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EL ENEMIGO DEL PUEBLO
Enrique Ibsen
ACTO QUINTO
Despacho del doctor, con estanteras y vitrinas abarrotadas de libros y de instrumentos médicos. Al foro, puerta que comunica con el vestíbulo. En la lateral izquierda, en primer término, la puerta del salón. En la lateral derecha, un par de ventanas con los cristales rotos; en el centro de la habitación, el escritorio del doctor, lleno de libros y papeles. Todo parece en desorden.
DOCTOR STOCKMANN
SEÑORA STOCKMANN
DOCTOR STOCKMANN
SEÑORA STOCKMANN
DOCTOR STOCKMANN
SEÑORA STOCKMANN
DOCTOR STOCKMANN
SEÑORA STOCKMANN
DOCTOR STOCKMANN
SEÑORA STOCKMANN
DOCTOR STOCKMANN
SEÑORA STOCKMANN
DOCTOR STOCKMANN
SEÑORA STOCKMANN
DOCTOR STOCKMANN
SEÑORA STOCKMANN
DOCTOR STOCKMANN
SEÑORA STOCKMANN
DOCTOR STOCKMANN
SEÑORA STOCKMANN
DOCTOR STOCKMANN
SEÑORA STOCKMANN
DOCTOR STOCKMANN
SEÑORA STOCKMANN
PETRA
SEÑORA STOCKMANN
DOCTOR STOCKMANN
PETRA
DOCTOR STOCKMANN
SEÑORA STOCKMANN
PETRA
DOCTOR STOCKMANN
SEÑORA STOCKMANN
PETRA
DOCTOR STOCKMANN
PETRA
DOCTOR STOCKMANN
PETRA
DOCTOR STOCKMANN
PETRA
DOCTOR STOCKMANN
PETRA
SEÑORA STOCKMANN
DOCTOR STOCKMANN
SEÑORA STOCKMANN
PETRA
HORSTER
DOCTOR STOCKMANN
SEÑORA STOCKMANN
PETRA
HORSTER
DOCTOR STOCKMANN
HORSTER
DOCTOR STOCKMANN
SEÑORA STOCKMANN
DOCTOR STOCKMANN
PETRA
HORSTER
SEÑORA STOCKMANN
DOCTOR STOCKMANN
HORSTER
DOCTOR STOCKMANN
HOSTER
PETRA
HORSTER
PETRA
SEÑORA STOCKMANN
DOCTOR STOCKMANN
HORSTER
DOCTOR STOCKMANN
HORSTER
DOCTOR STOCKMANN
HORSTER
DOCTOR STOCKMANN
SEÑORA STOCKMANN
PETRA
HORSTER
PETRA
HORSTER
DOCTOR STOCKMANN
SEÑORA STOCKMANN
PETRA
DOCTOR STOCKMANN
(Habla por la puerta abierta del salón.) ¡Encontré otra, Catalina!
(Desde el salón.) ¡Bien! ¡Y todavía vas a encontrar varias más!
(Coloca la piedra junto a otras en un montón que se encuentran sobre la mesa.) Guardaré estas como una reliquia. Ejlif y Morten podrán siempre admirarlas. Cuando sean mayores, las heredarán. Oye: ¿no ha ido ...? ¿Cómo se llama esa ... muchacha? .... ¿No ha ido a buscar al vidriero?
(Entra.) Sí, ya fue; pero ha contestado que no aseguraba si podía venir hoy.
No vendrá, ya lo verás.
No; eso mismo piensa Randine. Por los vecinos, ¿sabes? (Habla hacia el salón.) ¿Qué quieres, Randine? ... ¡Ah! Está bien. (Sale al salón y vuelve a los pocos momentos.) Aquí hay una carta para ti, Tomás.
Vamos a ver. (La abre y lee.) ¡Ah!
¿Quién te escribió?
¡Ja ja ja! ¿Quién crees? Pues el casero. Me indica que desalojemos la casa.
Pero ... ¿eso es posible? Y tan decentito que se veía ...
(Mientras mira la carta.) Nos pide disculpas pero dice que de plano no se atreve a obrar de otro modo. Argumenta que lo hace muy a pesar suyo; pero no se atreve a tenernos de inquilinos. Tiene miedo a los vecinos, a la opinión pública. Está esclavizado; no se atreve a ir contra los poderosos ...
¿Ya ves, Tomás?
Sí, sí; ya lo veo. En esta ciudad todos son cobardes; nadie se atreve a nada por consideración al qué dirán. (Arroja la carta sobre la mesa.) Total ... ¡da lo mismo! Mira, Catalina, emigraremos al Nuevo Mundo, y entonces ...
¿Realmente consideras prudente ese viaje, Tomás?
Y ¿qué quieres que hagamos? Después de haberme injuriado con el nombre de enemigo del pueblo; después de haberme puesto en la picota; después de haber hecho añicos los vidrios de mi casa, ¿crees tú que debemos quedarnos, Catalina? ¡Hasta me han roto mi pantalón negro!
Si, es verdad, y era el mejor que tenías.
Uno nunca debería ponerse su mejor ropa cuando se lucha por la libertad y la verdad. Pero lo del pantalón es lo de menos, porque luego lo zurcirás tú. Lo más insufrible para mí es ver cómo el populacho, la plebe, ha
sido capaz de acorralarme, tratándome de igual a igual.
Si, es cierto. ¡Nos han insultado! Han sido más que groseros, Tomás. Pero eso no es razón para que abandonemos la ciudad.
Ya me figuro que la masa debe de ser tan insolente allá como acá. En todas partes es lo mismo. En fin, no me importa que los perros me enseñen sus colmillos. Yo me río de ellos. Pero eso no es lo peor; lo peor es que de una punta a la otra del país todos los hombres son esclavos de los partidos. Claro que el mismo mal también habrá en otros lados. Es posible que en América los asuntos públicos no se lleven mejor; también allí hay mayorías aplastantes, uniones liberales y todas esas patrañas. Matan, pero no queman a fuego lento; no encadenan un alma libre como aquí, y en todo caso el individuo puede apartarse, mantenerse lejos. (Pasea por la estancia.) ¡Ah! ¡Si supiese de un bosque virgen o de alguna isla solitaria en los mares del Sur donde pudiera vivir solo!
Pero ¿cómo que solo? ¿Y qué con nosotros? ¿Y los niños? Oye, pienso que estás exagerando.
(Deteniéndose.) ¿Qué dices, Catalina? ¿Es que prefieres verlos vivir en una atmósfera como ésta? La otra noche, tú misma has podido comprobar que la mitad de la población está loca de atar, y que si la otra mitad no ha perdido también la cabeza es porque los imbéciles no la tienen.
Sí, sí, sí Tomás; tienes razón. Pero también debes admitir que te fuiste de lengua ...
¿Qué quieres decir? ¿Que no es verdad lo que dije, lo que digo? ¿Que esas ideas no hacen perder el juicio? ¿Acaso no son una mezcla de justicia e injustjcia? ¿Acaso no han llamado mentira a lo que yo sé que es verdad? En fin, la mayor locura de esos hombres de edad madura, de todos esos liberales, de toda esa masa infecta, es que se creen y se hacen pasar por espíritus libres. ¿Dónde se habrá visto semejante cosa, Catalina?
Es verdad, es absurdo, es muy lamentable; pero ... (Entra Petra por el salón.) ¿Ya has vuelto de la escuela?
Sí. Acaban de correrme.
¿Que te han despedido?
¿A ti también?
Así me lo dijo la señora Busk, y a mí me ha parecido que lo mejor que podía hacer era marcharme en seguida.
¡Bien hecho!
Me cuesta creer que la señora Busk haya sido capaz de hacer eso contigo.
La señora Busk, en el fondo, no es mala. Se veía muy bien que sufría al obrar de esta manera. Ella misma me lo dijo; pero es que no se atreve a hacer otra cosa. En fin, el caso es que me han puesto de patitas en la calle ...
(Se ríe y dice, frotándose las manos:) ¡Tampoco se ha atrevido ella! ¡Magnífico!
Es comprensible. Después del tumulto de ayer ...
Aún no he acabado, papá.
¿Tienes algo más que agregar? ¡Vamos, dilo!
La señora Busk me enseñó unas cartas que había recibido hoy por la mañana.
Anónimas, por supuesto ...
Exactamente.
¿Lo estás viendo, Catalina? Ni siquiera se atreven a dar su nombre.
Dos de ellas decían que ayer, por la noche, en el círculo, uno de nuestros amigos había dicho que yo tenía ideas demasiado liberales sobre ciertos asuntos.
Supongo que no lo habrás negado, ¿verdad?
¡Claro que no! Me consta que también la señora Busk tiene ideas librales en la intimidad. Pero como las mías son conocidas, no se ha atrevido a mantenerme junto a ella.
¿Lo ves? Nada menos que un amigo nuestro. Así nos agradecen, Tomás, nuestra hospitalidad ...
¡No soporto un momento más entre tanta porquería! ¡Anda , prepara las maletas pronto y vámonos de aquí! Y cuanto antes, mejor.
¡Chist! Alguien viene por el comedor. Petra, ve a ver quién es.
(Abre la puerta del vestibulo.) ¡Ah! ¿Usted aquí, capitán? Pase, por favor.
(Entra.) Quería saber cómo seguían ustedes.
(Estrecha cordialmente su mano.) ¡Gracias, capitán! ¡Es usted muy amable!
Le agradecemos de verdad, el habernos ayudado anoche a llegar a casa, capitán.
¿Cómo pudo entrar usted luego en la suya?
¡Oh! Muy fácil. Tengo buenos puños, y esa gente lo único que tiene fuerte son las gargantas.
Es cierto, son una bola de cobardes. Tan cobardes, que hacen reír. Venga usted. Le voy a enseñar una cosa. ¿Ve usted? ¡Nos han apedreado! ¡Le costará a usted trabajo encontrar entre ellas piedras de combate! Pero, sin embargo, hablaban de hacerme pasar un mal rato, y cuando se ha tratado de llegar a los hechos ..., en esta ciudad miserable no hay ni siquiera un hombre de acción.
Mejor que así sea, doctor; al menos, por esta vez.
Sí, naturalmente. Pero es una vergüenza. Si un día hubiese que librar una batalla importante para el país, ya vería usted cómo la opinión pública, esa mayoría aplastante, huiría como una manada de borregos. ¡Es triste pensarlo! Pero no; en el fondo, su estupidez me hace reír. Dicen que soy un enemigo del pueblo. Pues bien; en adelante seré de veras un enemigo del pueblo.
No, Tomás; nunca lo has sido, ni nunca lo serás.
Yo que tú, no estaría tan seguro de ello, Catalina. Una palabra envenenada puede hacer tanto daño como una punzada en los pulmones, y esa palabra maldita la tengo clavada en mi corazón. ¡Nadie podrá arrancármela ya!
Más vale tomar la cosa con buen humor, papá. ¡Ríete de ellos!
Con el tiempo la gente cambia de ideas, señor doctor.
Sí, capitán; ha dicho usted una gran verdad.
Entonces será demasiado tarde, y tendrán que arreglárselas como puedan. Que parezcan de una vez entre sus abominaciones con el remordimiento de haber desterrado a un buen patriota. Peor para ellos. ¿Cuándo saldremos, capitán Horster?
Precisamente he venido para hablar también de eso.
¿Es que le ha sucedido algo al barco?
No; pero yo ya no puedo salir con él.
¡Me figuro que no le habrán despedido!
(Sonriente.) Sí; me han despedido.
¿Cómo es posible? ¿A usted también?
¿Lo estás viendo, Tomás?
Esto le pasa por su lealtad. Si lo hubiera sabido antes ...
No se preocupe usted. No me será difícil conseguir colocación con cualquier armador de otra ciudad.
¡Ese Vik es un miserable! ¡Hacer semejante cosa, siendo rico y supuestamente libre!
Pero yo creo que, en el fondo, es un hombre justo. Me dijo que me habría mantenido en mi puesto si no fuese porque no se atrevía ...
¡Claro! Pero ¡no se ha atrevido! ¡Era de esperarse!
Me dijo que cuando se pertenece a un partido no es tan fácil oponerse ...
¡Y ésas son las palabras de un hombre honrado! ¡Bah! ¿Sabe usted lo que es un partido? Un partido es un instrumento para hacer picadillo de carne, de carne humana.
Pero ¡Tomás!
(A Horster.) Estoy segura de que no le hubiera ocurrido esto si no nos hubiese acompañado usted a casa.
No me arrepiento.
(Estrechándole la mano.) Muchas gracias.
(Al doctor Stockmann.) He venido a decirle que si está usted decidido a marcharse, tengo un medio.
Con tal de salir de aquí, bienvenido sea.
¡Chist! Han llamado.
Debe de ser el tío Pedro.
(Con voz fuerte.) ¡Adelante!
ALCALDE
DOCTOR STOCKMANN
ALCALDE
SEÑORA STOCKMANN
HORSTER
DOCTOR STOCKMANN
HORSTER
DOCTOR STOCKMANN
ALCALDE
DOCTOR STOCKMANN
ALCALDE
DOCTOR STOCKMANN
ALCALDE
DOCTOR STOCKMANN
ALCALDE
DOCTOR STOCKMANN
ALCALDE
DOCTOR STOCKMANN
ALCALDE
DOCTOR STOCKMANN
ALCALDE
DOCTOR STOCKMANN
ALCALDE
DOCTOR STOCKMANN
ALCALDE
DOCTOR STOCKMANN
ALCALDE
DOCTOR STOCKMANN
ALCALDE
DOCTOR STOCKMANN
ALCALDE
DOCTOR STOCKMANN
ALCALDE
DOCTOR STOCKMANN
ALCALDE
DOCTOR STOCKMANN
ALCALDE
DOCTOR STOCKMANN
ALCALDE
DOCTOR STOCKMANN
ALCALDE
DOCTOR STOCKMANN
ALCALDE
DOCTOR STOCKMANN
ALCALDE
DOCTOR STOCKMANN
ALCALDE
SEÑORA STOCKMANN
DOCTOR STOCKMANN
ALCALDE
DOCTOR STOCKMANN
ALCALDE
DOCTOR STOCKMANN
ALCALDE
DOCTOR STOCKMANN
ALCALDE
DOCTOR STOCKMANN
ALCALDE
DOCTOR STOCKMANN
SEÑORA STOCKMANN
PETRA
DOCTOR STOCKMANN
MORTEN KÜL
DOCTOR STOCKMANN
MORTEN KÜL
DOCTOR STOCKMANN
MORTEN KÜL
DOCTOR STOCKMANN
MORTEN KÜL
DOCTOR STOCKMANN
MORTEN KÜL
DOCTOR STOCKMANN
MORTEN KüL
DOCTOR STOCKMANN
MORTEN KÜL
DOCTOR STOCKMANN
MORTEN KÜL
DOCTOR STOCKMANN
MORTEN KÜL
DOCTOR STOCKMANN
MORTEN KÜL
DOCTOR STOCKMANN
MORTEN KÜL
DOCTOR STOCKMANN
MORTEN KÜL
(Asoma por la puerta.) Si estás ocupado, vuelvo más tarde.
No, no; adelante, puedes pasar.
Bueno, es que ... es que tenía que decirte algo ... pero ... de manera confidencial.
Muy bien, entiendo la indirecta. Esperaremos en el salón.
Bueno, doctor, mejor es que vuelva después.
No, no, no, por favor, capitán; quédese usted también. Aún tengo que decirle algunas cosillas. Hágame el favor de esperarme en el salón, se lo suplico.
Bien, bien. Esperaré. (Pasa tras la señora Stockmann y Petra al salón. El alcalde, sin decir palabra, mira disimuladamente los vidrios rotos.)
Por cierto, Pedro, si te molesta la corriente, puedes abrigarte.
Gracias. Con tu permiso. (Se coloca la gorra.) Ayer tomé frío.
Pues en mi opinión hacía bastante calor en la sala.
No tienes idea cuánto siento el no haber podido eVitar lo de anoche.
¿Era eso lo que tenías que decirme tan confidencialmente?
(Saca una carta del bolsillo.) Aquí te traigo una carta de la Dirección del Balneario.
Me corren, ¿no es eso?
Sí, desde hoy. Lo sentimos mucho; pero no nos atrevemos a obrar de otro modo ante el ambiente que se ha creado entre la opinión pública.
(Con una sonrisa.) ¡Ah! ¿No se atreven? Vaya, vaya, vaya. ¿Sabes? No es la primera vez que oigo ese comentario.
Tomás, te pido que te des cuenta de la situación en que te encuentras. De aquí en adelante no vas a tener clientela en la ciudad.
¡Ah, si! ¿No me digas? Pero ... mira como tiemblo ... ¿Sabes? ¡Me vale maiz! ... Y, por cierto, ¿cómo estás tan seguro de eso?
La Sociedad de Propietarios está haciendo circular de casa en casa un documento según el cual los ciudadanos dignos deben comprometerse a no acudir a tu consulta. Nadie se atreverá a negar su firma. Sencillamente, no se atreverán.
No lo dudo. ¿Y qué más?
Pues ... estando las cosas como están, me permitiría sugerirte que te marchases por un tiempecito de la ciudad. Sería lo mejor para ti.
¡Mira que curioso! ¿Qué comes que adivinas? ¡Precisamente esos son mis planes!
Pues ... qué bien que pienses así. Realmente es un alivio oirte decir eso. Y si, después de que refexiones durante ... no sé ... quizá durante unos meses o a lo mejor ... un año ... tomas la decisión de escribir unas líneas de arrepentimiento y firmemente te retractas de tus errores ...
¿Aseguras que volvería a obtener mi puesto? ¿No es así?
Bueno, tanto como asegurar, asegurar ... Mas bien, existiría una alta probabilidad de que eso ocurriese. O sea que no sería del todo imposible.
¡Cómo! ¡No puede ser! ¿Y la opinión pública? ¿Es que no estás tomando en cuenta a la bendita opinión pública?
¡Déjate de bromas! La opinión pública es muy voluble. Además, la verdad, lo que importa es que entonces tu declaración de culpabilidad ...
Lo creo. Pero tú ya sabes muy bien lo que pienso de esos rollos.
Sí; ya lo sé. Pero cuando decías eso, tu situación era muy buena y estabas convencido de contar con la máyoría aplastante.
Y ahora, en cambio, está contra mí. Bueno; pues ... la neta ... no. ¡Nunca haré eso! ¡Jamás!
Pero, Tomás, recapacita. Un padre de familia no puede arriesgarse a hacer eso.
¿Crees que no me atreveré? Sólo hay una cosa en el mundo a la que un hombre libre no debe atreverse. ¿Sabes cuál es?
No.
Lo suponía. Bueno; voy a decírtela: un hombre libre no debe jamás atreverse a obrar vilmente de modo que él mismo tenga que escupirse a su propia cara, que se sienta indigno ante sí mismo.
Me parece muy bien; y si no hubiese otra razón que tu empeño en defender una causa perdida ... ; pero es que, precisamente, hay una.
¿A qué te refieres?
¡Vaya, por fin parece que me entiendes! Te estoy dando un consejo de hermano y de hombre razonable: no te entregues a esperanzas inútiles, que, probablemente, nunca se realizarán.
Vuelvo a preguntarte, ¿a qué te refieres?
¿No me digas que no conoces el testamento de Kül, del viejo Kül?
Lo único que sé es que lo poco que tiene lo lega al asilo de ancianos. Pero, bueno, ¿y a mí qué mas me viene todo eso?
¿Lo poco que tiene? Ja, ja, ja. Debes de saber que el viejo Kül es rico, y muy rico.
¿No me digas? Pues mira, definitivamente a diario se aprende algo. No, no lo sabía. ¿Y qué con eso?
¿Y tampoco sabías que una gran parte de su fortuna iba a ser para tus hijos, y que tú y tu mujer compartirían el usufructo? ¿Nunca te lo ha dicho el viejo Kül?
No; nunca. Al contrario, siempre estaba fingiéndose pobre; no hacía más que protestar contra los impuestos ... ¿Estás seguro, Pedro, de no equivocarte?
Pues créeme: mis informes son de muy buena fuente.
¿De manera que Catalina y los niños estarán libres de toda necesidad? Tengo que darles esa gran noticia. (A voces.) ¡Catalina! ¡Catalina!
¡Chist! ¡Cállate! No digas nada aún.
(Aparece por la puerta.) ¿Me llamabas? ¿Que querías?
Nada, nada. Olvídalo. (La señora Stockmann cierra de nuevo la puerta. El doctor Stockmann pasea nerviosamente de un lado a otro.) ¡Libres de toda necesidad! ¡Libres, a pesar de todo! ¡Qué alegría! ¡Esa noticia me ha hecho sentir realmente feliz!
Espera, espera ... no te aceleres ... Todavía no es seguro. Piensa que el viejo Kül puede anular el testamento el día que se le pegue la gana.
No, Pedro; no lo hará. El viejo estaba muy contento viendo cómo luchaba yo contra ti y tus inteligentes amigos.
(Asombrado.) ¡Ah! ¡Claro! ¡Ahora me explico perfectamente que ...!
¿Qué ...?
No; nada. Tenías esto preparado hace mucho tiempo. Todos los ataques que has hecho a las autoridades en nombre de la verdad formaban parte de un plan premeditado, ¿no es así?
¿Cómo?
Pretendías heredar a ese viejo huraño.
(Perdiendo la voz.) Pedro, eres el ser más vil y más asqueroso que he conocido en mi vida.
Ahora, todo ha acabado entre nosotros. Estás destituido definitivamente. Disponemos de armas poderosas contra ti, después de lo que acabo de saber. (Se marcha.)
(Al alcalde.) ¡Vete! ¡Sí! ¡Vete mucho para la tiznada! ¡Lárgate de una vez! ¡Eres una alimaña repugnante! (A voces.) ¡Catalina! Que laven el suelo que acaba de pisar ese hombre. Que vengan con un cubo de agua. Llama a esa muchacha, a la criada ...
(Desde él salón.) ¡Por Dios, Tomás, cálmate!
(Asoma a la puerta.) Papá, él abuelo está aquí y dice que quiere hablarte un momento a solas.
¿Eh? ¿Cómo? (Se dirige hacia la puerta.) Pase (Morten Kül entra y Stockmann cierra la puerta tras él.) Siéntese por favor. ¿De qué se trata?
Nada; no vale la pena. (Mira en torno suyo.) Tiene usted la casa muy ventilada, ¿verdad, Stockmann?
¡Ah! ¿Le parece?
Sí; la verdad, no le falta a usted aire fresco. Estará usted furioso, ¿no? Pero, por lo menos,
tendrá la conciencia tranquila.
Sí; tiene usted mucha razón.
Estoy convencido. (Señala su pecho.) ¿Sabe usted lo que tengo aquí?
¿Una conciencia tranquila también?
No; algo mucho mejor. (Saca una cartera y enseña varios pápeles.)
(Mirándole extrañado.) ¿Acciones de la Sociedad del Balneario?
Hoy están muy baratas.
¿Y usted las ha comprado?
Todas las que he podido.
Pero ¿ha olvidado usted él miserable estado en que se encuentra el establecimiento?
Si es usted inteligente y razonable, todo puede arreglarse.
Bien sabe usted que yo hago lo que puedo. Pero en esta ciudad todos están locos.
Ayer me dijo usted que era mi molino el que principalmente producía la infección. Si eso fuera verdad, resultaría que mi abuelo, mi padre y yo seríamos desde hace años la plaga de la ciudad. ¿Cree usted que yo puedo tolerar semejante deshonra sobre mi nombre?
Lo que creo es que, desgraciadamente, no tendrá usted más remedio que admitirlo.
Pues no. Estoy muy preocupado por la limpieza de mi nombre. Por lo que sé, hasta me han puesto por mote el de un animal puerco. Pero ya les demostraré yo que no merezco ese nombre y que viviré como he vivido, en la más absoluta limpieza.
¿Cómo hará para conseguirlo?
Eso ya es cuestión suya.
¿Mía?
¿Sabe usted con qué dinero he comprado esas acciones? Pues con el dinero qué su mujer y sus hijos iban a heredar de mí.
(Con creciente nerviosismo.) ¿Cómo? ¿El dinero que destinaba usted a Catalina ha sido capaz de tirarlo en eso?
Sí. Todo, el dinero está colocado desde hoy en el establecimiento. Ahora vamos a ver si está usted verdaderamente loco. Si continúa usted diciendo que las inmundicias de mi molino infectan las aguas del Balneario, perjudicando así los intereses de su mujer y de sus hijos ...