Indice de Fantomas de Pierre Souvestre y Marcel Allain CAPITULO VIGÉSIMO TERCERO. La explosión del Lancaster CAPÍTULO VIGÉSIMO QUINTO. Cómplice inesperadoBiblioteca Virtual Antorcha

Fantomas

Pierre Souvestre y Marcel Allain

CAPÍTULO VIGÉSIMO CUARTO

En la carcel



No queriendo perder ni un segundo del tiempo que, para estar al aire libre, le concedía diariamente el reglamento de la administración penitenciaria, Gurn recorría a grandes zancadas el patio de la prisión de la Santé.

Hacía cinco días ya que el asesino de lord Beltham, detenido en el momento en que salía de casa de lady Beltham, su amiga, estaba en la cárcel.

Al principio, el prisionero había sufrido horriblemente para acostumbrarse a los rigores de la detención; había pasado crisis de abatimiento, a las que sucedían períodos de rabia; pero Gurn, por su temperamento voluntarioso y por su formidable fortaleza de carácter, había logrado dominarse.

En resumen, se beneficiaba del régimen de detenidos preventivamente y no tenía que estar en promiscuidad.

Durante las primeras cuarenta y ocho horas, el asesino había conseguido que le trajesen las comidas de fuera; eso duró mientras tuvo dinero; pero, poco a poco, su portamonedas se había vaciado, y Gurn tuvo que resignarse al régimen de la prisión.

Gurn, deseando hacer un poco de ejercicio, rccorría sin parar el patio.

- ¡Caramba! -exclamó de repente alguien detrás de él, cuya respiración sofocada llegaba hasta su oído-. ¡Caramba! Gurn, camina usted bastante de prisa. Yo, que venía a hacerle un poco de compañía, no puedo seguirle ...

Gurn se volvió y vio el uniforme de un guardián de prisión: era Siegenthal, el carcelero nombrado para su división y especialmente encargado de su vigilancia.

- ¡Palabra! Se diría que ha servido usted en los Cazadores de Infantería ... ¡Je! Yo también he pertenecido a esa arma de escogidos ... en otro tiempo ...

Pero el carcelero se interrumpió y, de repente, observó:

- Al hecho, monsieur. ¿Ha sido usted militar también, Gurn? He oído decir que en el Transvaal ganó el grado de sargento en el campo de batalla.

Gurn movió la cabeza afirmativamente.

- Yo -concluyó papá Siegenthal, así le llamaban familiarmente en la prisión- no he sido otra cosa que cabo ... He llevado siempre una vida honrada. ¿Es posible. Gurn, que un hombre como usted, que tiene aspecto formal, serio, un antiguo militar, haya podido cometer un crimen semejante? ...

Gurn bajó los ojos sin responder; Siegenthal le puso la mano en el hombro, con aire de protección.

- Veamos -dijo paternalmente-: es una historia de mujer, ¿eh? Un crimen pasional, en un rapto de locura, ¿no es verdad?

Gurn alzó los hombros, sinceramente confesó:

- A fe mía, no, monsieur Siegenthal; es preciso que lo confiese. He matado únicamente por cólera, por necesidad de dinero ..., por robar ...

Siegenthal miró a su prisionero con aire estupefacto; su rostro se oscureció. Decididamente, este hombre estaba muy degenerado, perdido ...

Un reloj sonó. Con un tono imperioso, de mando, Siegenthal ordenó:

- ¡Vamos, Gurn, es la hora! ¡Entremos!

Impasible, Gurn, deteniendo su paseo, tomó con su carcelero la dirección de la celda.

- Al hecho -anunció Siegenthal, mientras subía con Gurn los tres pisos que llevaban a la división, de la que dependía el prisionero-. Al hecho, no le he dicho que vamos a separarnos ...

Gurn interrogó:

- ¿Me cambian de prisión?

- No, soy yo quien se va. Figúrese que he sido nombrado carcelero-jefe en Posay; está firmado desde anteayer. He recibido la comunicación esta mañana; esta tarde marcho con permiso y dentro de ocho días me incorporaré a mi nuevo puesto.

- ¿Está usted satisfecho de este cambio?

- A fe mía, más bien sí -replicó Siegenthal-. Hace mucho tiempo que esperaba este nombramiento. En fin, ha venido de golpe ... ¡Oh! Estaré más tranquilo.

El prisionero y su carcelero habían llegado al tercer piso de la cárcel; con paso regular, militar, seguían un interminable pasillo, con innumerables celdas a uno y otro lado.

Delante de la puerta 127, se pararon los dos. El carcelero quitó el pestillo.

- ¡Entre! -ordenó a Gurn, que obedeció.

Siegenthal se retiró.

Solo, en la celda, Gurn reflexionaba.

Gurn había confesado a monsieur Fuselier todo cuanto este deseaba sobre el homicidio. Sí, él había matado a lord Beltham. Pero Gurn se defendía, débilmente por otra parte, de haber tenido intención de robarle.

- Fue a continuación de una discusión de intereses -decía- cuando, ofendido por el rico aristócrata inglés, se había dejado llevar de una cólera violenta hacia él, le había amenazado y, al defenderse, le había matado.

Una voz sonora resonó en el pasillo, un carcelero anunció:

- Celda ciento veintisiete, prepárese; le llaman del locutorio de los abogados.

Algunos segundos después la puerta de la celna 127 se abrió, dando acceso a un carcelero de aspecto jovial y acento gascón. Gurn lo había observado. Era el carcelero segundo de su división, un tal Nibet, que sin duda ascendería con motivo de la marcha de Siegenthal.

Gurn respondió refunfuñando y se puso de prisa la chaqueta. El asesino de lord Beltham no tenía que entrevistarse más que con su abogado, el célebre profesor Barberoux, una de las glorias del Foro. el especialista de las audiencias de lo criminal, del que Gurn había juzgado prudente asegurar su concurso. tanto más cuanto que este le había sido ofrecido a título completamente gratuito.

Gurn había contado todo a su defensor, al menos lo que había querido contarle.

No quería que el asunto hiciese ruido, sino al contrario. Cuanto más pudiese pasar inadvertido el proceso. mejor sería.

Gurn, sin decir ni una palabra, resignado, precedía por el pasillo al carcelero Nibet, encaminándose como antiguo concurrente que era ya, hacia la celda que la administración había hecho reservar para servir de locutorio a los abogados.

Mientras que recorría este breve camino, los albañiles que efectuaban trabajos en la prisión dejaron de trabajar para verle pasar; pero, contrariamente al temor que tenía Gurn, que no quería de ninguna manera ser conocido, los obreros no lo identificaron. Nibet empujó a Gurn al locutorio de los abogados, diciendo con tono muy respetuoso al personaje que se encontraba ya allí:

- No tendrá más que llamar, profesor, cuando haya terminado.

Gurn se vio de repente en presencia, no de su defensor, sino del joven secretario del abogado, monsieur Roger de Seras, pasante imberbe de una elegancia refinada, de una originalidad innegable.

Roger de Seras, al ver al cliente de su patrón, habia acudido solícito. Saludó a Gurn con una sonrisa agradable y se adelantó como para darle la mano; después, estimando el gesto demasiado familiar, puso súbitamente semblante halagüeño ...

Gurn, que había notado estos pequeños manejos, no se ofendió; al contrario, estaba dispuesto a reirse. Por otra parte, la visita no duraría mucho tiempo.

Monsieur Roger de Seras se excusó como hombre de mundo acostumbrado a las mejores maneras.

- Usted me perdonará -declaró con la voz aguda que atronaba cada lunes en la conferencia de los abogados-, usted me perdonará que no me quede más que unos instantes, pero estoy horriblemente ocupado en este momento. Además, dos señoras me esperan abajo, en mi coche ... Se lo puedo confiar, son dos artistas de varietés: mesdemoiselles de Verneuil y Lucette de Langy. Figúrese que querian verle a toda costa. Monsieur Guro, esto es lo que se llama celebridad.

Gurn movió la cabeza, medianamente halagado.

Roger de Seras continuó:

- Por complacerle, he hecho diligencia tras diligencia. Tal como usted me ve salgo de ver al director de la cárcel ... ¡Pues bien: no hay nada que hacer, querido! Ha estado de una dureza ... A eso tiende también la actitud de Fuselier. Este animal de juez quiere guardarle en el secreto más riguroso. Por otra parte, ¿sabe usted alguna cosa?

Gurn, silencioso, alzó los hombros con indiferencia, y para aligerar la visita que, a su modo de ver, se eternizaba, preguntó:

- ¿No hay nada nuevo de mi asunto?

- Absolutamente nada, que yo sepa -respondió Roger de Seras.

Después, divertido de repente:

- Usted sabe; lady Beltham ...

- ¿Qué pasa? -preguntó Gurn.

- ¡Pues bien: yo la conozco! ... Yo estoy mucho con el mundo oficial y con la colonia extranjera. La he visto muchas veces, en los salones. Es una mujer encantadora lady Beltham.

Gurn, desconcertado, no sabía qué actitud tomar frente a un hombre, decididamente, cada vez más imbécil. Seguramente iba a poner en su sitio con una palabra al torpe charlatán; pero este, mientras que al fin se preparaba para marcharse, recordó, algo bruscamente:

- ¡Ah! -dijo estallando de risa-. ¡Iba a olvidar lo más importante! Figúrese que Juve, ese animal de Juve, que está a un paso de convertirse en héroe ... ha ido ayer, por la tarde, a hacer una investigación suplementaria en su domilicio de usted.

- ¿Solo? -interrogó Gurn, interesado.

- Solo. Ahora bien: ¿le digo lo que ha descubierto en su casa, donde. sin embargo, ya se había registrado bien; lo que él ha descubierto de sensacional en su casa. se entiende? Mire: le apuesto a que no lo adivina.

- ¡Yo no apuesto nunca! -replicó Gurn.

El joven pasante, muy ufano por haber fijado un instante la atención del célebre cliente de su patrón, hizo una pausa, movió la cabeza y, pesando sus palabras, dijo:

- Ha descubierto, querido, en su biblioteca ... un mapa Taride medio deshecho ...

- ¿Y qué? -preguntó Gurn, cuyo rostro se contrajo.

- Pues que -dijo el joven profesor, sin notar la fisonomía del asesino- eso pareció a los ojos de Juve de importancia considerable ... Entre nosotros, le confieso que Juve, a fuerza de hacerse el astuto, acaba por parecer imbécil. ¿En qué puede modificar su caso el descubrimiento de ese mapa? A este propósito, no tiene que preocuparse nada. Estoy acostumbrado a los procesos criminales: existen las circunstancias atenuantes, puede estar seguro, pero ...

Y pasando bruscamente de una idea a otra:

- ¡Otra novedad! Vamos a oír a un nuevo testigo, para la instrucción ...

Gurn puso ojos de asombro.

- ¿Un nuevo testigo? -preguntó.

- ¡Sí! ... ¡Sí! .... un nuevo testigo que se llama ... espere ... ¿Cómo se llama? ... Dollon ..., el mayordomo Dollon...

- No comprendo -murmuró Gurn. con la cabeza inclinada y los ojos mirando al cielo.

El pasante prosiguió:

- ¡Espere! Le digo que hay un vínculo. El mayordomo Dollon es uno de los criados de una señora que se llama madame la baronesa de Vibrav ...

- ¿Y qué?

- La baronesa de Vibray -continuó Roger de Seras- no es otra que la tutora de esa joven que se encontraba precisamente en casa de lady Beltham el día, la noche en que usted ...; usted ..., en fin, mademoiselle Thérese Auvernois ...

- ¿Y qué más? -continuó Gurn con tono indiferente.

- ¿Qué más? -repitió el pasante-. ¡Caramba!, no sé ... Mademoisel1e Thérese Auvernois ha sido colocada con lady Beltham pur monsieur Etienne Rambert ... Monsieur Etienne Rambert no es otro que el padre del joven que asesinó, el año pasado, a la marquesa de Langrune ... Le cuento estas cosas sin sacar deduciones, pues no comprendo apenas por qué se ha hecho venir a nuestro proceso al mayordomo Dollon ...

- ¡Ni yo tampoco! -suspiró Gurn.

Durante algunos instantes los dos hombres se callaron.

Roger de Seras buscaba por todas partes los guantes que había perdido. Acabó por encontrarlos en el bolsillo de su chaqué.

- Querido -dijo-, le dejo. Cuando pienso que hace media hora que estamos hablando y que esas señoras me esperan ...

Ya apretaba monsieur Roger de Seras el botón del timbre para que viniera a abrirle el carcelero. Gurn, bruscamente, detuvo su gesto.

- Dígame -dijo, con aire súbitamente interesado-, ¿cuándo viene ese hombre?

- ¿Qué hombre?

- Ese ... Dollon.

El pasante reflexionó un instante. Iba a hacer un gesto de ignorancia cuando, cambiando de opinión, respondió:

- ¡Pardiez! ¡Soy un aturdido! Tengo en mi cartera la copia del telegrama que ha dirigido al juez.

- Enseñe ..., enseñe -insistió Gurn.

Roger de Seras abrió su cartera, hojeó un expediente.

- Tome, aquí está ...

Y pasó el telegrama a Gurn; este lo leyó:

Saldré de Verrieres mañana, doce de noviembre, por la tarde, en el tren de las siete y veinte. Llegaré a París a las cinco de la mañana ...

Gurn estaba, sin duda, suficientemente enterado; pareció no tener en cuenta el resto del texto ...

El asesino de lord Beltham devolvió al abogado el documento sin decir una palabra.

Algunos instantes después, monsieur Roger de Seras se había reunido con sus lindas amigas y el prisionero se había reintegrado a su celda.
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