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NOVENA JORNADA

CUENTO TERCERO


El maestro Simón, a instancias de Bruno y de Buffalmacco y de Nello, hace creer a Calandrino que está preñado, el cual da a los antes dichos capones y dinero para medicinas, y se cura de la preñez sin parir.


Después de que Elisa hubo terminado su historia, habiendo dado todos gracias a Dios por haber sacado, con feliz hallazgo, a la joven monja de las fauces de sus envidiosas compañeras, la reina mandó a Filostrato que siguiese; el cual, sin esperar otra orden, comenzó:

- Hermosísimas señoras, el poco pulido juez de las Marcas sobre quien ayer os conté una historia, me quitó de la boca una historia de Calandrino que estaba por deciros; y porque lo que de él se cuente no puede sino multiplicar la diversión, aunque sobre él y sus compañeros ya se haya hablado bastante, os diré, sin embargo, la que ayer"tenía en el ánimo.

Ya antes se ha mostrado muy claro quién era Calandrino y los otros de quienes tengo que hablar en esta historia; y por ello, sin decir más, digo que sucedió que una tía de Calandrino murió y le dejo doscientas liras de calderilla contante; por la cual cosa, Calandrino comenzó a decir que quería comprar una posesión, y con cuantos corredores de tierras había en Florencia, como si tuviese para gastar diez mil florines de oro, andaba en tratos, los cuales siempre se estropeaban cuando se llegaba al precio de la posesión deseada. Bruno y Buffalmacco, que estas cosas sabían, le habían dicho muchas veces que haría mejor en gastárselos junto con ellos que andar comprando tierras como si hubiera tenido que hacer de destripaterrones, pero no a esto sino ni siquiera a invitarles a comer una vez lo había conducido.

Por lo que, quejándose un día de ello y llegando un compañero suyo que tenía por nombre Nello, pintor, deliberaron los tres juntos encontrar la manera de untarse el hocico a costa de Calandrino; y sin tardanza, habiendo decidido entre ellos lo que tenían que hacer, a la mañana siguiente, apostado para ver cuándo salía de casa Calandrino, y no habiendo andado éste casi nada, le salió al encuentro Nello y dijo:

- Buenos días, Calandrino.

Calandrino le contestó que Dios le diese buenos días y buen año. Después de lo cual Nello, parándose un poco, comenzó a mirarle a la cara; a quien Calandrino dijo:

- ¿Qué miras?

Y Nello le dijo:

- ¿No te ha pasado nada esta noche? No me pareces el mismo.

Calandrino, incontinenti comenzó a sentir temor y dijo:

- ¡Ay!, ¿qué te parece que tengo?

Dijo Nello:

- ¡Ah!, no lo digo por eso; pero me pareces muy transformado; será otra cosa y le dejó ir.

Calandrino, todo asustado, pero no sintiendo nada, siguió andando. Pero Buffalmacco, que no estaba lejos, viéndolo ya alejarse de Nello, le salió al encuentro y, saludándole, le preguntó que si le dolía algo. Calandrino repuso:

- No sé, hace un momento me decía Nello que parecía todo transformado; ¿podría ser que me pasase algo?

Dijo Buffalmacco:

- Si, nada podría pasarte, no algo: pareces medio muerto.

A Calandrino ya le parecía tener calentura; y he aquí que Bruno aparece, y antes de decir nada dijo:

- Calandrino, ¿qué cara es ésa? Pareces un muerto; ¿qué te pasa?

Calandrino, al oír a todos éstos hablar así, por ciertísimo tuvo que estaba enfermo, y todo espantado le preguntó:

- ¿Qué hago?

Dijo Bruno:

- A mí me parece que te vuelvas a casa y te metas en la cama y que te tapen bien, y que le mandes una muestra al maestro Simón, que es tan íntimo nuestro como sabes. Él te dirá incontinenti lo que tienes que hacer, y nosotros vendremos a verte; y si algo necesitas lo haremos nosotros.

Y uniéndoseles Nello, con Calandrino se volvieron a su casa; y él, entrando todo fatigado en la alcoba, dijo a la mujer:

- Ven y tápame bien, que me siento muy mal.

Y habiéndose acostado, mandó una muestra al maestro Simón por una criadita, el cual entonces estaba en la botica del Mercado Viejo que tiene la enseña del melón. Y Bruno dijo a sus compañeros:

- Vosotros quedaos aquí con él, yo quiero ir a saber qué dice el médico, y si es necesario a traerlo.

Calandrino entonces dijo:

- ¡Ah, si, amigo mío, vete y ven a decirme cómo está la cosa, que yo no sé qué siento aquí dentro!

Bruno, yendo a buscar al maestro Simón, allí llegó antes de la criadita que llevaba la muestra, e informó del caso al maestro Simón; por lo que, llegada la criadita y habiendo visto el maestro la muestra, dijo a la criadita:

- Ve y dile a Calandrino que no coja frío e iré en seguida a verle y le diré lo que tiene y lo que tiene que hacer.

La criadita así se lo dijo; y no había pasado mucho tiempo cuando el médico y Bruno vinieron, y sentándose al lado del médico, comenzó a tomarle el pulso, y, luego de un poco, estando allí presente su mujer, dijo:

- Mira, Calandrino, hablándote como a amigo, no tienes otro mal sino que estás preñado.

Cuando Calandrino oyó esto, dolorosamente comenzó a gritar y a decir:

- ¡Ay! Tessa, esto es culpa tuya, que no quieres sino subirte encima; ¡ya te lo decía yo!

La mujer, que muy honesta persona era, oyendo decir tal cosa al marido, toda enrojeció de vergüenza, y bajando la frente sin responder palabra salió de la alcoba. Calandrino, continuando con su quejumbre, decía:

- ¡Ay, desdichado de mí, ¿qué haré?, ¿cómo pariré este hijo? ¿Por dónde saldrá? Bien me veo muerto por la lujuria de esta mujer mía, que tan desdichada la haga Dios como yo quiero ser feliz; pero si estuviese sano como no lo estoy, me levantaría y le daría tantos golpes que la haría pedazos, aunque muy bien me está, que nunca debía haberla dejado subirse encima; pero por cierto que si salgo de ésta antes se podrá morir de las ganas.

Bruno y Buffalmacco y Nello tenían tantas ganas de reír que estallaban al oír las palabras de Calandrino, pero se aguantaban; pero el maestro Simón se reía tan descuajaringadamente que se le podrían haber sacado todos los dientes. Pero, por fin, poniéndose Calandrino en manos del médico y rogándole que en esto le diese consejo y ayuda, le dijo el maestro:

- Calandrino, no quiero que te aterrorices, que, alabado sea Dios, nos hemos dado cuenta del caso tan pronto que con poco trabajo y en pocos días te curaré; pero hay que gastar un poco.

Dijo Calandrino:

- ¡Ay!, maestro mío, sí, por amor de Dios; tengo aquí cerca de doscientas liras con las que quería comprar una buena posesión: si se necesitan todas, cogédlas todas, con tal de que no tenga que parir, que no sé qué iba a ser de mí, que oigo a las mujeres armar tanto alboroto cuando están pariendo, aunque tengan un tal bien grande para hacerlo, que creo que si yo sintiera ese dolor me moriría antes de parir.

Dijo el médico:

- No pienses en eso; te haré hacer cierta bebida destilada muy buena y muy agradable de beber que, en tres mañanas, resolverá todas las cosas y te quedarás más fresco que un pez; pero luego tendrás que ser prudente y no te obstines en estas necedades más. Ahora se necesitan para esa agua tres pares de buenos y gordos capones, y para otras cosas que hacen falta le darás a uno de éstos cinco liras de calderilla para que las compre, y harás que todo me lo lleven a la botica; y yo, en nombre de Dios, mañana te mandaré ese brebaje destilado, y comenzarás a beberlo un vaso grande de cada vez.

Calandrino, oído esto, dijo:

- Maestro mío, lo que digáis.

Y dando cinco liras a Bruno y dineros para tres pares de capones le rogó que en su servicio se tomase el trabajo de estas cosas. El médico, yéndose, le hizo hacer un poco de jarabe y se lo mandó. Bruno, comprados los capones y otras cosas necesarias para pasarlo bien, junto con el médico y con sus compañeros se los comió. Calandrino bebió jarabe tres mañanas; y el médico vino a verle y sus compañeros y, tomándole el pulso, le dijo:

- Calandrino, estás curado sin duda, así que con tranquilidad vete ya a tus asuntos, y no es cosa de quedarte más en casa.

Calandrino, contento, se levantó y se fue a sus asuntos, alabando mucho, dondequiera que se paraba a hablar con una persona, la buena cura que le había hecho el maestró Simón, haciéndole abortar en tres días sin ningún dolor; y Bruno y Buffalmacco y Nello se quedaron contentos por haber sabido, con ingenio, burlar la avaricia de Calandrino, aunque doña Tessa, apercibiéndose, mucho con su marido rezongase.

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