Índice de El decameron de Giovanni BoccaccioNovena jornada - Cuento novenoDécima jornadaBiblioteca Virtual Antorcha

NOVENA JORNADA

CUENTO DÉCIMO


Don Gianni, a instancias de compadre Pietro, hace un encantamiento para convertir a su mujer en una yegua; y cuando va a pegarle la cola, compadre Pietro, diciendo que no quería cola, estropea todo el encantamiento.


Esta historia contada por la reina hizo un poco murmurar a las mujeres y reírse a los jóvenes; pero luego de que se callaron, Dioneo así empezó a hablar:

- Gallardas señoras; entre muchas blancas palomas añade más belleza un negro cuervo que lo haría un cándido cisne, y así entre muchos sabios algunas veces uno menos sabio es no solamente un acrecentamiento de esplendor y hermosura para su madurez, sino también deleite y solaz. Por la cual cosa, siendo todas vosotras discretísimas y moderadas, yo, que más bien huelo a bobo, haciendo vuestra virtud más brillante con mi defecto, más querido debe seros que si con mayor valor a aquélla hiciera oscurecerse; y por consiguiente, mayor libertad debo tener en mostrarme tal cual soy, y más pacientemente debe ser por vosotras sufrido que lo debería si yo más sabio fuese, contando aquello que voy a contar. Os contaré, pues, una historia no muy larga en la cual comprenderéis cuán diligentemente conviene observar las cosas impuestas por aquellos que algo por arte de magia hacen y cuándo un pequeño fallo cometido en ello estropea todo lo hecho por el encantador.

El año pasado hubo en Barletta un cura llamado don Gianni de Barolo el cual, porque tenía una iglesia pobre, para sustentar su vida comenzó a llevar mercancía con una yegua acá y allá por las ferias de Apulia y a comprar y a vender. Y andando así trabó estrechas amistades con uno que se llamaba Pietro de Tresanti, que aquel mismo oficio hacía con un asno suyo, y en señal de cariño y de amistad, a la manera apulense no lo llamaba sino compadre Pietro; y cuantas veces llegaba a Barletta lo llevaba a su iglesia y allí lo albergaba y como podía lo honraba.

Compadre Pietro, por otra parte, siendo pobrísimo y teniendo una pequeña cabaña en Tresanti, apenas bastante para él Y para su joven y hermosa mujer y para su burro, cuantas veces don Gianni por Tresanti aparecía, tantas se lo llevaba a casa y como podía, en reconocimiento del honor que de él recibía en Barletta, lo honraba. Pero en el asunto del albergue, no teniendo el compadre Pietro sino una pequeña yacija en la cual con su hermosa mujer dormía, honrar no lo podía como quería; sino que en un pequeño establo estando junto a su burro echada la yegua de don Gianni, tenía que acostarse sobre la paja junto a ella. La mujer, sabiendo el honor que el cura hacía a su marido en Barletta, muchas veces había querido, cuando el cura venía, ir a dormir con una vecina suya que tenía por nombre Zita Carapresa de Juez Leo, para que el cura con su marido durmiese en la cama, y se lo había dicho muchas veces al cura, pero él nunca había querido; y entre las otras veces una le dijo:

- Comadre Gemmata, no te preocupes por mí, que estoy bien, porque cuando me place a esta yegua la convierto en una hermosa muchacha y me estoy con ella, y luego, cuando quiero, la convierto en yegua; y por ello no me separaré de ella.

La joven se maravilló y se lo creyó, y se lo dijo al marido, añadiendo:

- Si es tan íntimo tuyo como dices, ¿por qué no haces que te enseñe el encantamiento para que puedas convertirme a mí en yegua y hacer tus negocios con el burro y con la yegua y ganaremos el doble? Y cuando hayamos vuelto a casa podrías hacerme otra vez mujer como soy.

Compadre Pietro, que era más bien corto de alcances, creyó este asunto y siguió su consejo; y lo mejor que pudo comenzó a solicitar de don Gianni que le enseñase aquello. Don Gianni se ingenió mucho en sacarlo de aquella necedad, pero no pudiendo, dijo:

- Bien, puesto que lo queréis, mañana nos levantaremos, como solemos, antes del alba, y os mostraré cómo se hace; es verdad que lo más dificil en este asunto es pegar la cola, como verás.

El compadre Pietro y la comadre Gemmata, casi sin haber dormido aquella noche, con tanto deseo este asunto esperaban que en cuanto se acercó el día se levantaron y llamaron a don Gianni; el cual, levantándose en camisa, vino a la alcobita del compadre Pietro y dijo:

- No hay en el mundo nadie por quien yo hiciese esto sino por vosotros, y por ello, ya que os place, lo haré; es verdad que tenéis que hacer lo que yo os diga si queréis que salga bien.

Ellos dijeron que harían lo que él les dijese; por lo que don Gianni, cogiendo una luz, se la puso en la mano al compadre Pietro y le dijo:

- Mira bien lo que hago yo, y que recuerdes bien lo que diga; y guárdate, si no quieres echar todo a perder, de decir una sola palabra por nada que oigas o veas; y pide a Dios que la cola se pegue bien.

El compadre Pietro, cogiendo la luz, dijo que así lo haría. Luego, don Gianni hizo que se 'desnudase como su madre la trajo al mundo la comadre Gemmata, y la hizo ponerse con las manos y los pies en el suelo de la manera que están las yeguas, aconsejándola igualmente que no dijese una palabra sucediese lo que sucediese; y comenzando a tocarle la cara con las manos y la cabeza, comenzó a decir:

- Que ésta sea buena cabeza de yegua.

Y tocándole los cabellos, dijo:

- Que éstos sean buenas crines de yegua.

Y luego tocándole los brazos dijo:

- Que éstos sean buenas patas y buenas pezuñas de yegua.

Luego, tocándole el pecho y encontrándolo duro y redondo, despertándose quien no había sido llamado y levantándose, dijo:

- Y sea éste buen pecho de yegua.

Y lo mismo hizo en la espalda y en el vientre y en la grupa y en los muslos y en las piernas; y por último, no quedándole nada por hacer sino la cola, levantándose la camisa y cogiendo el apero con que plantaba a los hombres y rápidamente metiéndolo en el surco para ello hecho, dijo:

- Y ésta sea buena cola de yegua.

El compadre Pietro, que atentamente hasta entonces había mirado todas las cosas, viendo esta última y no pareciéndole bien, dijo:

- ¡Oh, don Gianni, no quiero que tenga cola, no quiero que tenga cola!

Había ya el húmedo radical que hace brotar a todas las plantas sobrevenido cuando don Gianni, retirándolo, dijo:

- ¡Ay!, compadre Pietro, ¿qué has hecho?, ¿no te dije que no dijeses palabra por nada que vieras? La yegua estaba a punto de hacerse, pero hablando has estropeado todo, y ya no hay manera de rehacerlo nunca.

El cómpadre Pietro dijo:

- Ya está bien: no quería yo esa cola. ¿Por qué no me decíais a mí: Pónsela tú? Y además se la pegabais demasiado baja.

Dijo don Gianni:

- Porque tú no habrías sabido la primera vez pegarla tan bien como yo.

La joven, oyendo estas palabras, levantándose y poniéndose en pie, de buena fe dijo a su marido:

- ¡Bah!, qué animal eres, ¿por qué has echado a perder tus asuntos y los míos?, ¿qué yeguas has visto sin cola? Bien sabe Dios que eres pobre, pero sería justo que lo fueses mucho más.

No habiendo, pues, ya manera de poder hacer de la joven una yegua por las palabras que había dicho el compadre Pietro, ella doliente y melancólica se volvió a vestir y el compadre Pietro con su burro, como acostumbraba, se fue a hacer su antiguo oficio; y junto con don Gianni se fue a la feria de Bitonto, y nunca más tal favor le pidió.

Cuánto se rió de esta historia, mejor entendida por las mujeres de lo que Dioneo quería, piénselo quien ahora se esté riendo.

Pero habiendo terminado la historia y comenzando ya el Sol a templarse, y conociendo la reina que el final de su gobierno había venido, poniéndose en pie y quitándose la corona, se la puso a Pánfilo en la cabeza, el cual sólo con tal honor faltaba de ser honrado; y sonriendo dijo:

- Señor mío, gran carga te queda, como es tener que enmendar mis faltas y las de los otros que el lugar han ocupado que tú ocupas, siendo el último; para lo que Dios te dé gracia, como me la ha prestado a mí en hacerte rey.

Pánfilo, alegremente recibido el honor, repuso:

- Vuestra virtud y de mis otros súbditos hará de manera que yo sea, como lo han sido los demás, alabado.

Y según la costumbre de sus predecesores, con el mayordomo habiendo dispuesto las cosas oportunas, a las señoras que esperaban se volvió y dijo:

- Enamoradas señoras, la discreción de Emilia, que ha sido nuestra reina este día, para dar algún descanso a vuestras fuerzas os dio la libertad de hablar sobre lo que más os pluguiese; por lo que, estando ya reposadas, pienso que está bien volver a ley acostumbrada, y por ello quiero que mañana cada una de vosotras piense en discurrir sobre esto: sobre quien liberal o magníficamente en verdad haya obrado algo en asuntos de amor o de otra cosa. Así, esto diciendo y haciendo, sin ninguna duda a vuestros ánimos bien dispuestos moverá a obrar valerosamente, para que nuestra vida, que no puede ser sino breve en el cuerpo mortal, se perpetúe en la loable fama; lo que todos los que no sólo sirven al vientre (a guisa de lo que hacen los animales) deben no solamente desear, sino buscar y poner en obra con todo empeño.

El tema plugo a la alegre compañía, la cual con licencia del nuevo rey, levantándose, a los acostumbrados entretenimientos se entregó, cada uno según aquello a lo que más por su gusto era atraído; y así hicieron hasta la hora de la cena. Llegados a la cual con fiesta, y servidos diligentemente con orden, luego del fin de ella se levantaron para bailar las danzas acostumbradas, y más de mil cancioncillas más entretenidas de palabras que consumadas en el canto habiendo cantado, mandó el rey a Neifile que cantase una en su nombre; la cual con voz clara y alegre, así placenteramente y sin dilación comenzó:

Yo soy muy jovencita, y de buen grado
me alegro y canto en la estación florida
merced a Amor y al pensar extasiado.

Voy por los verdes prados contemplando
las flores blancas, gualdas y encarnadas,
las rosas sobre espinas levantadas,
los lirios, y los voy relacionando
con el rostro de aquel a cuyo mando
porque me ama estaré siempre rendida
sin tener más deseo que su agrado.

Y cuando alguna encuentro por mi vía
que me recuerda por demás a él,
yo la cojo y la beso y le hablo de él,
y tal cual soy, así el ánima mía
le abro entera y le cuento mi porfia;
luego, con las demás entretejida,
de mis rubios cabellos es tocado.

Y ese placer que suele dar la flor
a la mirada, el mismo a mí me dona,
como si viese a la propia persona
que me ha inflamado con su suave amor,
pero al que llega a causarme su olor
mi palabra no acierta a darle vida
y con suspiros será divulgado.

Los cuales, en mi pecho al levantarse,
no son, como en las otras damas, graves
sino que salen cálidos y suaves
y ante mi amor van a manifestarse;
quien, al oírlos, viene a presentarse
donde estoy, cuando pienso conmovida:
¡No me aflijas y ven pronto a mi lado!

Mucho fue por el rey y por todas las señoras alabada la cancioncilla de Neifile; después de la cual, porque ya había pasado parte de la noche, mandó el rey a todos que hasta el día se fuesen a descansar.

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