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EL ENEMIGO DEL PUEBLO
Enrique Ibsen
ACTO CUARTO
Gran sala, de estilo antiguo, en casa del capitán Horster. Al fondo, puerta doble que comunica con la antesala. En la lateral izquierda, tres ventanas. En la lateral derecha, un estrado con una mesita, sobre la cual hay dos candelabros con velas, un jarro de agua, un vaso y un reloj. La sala está alumbrada por candelabros colocados entre ventana y ventana. A la izquierda, en primer término, una mesa, sobre la que hay una vela. Al lado; una silla. A la derecha, en primer término, una puerta, y junto a ella, otras dos sillas.
Gran reunión de ciudadanos de todas las categorías sociales. Algunas mujeres y colegiales. Constantemente entra la gente por la puerta del foro, llenando
completamente el local.
VECINO PRIMERO
LAMSTAD
VECINO SEGUNDO
VECINO TERCERO
VECINO SEGUNDO
VECINO PRIMERO
VECINO CUARTO
LAMSTAD
VECINO CUARTO
VECINO PRIMERO
VECINO SEGUNDO
VECINO TERCERO
VECINO PRIMERO
VECINO SEGUNDO
UN HOMBRE
OTRO HOMBRE
BILLING
OBRERO PRIMERO
OBRERO SEGUNDO
HORSTER
SEÑORA STOCKMANN
HORSTER
SEÑORA STOCKMANN
HORSTER
PETRA
HORSTER
ASLAKSEN
HORSTER
HOVSTAD
BILLING
DOCTOR STOCKMANN
SEÑORA STOCKMANN
DOCTOR STOCKMANN
ASLAKSEN
DOCTOR STOCKMANN
ALGUNAS VOCES
ALCALDE
DOCTOR STOCKMANN
ALCALDE
VARIOS
DOCTOR STOCKMANN
ASLAKSEN
ALCALDE
MUCHOS
ASLAKSEN
BILLING
ASLAKSEN
MUCHAS VOCES
ASLAKSEN
ALCALDE
ASLAKSEN
UN HOMBRE
VOCES
ASLAKSEN
ALCALDE
ASLAKSEN
ALCALDE
MUCHAS VOCES
ALCALDE
DOCTOR STOCKMANN
ALCALDE
ASLAKSEN
HOVSTAD
DOCTOR STOCKMANN
HOVSTAD
ASLAKSEN
HOVSTAD
MUCHOS
HOVSTAD
VOCES
HOVSTAD
DOCTOR STOCKMANN
HOVSTAD
MORTEN
ASLAKSEN
DOCTOR STOCKMANN
ALCALDE
UN BORRACHO
VARIAS VOCES
OTRAS VOCES
DOCTOR STOCKMANN
ASLAKSEN
(A otro al que ha dado involuntariamente un empujón.) ¿Tú también aquí esta noche, Lamstad?
Sí, bien sabes que no falto a ninguna reunión pública.
Me imagino que habrás traído tu silbato, ¿no?
¡Claro! Pues, ¿qué pensabas? ¿Y tú trajiste el tuyo?
Pues claro que sí, ¿a poco pensabas que se me había olvidado? ¡Mira! ¡Aquí está! Por cierto, el capitán Evensen me dijo que iba a traer un enorme silbato para armar un mayúsculo escándalo.
¡No se mide el tal Evensen! (Todos ríen.)
(Se aproxima.) Oiga: ¿qué a qué demonios se debe este relajo?
Pues nada, que al doctor Stockmann tuvo la ocurrencia de organizar una conferencia para criticar al alcalde.
¡En serio! ¿Se aventó contra su propio hermano?
A él le da lo mismo que sea o no familiar, ya sabe que el doctor Stockmann no le tiene miedo a nada.
Pero esta vez creo que se pasó de rosca. ¡Es evidente que no tiene razón! Por lo menos eso es lo que informa La Voz del Pueblo.
Pues sí, porque de otra manera no es posible entender el por qué no han querido cederle el local en la Sociedad de Propietarios ni en la de Ciudadanos.
Claro, porque tampoco le permitieron que usara la sala del Balneario.
Pues si, si no tiene razón, para qué carambas perder el tiempo ...
(En otro grupo.) ¡Oigan! Y en todo este jaleo, ¿a quién debe uno otorgarle la razón?
(Del mismo grupo.) Usted fíjese en lo que haga Aslaksen y repítalo. ¡Así de fácil!
(Con una cartera bajo el brazo se abre paso entre la multitud.) ¡Disculpen, señores! Con su permiso. Vengo a cubrir el evento para La Voz del Pueblo ... ¡Muchas gracias! (Se sienta junto a la mesa de la izquierda.)
¿Y ese fulano, quién es? ...
¿A poco no lo conoces? ¡Fíjate bien! Es Billing, el que está colocado en el periódico de Aslaksen. (El capitán Horster entra por la primera puerta lateral derecha; acompaña a la señora Stockmann y a Petra. Ejlif y Morten vienen detrás.)
Me parece que aquí estarán ustedes perfectamente. Desde aquí pueden evacuar fácilmente en caso de que las cosas se salieran de control.
¿Cree usted que puede haber jaleo?
Pues ... mire ... ¿la verdad? Es muy dificil el poder afirmar lo contrario ... ¡Entre tanta gente ...! Pero siéntese y no se impaciente.
(Lo hace.) Ha sido usted muy amable al ofrecer esta sala a mi marido.
Nadie quería hacerlo, y pensé que ...
(Que también se ha sentado.) Y sobre todo ha sido usted muy valiente.
¡No, no, no! No creo que haga falta mucho valor para esto. (Hovstad y Aslaken llegan a través de la multitud por diferentes sitios.)
(Se dirige a Horster.) ¿Todavía no ha llegado el doctor?
Claro que sí. Está ahí adentro esperando. (Movimiento cerca de la puerta del foro.)
(A Billing.) Ahí está al alcalde. ¿Ya lo vió?
Sí, es verdad. Pero mire usted, ¿habérsele ocurrido venir con todo el rollo en su contra que se trae el doctor? (El alcalde se abre lentamente camino entre los reunidos; saluda cortésmente y se coloca junto a la lateral izquierda. Poco después aparece el doctor Stockmann por la primera puerta de la misma lateral. Viste abrigo negro y lleva al cuello un pañuelo blanco. Algunos de los asistentes aplauden tímidamente, pero tropiezan con un siseo discreto. Silencio.)
(A media voz.) ¿Cómo estás, Catalina?
(Conmovida.) ¿Yo? Muy bien. (Baja la voz.) ¡Por favor, Tomás, no vayas a acelerarte! ¡Intenta controlarte!
Descuida. Sabré dominarme. (Consulta su reloj, sube al estrado y saluda.) Ya pasa de la hora señalada. Por tanto, voy a empezar. (Abre el manuscrito.)
Espere, espere ... pienso que antes de que usted comience sería bueno que se eligiera un presidente de debates.
¿Qué? No, hombre, no pienso que sea para nada necesario.
¡Si! ¡Si! ¡Que se elija! ¡Que se elija!
También yo considero oportuno que se elija un presidente para dirigir las intervenciones.
Oye, mano, no te la cachetes, esto es una conferencia, no un debate público. Y además fui yo mismo el que les invite a todos ustedes.
Sí; pero una conferencia sobre el Balneario puede acarrear discusiones
¡Que se elija un presidente! ¡Que se elija un presidente!
(Conteniéndose.) Bueno, está bien, si quieren un presidente de debates pues nómbrenlo y dejemos de perder el tiempo.
¿Me gustaria conocer si el señor alcalde estaria de acuerdo en encargarse de la presidencia?
Disculpe usted pero debo declinar ese honor por diversas razones fácilmente comprensibles. Pero tenemos la suerte de contar entre nosotros con una persona que todos aclamarán como presidente. Hablo del señor impresor Aslaksen, representante de la Sociedad de Propietarios.
¡si! ¡Si! ¡Muy bien! ¡Que sea Aslaksen! (El doctor Stockmann baja del estrado con el manuscrito en la mano).
Nombrado por la confianza de mis conciudadanos, acepto. (Sube al estrado.)
(Toma nota.) El señor Aslaksen ... impresor ..., es designado ... presidente ..., entre aclamaciones de la multitud ...
En calidad de presidente, voy a permitirme dirigiros unas breves palabras. Soy un hombre moderado que desea en todo una moderación reflexiva y ... una reflexión moderada; ¡todos cuantos me conocen tienen ocasión de comprobarlo!
¡Muy bien! ¡Muy bien!
Mi experiencia me ha enseñado que la moderación es la virtud más importante de todo ciudadano.
Muy bien.
La reflexión y la moderación son de todo punto indispensables a la sociedad. De modo que invitaré al honorable ciudadano que ha tenido a bien convocarnos aquí a mantenerse dentro de los límites estrictos de la moderación.
(Cerca de la puerta, con sorna.) ¡Viva La Sociedad de la Moderación!
¡Silencio!
Silencio, señores. ¿Quién desea hacer uso de la palabra?
Yo, señor presidente.
El señor alcalde tiene la palabra.
Por mi parte, creo que hubiera sido preferible, dado el estrecho parentesco que me une al médico del Balneario, como todo el mundo lo sabe, abstenerme de hablar esta noche. Pero, por el bien de toda la ciudad, creo mi deber presentar la siguiente propuesta: estoy seguro que ninguno de los ciudadanos aquí presentes quiere que se propaguen más rumores tendenciosos y sin fundamentos sobro la situación sanitaria de la población y del Balneario.
¡No! ¡Protestamos! ¡No! ¡No!
En consecuencia, elevo a la asamblea el ruego de que no se le permita al médico del Balneario leer su Memoria o hablar sobre esta cuestión.
(Sobresaltado.) ¿Cómo? ¿Prohibirme a mí ...?
En la síntesis que he escrito y se ha publicado en La Voz del Pueblo he dejado constancia de las partes principales de esa cuestión, para que todos los ciudadanos conscientes puedan formar su juicio imparcialmente. En ella he demostrado que la propuesta del doctor, además de constituir un gesto hostil contra las autoridades, no acarreará otra consecuancia práctica que la de obligar a los contribuyentes a un gasto inútil de más de cien mil coronas. (Gritos y silbidos.)
(Hace sonar la campanilla.) Silencio, señores. Apruebo la propuesta del señor alcalde. Según mi entender, el doctor Stockmann procura producir una agitación, con otro fin, al hablar de los baños. Pretende que se realice una modificación en el poder, que la administración recaiga en otras manos. Lógicamente, nadie duda de la honorabilidad del doctor, incluso yo mismo soy partidario de la autonomía, siempre que ésta no sea muy gravosa, claro está. Pero el caso es que nos costaría demasiado dinero, por lo que resulta imposible apoyar las ideas del doctor. (Se oyen aplausos.)
También yo me considero obligado a explicar mis ideas personales. Confieso que quise estimular al doctor Stockmann a que expusiera sus ideas revolucionarias, que, al principio, contaba con muchos partidarios. pero nos dimos cuenta que nuestra buena fe había sido engañada con una falsa exposición de los hechos.
¿Falsa exposición?
Inexacta, al menos. Así lo demuestra la síntesis publicada por el señor alcalde. Me parece que nadie puede dudar de mis sentimientos liberales. Todo el mundo sabe que La Voz del Pueblo siempre ha defendido esos sentimientos; pero los hombres de experiencia, los hombres reflexivos, me han enseñado que los asuntos locales hay que tratarlos con cierta cautela.
Estoy completamente de acuerdo con las palabras del orador.
Entonces, creo que no cabrá la menor duda de que el doctor no piensa como la mayoría de los ciudadanos. Y yo pregunto: ¿Cuál es la primera obligación de un periodista, señores? ¿Acaso no es estar siempre conforme con el público? ¿No es verdad que la misión de Un periodista consiste en ser útil a sus lectores? ¿O me equivoco pensando así? Díganmelo.
¡Muy bien! ¡Muy bien!
Francamente, me ha dolido mucho verme obligado a ir en contra del doctor, del que he sido compañero. Es una persona honrada, que merece toda la consideración de sus conciudadanos. Su única falta consiste en dejarse guiar más por su corazón que por su cabeza.
¡Muy bien! ¡Eso es! ¡Viva el doctor Stockmann!
He roto relaciones con él. Lo he hecho por el bien de todos. Pero hay otra razón que, desgraciadamente, me forza a combatirle. Y esa razón que me obliga a detenerle en el mal camino que ha tomado es qué me preocupa la tranquilidad de su familia.
Hágame el favor de no desviarse del asunto de la conducción del agua y de la cloaca.
Me preocupa el porvenir de su mujer y de sus hijos, que aún no pueden valerse por sí mismos.
(Aparte, a la señora Stockmann.) Está hablando de nosotros, mamá.
Va a someterse a votación la propuesta del señor alcalde, señores.
No, no, no hace falta. Ya no pienso hablar del Balneario. Voy a hablar de otra cosa.
(En voz baja.) ¿Y ahora, qué se le habrá ocurrido?
(Desde la puerta.) ¡Protesto! Yo pago mis impuestos como otro cualquiera, y tengo derecho de votar. Ésa es mi opinión. Quiero votar ... ¡Quiero votar! ...
¡Ya cállate!
¡Échenlo pa´fuera! Está borracho. ¡A la calle! (Le arrojan de la sala.)
¿Me permiten hablar?