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EL ENEMIGO DEL PUEBLO
Enrique Ibsen
ACTO SEGUNDO
La misma decoración. La puerta del comedor cerrada. Es de día.
SEÑORA STOCKMANN
DOCTOR STOCKMANN
SEÑORA STOCKMANN
DOCTOR STOCKMANN
SEÑORA STOCKMANN
DOCTOR STOCKMANN
SEÑORA STOCKMANN
DOCTOR STOCKMANN
SEÑORA STOCKMANN
DOCTOR STOCKMANN
SEÑORA STOCKMANN
DOCTOR STOCKMANN
SEÑORA STOCKMANN
DOCTOR STOCKMANN
MORTEN KÜL
SEÑORA STOCKMAN
DOCTOR STOCKMANN
SEÑORA STOCKMANN
MORTEN KÜL
DOCTOR STOCKMANN
MORTEN KÜL
DOCTOR STOCKMANN
MORTEN KÜL
DOCTOR STOCKMANN
MORTEN KÜL
DOCTOR STOCKMANN
MORTEN KÜL
DOCTOR STOCKMANN
MORTEN KÜL
DOCTOR STOCKMANN
MORTEN KÜL
DOCTOR STOCKMANN
SEÑORA STOCKMANN
MORTEN KÜL
DOCTOR STOCKMANN
MORTEN KÜL
DOCTOR STOCKMANN
MORTEN KÜL
DOCTOR STOCKMANN
MORTEN KÜL
DOCTOR STOCKMANN
MORTEN KÜL
DOCTOR STOCKMANN
MORTEN KÜL
DOCTOR STOCKMANN
MORTEN KÜL
DOCTOR STOCKMANN
MORTEN KÜL
DOCTOR STOCKMANN
MORTEN KÜL
HOVSTAD
DOCTOR STOCKMANN
MORTEN KÜL
HOVSTAD
DOCTOR STOCKMANN
MORTEN KÜL
DOCTOR STOCKMANN
MORTEN KÜL
DOCTOR STOCKMANN
HOVSTAD
DOCTOR STOCKMANN
HOVSTAD
DOCTOR STOCKMANN
HOVSTAD
DOCTOR STOCKMANN
HOVSTAD
DOCTOR STOCKMANN
HOVSTAD
DOCTOR STOCKMANN
HOVSTAD
DOCTOR, STOCKMANN
HOVSTAD
DOCTOR STOCKMANN
HOVSTAD
DOCTOR STOCKMANN
HOVSTAD
DOCTOR STOCKMANN
HOVSTAD
DOCTOR STOCKMANN
HOVSTAD
DOCTOR STOCKMANN
HOVSTAD
DOCTOR STOCKMANN
HOVSTAD
(Con un sobre cerrado en la mano, sale del comedor, se dirige a la primera puerta de la derecha y la entreabre.)
¿Estás aquí, Tomás?
(Desde dentro.) Sí. (Sale.) ¿Qué pasa?
Traigo una carta de tu hermano. (Se la da.)
¡Ah! ¡Muy bien! A ver... a ver ... ¿qué se trae mi carnal? (Abre el sobre.) Adjunto la memoria ... (Sigue leyendo a media voz.) ¡Hum... !
¿Qué dice?
(Guarda la carta en el bolsillo.) Nada, me avisa que vendrá a verme al mediodía.
No te olvides de estar en casa a esa hora, ¿eh?
No te preocupes; ya he terminado con mi trabajo de la mañana.
¿Sabes? Aunque no lo parezca, tengo curiosidad por saber cómo ha tomado tu hermano este asunto.
Ya verás que mucho le va a enfadar que haya sido yo y no él quien hizo el descubrimiento.
Sí, y eso te preocupa, ¿no?
¡Pssss! ... Tanto como preocuparme ... Sé que en el fondo le alegrará ... bueno, eso supongo, aunque ... ya sabes la poca gracia que le hace a Pedro que no se cuente con él cuando se trata de prestar un servicio a la ciudad.
¿Sabes, Tomás? Quizá sea preferible que tengas la delicadeza de compartir con él los honores. Podrías decir, por ejemplo, que fue él quien
te puso sobre la pista, o algo así ...
Por mí no hay ningún inconveniente. Con tal de conseguir que se hagan todas las reformas necesarias ...
(Se asoma por la puerta del vestíbulo, con malicia mal disimulada.) ¿Es cierto lo que me han dicho?
(Va hacia él.) ¡Padre! ¿Tú aquí?
¡Caramba! Mira, mira, mi señor suegro. Buenos días.
Pasa, pasa, padre.
Si, por supuesto que paso; si no, ¿a qué demonios vine?
¿Qué es lo que pregunta usted si es verdad?
Esa historia de las cañerías. ¿Es realmente verdad?
¡Claro que es si! Oiga, ¿y cómo le llego el chisme?
(Decidiéndose a pasar.) Fue Petra la que me lo dijo ...
¡Ah !
Sí; me ha contado que ... Bueno, al principio yo me dije para mis adentros: Ésta está tomándome el pelo. Aunque, la verdad, no creo que Petra sea capaz ...
¡Por Dios! ¿Cómo se le ocurre?
Más vale no fiarse nunca de nadie. Después te engañan y haces el ridículo. Pero ¿en serio ...?
Completamente en serio. Vamos, siéntese. (Le obliga a sentarse en el sofá.) ¿Verdad que ha sido una suerte para la ciudad?
(Contiene la risa.) ¿Una suerte?
Sí, hombre, haberlo descubierto a tiempo.
(Se reporta a duras penas.) ¡Claro! Pues ¡no faltaba más! Nunca hubiera creído que fuese usted capaz de hacerle esa broma a su hermano.
¿Broma?
Pero, padre, si ...
(Apoya las manos y el mentón sobre el puño de un bastón y guiña un ojo al doctor, con picardía.) Ande. Cuente, cuante. ¿De modo que han entrado unos bichitos en las cañerías?
Sí, unas bacterias.
Eso me dijo Petra, que se habían colado no sé qué animalitos. Un montón, ¿no?
¡Miles y miles!
Y no pueden ser vistos ¿verdad?
Por supuesto que no.
(Con risita burlona.) ¡Vaya!
¡Esta sí que es buena!
¿Cómo? ¿Qué dice usted?
Nada, que eso no lo cree ni el alcalde.
Ya lo veremos.
¡Ni que se hubiera vuelto loco!
Si eso es volverse loco, toda la ciudad tendrá que volverse loca.
¿Toda la ciudad? ¡Hombre! ¡Quién sabe! Son capaces. Por cierto que no les vendría nada mal. Pues ¿no se creen más sabios que nosotros, los viejos? Me echaron del Consejo municipal como a un perro; sí, señor, como a un perro. Pero ahora van a pagarmelas todas juntas. Sí, sí, ande, hágales esa jugada.
Pero ¡suegro de mi alma ...
Que suegro de mi alma ni que ocho cuartos, ande, ande, hágaselas. Pues ¡no faltaba más! (Se levanta.) Si consigue poner al alcalde y a toda su pandilla en un buen lío, le juro a usted que, aunque no tengo mucho dinero, daré cien coronas para los pobres.
¡Vaya! ¡Muy generoso de su parte!
Bueno, la verdad es que no estoy ahora para derrochar. Pero, de todas formas, ya lo sabe usted; si lo hace, estoy dispuesto a regalar a los pobres cincuenta coronas como aguinaldo de Noche buena. (Aparece Hovstad por la puerta del vestíbulo.)
¡Buenos días! - (Se detiene.)
¡Ah, mil disculpas, no sabía ...!
Pase, pase y déjese de cumplidos.
(Con burla.) ¡Válgame! ¿También éste está metido en el ajo?
¿Cómo? ¿Qué le pasa a usted?
Por supuesto, Hovstad está enterado de todo.
¡Ya lo decía yo! Ahora hasta en el periódico va a salir, ¿no? ¡Muy bien hecho, señor Stockmann! Bueno, los dejo para que tranquilamente puedan llevar a cabo sus planes conspirativos. Me voy.
No, no, no se vaya. Aguántese un ratito.
No, que ratito ni que nada, yo me voy ... Y a ver si se les ocurre algo bueno ¿si? (Sale acompañado de la señora Stockmann.)
(Ríe.) Ag que viejo tan jijo ... ¿se dió cuenta que no quiere creer ni una palabra del asunto del balneario?
¡Ah! ¿Conque era de eso de lo que estaban hablando?
Sí, era de eso. Y quizá venga usted a hablar de lo mismo.
Sí. ¿Puede usted concederme unos cuantos minutos?
Estoy enteramente a su disposición. Cuando usted guste.
¿Ha obtenido alguna respuesta del alcalde?
Aún no. Pero me prometió venir al mediodía.
He estado reflexionando mucho sobre lo de ayer y ...
¿Y qué?
Para usted, como médico, como hombre de ciencia, éste asunto de las aguas no es más que un caso de estudio. Pero ¿es que usted no se fija en las consecuencias gravísimas que puede acarrear?
¿Cómo? A ver, a ver, a ver, siéntese. (Hovstad se sienta en el sofá y el doctor en un sillón al otro lado de la mesa.) ¿De manera que usted piensa ...?
Usted dijo ayer que la descomposición del agua se debía a las inmundicias del suelo, ¿no?
Así es. Esas irnmundicias provienen, sin duda, del pantano del Valle de los Molinos.
Pues a mí me parece que provienen de otro pantano muy distinto.
¿De cuál, oiga?
Pues del pantano en que está sumergida nuestra sociedad.
Pero ... ¡déjese de vaciladas! ¿Qué está usted diciendo?
Todos los asuntos de la ciudad han ido a parar poco a poco a manos de una pandilla de funcionarios, de burócratas empedernidos que ...
No; no todos son funcionarios.
Es lo mismo; los que no son funcionarios son amigos y partidarios suyos. Todos son ricos o personas destacadas del país y nos gobiernan y dirigen a su antojo.
Los hay verdaderamente capaces, personas experimentadas ...
¿Capaces? ... ¿Experimentadas? ¡No me haga reir! ¿Acaso fue eso lo que demostraron cuando establecieron la conducción del agua?
Desde luego que eso fue una metida de pata, pero ahora vamos a repararla, y asunto concluido.
¿Usted de verdad piensa que va a ser tan sencillo?
Sencillo o no, hay que solucionar el problema.
Claro, y más fácil será si la prensa toma cartas en el asunto.