Indice de Fantomas de Pierre Souvestre y Marcel Allain CAPITULO DËCIMOTERCERO. El porvenir de Therese CAPÍTULO DÉCIMOQUINTO. El complot de una locaBiblioteca Virtual Antorcha

Fantomas

Pierre Souvestre y Marcel Allain

CAPÍTULO DÉCIMOCUARTO

Mademoiselle Jeanne



Mademoiselle Jeanne, desde que perdió de vista el Royal-Palace, torciendo por la calle de Tilsit, subió bajo los árboles en dirección del Arco del Triunfo. Mademoiselle Jeanne, todavía agitada por el esfuerzo que acababa de hacer, aterrada por el recuerdo del acto extraordinario al cual se había entregado sin razón aparente, sintió que sus piernas se negaban a sostenerla; encontró un banco libre y se dejó caer en él.

No obstante, su desfallecimiento fue de corta duración.

Entró rápidamente en la estación de la Porte Maillot y se informó:

- ¿Cuándo sale el tren para Saint-Lazare?

- Al instante, señora -dijo el empleada-; dése prisa.

Rápidamente, mademoiselle Jeanne compró un billete de segunda. En Courcelles, tras una brusca decisión, mademoiselle Jeanne descendió.

Se encontró, en el momento en que sonaban las doce, en la pequeña plaza desierta que une por encima de la vía los bulevares Percire, Norte y Sur. Mademoiselle Jeanne, con paso seguro, entró en la calle Eugene Flachart. Ante la puerta de un hotel particular, se paró, llamó ...

* * *

El criado acababa de anunciar a monsieur Rambert:

- Es una señora.

Y monsieur Rambert, que temía haber hecho esperar en la antesala a la baronesa de Vibray, ordenó:

- ¡Vaya! ¡Vaya! ¡Hágala entrar!

La puerta del salón se entreabrió; alguien penetró y se deslizó al instante en la penumbra. Thérese, que, con un gesto instintivo de simpatía había ido hacia la visitante, se paró en seco, al no reconocer a su madrina.

Monsieur Etienne Rambert, ante la brusca parada de la joven, se había vuelto. Examinó un instante a la persona que entró.

Una desconocida.

Se inclinó hacia ella.

- ¿A quién tengo el honor?

Pero de repente, habiéndose aproximado a la visitante, exclamó:

- ¡Ah! ¡En el nombre de Dios!

Un segundo campanillazo.

Esta vez la baronesa de Vibray entró en el salón, radiante de alegría.

- ¡Llego tarde! -dijo.

Y fue hacia monsieur Rambert con las manos tendidas, lanzó a Thérese una larga mirada de afecto, y se puso a contar algo divertido. Divisó en el ángulo del salón a la desconocida, que estaba en pie con los ojos bajos.

Etienne Rambert reprimió su primera emoción; sobreponiéndose a su impresión, había sonreído a la baronesa. Después, sin que un músculo de su cara se alterase, se dirigió hacia la enigmática persona.

- Señora, ¿quiere tomarse la molestia de pasar a mi despacho?

- Monsieur Rambert -interrogó Thérese cuando este volvió al salón-, ¿quién es esa señora? ¿Porqué se ha puesto usted tan pálido?

Monsieur Rambert sonrió con sonrisa violenta.

- Estoy algo cansado, mi querida niña: he trabajado mucho estos últimos días.

La baronesa de Vibray le cortó la palabra:

- Tengo yo la culpa -se excusó-. Tengo yo la culpa. Estoy desolada por hacerle acostar tan tarde. También nos vamos nosotros para no abusar ...

Monsieur Rambert volvió a su despacho precipitadamente: cerró la puerta con doble vuelta y, abalanzándose hacia la desconocida, con los puños cerrados y los ojos fuera de las órbitas, exclamó:

- ¡Charles!

- ¡Padre! -respondió la joven, hundiéndose en un diván-. ¡No! ¡No quiero más, murmuró mademoiselle Jeanne, no quiero permanecer más así, disfrazado de mujer. Se acabó, sufro mucho.

- Pero -interrumpió Rambert con voz dura, imperativa- es necesario; ¡yo lo quiero!

La seudo mademoiselle Jeanne se desembarazó poco a poco de la pesada peluca. Se arrancó bruscamente el corsé que le apretaba el pecho. El cuerpo de un joven apareció, bajo la camisa, robusto, musculado, y el enigmático personaje que monsieur Rambert, en su emoción, no había vacilado en llamar Charles, replicó:

- ¡No!, no quiero más. ¡Padre, prefiero todo!

- ¡Tú debes expiar! -insistió, duramente aún, Etienne Rambert.

- La expiación es demasiado dura -replicó el joven-. El suplicio es insoportable.

- Charles -observó monsieur Rambert con voz solemne-, ¿has olvidado, pues, que estás muerto, muerto civilmente?

- ¡Ah! -exclamó el desgraciado ser-. Preferiría cien veces la otra muerte más verdadera.

Etienne Rambert, que hasta entonces no se había aproximado al joven, fue al extremo del diván donde se había hundido su hijo.

- ¡Ay! -exclamó, hablando muy de prisa, precipitando su pensamiento-, ¡ay de mí! Te he creído más desequilibrado, más loco de lo que estás en realidad! Te he salvado de todo peligro, a pesar de los riesgos, porque creía tener que habérmelas con un enfermo ...

- Padre -interrumpió Charles Rambert, cuya mirada dura, violenta, determinaba la voluntad clara, tan clara que Etienne Rambert tuvo miedo un segundo-, quiero saber, ante todo, cómo me has salvado y hecho pasar por muerto. ¿Ha sido el azar? ¿Ha sido el resultado de un acto voluntariamente estudiado?

Etienne Rambert levantó las brazos al cielo.

- ¡Ay!, muchacho. ¿Se puede uno imaginar semejantes cosas por adelantado? Cierto que cuando nosotros nos separamos, fue el azar, entiendes bien, solo el azar el que me puso delante de ese ahogado, que decidí hacer pasar por ti, y te he proporcionado estos vestidos de mujer ...

- ¿Y luego, padre, qué hiciste?

- Luego enterré los del muerto y vestí a este con los tuyos. La Providencia a veces ... Entonces, ¿sabes también, Charles, lo que yo he sufrido? ¿Has leído, ¿no es cierto?, mi comparecencia ante el tribunal de lo Criminal, mi vergüenza ante los jueces?

Charles Rambert, abrumado, dijo, enigmático:

- ¡Hiciste eso! ¡Ah, el extraño azar! ...

Después, cambiando de tono, con la voz entrecortada por los sollozos, balbució:

- ¡Pobre padre!, ¡pobre padre!, ¡qué fatalidad!

- ¡Fatalidad! -repitió Etienne Rambert.

De repente, el joven se levantó bruscamente.

- Padre -gritó-, yo no he matado a la marquesa de Langrune, créame ...

- ¡No vuelvas sobre eso! No volvamos más, ¡ te lo prohíbo!

Etienne Rambert, en el fondo del despacho, apoyado en su mesa de trabajo y con los brazos cruzados, interrogó secamente:

- ¿Y para decirme solamente eso es para lo que has venido?

- ¡No puedo pasar más como mujer!

- ¿No puedes más, por qué?

- No puedo más te digo ...

Etienne Rambert pareció de repente adivinar el sentido de las palabras que acababa de pronunciar su hijo.

- ¡Ah! -exclamó-, ya lo sé; ahora creo comprender ... En efecto, el Royal Palace, del que mademoiselle Jeanne es empleada de confianza, acaba de ser teatro de dos robos audaces, abominables ... Evidentemente -continuó con ironla-, podrán identificar a Charles Rambert con esta extraña cajera ...

- ¡Yo no he robado!

- ¡Tu has robado! -replicó Etienne Rambert.

Y, arrojando las frases junto al oldo de su hijo, el desgraciado padre explicó:

- He leído en los periódicos el relato del robo, los he leldo con la angustia que puede sufrir un padre como yo que tiene un hijo como tu; he leído, he comprendido, porque yo sé ...

- ¡Padre! -gritó otra vez Charles, con voz estridente-, yo no he robado, yo no soy ... Vamos -continuó, casi amenazador-, ¿vas a empezar, como en el castillo de Beaulieu, tus atroces insinuaciones? ¿Qué genio malo te inspira? ¿Por qué quieres a la fuerza tomar a tu hijo por un criminal?

Monsieur Rambert alzó los hombros:

- Tu sistema de defensa es infantil. ¿Qué significa la negativa sin la prueba? Las frases no justifican nada. Son necesarios hechos para sostenér las convicciones.

El joven, cansado de discutir, desesperado de convencer a un padre tan seguro de su culpabilidad, se calló.

- Pero -... preguntó de repente monsieur Etienne Rambert-, puesto que estás aquí, alocado, acogido en casa de tu padre como último recurso, ¿eso es que ha pasado algo qUe yo no sé, y desde hace poco? ... ¿Qué es lo que has hecho? Habla.

Fascinado, Charles Rambert explicó:

- Desde hace algunos días había un policía en el hotel. Había tomado el nombre de Henry Verbier. Estaba disfrazado, él también, pero yo lo he reconocido, pues había visto a ese hombre en una época bastante reciente aún y demasiado presente en mi memoria para que yo lo pudiese olvidar ...

- ¿Qué quieres decir? -interrumpió el anciano, turbado.

- Quiero decir que Juve está en el Royal-Palace.

- ¡Juve! -exclamó monsieur Etienne Rambert, preocupado.

- Juve, bajo el disfraz de Henri Verbier, me ha hecho una especie de interrogatorio y no sé lo que ha descubierto ... Después, una noche, esta noche, hace apenas dos horas, ha subido a mi cuarto, me ha hablado mucho rato y, luego, se ha acercado a mí, ha querido abrazarme, me ha cogido por el talle; cuando Juve se ha acercado, con un violento puñetazo en la sien, lo he derribado, ha caído redondo, rígido, yo me he puesto a salvo ...

- ¿Está muerto? -interrogó monsieur Etienne Rambert ...

- ¡No lo sé!

* * *

Charles Rambert, a quien su padre había dejado solo en el despacho, reflexionaba. La puerta se abrió, Etienne Rambert entró. Llevaba un paquete de vestidos.

- ¡Toma! -murmuró-. Aquí tienes vestidos de hombre, vístete: después desaparece ...
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