Indice de Fantomas de Pierre Souvestre y Marcel Allain | CAPITULO DËCIMO. El baño de la princesa Sonia | CAPÍTULO DUODÉCIMO. Un puñetazo | Biblioteca Virtual Antorcha |
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Fantomas Pierre Souvestre y Marcel Allain CAPÍTULO UNDÉCIMO Magistrado y policía En pie en medio del despacho que ocupaba en el Palacio de Justicia, monsieur Fuselier, el juez de instrucción, se dedicaba con sumo cuidado a cepillar su sombrero. Monsieur Fuselier tenía desde hace mucho tiempo costumbre de monologar: - No he perdido el tiempo hoy -se declaró a sí mismo-. La instrucción no ha adelantado, es verdad; pero esto no es culpa mía, puesto que he procedido de la manera más regular. Toda la dificultad, ahora, está en saber cómo voy a actuar en adelante. ¿Nuevos interrogatorios? ¡Pchs!, no me enseñarán nada que no sepa ... ¿Entonces? ... Se interrumpió. Acababan de dar tres golpes discretos. - Adelante -dijo. Y cuando la puerta se entreabrió, mOilsieur Fuselier, reparando en su visitante, le acogió amablemente. - ¿Usted? ¡Mi querido Juve! ¿Qué azar le trae a mi despacho? - Monsieur Fuselier, sabe usted muy bien que tengo el más vivo placer en estar con usted y cambiar ideas sobre los casos interesantes. Es, pues, inútil que me excuse; si hace mucho tiempo que no vengo a saludarle, no necesita usted sacar deducciones para adivinar los motivos de mi ausencia ... - ¿Tiene usted mucho trabajo? - Enorme. - El hecho es -dijo el magislrado- que en esle momento no faltan los casos trágicos y sensacionales. Juve aprobó: - Sí ... Tiene usted razón. Pero lo peor es que este año judicial no será un año brillante para la Policía ... Si bien hay muchos casos, no son muchos los casos resueltos felizmente ... Monsieur Fuselier sonrió. - ¡Qué idealista está usted hecho, mi querido Juve! Usted sueña siempre con informaciones extraordinarias, detenciones imprevistas, sucesos impresionantes. ¡Qué diablos! Su prestigio está lejos de disminuir ... Juve dijo no con la mano. - No sé a qué hace usted alusión. Si quiere hablar, por ejemplo, del caso Beltham o del caso Langrune ..., me confesará, monsieur Fuselier, que sus cumplidos son inmerecidos. En ninguno de estos dos casos he llegado a un resultado concreto. Monsieur Fuselier, a su vez, se dejó caer en una silla, e interrogó: - ¿No sabe usted nada nuevo respecto de ese misterioso asesinato de lord Beltham? - ¡Nada, absolutamente nada! ... ¡Chapoteo! Monsieur Fuselier interrumpió al policía y, cruzándose de brazos, le reprochó agradablemente: - ¡Quia, mi querido Juve! ¡Usted parece quejarse! ¡Verdaderamente, no hay de qué! ... Su saldo es, en este momento, aunque usted pretenda lo contrario, haber esclarecido el caso Beltham y solucionado el caso Langrune. - Es usted muy amable, monsieur Fuselier; pero no está muy inspirado. Desgraciadamente, no tengo nada esclarecido en el caso Beltham ... - Ha encontrado usted al lord desaparecido ... - Sin duda, pero ... - ¡Lo que es ya maravilloso! ... Al hecho: ¿cómo se le ocurrió a usted ir a la calle Levert precisamente a registrar los baúles de Gurn? - Por un procedimiento bien simple, monsieur Fuselier ... Mire, cuando lord Beltham desapareció, ¿recuerda la emoción? - ¡En efecto! ... - En ese momento fue cuando me llamó la Sûreté. ¡Pardiez!, me di cuenta rápidamente que era preciso descartar las hipótesis de accidentes o de suicidio, y, por consiguiente, concluir en el crimen ... - Bien; pero eso no le adelantó mucho. - ¡Eso me dio la clave del asunto, al contrario! ... Una vez convencido que había habido crimen, como no sabía de quién sospechar, sospeché, naturalmente, de todo el mundo; es decir, de todos los que se relacionaban con lord Beltham ... Supe, después de eso, que el antiguo embajador había tenido relación con un tal Gurn, inglés, que él había conocido en el Transvaal en la época de la guerra, y cuya existencia era, en suma, de lo más misteriosa ... Esto debía incitarme forzosamente a ir a casa de Gurn, a título de información al menos ..., y he ahí todo, monsieur Fuselier. Monsieur Fuselier aprobó con la cabeza el relato del policía. - Su modestia es encantadora, Juve. Presenta las cosas como muy naturales; cuando, en realidad ha dado pruebas de un gran olfato ... Juve protestó contra las felicitaciones del magistrado: - ¡Cuestión de suerte ... y nada más! - ¿Y cuestión de suerte también -prosiguió monsieur Fuselier, sonriendo- los notables descubrimientos que ha hecho? Usted ha descubierto, por ejemplo, que para impedir que el cuerpo exhalase mal olor, se le había embalsamado de algún modo, inyectándole en las venas una solución de sulfato de cinc ... Juve protestó de nuevo: - No había más que saber mirar. - Admitamos que usted no haya estado extraordinariamente hábil en el caso Beltham, puesto que eso le gusta. Queda, por lo menos, repito, cómo ha explicado usted el caso Langrune ... - ¡Oh, explicado! - Usted sabe, Juve, que yo no ignoro que ha estado en la Audiencia de Cahors ... - No -dijo Juve-, ¿y qué? - ¿Cuál ha sido su impresión, Juve? - ¿Sobre qué punto? -precisó el policía. - Pues ... sobre todo el asunto, sobre el veredicto, sobre la culpabilidad de Etienne Rambert. - Monsieur Fuselier -declaró al fin-, si yo hablase a otro que no fuese usted, no respondería nada o le daría una respuesta que no lo sería. Pero hace mucho tiempo que nos conocemos, me ha demostrado una gran benevolencia, y voy a decirle todo lo que pienso ... Para mí, el caso Langrune no ha hecho más que empezar y nada hay definitivo ... - Pero, entonces, desde su punto de vista, ¿Charles Rambert no es el culpable? - ¡Oh! Yo no he dicho eso ... - ¿Qué dice usted entonces? ¿No será su padre quién lo habrá matado? - La hipótesis no es imposible. - Pero, en fin, ¿qué hay? Juve suspendió su paseo. - Ahí está el quid. ¿Cuál es la verdad exacta de todo este asunto? Es mi preocupación constante. No puedo olvidar ese crimen que absorbe todos mis pensamientos; me interesa cada vez más ... Como monsieur Fuselier se guardase de interrumpirle, Juve añadió: - ¡Oh, tengo muchas ideas ... inverosímiles! Monsieur Fuselier quedó algunos minutos callado, esperando otras confidencias del policía. Este se calló, y el magistrado, apuntando con el índice hacia él, le dijo: - Juve, le acuso formalmente de querer mezclar a Fantomas en el asesinato de la marquesa de Langrune ... El policía respondió en el mismo tono de broma: - Lo confieso, señor juez ... - ¡Pardiez! -exclamó el magistrado-. ¡Fantomas es su tema, su manía, su oveja negra! ... - Exacto ... Pero monsieur Fuselier se puso serio. - ¿Quiere que le diga una cosa, Juve? ¿Me permite que sea indiscreto? ... - Es más, se lo suplico ... - ¡Pues bien, mi querido Juve! ¿Cómo es que no ha venido para preguntarme sobre el robo del Royal-Palace? - ¿El robo de la princesa Sonia Danidoff? - ¡Sí ..., el robo de Fantomas! ... - ¡Oh, de Fantomas! ... -protestó Juve-. Habría que verlo ... - ¡Caramba! -replicó monsieur Fuselier-. Usted no ignora, sin embargo, el detalle de la tarjeta que dejó ..., en la cual apareció, a continuación, la firma de Fantomas ... Juve acababa de coger una silla y, sentándose a horcajadas, con los brazos cruzados sobre el respaldo, la barba apoyada en las manos, respondió a monsieur Fuselier: - No hay Fantomas para mi en ese asunto. - ¿Y por qué? - ¡Pchs! Me imagino muy mal a Fantomas dejando, después de su visita, una prueba cierta de su paso ... Esto no está dentro de su costumbre ... ¿Por qué no imaginarse que, en adelante, él cometerá los robos o los asesinatos con una gorra en la cabeza que lleve en la banda una inscripción de este género: Fantomas y Cía ...? Monsieur Fuselier reía. Después: - ¿No cree usted a Fantomas capaz de lanzar un desafío a la Policía, dejando precisamente una prueba palpable de su identidad? - Monsieur Fuselier, yo razono siempre apoyándome en las más grandes verosimilitudes; lo que resalta en esta historia del Royal-Palace ... es que un vulgar rata de hotel ha tenido la ingeniosa idea de arrojar las sospechas sobre Fantomas ... Es un truco. - ¡No! Está equivocado, Juve. No es un vulgar rata de hotel el que ha robado el collar de madame Van den Rosen y los ciento veinte mil francos de la princesa Danidoff. La importancia de la suma, por otra parte, era de la naturaleza de las que pueden tentar a Fantomas ... Y la audacia de este robo también aparece significativa. - Hágame, pues, el relato del robo, monsieur Fuselier. El magistrado fue a sentarse detrás de su escritorio y, ayudándose con los papeles esparcidos aún sobre su carpeta, puso a Juve al corriente de los detalles que había recogido en el curso de las investigaciones del mismo día. - Mire -dijo Fuselier-, lo que me parece más extraordinario es la manera de cómo el criminal, una vez que hubo salido de la alcoba de la princesa Sonia Danidoff, llegó a meterse en el ascensor, a quitarse en un segundo el traje de etiqueta, ponerse una librea de criado e intentar escapar la primera vez. El portero se lo impidió ... El no pierde la cabeza. Vuelve a tomar el ascensor y lo envfa al quinto piso con los vestidos acusadores. Se presenta al vigilante Muller, encuentra inmediatamente el medio de que le encarguen que vaya a buscar a la Policía, baja de nuevo con toda rapidez las escaleras y, separando hábilmente del teléfono al vigilante de noche, hace que le abra la puerta y se escapa lo más satisfecho del mundo. El hombre que no ha perdido su sangre fría, que ha aprovechado las circunstancias de una manera tan maravillosa, este, créame, es muy digno de ser Fantomas ... Juve reflexionó profundamente. - ¡No! -dijo-. No es eso lo que me sorprende ... Esa salida del hotel es, en suma, una salida de ladrón hábil, no otra cosa... Encuentro más señalado el procedimiento empleado por este individuo para impedir a madame Sonia Danidoff gritar en el momento en que él dejaba el apartamento ... Eso, en realidad, es muy hábil. En lugar de intentar alejar a la princesa, en lugar de encerrarla en su alcoba, se hace acompañar por ella hasta la puerta del corredor; es decir, hasta un pasillo donde el menor grito podía provocar las peores catástrofes, y, por el terror que la inspira, estar seguro que ese grito no será pronunciado, eso está muy bien, es de una psicología admirable. ¡Es un gran trabajo! ... - ¿Ve usted? -decía monsieur Fuselier-. Hay detalles sorprentes en este asunto. Además, voy a señalarle otros. ¿Para qué cree usted, mi querido Juve, que ese ladrón se quedó tanto tiempo con la princesa Danidoff? ¿Por qué la escena del baño? ¿Por qué ese papel de enamorado? Juve permaneció algunos minutos sin responder. - Para mí -dijo-, no puede haber más que una solución, monsieur Fuselier. Pero usted, que ha visitado el lugar, dígame qué opinión se ha formado respecto a esto: ¿dónde cree usted que estaba escondido el ladrón? Monsieur Fuselier respondió afirmativamente: - En eso ha tenido bastante suerte. Usted sabe que el apartamento de madame Danidoff acaba en el tocador, donde empieza este misterioso asunto. En este tocador, los muebles importantes son unas alacenas, la bañera y una ducha. Se trata de un aparato de la casa Norcher; el gran modelo, que como usted sabe, da duchas laterales lo mismo que verticales. Según costumbre, una tela de caucho se extiende de arriba abajo alrededor de los anillos de donde salen los chorros horizontales ... Esta tela cae justo sobre los extremos del tubo que forma el pie del aparato ... Pues bien: yo he encontrado en el esmalte de este tubo huellas de pasos ... No cabe duda que el ladrón, en el momento en que la princesa Sonia Danidoff entraba en el baño, se escondió en la especie de cabina formada por el aparato con su tela de caucho. Juve, sin esperar otros detalles, prosiguió: - Y esta ducha, monsieur Fuselier, está situada en el ángulo de la pieza junto a la ventana, ¿no es verdad? Y esta ventana estaba entreabierta en el momento del delito o, al menos, hasta el instante en que la criada Nadine fue a prepararle el baño. - ¡Perfectamente! ... En conclusión, ¿qué saca usted? - ¡Oh, es interesante!, ¡muy interesante! -replicó Juve-. Para mí, no hay más qué una manera de explicar por qué este ladrón, como usted dice, se ha molestado en hacer el papel de tímido enamorado. Venía, ¿no es así?, de robar el collar de madame Van den Rasen, cuyo apartamento está contiguo al de la princesa Sonia Danidoff. Por una razón o por otra, este individuo no pudo salir al pasillo y decidió, naturalmente, ganar el apartamento de la princesa Sonia Danidoff. Para eso pasó sencillamente por la ventana, saltando la balaustrada de la terraza, y entrando después por la ventana del tocador. - Y usted supone -continuó monsieur Fuselier- que, en ese momento, Nadine, al entrar en el cuarto, le obligó a esconderse. - ¡No! ¡No! -respondió Juve-. Va usted muy de prisa, monsieur Fuselier. Yo pienso que este robo no es debido al azar. Fue premeditado, y, por consiguiente, si el culpable se ocultó en la ducha, fue expresamente para esperar a la princesa. - Pero no tenía necesidad de ello -replicó Fuselier-. Si usted admite que él estaba en el cuarto antes que nadie, no tenía más que coger la cartera y huir ... Juve movió la cabeza. - ¡Nada de eso! Está usted en un error, monsieur Fuselier ... El policía continuó: - ¡Oh!, puedo equivocarme; pero, en fin, he aquí una explicación que me parece racional. El robo fue cometido a fin de mes ... Madame Sonia Danidoff tenía que hacer importantes pagos al día siguiente, el ladrón debía de saberlo ... Debía de conocer la precaución que la princesa había tomado ue retirar de la caja del hotel su cartera llena de valores ...; pero debía de ignorar en qué sitio del departamento había encerrado esta cartera ...; él la ha esperado para pregúntarselo ..., ella se lo ha dicho ... Monsieur Fuselier, esta vez protestó: - ¡Diablo! -dijo-. Es muy divertido eso que ha inventado, Juve. La princesa no indicó de ningún modo el cajón de su escritorio. Juve se levantó y, familiarmente, se apoyó en el buró de monsieur Fuselier. - Sí -dijo-. Mire, admito que el ladrón quería llevarse la cartera y no sabía dónde encontrarla ... Se esconde en la ducha y espera, o que la princesa se meta en la cama, lo que la coloca en estado de inferioridad, o que vaya a tomar un baño, lo que la deja a su merced. Esto es lo que ocurre. La princesa está, pues, en la bañera, y el ladrón ve inmediatamente la conducta a seguir; aparece, la amenaza, la aterroriza; por otra parte, la tranquiliza después; se permite el lujo de hacer un intento galante e inventa el artificio de la luz apagada, no solamente para calmar el pudor asustado de la princesa, sino, evidentemente, para tener tiempo de registrar los vestidos y de asegurarse que la cartera que quiere robar no está en el saco de mano ... Estoy convencido que si hubiese descubierto, en ese momento, la cartera, se hubiera escapado sin tardar ..., pero no la encuentra ... Va entonces al fondo del cuarto vecino y espera, naturalmente. que la princesa se le reúna en esta habitación ... Esto es lo que ocurre. El, que no sabe dónde está el dinero, no pierde de vista ni uno de sus gestos y observa sus ojos, que se dirigen maquinalmente hacia el cajón entreabierto que contiene la fuerte suma, y que permanecen fijos en ese cajón ... Comprende la angustia de su víctima; vuelve un segundo la espalda a la princesa, desliza la cartulina en el interior de ese cajón y retira la cartera ... Desde entonces, ya no hay más que marcharse; es lo que hace, llevando su audacia y habilidad al punto de hacerse acompañar. - Verdaderamente, usted me produce admiración, Juve. Yo he pasado todo el día interrogando a la servidumbre del Royal-Palace, recogiendo las declaraciones de madame Van den Rosen, de la princesa Sonia Danidoff, y no he llegado a formarme una opinión ... No digo que si llega el caso, si de aquí a poco no se dibuja una culpabilidad verosímil en el horizonte, meta presos a ese Muller o a ese monsieur Louis; pero, en conciencia y hasta el presente, no he creído que debía detener ni a uno ni a otro. - Ha hecho usted bien -interrumpió Juve-, pues existe el hecho importante, referido por la princesa Sonia Danidoff, de que el ladrón, al seccionar los hilos eléctricos, se quemó bastante gravemente en la palma de la mano. ¿No es verdad, monsieur Fuselier? - Es verdad -reconoció el juez-. Sin embargo ... - Sí, le veo venir -replicó el policía-. Muller o Louis solo serían cómplices ... - ¡Eso es, eso es! ... En todo caso, Juve, en cinco minutos en esa butaca, usted, que no ha visto nada, acaba de encender la linterna ... ¡Bravo! ... ¡Bravo! ... Qué lástima que no le guste creer en la intervención de Fantomas ... Juve, sin responder a los cumplidos del magistrado, había sacado el reloj y mirado la hora. - Posiblemente, hemos perdido el tiempo, monsieur Fuselier. Le confieso que no había prestado gran atención a los robos del Royal-Palace ... Al obligarme a reflexionar en algunos de sus detalles, ha logrado interesarme en este asunto.
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CAPITULO DËCIMO. El baño de la princesa Sonia
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