que estoy embelesada, sin tiento, como quien cosa imposible oye; no ha ocho días que los vide vivos, y ya podemos decir, perdónelos Dios. Cuéntame, amiga mía, cómo es acaescido tan cruel y desastrado caso.

ELICIA
Tú lo sabrás. Ya oíste decir, hermana, los amores de Calisto y la loca de Melibea. Bien verías cómo Celestina había tomado el cargo, por intercesión de Sempronio, de ser medianera, pagándole su trabajo; la cual puso tanta diligencia y solicitud, que a la segunda azadonada sacó agua. Pues como Calisto tan presto vido buen concierto en cosa que jamás lo esperaba, a vueltas de otras cosas, dio a la desdichada de mi tía una cadena de oro; y como sea de tal calidad aquel metal, que mientras más bebemos dello, más sed nos pone, con sacrílega hambre, cuando se vido tan rica, alzóse con su ganancia, y no quiso dar parte a Sempronio ni a Pármeno dello; lo cual había quedado entre ellos que partiesen lo que Calisto diese. Pues como ellos viniesen cansados una mañana de acompañar a su amo toda la noche, muy airados de no sé qué cuestiones que dicen que habían habido, pidieron su parte a Celestina de la cadena para remediarse; ella púsose en negarles la convención y promesa, y en decir que todo era suyo lo ganado, y aun descubriendo otras casillas de secretos; que, como dicen: riñen las comadres, porque dicen las verdades. Así que, ellos, muy enojados, por una parte los aquejaba la necesidad, que priva todo amor; por otra el enojo grande y cansancio que traían, que acarrea alteración, por otra veían la fe quebrada de su mayor esperanza, y no sabían qué hacer. Estuvieron gran rato en palabras: al fin, viéndola tan codiciosa, perseverando en su negar, echaron mano a sus espadas, y diéronla mil cuchilIadas.

AREUSA
¡Oh desdicha de mujer! En esto había su vejez de fenecer. ¿Y dellos, qué me dices? ¿En qué pararon?

ELICIA
Ellos, como hubieron hecho el delito, por huir de la justicia, que acaso pasaba por allí, saltaron de las ventanas, y casi muertos los prendieron, y sin más dilación los degollaron.

AREUSA
¡Oh mi Pármeno y mi amor! ¡Y cuánto dolor me pone su muerte! Pésame del gran amor que con él en tan poco tiempo había puesto, pues no me había más de durar. Pero pues ya este mal recaudo es hecho; pues ya esta desdicha es acaescida; pues ya no se pueden por lágrimas comprar ni restaurar sus vidas, no te fatigues tanto, que cegarás llorando, que creo que poca ventaja me llevas en sentimiento, y verás con cuánta paciencia lo sufro y paso.

ELICIA
¡Ay, que rabio! ¡Ay mezquina, que salgo de seso! ¡Ay, que no hallo quien lo sienta como yo! No hay quien pierda lo que yo pierdo. ¡Oh, cuánto mejores y más honestas fueran mis lágrimas en pasión ajena, que en la propia mía! ¿Adónde iré, que pierdo madre, manto y abrigo; pierdo amigo, y tal que nunca faltaba de mi marido? ¡Oh Celestina sabia, honrada y autorizada! ¡Cuántas faltas me encubrías con tu buen saber! Tú trabajabas, yo holgaba; tú salías fuera, yo estaba encerrada; tú rota, yo vestida; tú entrabas cantina como abeja por casa, yo destruía, que otra cosa no sabía hacer. ¡Oh bien y gozo mundano, que mientras eres poseído eres menospreciado, y jamás te consientes conoscer hasta que te perdemos! ¡Oh Calisto y Melibea, causadores de tantas muertes! Mal fin hayan vuestros amores; en mal sabor se conviertan vuestros dulces placeres. Tómese lloro vuestra gloria, trabajo vuestro descanso; las yerbas deleitosas donde tomáis los hurtados solaces se conviertan en culebras; los cantares se vos tornen lloro; los sombrosos árboles del huerto se sequen con vuestra vista, sus flores olorosas se tornen de negra color.

AREUSA
Calla, por Dios, hermana, pon silencio a tus quejas, ataja tus lágrimas, limpia tus ojos, torna sobre tu vida, que cuando una puerta se cierra, otra suele abrir la fortuna; y este mal, aunque duro, se soldará, y muchas cosas se pueden vengar que es imposible remediar, y ésta tiene el remedio dudoso y la venganza en la mano.

ELICIA
¿De quién se ha de haber enmienda, que la muerta y los matadores me han acarreado esta cuita? No menos me fatiga la punición de los delincuentes, que el yerro cometido. ¿Qué mandas que haga, que todo carga sobre mí? ¡Pluguiera a Dios que fuera yo con ellos, y no quedara para llorar a todos! Y de lo que más dolor siento es ver que por eso no deja aquel vil de poco sentimiento de ver y visitar, festejando cada noche a su estiércol de Melibea, y ella muy ufana en ver sangre vertida por su servicio.

AREUSA
Si esto es verdad, ¿de quién mejor se puede tomar venganza? De manera que quien lo comió, aquéllo escote. Déjame tú, que si yo les caigo en el rastro, cuándo se ven, cómo y por dónde, y a qué hora, no me hayas tú por hija de la pastelera vieja, que bien conoscite, si no hago que les amarguen los amores. Y si pongo en ello aquel con quien me viste que reñía, cuando entrabas, si no sea él peor verdugo para Calisto, que Sempronio de Celestina. Pues ¡qué gozo habría ahora él, en que le pusiese yo en algo por mi servicio, que se fue muy triste de verme que le traté mal! Y vería él los cielos abiertos en tornalle yo a hablar y mandar. Por ende, hermana, dime tú de quién puedo yo saber el negocio cómo pasa, que yo le haré armar un lazo con que Melibea llore cuanto agora goza.

ELICIA
Yo conozco, amiga, otro compañero de Pármeno, mozo de caballos, que se llama Sosia, que le acompaña cada noche; quiero trabajar de se lo sacar todo el secreto, y éste será buen camino para lo que dices.

AREUSA
Mas hazme este placer, que me envíes acá ese Sosia: yo le halagaré y diré mil lisonjas y ofrescimientos hasta que no le deje en el cuerpo cosa hecha y por hacer; después a él y a su amo haré revesar el placer comido. Y tú Elicia, alma mía, no rescibas pena, pasa a mi casa tus ropas y alhajas, y vente a mi compañía, que estarás alli mucho sola, y la tristeza es amiga de la soledad. Con nuevo amor olvidarás los viejos. Un hijo que nasce restaura la falta de tres finados; con nuevo sucesor se cobra la alegre memoria, y placeres perdidos del pasado tiempo. De un pan que yo tenga ternás tú la mitad. Mas lástima tengo de tu fatiga, que de los que te la ponen. Verdad sea, que cierto duele más la pérdida de lo que hombre tiene, que da placer la esperanza de otro tal, aunque sea cierta. Pero ya lo hecho es sin remedio, y los muertos irrecuperables, y como dicen: mueran y vivamos. A los vivos me deja a cargo, que yo te les daré tan amargo jarope a beber, cual ellos a tí han dado. ¡Ay, prima, prima, cómo sé yo, cuando me ensaño, a revolver estas tramas, aunque soy moza! Y de él me vengue Dios, que de Calisto, Centurio me vengará.

ELICIA
Cata, que creo que aunque llame al que mandas, no habrá efecto lo que quieres; porque la pena de los que murieron por descubrir el secreto, porná silencio al vivo para guardarle. Lo que me dices de mi venida a tu casa te agradezco mucho. Y Dios te ampare y alegre en tus necesidades, que bien muestras el parentesco y hermandad no servir de viento, antes en las adversidades aprovechar; pero aunque lo quiera hacer por gozar de tu dulce compañía, no podrá ser por el daño que me vernía. La causa no es necesario decir, pues hablo con quien me entiende; que allí, hermana, soy conoscida, alli estoy aperrochada. Jamás perderá aquella casa el nombre de Celestina, que Dios haya; siempre acuden allí mozas conoscidas y allegadas, medio parientas de las que ella crió: allí hacen sus conciertos, de donde se me seguirá algún provecho, y también esos pocos amigos que me quedan no me saben otra morada; pues ya sabes cuán duro es dejar lo usado, y que mudar costumbre es a par de muerte, y piedra movediza que nunca moho la cobija. Allí quiero estar, siquiera porque el alquiler de la casa, que está pagado por hogaño, no se vaya en balde: así que, aunque cada cosa no bastase por sí, juntas aprovechan y ayudan. Ya me paresce que es hora de irme; de lo dicho me llevo el cargo. Dios quede contigo, que me voy.

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