Indice de Fantomas de Pierre Souvestre y Marcel Allain | CAPITULO PRIMERO. El genio del crímen | CAPÍTULO TERCERO. A la caza del hombre | Biblioteca Virtual Antorcha |
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Fantomas Pierre Souvestre y Marcel Allain CAPÍTULO SEGUNDO Alba trágica Cuando el coche de alquiler daba la vuelta al final del puente Royal, hacia el muelle, en dirección de la estación de Orsay, monsieur Etienne Rambert sacó su reloj y comprobó que, según sus previsiones, le quedaba un cuarto de hora largo antes de la salida del tren. Saltó del coche y, llamando a un mozo de estación, le entregó la pesada maleta y el paquete de mantas que constituía su equipaje. - Dígame, amigo mío -le preguntó-: ¿el tren de Luchon? El hombre emitió un vago gruñido e hizo un gesto incomprensible. Murmuró el número de una vía; pero este informe no fue bastante para el viajero. - Pase delante -dijo este-. Va usted a guiarme ... Eran en este momento las ocho y media y la estación de Orsay tenía esa animación especial que lleva consigo la salida de los trenes en las grandes líneas. Precedido del factor que llevaba su equipaje, monsieur Etienne Rambert apretó el paso él también. Llegado al andén, al lugar donde empiezan las vías, el mozo que le guiaba se volvió. - ¿Va a tomar el expreso, señor? - El ómnibus, amigo mío ... El factor no hizo ningún comentario. - ¿Quiere ir en la cabeza o en la cola del tren? - Prefiero la cola del tren. - Primera clase, ¿no es así? - Sí, primera clase. El factor, que se había parado un instante en el borde de la acera, volvió a coger la pesada maleta, advirtiéndole: - Entonces, no hay donde elegir ... En el ómnibus, no hay más que dos vagones de primera clase, y están enganchados en mitad del convoy ... - Son vagones con pasillo, ¿supongo? - Sí, señor; en los trenes de las grandes líneas son muy pocos los que no lo llevan, sobre todo en primera clase ... Etienne Rambert seguía con dificultad, en la barahúnda que aumentaba, al factor al cual había confiado su maleta. La estación de Orsay no tiene el sistema de otras estaciones. No hay en ella una clara separación entre las líneas de grandes recorridos y las simples vías de los arrabales. Tan es así que, en el mismo andén, colocado a la derecha se encontraba el tren que debía llevar a Etienne Rambert más allá de Brives, hasta Verrieres, mientras que a la izquierda estaba parado otro convoy que conducía a Juvisy. Poca gente subió al tren de Luchon; en cambio, una gran muchedumbre se apretujaba en los departamentos del convoy de los arrabales. El factor que guiaba a monsieur Etienne Rambert puso sobre el estribo de un vagón de primera clase el equipaje que llevaba. - No hay nadie todavía para el ómnibus, señor -le advirtió-; si quiere subir el primero, podrá elegir usted mismo su departamento ... Etienne Rambert siguió el consejo; pero apenas había penetrado en el pasillo, cuando el jefe del tren, olfateando una buena propina, se puso a su disposición. - ¿El señor quiere tomar el tren de las ocho cincuenta? ... ¿No se habrá equivocado, señor? ... ~ No -replicó Etienne Rambert-. ¿Por qué? - Porque -continuó el hombre- hay muchos viajeros de primera clase que se equivocan y que confunden este tren, el tren de las ocho cincuenta, con el de las ocho cuarenta y cinco ... - El tren de las ocho cuarenta y cinco -preguntó monsieur Rambert- es el expreso, ¿no es así? - Sí -respondió el empleado-, es directo y no para, como este, en todas las pequeñas estaciones ..., le precede y llega con más de tres horas de adelanto a Luchon ... Es el convoy que usted ve al lado ... El hombre continuó: - Por otra parte, si el señor quiere tomarlo, hay tiempo todavía; el señor tiene derecho a elegir entre los dos trenes, puesto que tiene billete de primera clase. Pero Etienne Rambert declinó el ofrecimiento: - ¡No! ... Prefiero tomar el ómnibus ... Con el expreso, tendría que bajar en Brives y me quedarían veinte kilómetros para hacer hasta llegar a Saint-Jaury, la villa adonde voy ... Dio algunos pasos por el pasillo, se aseguró de que los diferentes departamentos del vagón estaban aún completamente vacíos y, volviéndose hacia el empleado, le preguntó: - Escuche, amigo: estoy muy cansado y tengo intención de dormir esta noche ... Por tanto, quisiera estar solo, ¿dónde estaría más tranquilo? El hombre, con media palabra, comprendió ... Al pedirle consejo sobre el sitio que debía elegir para estar tranquilo, Etienne Rambert prometía, implícitamente, una buena propina si nadie venía a molestarle. - Si el señor quiere instalarse aquí -respondió el empleado-, baje las cortinas en seguida y yo creo que podré buscar un sitio en otra parte a los demás viajeros ... - ¡Perfectamente! -aprobó Rambert, dirigiéndose al departamento indicado-. Voy a fumar un cigarro hasta que el tren salga e inmediatamente después me dispondré a dormir ... ¡Ah, amigo mío, puesto que es usted tan amable, encárguese entonces de llamarme mañana por la mañana con tiempo suficiente para que pueda bajar en Verrieres! ... Tengo el sueño pesado y sería capaz de no despertarme ... En el castillo de Beaulieu, el joven Charles Rambert estaba terminando de arreglarse, cuando llamaron suavemente en la puerta de su alcoba. - Son las cinco menos cuarto, Charles ... ¡Levántese en seguida! Charles Rambert respondió ufanamente: - ¡Ya estoy despierto, Thérese! Estaré preparado en dos minutos ... La voz de la muchacha observó detrás de la puerta: - ¡Cómo! ¿Está ya levantado? Pero esto es maravilloso; le felicito ... Baje en cuanto esté vestido. - ¡Entendido! -respondió el joven. Acabó de vestirse. Después, cogiendo la lámpara con una mano, abrió con precaución, para no hacer ruido, la puerta de su alcoba y, andando. sobre la punta de los pies, atravesó el rellano, bajó la escalera y fue a reunirse con Thérese, que le esperaba en el comedor. La muchachita, como una pequeña ama de casa, había dispuesto, mientras esperaba al joven, una colación. - Desayunémonos pronto -propuso ella-. Esta mañana no nieva; podríamos, si usted quiere, ir a la estación a pie. Tenemos tiempo. Nos sentaría muy bien andar un poco. - Eso nos calentará, en todo caso -respondió Charles Rambert, que, medio dormido aún, se sentó al lado de Thérese, haciendo honor a lo que ella le había preparado. - ¿Sabe usted -decía la nieta de madame de Langrune- que es admirable levantarse con tanta puntualidad? ¿Cómo ha hecho usted? Tenía tanto miedo anoche de dormir como de costumbre ... - Sin duda; pero le confieso, Thérese, que estaba muy nervioso, muy inquieto, ante la idea de que papá llegaba esta mañana ... ¡Apenas he dormido! Habían los dos acabado de desayunar. Thérese se levantó. - ¿Vamos? -preguntó. - Vamos ... Thérese abrió la puerta del vestíbulo, y los dos muchachos bajaron la escalinata que conducía al jardín del castillo. Al pasar por las caballerizas se cruzaron con un palafrenero que iba a sacar un antigua berlina de la cochera. - No se apresure usted, Jean -dijo Thérese al dar los buenos días al criado-; vamos a ir a pie hasta la estación, y lo que importa es que usted esté allí para traernos ... El hombre se inclinó. Los dos muchachos franquearon la puerta del parque y se encontraron en la carretera. La nieta de madame de Langrune preguntó: - Debe usted de estar muy contento de encontrarse con su padre ... Hace mucho tiempo que no le ha visto, ¿no es así? - Desde hace tres años -respondió Charles Rambert-, sólo lo he visto algunos minutos ... Viene de América y, antes de marchar allá, viajó mucho tiempo por España ... - Le va a encontrar a usted muy cambiado. - ¡Oh! -respondió el joven-. Es triste decirlo; pero ¡papá y yo nos conocemos tan poco! - Sí, por lo que me dijo mi abuela, usted ha sido educado, sobre todo, por su madre. El joven Charles Rambert bajó tristemente la cabeza, y respondió a su compañera: - A decir verdad, no he sido educado por nadie ... Sepa usted, Thérese, que, por muy lejos que me remonte en mis recuerdos, no me acuerdo de mis padres, a quienes, como extraños, veía de cuando en cuando; a los que quería mucho, pero me asustaban ... Es como si fuera a conocer a papá esta mañana. - Durante toda su infancia, él estuvo de viaje, ¿no es así? - Sí, él viajaba, ya a Colombia, para vigilar las plantaciones de caucho que posee allí; ya a España, donde tenía también grandes terrenos ... Cuando pasaba por París, venía al pensionado, me llamaba, y yo le veía en el locutorio ... un cuarto de hora ... -¿Y su madre? - ¡Oh; mamá era otra cosa! ... Sepa, Thérese, que toda mi infancia ..., al menos la infancia de la que me puedo acordar ..., ha transcurrido para mí en el pensionado. - Usted quería mucho a su mamá. sin embargo. - Sí, la quería -respondió Charles Rambert-, pero tampoco la conocía, por así decirlo ... y como Thérese hiciese un gesto de sorpresa, el joven prosiguió, revelando el secreto de su infancia solitaria: - Mire, Thérese, ahora que soy un hombre, adivino cosas que no podía ni aun sospechar entonces. Mi padre y mi madre se llevaban mal. Cuando yo era pequeño, veía siempre a mamá silenciosa, triste, triste, y papá activo, bullicioso, alegre, hablando alto... ¡Casi creo que asustaba a mamá! Cuando un criado me traía a casa los jueves, me llevaban a darle los buenos días y la encontraba invariablemente tumbada en una chaisé-longue, en su alcoba, en donde las persianas bajadas mantenían una semi oscuridad. Me besaba con indiferencia, me preguntaba dos o tres cosas, y después me hacían salir porque la cansaba ... - ¿Estaba ya enferma? - Mamá siempre ha estado enferma ... Thérese se quedó callada unos instantes, y después concluyó: - No ha sido usted muy feliz ... - ¡Oh! No he sido desgraciado hasta que he sido mayor; de pequeño, no me daba cuenta de la tristeza de no tener, en conclusión, padre ni madre ... Hablando, Thérese y Charles habían andado a buen paso y se encontraban ya a mitad de camino de la estación de Verrieres. El día se presentaba indeciso; un día sucio, como los que hacen en diciembre, tamizado por gruesas nubes grises que corrían muy bajas. - Yo -prosiguió Thérese- no he sido muy feliz tampoco, porque perdí a papá siendo muy pequeña. No me acuerdo de él ... y mamá también debe de estar muerta ... El tono ambiguo de la frase de la joven intrigó a Charles Rambert. - ¿Cómo es eso, Thérese? No parece estar muy segura de que su madre haya muerto. - ¡Sí, oh, sí! La abuela lo dice ..., pero ... cada vez que he querido preguntar detalles de su muerte, la abuela siempre ha cambiado de conversación. Me pregunto, a veces, si no se me oculta algo ... y si es verdad que mamá no esté muerta ... Llegaron a algunas casas agrupadas alrededor de la estación de Verrières. Unas tras otras, las ventanas de las chozas se entreabrían, las puertas se abrían ... - Hemos llegado con mucho tiempo -hizo notar Thérese, señalando a lo lejos el reloj de la estación-. El tren de su papá debe de llegar a las seis cincuenta y cinco y no son todavía más que las seis cuarenta; y eso, si no trae retraso. Entraron en la pequeña estación, donde no había ningún viajero, y Charles Rambert, feliz de encontrar un abrigo contra el frescor de la mañana, pataleó en el suelo, lo que en la sala vacía produjo de repente un alboroto ... Un mozo de estación apareció. - ¡Qué es eso, Dios mío? ¿Quién arma ese escándalo? -empezó con acento encolerizado; pero viendo a Thérese, se interrumpió-: ¡Ah!, mademoiselle Thérese, ¿cómo está levantada tan temprano esta mañana? ... Es que viene a esperar algún tren? ¿O es que se va? Sin dejar de hablar, el mozo de estación miraba con curiosidad a Charles Rambert, cuya llegada, por otra parte, le había causado extrañeza dos días antes. - No -contestó Thérese-, no me voy. Acompaño a monsieur Rambert, que viene a esperar a su padre. - ¡Ah!, viene a buscar a su padre, señor ... ¿Viene de muy lejos? -preguntó el hombre. - De París -respondió Charles Rambert-. ¿Es que el tren no da señales todavía? El factor, sacando su reloj, una gruesa cebolla, y mirando la hora, respondió: - Tienen todavía más de veinte minutos antes que llegue. ¡Oh!, caramba, sí, los trabajos del túnel le obligan a hacer maniobras, y ahora llega siempre con retraso ... Una vez dados estos informes, el hombre se excusó: - Tengo que ir a mi trabajo, mademoiselle Thérese ... Thérese se volvió hacia Charles Rambert: - Le debe de parecer muy larga la espera -dijo. - Un poco ... - ¿Quiere que vayamos al andén? Veremos llegar al tren. Dejaron la sala de espera y pasaron al andén de la estación, por donde empezaron a pasearse de un lado a otro. Thérese, siguiendo la marcha refrenada del reloj, sonrió a Charles Rambert: - Dentro de cinco minutos, su padre estará aquí ... Aún quedan cuatro minutos ... Mire, ahí está el tren ... Señaló con el índice una colina lejana, mostrando un pequeño rastro de humo que subía muy blanco sobre el azul del horizonte, que iba despejándose: - ¿Ve usted eso? Es el vapor de la locomotora que sale del túnel ... No había terminado de hablar cuando un repique de campana resonó en la pequeña estación desierta. - ¡Ah! -dijo Charles Rambert-. Esta vez ... Un mozo de estación avisó a Thérese al pasar: - Vaya al medio del andén, señorita; allá es donde paran los vagones de primera clase ... Charles y Thérese apenas habían tenido tiempo de seguir este consejo, cuando el tren hizo su aparición. Jadeando estrepitosamente, la locomotora disminuyó su marcha, y el pesado convoy, deteniendo su carrera, paróse al fin. Justo delante de Charles y Thérese se había parado el vagón de primera clase. En el estribo, un anciano, de aspecto distinguido y gran prestancia, se detuvo: Etienne Rambert. Con una ojeada, tras divisar a Thérese y a Charles y coger su escaso equipaje, saltó al andén. Dejó en el suelo la maleta, tiró al vuelo sobre un banco su paquete de envoltorios, y después, estrechando a Charles entre sus brazos: - ¡Hijo mío! -dijo-. ¡Querido hijo! ... Visiblemente, se esforzaba para dominar su emoción ... Por su parte, Charles Rambert no permanecía indiferente. Estaba extremadamente pálido y su voz temblaba, mientras que exclamaba: - ¡Ah, papá! ¡Querido papá!, ¡qué contento estoy de verte! Discretamente, Thérese se había apartado. Monsieur Rambert, teniendo siempre a su hijo abrazado y habiendo retrocedido algunos pasos para verio mejor, observó: - ¡Pero estás hecho un hombre! ... ¡Cómo has cambiado, muchacho! ... ¡Eres tal como yo quería que fueses, alto, fuerte! ... ¡Ah, tú eres de mi sangre! ... Estás muy bien, ¿eh? Sin embargo, tienes aspecto de cansado. Charles confesó, sonriendo: - He dormido mal esta noche, tenía miedo de no despertarme ... Volviendo la cabeza, monsieur Rambert divisó a Thérese; le tendió la mano. - Buenos días, mi pequeña Thérese -dijo-. Tú también estás muy cambiada desde la última vez que te vi ... Dejé una niña, y ahora me encuentro una hermosa joven. Thérese, que había estrechado cordialmente la mano de monsieur Rambert, le dio las gracias. - La abuela está muy bien, señor. Me encarga que le diga que la excuse por no haber venido a recibirle; pero el médico le ha prohibido levantarse temprano ... - Tu abuela está perdonada, niña. Tengo, por otra parte, que darle las más expresivas gracias por la hospitalidad con que ha acogido a Charles ... El tren, entre tanto, se volvió a marchar; un mozo de estación se acercó a monsieur Rambert. - Señor, ¿le llevo los bultos? Vuelto a las preocupaciones materiales, Etienne Rambert contempló sus bultos, que los factores habían descargado respetuosamente del furgón. - Dios mío ... -empezó. Pero Thérese le interrumpió: - La abuela ha dicho que dará orden de cargar por la mañana el equipaje grande y usted llevará con nosotros en el cupé su maleta y los paquetes pequeños ... - ¿Cómo? .. ¿Tu abuela se ha molestado en enviar su coche? - Beaulieu está lejos. ¿sabe usted? -replicó Thérese-. Pregúntele a Charles ... Salieron los tres al patio de la estación. Thérese se detuvo muy sorprendida. - ¡Toma! -dijo-. ¿Cómo es esto? El coche no está todavía ... Sin embargo. Jean empezó a enganchar cuando salimos del castillo ... Monsieur Etienne Rambert. que se apoyaba con una mano en el hombro de su hijo y de cuando en cuando le envolvía en una mirada cariñosa. sonrió a Thérese. - Puede ser que se haya retrasado. muchacha ... ¿Sabes lo que vamos a hacer? Puesto que tu abuela va a enviar a recoger el equipaje por la mañana, no tengo necesidad de llevar mi maleta. Podemos dejar todo en consigna y dirigirnos a pie hacia el castillo. Si mal no recuerdo ... y tengo buena memoria ... no hay más que una sola carretera; por tanto, nos cruzaremos con Jean y montaremos en el coche al pasar. Algunos minutos después emprendieron los tres el camino de Beaulieu. Monsieur Etienne Rambert reconocía con tierna emoción todos los recodos de la carretera, todos los paisajes. - Pensar -dijo riendo- que vuelvo aquí a los sesenta años y con un hijo junto a mí de dieciocho. Y que me acuerdo, como si fuera ayer, de las partidas en el castillo de Beaulieu ... Thérese, ¿no es verdad que vamos a distinguir la fachada del castillo en cuanto hayamos pasado este bosque? - Es verdad -respondió riéndose la muchacha-. Conoce usted muy bien el país, señor. - Sí -confesó Etienne Rambert-. Cuando se ha llegado a mi edad, mi pequeña Thérese, se acuerda uno de los días felices de su juventud. Monsieur Rambert permaneció algunos instantes callado, como absorto en reflexiones un poco tristes. Sin embargo, se repuso pronto. - ¡Oh, oh! -observó-. Han cambiado la cerca del parque ... He aquí un muro que no existía antes. No había más que un vallado ... Thérese reía. - ¡Yo no he conocido la valla! - ¿Tenemos que ir -preguntó monsieur Rambert- hasta la reja principal, o tu abuela ha hecho abrir una puerta? - Vamos a entrar por las dependencias -respondió la joven-. Así sabremos por qué Jean no ha venido a buscarnos ... Abrió, en efecto, una puertecita medio oculta por el musgo y la hiedra y, haciendo pasar a monsieur Rambert y a Charles, se sorprendió de repente: - Pero Jean ha salido con el cupé, porque los caballos no están en la cuadra ... ¿Cómo es posible que no lo hayamos encontrado? Y echándose a reír, de repente divertida, dijo: - ¡Este pobre Jean es tan distraído! Apostaría desde luego que ha estado esperándonos en Saint-Jury, como hace todas las mañanas, para traerme desde la iglesia! ... El pequeño grupo formado por Etienne Rambert, Thérese y Charles llegó al castillo. Al pasar bajo las ventanas de la alcoba de madame de Langrune, Thérese llamó alegremente: - ¡AqUí estamos, abuela! Pero nadie contestó. Por otra parte, apareció en la ventana de una habitación contigua el mayordomo Dollon, que tenía un gesto incomprensible, como para imponer silencio ... Thérese, que precedía a sus huéspedes, había dado apenas algunos pasos, cuando el hombre de confianza de madame de Langrune bajó la escalinata del castillo y, precipitadamente, se dirigió hacia monsieur Rambert. El anciano mayordomo tenía el rostro alterado; él, de ordinario tan respetuoso, tan deferente, cogió a monsieur Rambert por el brazo y, con un gesto casi imperativo, apartando a Thérese y a Charles, le arrastró aparte. - Es espantoso, señor -dec1aró-. Es horrible. Acaba de ocurrir una desgracia ... Hemos encontrado esta mañana a la señora marquesa ... muerta, asesinada en su alcoba ...
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