Índice de Edipo rey de SófoclesAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

EDIPO REY
CUARTA PARTE



CORIFEO.- ¿Por qué, Edipo, se habia precipitado asi la señora, presa de salvaje furor? Me temo que este silencio reviente en algún mal estruendoso.


EDIPO.- Reviente por donde quiera. Yo tengo que descubrir mi linaje, por más villano que sea. Esa (mujer había de ser para presumir) se siente humillada ante mi bajo nacimiento. Yo soy hijo de mi fortuna, y no me dejará abochornado quien tan bien me cuida. Furtuna es mi madre. Los meses y los años, mis hermanos, deciden de mi linaje, alto o bajo. Hijo de tales padres, ni he de resultar otro, ni hay por qué ignorar mi cuna.


CORO.- Si adivino soy yo, si sabe predecir mi corazón, no, por todo el Olimpo, no dejarás, al llegar la luna llena de mañana, de ser celebrado por mi, ¡oh monte Citerón!, como padre y sostén y madre de Edipo, ni de verte festejado con mis danzas cual bienhechor de mi amado soberano. ¡Oh salvador Apolo, sean de tu agrado estos mis votos!

¿Cuál, niño, cuál de las ninfas inmortales es la que te ha dado el ser, visitada del dios Pan, que retoza en las montañas? ¿O fue alguna compañera de Apolo?, pues él halla sus delicias en las praderas y dehesas. Quizá fue el rey de Cilene (Hermes), quizá el dios de las bacanales, quien te recibió como una sorpresa de una de las ninfas del Helicón, pues con ellas se solaza el dios que mora en los montes.


(EDIPO está frente a la puerta de palacio. Viendo que por el lado izquierdo entra el viejo criado pastor de LAYO, medio arrastrado por dos sirvienres del rey, dice:)


EDIPO.- Si también yo tengo derecho a conjeturas, me figuro, anciano, aunque jamás me he visto con él, que es ese el pastor que vamos buscando hace tiempo. Su edad avanzada se da la mano con la de este, y por otra parte, criados que conozco de casa son los que le traen. Tú lo sabrás mejor que yo, pues le habrás visto antes de ahora.


CORIFEO.- Le conozco, ciertamente. Pastor era de Layo, y fiel como el que más.


EDIPO.- Primero tú, mensajero corintio, di: ¿es este el que decías?


MENSAJERO.- El mismo que ven tus ojos.


EDIPO.- Ahora tú, viejo (Al pastor.), mírame y contesta a cuanto te voy a preguntar. ¿Eras tú de la servidumbre de Layo?


CRIADO.- Siervo suyo, y no comprado, sino nacido en casa.


EDIPO.- ¿En qué te ocupabas y cuál era tu vida?


CRIADO.- Gran parte de mi vida la gasté en el pastoreo.


EDIPO.- ¿En qué parajes lo ejercías de ordinario?


CRIADO.- A veces en el Citerón, a veces en los lugares comarcanos.


EDIPO.- Pues bien: ¿recuerdas haber visto alli alguna vez a este hombre?


CRIADO.- ¿En qué ocasiones y de qué hombre hablas?


EDIPO.- De este que tienes delante. ¿Te viste con él alguna vez?


CRIADO.- (Receloso y desazonado, porqe lo ha entendido todo) No, que yo sepa ..., así, de repente ...


MENSAJERO.- Nada tiene de extraño, señor. Pero yo alumbraré su olvidadiza memoria. Pues sé muy bien que se acuerda cómo, él con dos rebaños y yo con uno, anduvimos juntos en las vertientes del monte Citerón, en tres ocasiones y durante seis meses cada vez, desde la primavera al arturo. En invierno, yo me retiraba a mis rediles y él a los apriscos de Layo; ¿es o no es así como yo digo?


CRIADO.- Verdad dices, aunque han pasado ya tantos años ...


MENSAJERO.- Sigamos adelante; ¿te acuerdas cómo me diste un niño para que yo lo criase para mi?


CRIADO.- ¿A qué viene ahora eso? ¿Por qué me lo preguntas?


MENSAJERO.- Camarada, este señor es el que entonces era un niño.


CRIADO.- ¡Maldito seas! ¿No te vas a callar?


EDIPO.- No le reprendas a él, viejo; tus palabras y no las suyas son las que merecen castigo.


CRIADO.- ¿En qué he faltado yo, señor, el bueno entre los buenos?


EDIPO.- En que no contestas a la pregunta sobre el niño.


CRIADO.- Es que no sabe lo que se dice, y está cansándose en vano.


EDIPO.- No quieres hablar a buenas, a malas hablarás.


CRIADO.- No, por los dioses; no maltrates a un anciano como yo.


EDIPO.- Venga acá alguno, átele las manos a la espalda. (Los criados se disponen a hacerlo),


CRIADO.- ¡Infeliz de mi! ¿Por qué? ¿Qué quieres saber?


EDIPO.- ¿Le diste el niño de que este habla?


CRIADO.- Se lo di, ojalá me hubiese muerto aquel día.


EDIPO.- Ahora morirás, si no hablas claro.


CRIADO.- Más muerto soy si hablo claro.


EDIPO.- Por lo visto, este hombre quiere más evasivas.


CRIADO.- No, por cierto; ya le he dicho hace rato que sí se lo di.


EDIPO.- ¿De dónde le habías tomado? ¿Era propio o de algún otro?


CRIADO.- Mío, no, no era; alguien me lo dio.


EDIPO.- ¿Alguno de estos ciudadanos? ¿De qué casa?


CRIADO.- No, por los dioses; no me preguntes más, señor.


EDIPO.- Como me obligues a repetir la pregunta, date por muerto.


CRIADO.- Bueno, pues era un niño de la casa de Layo.


EDIPO.- ¿Siervo? ¿O hijo legítimo de su familia?


CRIADO.- ¡Ay, ay de mí!, Llegó ya al borde de la palabra terrible de decir.


EDIPO.- Y de oír también; con todo, hay que oírla.


CRIADO.- Le llamaban hijo de Layo. Tu mujer, que está en palacio, sabrá explicarlo todo claramente.


EDIPO.- ¿Ella fue quien te lo entregó?


CRIADO.- Ella misma, señor.


EDIPO.- ¿Con qué objeto?


CRIADO.- Para que acabase con él.


EDIPO.- ¿Su propio hijo? ¡Malvada!


CRIADO.- Sí, por miedo a unos funestos oráculos.


EDIPO.- ¿A cuáles?


CRIADO.- Corría la fama de que había de dar muerte a sus padres.


EDIPO.- Y tú, ¿por qué lo entregaste a este anciano?


CRIADO.- Por pura compasión, señor, esperando que lo llevaría a las lejanas tierras de donde él era. El lo salvó, y en mala hora lo hizo. Si tú eres en realidad el que este dice, sábete que has nacido con mal hado.


EDIPO.- ¡Ay, ay, ay! La verdad ha quedado desnuda. ¡Oh luz!, ¡por postrera vez te vean mis ojos! Ya se ha descubierto: nací de quienes no debiera; con quien no debiera me casé, y he matado a quien menos debía.


(Métese precipitado en palacio; vanse los demás por los lados; queda solo el CORO)


CORO.- ¡Oh generaciones de los mortales! ¡Cómo vuestra vida no monta para mi más que la nada! ¿Quién es, quién es el hombre que roba a la dicha otra cosa que parecer y en pareciendo desaparecer? Con tu caida, con tu fatal caída, como ejemplo ante mis ojos, ¡oh Edipo desventurado!, ya nada que toque a mortal llamo yo feliz.

Tú que asestaste con sin par destreza y arrebataste la más venturosa fortuna, ¡oh Zeus!; tú que acabaste con la rampante doncella y sus fatales enigmas, y en medio a nuestra tierra, te alzaste cual baluarte ahuyentador de muertes; y yo por ello te aclamé rey mio, y te colmé de honores cual soberano de Tebas, la magnífica.

Mas ahora, ¿quién tiene más triste historia? ¿Quién es presa de tantos pesares, de tantos trabajos con tan súbita catástrofe? ¡Oh Edipo el famoso!, que cual padre y cual hijo fuiste a caer en un mismo puerto, en un mismo regazo. ¡Oh! ¿Cómo pudo el maternal seno, ¡oh desdichado!, sufrirte en silencio por tan largos años?

Por fin, y a despecho tuyo, ha dado contigo el Tiempo, que todo lo ve; ya ha condenado el maridaje inmaridable de engendrar y engendrado por tanto tiempo. ¡Oh verdadero hijo de Layo! ¡Ojalá, ojalá jamás te hubiese visto! Gemidos doy, como quien no tiene para sus labios sino ayes de dolor. A decir verdad, por ti alcé la cabeza y por ti cierro ya los ojos (a la dicha).


(Sale un PAJE desolado de palacio)


PAJE.- ¡Oh cosas las que vais a oír, oh cuadro el que vais a ver, oh pena la que os va a abrumar, principes y magnates de esta tierra, si aún os llegan a vuestro noble corazón las cosas de la familia de Lábdaco!

Ni el Istro con todas sus aguas, ni el Fasis creo que han de poder lavar y purificar este palacio de una abominación que en él se encierra, y presto, presto ha de salir a luz; voluntaria, voluntaria ha sido, y de los males los que más acongojan son los que resultan ser voluntarios.


CORIFEO.- Tampoco a los males, que ya conocíamos, les faltaba nada para ser dignos de toda lamentación. ¿Qué tienes que añadir a ellos?

PAJE.- Una palabra basta para decirlo y entenderlo todo: ha muerto la divina Yocasta.


CORIFEO.- ¡Desdichada! ¿Quién la ha matado?


PAJE.- Ella, ella a si misma. Yo no sabré describir el momento más doloroso, pues el acto mismo no lo vi; pero cuanto alcanza mi conocimiento, oí las desdichas de aquella infortunada.

Así que furiosa y frenética atravesó el portal, abalanzóse precipitada hacia el tálamo nupcial, tirándose y arrancándose con ambas manos los cabellos; entra en la cámara, ciérrase dentro y empieza a dar gritos a Layo, hace ya tanto tiempo muerto, recordándole el hijo que engendraron un día, para que al padre le diera muerte y luego se quedara a sacar de su madre lo que no debe llamarse hijos; y daba gritos al lecho aquel, do un esposo le dio a la desventurada esposo y un hijo le dio hijos.

Cómo acabó después Yocasta, yo no lo sé. Porque nos sorprendió con un alarido Edipo, y no pudimos ver la catástrofe de la reina, por llevarnos tras sí los descaminados pasos del rey.

Vagaba de acá para allá pidiendo le trajésemos una espada, y a aquella mujer, ya no su mujer, sino campo donde había hallado el ser, para si y para sus hijos. Enfurecido como andaba, algún ser invisible le dirigía, y no mortal alguno de cuantos allí estábamos.

Dio entonces un horrendo alarido, y como empujado por alguien, se echa contra los batientes de la puerta, tuerce y desencaja la férrea tranca y métese dentro.

Alli, colgada y meciéndose en la retorcida cuerda, vemos a la reina, ahorcada.

El, apenas la vio, dando pavorosos bramidos, la suelta del lazo que la sostenia. Y ya que estaba tendida en tierra la desdichada -¡oh escena lastimera la que entonces vimos!- le arranca los dos largos áureos broches con que sujetaba y adornaba sus vestiduras, levántalos en alto, y ... los clava en las órbitas de sus propios ojos, diciendo cosas como esta: No veáis, ojos míos, ni cuanto yo estaba sufriendo ni cuanto yo estaba haciendo; sepultados en eterna noche, contemplad a los que yo jamás debiera haber visto y nunca veáis a los que yo tanto deseé ver.

Con tales lamentaciones, una y mil veces repetidas, se iba desgarrando los párpados, y, enrojecidas las órbitas, iban enrojeciendo las mejillas, y a poco ya no eran gotas de fresca sangre las que corrían, sino una masa de sangre coagulada lo que lo bañaba todo.

A dos y no a uno solo ha asaltado la desgracia: a rey y reina los ha arrollado la desgracia.

Aquella antigua ventura de otros tiempos era, en verdad, ventura entonces. En este día y de hoy más es lamentos, maldición, muerte, vergüenza, todos los males que tienen nombre en el mundo; no falta uno solo.


CORIFEO.- ¿Está el infortunado ahora ya tranquilo?


PAJE.- Está clamando que le abran las puertas y que alguno vaya y saque aquí a la vista de todos los cadmenos al parricida, al que a su madre ... (impiedades profiere que no puedo yo repetir), como quien se destierra de la patria y no ha de vivir en casa bajo las maldiciones que él mismo se echara.

Está, empero, sin fuerzas y necesita alguien que le guíe; que su estado es insoportable en demasía.

Tú mismo lo vas a ver, pues ya se abren las puertas de palacio y pronto verás un espectáculo capaz de arrancar lágrimas aun a los enemigos.


(Sale EDIPO, ciego y ensangrentado, tal como lo ha descrito el PAJE, y con inseguro paso avanza en el escenario)

Índice de Edipo rey de SófoclesAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha