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Fantomas Pierre Souvestre y Marcel Allain CAPÍTULO DÉCIMOSEXTO Entre los mozos de carga del mercado - ¿Qué billete ha de pagar, mademoiselle? -preguntó el conductor del tranvía Etoile-La Villete, cuando el trepidante vehículo, con su remolque, arrancaba de lo alto de la avenida de Wagram. Berthe, la joven enfermera de la casa de salud, respondió sin comprometerse: - Voy al bulevar Rochechouart. - Dos billetes, entonces. Trescientos metros más allá de la plaza de Anvers, la joven Berthe bajó. Después de haberse orientado rápidamente en ese barrio que ella conocía bastante mal, la joven se metió por la calle de Clignancourt y tomó la acera de la izquierda, mirando las tiendas. La tercera era la de un tabernero. Berthe entreabrió la puerta del establecimiento, donde, alrededor de un mostrador de cinc, se amontonaba un grupo de hombres de caras avinadas, gritando fuerte. Intimidada, la joven se quedó en el umbral, y, con voz clara, preguntó: - ¿Monsieur Geoffroy? Después, sin duda para hacerse comprender mejor y sin importarle el asombro que provocaba su interpelación, repitió: - Monsieur Geoffroy, llamado la Barrique. - ¿Geoffroy la Barrique? Presente. Berthe lanzó un suspiro de alivio. Monsieur Geoffroy la Barrique, al ver aparecer a mademoiselle Berthe, fue hacia la joven y, sin reparo, la besó en las dos mejillas y exclamó: - ¡Ah! hermanita, ¿tú aquí? En este momento justamente pensaba en ti. Berthe correspondió al abrazo de su hermano y este la atrajo al fondo de la tienda, hacia un grupo de bebedores, sólidos buenos mozos, de hombros cuadrados, y la presentó: - ¡Eh, compinches, intentad sosteneros! Os traigo una gentil señorita, mi hermana Berthe, la pequeña Bob ... Bobinette, como la llamábamos en casa de los padres. Los bebedores hacían sitio a la joven y, cuando, ante la insistencia de la reunión, esta hubo consentido en aceptar un vaso de vino blanco, Geoffroy, inclinándose hacia ella, le preguntó a media voz: - ¿Qué es lo que quieres de mí? - Tengo necesidad de hablarte -replicó Berthe- para un asunto que te interesará, estoy segura ... - ¿Hay algo que arrebañar? Berthe sonrió. - Probablemente, sin lo cual no te hubiera importunado. - ¡Oh!, ¡oh! -replicó Geoffroy-. Desde el momento en que se trata de ganar dinero, puedes siempre venir. La Barrique está dispuesto a dar el golpe ... - ¿Buscas una plaza? -interrogó Berthe. Geoffroy la Barrique se puso el dedo en la boca. - Es aún un secreto -dijo-. Pero no hay nada malo en hablar, porque todo el mundo aquí está al corriente. En frases interminables, el coloso explicó a la joven que él era candidato al puesto de mozo de carga del mercado. Desde hacía quince días se entrenaba para triunfar en el examen. Geoffroy la Barrique explicaba: - Seguro, a nosotros, por ser funcionarios, se nos examina como cuando íbamos a la escuela; así, no más tarde que esta mañana, me han puesto un problema ... - ¿Un problema? - Un problema -continuó Geoffroy la Barrique, muy ufano por el efecto que producía sobre su joven hermana. Sin embrollarse demasiado, el buen coloso indicó los datos de la formidable pregunta que le habían planteado. - Dos grifos llenan una tinaja a razón de veinte litros al minuto por grifo; un tercer grifo vacia esta vasija a razón de mil quinientos litros a la hora. ¿En cuánto tiempo se llenará la tinaja? Un amigo de Geoffroy le interrumpió; era Benoit le Farinier, su más formidable rival en lá prueba: - Y tú, ¿en cuánto tiempo te llenarás? Geoffroy la Barrique dio un puñetazo en la mesa. - Hablamos en serio ... Su hermana, intrigada, le preguntó si había salido bien. - Podría ser tal vez -respondió la Barrique-. Yo lo he puesto a ojo de buen cubero, porque, comprenderás, que el cálculo, la aritmética y toda la trapacería del diablo; no son mis ocupaciones ... He sudado casi más que si hubiera cargado doscientos kilos. Mientras tanto, la reunión se puso en movimiento y se levantó. La prueba física, esta vez, debía tener lugar a las seis de la tarde en el mercado, en el pablellón dIe la Poissonnerie. Ya Benott le Farinier, habiendo pagado su gasto, se había ido al lugar del examen. * * * El concurso anual para el empleo de mozo de carga del mercado tenía lugar cada año hacia final de septiembre. La segunda prueba consiste en transportar durante doscientos metros un saco de harina, y eso en el plazo más breve posible. En igualdad de puntos en el examen escrito, la selección se hace por la prueba física, y se elige el candidato que haya cumplido, lo más de prisa y sin desfallecimiento, el recorrido impuesto. La pista de doscientos metros había sido rigurosamente evacuada; algunos agentes hacían observar la consigna. Con todo cuidado se había quitado del asfalto todo obstáculo; los limpiadores se preocupaban minuciosamente de quitar las pieles de naranja y las hojas de ensalada, que habrían podido hacer resbalar al pasar a un concursante cuando, cargado con el saco, intentara establecer el record de la rapidez. En la meta, algunos personales oficiales, un alto empleado del Ayuntamiento, tres mozos de carga del mercado, escogidos entre los más antiguos, constituían el jurado. A pesar de sus intenciones, Berthe había sido obJigada a acompañar a su hermano hasta el mercado y asistir al examen. Geoffroy la Barrique, muy ocupado con la prueba que iba a sufrir, la había escuchado distraídamente. - Luego, cuando termine el examen, iremos a tomar un bocado juntos y entonces hablaremos. La multitud que asistía al concurso era eminentemente rara, ecléctica, curiosa en lo posible. Entre otros tipos pintorescos, Berthe había observado a un individuo que hacía reír, encaramado en un velocípedo de tres ruedas. - ¡Eh, eh, Bouzille! -le gritaban, pues el hombre era conocido, popular, y sabían su nombre-, ¿es el triciclo de Matusalén el que has desempolvado ahí? - ¿Piensa usted que está en su salsa? -murmuró alguien con una voz algo gruesa en el oído de Berthe. Esta se volvió. Tenía por interlocutor y por vecino un buen mozo, fuerte, vestido con una blusa azul, al cuello un pañuelo de seda roja; llevaba la gorra de los conductores de bueyes; parecía tener alrededor de los treinta y cinco años, buena talla, robusto ..., con una fisonomía inteligente ... Berthe respondió amablemente. - Tal vez le gustaría saber quién soy; me llamo Julot -había dicho el individuo. Y Berthe, sin comprometerse de otro modo, no había vacilado por su parte en replicar: - Yo, señor, soy Bob, o Bobinette. Soy la hermana de Geoffroy la Barrique. Un gran murmullo. Benoit le Farinier se estaba examinando. El gigante marchaba con paso candencioso y rápido, las corvas dobladas, el pecho inclinado hacia delante. En equilibrio sobre los anchos hombros y sobre la nuca, un enorme saco de harina, del que los expertos habían controlado minuciosamente el peso: ciento cincuenta kilos. Sin un desfallecimiento, sin un aflojamiento, Benoit le Farinier recorrió los doscientos metros. Los aplausos estallaron, vivos, mantenidos, sinceros, péro luego se pararon bruscamente y, al mismo tiempo que renacía el silencio, las miradas se dirigieron hacia la salida. Era el turno de Geoffroy la Barrique. El coloso era verdaderamente soberbio de ver. En lugar de marchar como su rival, al cabo de veinte metros tomó el paso gimnástico ... La multitud gritó entusiasmada cuando pasó ante el grupo donde se encontraba Berthe. Julot, que se había convertido en el caballero acompañante de la joven, gritó aún más fuerte que los otros, y el inenarrable Bouzille se agitaba, pataleando, en lo alto de su triciclo y apoyándose sin ningún reparo sobre los hombros de los que se encontraban delante de él. Cuando, dos horas después de este examen, se proclamaron los resultados de la prueba física, Benoit le Farinier y Geoffroy la Barrique fueron clasificados primeros ex aequo, habiendo empleado el mismo tiempo el uno y el otro en recorrer los doscientos metros; solo, en adelante, el examen escrito podría desempeñar estos candidatos y determinar su clasificación. La cosa tenía mucha importancia: una sola plaza de mozo de carga estaba disponible este año allí. Berthe-Bobinette discutía con pasión. Un hombre, metido en un viejo abrigo negro, muy ajado, llevando sobre una cabellera llena de fijador una gorra de jockey, la miraba minuciosamente, pareciendo aprobar por completo sus manifestaciones al modo de un indiferente que pensara en otra cosa. - Venga, pues -insistió Julot, tirándola de la manga-. Sabe usted que su hermano la espera. Y como la joven dudase, Julot le murmuró al oído: - Ese individuo no me inspira confianza ... Tiene una cara rara. - Es verdad, tiene un aspecto muy feo. Después, como buena profesional de hospital: - ¿Y ha observado usted su tez? Este hombre debe de estar enfermo. ¡Está completamente verde!
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