Indice de Fantomas de Pierre Souvestre y Marcel Allain Presentación de Chantal López y Omar Cortés CAPÍTULO SEGUNDO. Alba trágicaBiblioteca Virtual Antorcha

Fantomas

Pierre Souvestre y Marcel Allain

CAPÍTULO PRIMERO

El genio del crímen



¡Fantomas!

- ¿Qué dice usted?

- Digo ... Fantomas.

- ¿Qué significa eso?

- ¡Nada ... y todo!

- Pero ¿quién es?

- ¡Nadie ... y, sin embargo, alguien!

- En fin, ¿qué hace ese alguien?

- ¡Miedo!

La comida acababa de terminarse, y los comensales pasaron al salón. Desde siempre, durante la larga estancia que hacía cada año en su castillo de Beaulieu, al norte del departamento de Lot, en el límite de la Correze, en esa pintoresca región que bordea la Dordogne, la marquesa de Langrune, para acompañar su soledad y conservar sus relaciones, recibía regularmente a comer, cada miércoles, a algunos de sus íntimos de la vecindad: El presidente Bonnet, antiguo magistrado retirado en los alrededores de Brive, en una pequeña propiedad situada en el límite de la Villa de Saint-Jaury; el abate Sicot, cura del municipio, que era igualmente uno de los asiduos del castillo. Asistía también, aunque menos frecuentemente, su amiga la baronesa de Vibray, joven viuda, independiente y rica, que adoraba los viajes y pasaba la mayor parte del tiempo por las carreteras. en su automóvil.

En fin, la juventud estaba representada por el joven Charles Rambert, que había llegado al castillo hacía cuarenta y ocho horas, apuesto muchacho de unos dieciocho años, al que trataba afectuosamente la marquesa, y por Thérese Auvernois, la nieta de madame de Langrune, de la que, desde la muerte de sus padres, la marquesa hacía de madre.

La conversación extraña y misteriosa que acababa de sostener el presidente Bonnet al levantarse de la mesa, y la personalidad de ese Fantomas, que no había precisado el magistrado, intrigaban a sus acompañantes, y mientras la pequeña Thérese servía amablemente el café, las preguntas se hicieron más apremiantes.

El presidente Bonnet empezó:

- Si consultamos, señoras, las estadísticas, veremos que, en el número de muertos que se registran diariamente, se encuentra al menos una buena tercera parte que son debidos a crímenes. Ustedes saben, lo mismo que yo que la Policía descubre alrededor de la mitad de los crímenes que se cometen y que apenas si la justicia castiga ta mitad.

- ¿Adónde va usted a parar?- interrogó curiosa la marquesa de Langrune.

- A esto -respondió el magistrado, que continuó-: Si muchos atentados permanecen insospechados, no por eso han dejado de ser cometidos; ahora bien: si algunos tienen por autores vulgares criminales, otros son debidos a seres enigmáticos, difíciles de descubrir, demasiado hábiles o demasiado inteligentes para dejarse coger. Los anales históricos rebosan anécdotas de personajes misteriosos: la Máscara de Hierro, Cagliostro ... ¿Luego por qué no hemos de creer. que en nuestra época haya émulos de esos poderosos malhechores?

El abate Sicot levantó suavemente la voz para decir:

- La Policía es mucho mejor en nuestros días que antiguamente ...

- ¡Sin duda -reconoció el presidente-; pero su papel es más difícil también que nunca! Los bandidos de renombre tienen, para ejecutar sus crímenes, muchos medios a su disposición; la ciencia, tan favorable a los progresos modernos, puede en alguna ocasión, ¡ay!, convertirse en verdadera colaboradora de los criminales. Por consiguiente, las probabilidades son iguales para ambas partes.

El joven Charles Rambert, que escuchaba atentamente las manifestaciones del presidente, instó con una voz suave, ligeramente alterada:

- Entonces, señor, ¿va a hablarnos de Fantomas, en seguida?

- A eso voy, en efecto, pues ustedes me han entendido, ¿no es así, señoras? En lo sucesivo, es preciso que nuestra época registre en su activo la existencia de un ser misterioso y temible, al que las autoridades acorralan y el rumor público ha dado ya desde hace mucho tiempo el nombre de Fantomas. ¡Fantomas! Es imposible decir exactamente, con precisión, quién es ... Fantomas. Encarna bien la personalidad de un individuo determinado, hasta incluso conocido, o bien afecta la forma de dos seres humanos a la vez. .. ¡Fantomas! ¡No está en ninguna parte y está en todas! Su sombra se cierne sobre los misterios más extraños; su huella se encuentra alrededor de los crímenes más inexplicables y, sin embargo ...

- Pequeños -dijo la baronesa de Vibray a los muchachos-, os debéis de aburrir entre las personas mayores; recobrad, pues, vuestra libertad. Thérese -continuó sonriendo a su nieta, que, muy obediente, se había levantado ya-, hay un magnífico juego de puzzle en la biblioteca; deberías ensayar a hacerlo con tu amigo Charles ...

La baronesa de Vibray volvió a entablar la conversación sobre Fantomas:

- Pero al hecho, presidente. ¿Por qué habla usted de este siniestro personaje en el caso de la desaparición de lord Beltham? ¡Ay! Nosotras, las mujeres, conocemos a los hombres, y sabemos que son capaces de todas las calaveradas. Puede ser que no se trate más que de una fuga vulgar.

- Perdón, baronesa, perdón ... Si la desaparición de lord Beltham no hubiera estado rodeada de ninguna circunstancia misteriosa, es evidente que yo participaría de su manera de pensar; pero hay un hecho que debe llamar nuestra atención; el periódico La Capitale, del que les he leído un resumen hace un momento, lo señala además. Se dice, en efecto, que lady Beltham se preocupó por la ausencia de su marido; es decir, la mañana siguiente a su desaparición, se acordó de haber visto a lord Beltham leer, en el momento en que iba a salir, una carta cuya forma particular, forma cuadrada, había extrañado a lady Beltham. Lady Beltham, además, había notado que, en la carta, los renglones estaban escritos con una gruesa letra negra. Luego, había rebuscado en el escritorio de su marido la carta en cuestión; pero el texto escrito había desaparecido. Apenas se descubrieron, después de un examen minucioso, algunas huellas imperceptibles que indicaban haber estado allí el documento que había tenido su esposo entre las manos. Lady Beltham no habría reparado en este hecho si el periódico La Capitale no hubiera tenido la idea de ir con este motivo a entrevistar al policía Juve, el famoso inspector de la Süreté, que, en muchas ocasiones, había procedido a la detención de criminales famosos. Ahora bien: Juve se mostró muy emocionado por el descubrimiento y la naturaleza de este documento. No ocultó a su interlocutor que creía encontrarse ante una manifestación de Fantomas, teniendo en cuenta el carácter extraño de la extraordinaria epístola.

El presidente Bonnet había convencido ya a su auditorio y sus últimas palabras produjeron frío en la concurrencia.

La marquesa de Langrune creyó que debía desviar la conversación, preguntando:

- Pero ¿quiénes son entonces esas personas, lord y lady Beltham?

Fue la baronesa de Vibray quien respondió:

- ¡Ah, mi querida amiga! Bien se ve que no está muy al tanto de los ecos mundanos de París. Lord y lady Beltham son de lo más conocido. Lord Beltham fue, en otro tiempo, agregado a la Embajada de Inglaterra; dejó París para ir a luchar en el Transvaal, y su mujer, que le acompañó, reveló en el transcurso de la guerra hermosas cualidades de valor y piedad, dirigiendo las ambulancias y el cuidado de los heridos. Lord y lady Beltham volvieron luego a Londres, y después se establecieron definitivamente de nuevo en París. Vivían y viven todavía en el bulevar Inkermann, en Neuilly-surSeine, en un encantador hotel donde reciben muy a menudo y de la manera más deliciosa. En muchas ocasiones he sido huésped de lady Beltham; es una mujer seductora como la que más; distinguida, alta, rubia, animada con ese encanto particular de las mujeres del Norte ...

Sonaron las diez.

- Thérese -llamó madame Langrune, a quien sus deberes de dueña de la casa no hacían olvidar su papel de abuela-, Thérese, niña, es hora de acostarte ... Se hace tarde, bonita ...

La jovencita dejó el juego, dócilmente, y dio las buenas noches a la baronesa de Vibray, al presidente Bonnet y. por último, al anciano cura, quien, paternalmente, le preguntó:

- ¿Te veré, Thérese, en la misa de siete?

La muchachita se volvió hacia la marquesa.

- Abuela -le dijo-, quisiera que me permitieses acompañar a Charles a la estación mañana por la mañana; iré a misa de ocho, al volver ...

La marquesa de Langrune se volvió hacia Charles Rambert:

- Entonces, ¿es en el tren de las seis cincuenta y cinco en el que su padre llega a Verrieres, mi pequeño Charles?

- Sí, señora ...

Madame de Langrune vaciló un instante; después, dirigiéndose a Thérese, añadió:

- Me parece, niña, que será mejor dejar a nuestro amigo que vaya a buscar solo a su padre.

Pero Charles Rambert protestó:

- ¡Oh señora! Estoy seguro de que mi padre se pondrá muy contento si ve conmigo a mademoiselIe Thérese cuando él baje del tren.

- En ese caso, hijos míos -concluyó la excelente mujer-, arregladlo como os parezca ... Thérese -continuó ella-, antes de subir a acostarte, avisa a nuestro buen mayordomo Dollon que dé las órdenes necesarias para que enganchen el coche, mañana por la mañana a las seis ... La estación está lejos ...

- Bien, abuela.

Los dos jóvenes abandonaron el salón.

- Pero -interrogó el cura-, ¿quién es entonces este joven Charles Rambert? Lo he encontrado cabalmente anteayer con su viejo mayordomo Dollon y le confieso que me he devanado los sesos para reconocerle ...

- No me extraña -respondió riendo la marquesa- que no haya logrado averiguarlo, mi querido cura, porque usted no le conoce. Sin embargo, puede ser que ya me haya oído hablar de un tal M. Etienne Rambert, un viejo amigo. Había perdido completamente de vista a Etienne Rambert cuando lo volví a ver hace dos años en París, en una fiesta de caridad; este pobre hombre había tenido una vida accidentada, se casó, hace veinte años, con una encantadora persona; pero, según oí decir, estaba muy enferma. Creo que padecía una cruel enfermedad. No sé si estaba loca ... Etienne Rambert tuvo que recluirla recientemente en una casa de salud ...

- Esto no nos dice cómo su hijo ha venido a ser su huésped -dijo el presidente Bonnet.

- ¡Pues bien! Figúrense ustedes que, hace poco, el joven Charles Rambert dejó el pensionado en el cual se encontraba en Hamburgo para perfeccionar el alemán; yo sabía por las cartas de su padre que madame Rambert había sido internada. Etienne Rambert, por otra parte, tenía necesidad de ausentarse; yo me ofrecí a recibir a Charles aquí, en Beaulieu, hasta que su padre volviese a París; Charles está aquí desde anteayer ... y eso es todo.

- Y Etienne Rambert, ¿viene a reunírsele mañana?

- Precisamente, pues ...

La marquesa de Langrune iba a seguir dando otros detalles sobre su joven protegido, pero este volvió a entrar en el salón.

Los invitados se callaron, mientras que Charles Rambert se acercó al grupo con un juvenil desmaño. El joven, instintivamente, se colocó junto al presidente Bonnet y, cobrando ánimos de repente, interrogó a media voz:

- ¿Entonces, señor?

- ¿Entonces, qué, mi joven amigo? -preguntó el magistrado.

- ¡Oh! -dijo Charles Rambert-. ¿No habla entonces más de Fantomas? ¡Es tan divertido!

Bastante secamente, el presidente advirtió:

- La verdad, yo no encuentro que estas historias de criminales sean divertidas, como usted dice ...

Pero el joven, sin darse cuenta del matiz del reproche, continuó:

- Sin embargo, es muy curioso, muy extraordinario, que pueda haber en nuestra época personajes tan misteriosos como Fantomas; ¿es verdaderamente posible que un solo hombre cometa tantos crímenes, que un ser humano sea capaz, como se pretende que es Fantomas, de escapar a todas las pesquisas y de frustrar los ardides más sutiles de la Policía? Yo encuentro que esto ...

Cada vez más frío, el presidente le interrumpió:

- ¡Joven, no comprendo su actitud! Parece seducido, electrizado.

Y volviéndose hacia el abate Sicot, el presidente Bonnet añadió:

¡Aquí tiene usted, señor cura, el resultado de esta educación moderna, del estado de opinión creado por la Prensa!

Pero Charles Rambert insistía:

- ¡Señor presidente, es la vida, es la historia, la actividad, la realidad!

Aun la misma marquesa de Langrune, tan indulgente, dejó de sonreír.

Charles Rambert comprendió que había ido demasiado lejos y se paró en. seco.

- Les pido perdón; he hablado sin reflexionar.

Charles Rambert tenia un semblante tan desolado, que el magistrado le consoló:

- Tiene usted mucha imaginación, joven; demasiada ... Pero esto pasará ... Vamos, está todavía en la edad en que se habla sin saber.

La velada se había prolongado hasta muy tarde, y algunos instantes después de este pequeño incidente, los huéspedes de la marquesa se retiraron.

Charles Rambert acompañó a la marquesa de Langrune hasta la puerta de su habitación y respetuosamente iba a saludarla, para irse en seguida a su alcoba, que estaba al lado, cuando la marquesa le invitó a entrar:

- Venga, Charles, coja ese libro que le he prometido; debe de estar encima de mi escritorio.

Desde el momento en que entró en la pieza, la marquesa de Langrune lanzó una rápida ojeada en la dirección del mueble y se corrigió al momento:

- ¡O al menos dentro de mi escritorio! ¡Puede ser que lo haya cerrado con llave!

El joven se excusó:

- No quiero molestarla, señora ...

- Sí ..., sí ... -insistió la bondadosa marquesa-. Tengo, por otra parte, que abrir mi mesita, pues quiero 'Ver el billete de lotería que he regalado a Thérese hace algunas semanas ... ¡Eh, Charles -prosiguió madame de Langrune levantando los ojos hacia el joven, mientras que doblaba el cilindro de su mesita Imperio-, sería una suerte que a mi pequeña Thérese le hubiera tocado el premio gordo!

- Efectivamente, señora -sonrió Charles Rambert.

La marquesa había encontrado el libro.

Se lo dio al muchacho con una mano, y con la otra desplegó unos papeles multicolores.

- ¡Aquí están los billetes! -exclamó.

Pero interrumpiéndose, exclamó:

- ¡Dios mío, qué tonta soy! No me acuerdo del número del billete premiado que traía La Capitale ...

Charles Rambert se ofreció al momento:

- ¿Quiere, señora, que vaya a buscar el periódico?

La marquesa movió negativamente la cabeza:

- Es inútil, no está, mi querido niño; el cura, todos los miércoles por la tarde, se lleva la colección de la semana ... ¡Bah! Mañana será otro día.

En su alcoba, con la luz apagada y las cortinas echadas, Charles Rambert, extrañamente agitado, no dormía.

El joven no hacía más que dar vueltas en la cama nerviosamente.

Si se adormilaba algún momento, la imagen de Fantomas se le aparecía en el pensamiento, variando, no obstante, sin cesar: unas veces veía un cploso con rostro bestial y espaldas musculosas; otras, un ser pálido, delgado, con ojos extraños y brillantes; otras, como una forma indecisa, un fantasma ... ¡Fantomas!
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