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Fantomas

Pierre Souvestre y Marcel Allain

CAPÍTULO VIGÉSIMO SÉPTIMO

Tres accidentes sorprendentes



Al final de la noche del 12 al 13 de noviembre, Nibet dejó su servicio. Había vuelto a su casa a las cinco de la mañana y se había acostado al instante, ya que no debía volver a la cárcel hasta el mediodía.

De ordinario, el carcelero, después de una noche en blanco, dormía con sueño profundo; pero este día, después de media hora de sopor, se despertó y no pudo volver a cerrar un ojo.

Nibet estaba inquieto por las consecuencias que iba a tener la evasión de Gurn, a la cual tan claramente había colaborado.

No pudiendo dormir, Nibet se levantó. Eran las once y media, Seguramente, a esta hora se sabía en la cárcel que Gurn se había escapado. El carcelero de día habría ido la primera vez hacia las siete, para ordenarle que se levantara. Tal vez no se hubiese apercibido de nada en ese momento; pero, una hora después, al llevar la sopa a los prisioneros, habría visto que la celda estaba vacía, y entonces ...

Cuando bajaba de su pequeño apartamento de la calle de la Glaciere y se acercaba a la cárcel, Nibet, en el momento en que no estaba más que a algunos cientos de metros de la Santé, vio venir en su dirección al equipo de albañiles que se iban a comer.

Nibet atravesó la acera, fue hacia ellos, esperando que al encontrarle le diesen alguna noticia. Pero los obreros pasaron por su lado, callados. Algunos le dirigieron con el gesto un saludo indiferente. Ninguno le habló de lo que esperaba. Nibet concibió cierta alarma.

¿Es que la consigna será ya sospechar de mí? ... Pero cambió de opinión:

¡Qué bestia soy! Es evidente que ni los compañeros, ni la dirección, van a dar a conocer a los albañiles la evasión de Gurn.

Nibet, al pasar ante el portero, notó que le palpitaba el corazón.

¿Qué iría a decirle el tío Morin?

El tío Morin estaba muy ocupado tratando de hacer marchar el horno de la cocina, que no funcionaba y cuyo humo se esparcía por la habitación en lugar de salir por la chimenea. La silueta desabrida del tío Morin apareció en un claro, y cuando Nibet le dio los buenos días, el conserje le respondió con un saludo distraído sin comentarios.

¡Cáspita!, pensó Nibet.

Atravesó el patio de honor, al extremo del cual daban las oficinas del archivo.

Por las ventanas del exterior, Nibet vio a los empleados. Muy pocos estaban trabajando, la mayor parte leían los periódicos, nadie parecía preocupado.

Nibet se presentó al portero de servicio de los carceleros y pasó sin decir palabra.

En este momento el cómplice de Gurn estaba de tal manera enervado, inquieto, que por poco hubiera cogido a todos los colegas que veía aquí y allá, sin estar ocupados, y les habría interrogado.

¿Cómo la fuga de un prisionero tan importante como el asesino de lord Beltham no causaba ninguna emoción?

Nibet, sin embargo, para no despertar sospechas, tuvo bastante serenidad para subir despacio, como de ordinario.

Con paso en apariencia tranquilo y candencioso, llegó en el momento en que daban las doce del día. Nibet era de una exactitud militar, ni antes ni después.

- Colas -dijo, interpelando a su colega-, aquí estoy ya. Puedes irte.

- Está bien -respondió el carcelero-. Hasta luego, entonces. Ya no volveré hasta las seis de la tarde.

Colas se alejaba.

- ¿Nada nuevo? -preguntó Niget con un tono que trataba que fuese lo más indiferente posible.

Colas respondió con toda naturalidad:

- Nada.

Y se marchó.

Dos segundos después, Nibet, no pudiendo aguantar más, fue rápidamente, a despecho de toda prudencia, a la celda de Gurn y la abrió.

Nibet no pudo contener un grito de estupefacción.

Gurn estaba allí, sentado al pie de su cama.

El asesino de lord Beltham, con las piernas cruzadas y un carnet sobre las rodillas, tomaba notas con la más escrupulosa atención; apenas si pareció darse cuenta de la irrupción de Nibet en su celda.

- ¡Vamos! -murmuro este, desconcertado del todo-. ¡Vamos! ¿Estás entonces aquí?

Gurn levantó la cabeza, teniendo cuidado de adoptar un aire enigmático. Respondió:

- Aquí estoy.

Nibet, pálido, tuvo que apoyarse en la pared para no desfallecer.

Gurn, que le miraba, tomó al fin la palabra y le tranquilizó con una sonrisa.

- No hace falta que te sorprendas ni que tengas ese aspecto tan abatido; yo estoy aquí ..., eso no tiene ninguna importancia. Supongamos que no hayamos dicho nada ayer, ¡y eso es todo! ...

- ¡Vamos! Entonces, ¿no te has ido? -repitió Nibet.

- No -confirmó Gurn-, y, puesto que eso te interesa tanto, te diré que he tenido miedo, en el último momento, de arriesgarme a la aventura ...

Nibet, con su mirada perspicaz, había inventariado la celda en todos los escondrijos. Vio, debajo del lavabo, el paquetito de ropa que la víspera llevara al prisionero. Nibet estimó que era preciso, ante todo, hacer desaparecer esos comprometedores objetos cuya presencia en la celda de Gurn aparecería singularmente sospechosa, si por casualidad se descubrían.

Gurn le dejó hacer; pero Nibet, que se estaba apoderando del paquete, ocultándolo rápidamente bajo su chaqueta, lanzó un grito de asombro ... Una fría humedad pasaba a través del papel que envolvía los vestidos. Tocándolos con la mano, Nibet pudo apreciar que estaban mojados bajo su frágil envoltura.

- ¡Gurn -reprochó Nibet-, tú has dado el golpe! Estos vestidos están mojados; seguramente has estado fuera esta noche, si no los trastos estarían intactos ...

Gurn dedicó una simpática mirada al carcelero y, sonriéndole, declaró:

- ¡No demasiado mal! No demasiado mal razonado, para un simple carcelero.

Como Nibet iba a proseguir su encuesta, Gurn, preveyendo sus preguntas, le confesó, de repente:

- ¡Pues bien! Sí; intenté salir y fui hasta el archivo anoche. Pero, en el último momento, tuve mucho miedo. Entonces subí al tejado; solo que, cuando llegué a la celda ciento veintinueve, me fue imposible alcanzar la mía, pues, como sabes, la puerta de la ciento veintinueve está cerrada por un pestillo exterior. Para evitar una sorpresa, volví a subir al tejado, y he pasado allí la noche. Después, al amanecer, en el momento en que las rondas son más raras y los carceleros están más adormilados, aprovechando el desorden momentáneo creado por el retorno de los obreros, bajé del tejado en el momento en que estos subían allí. Cuando me encontré en el piso de mi pasillo, aprovechando otra vez el momento en que no había nadie, lo recorrí y entré en mi celda ...

Nibet, durante la explicación algo verosímil que le daba Gurn, reflexionaba.

En el fondo, era mejor que fuese así; pero también el carcelero se preguntaba cómo tomaría la cosa la gran dama misteriosa que pagaba tan bien.

Ingenuamente, Nibet confió sus inquietudes al prisionero.

Gurn estalló de risa; después, tranquilizando al instante a Nibet, declaró:

- No está todo terminado. El asunto, por el contrario, empieza. ¿Quién sabe si hemos querido simplemente probarte, darnos cuenta de tu capacidad? ... Tranquilízate, Nibet; si Gurn está en la cárcel en este momento es porque tiene sus razones.

* * *

En el Palacio de Justicia, monsieur Fuselier se encontraba conferenciando con Juve.

- Se lo repito, señor juez -declaró este-, se lo repito: yo doy al descubrimiento de este mapa Taride una extrema importancia ...

- ¿De verdad?

Juve prosiguió:

- He aquí por qué: si no recuerdo mal, hace alrededor de un año, cuando yo me ocupaba del asesinato de la marquesa de Langrune, en el castillo de Beaulieu, en el Lot, descubrí, registrando los alrededores, un trocito de mapa, de mapa Taride me parece, que representaba precisamente la región en la cual me encontraba. Llevé esta pieza al juez de instrucción encargado del asunto, monsieur De Presles. Este magistrado no creyó que debía dar importancia a este documento. Yo mismo lo estimé en aquel momento que no constituía para nosotros ningún nuevo elemento de prueba.

- ¡En efecto! -concluyó monsieur Fuselier-. Encontrar en una región un mapa o un pedazo de mapa relativo a esa región, tiene poco interés.

Juve sonrió.

- Usted me da exactamente, monsieur Fuselier, el mismo razonamiento que me dio monsieur De Presles; sin embargo, le responderé lo mismo que le respondí a él; a saber, que si algún día se encontrara el otro trozo de mapa que viniera a completar este primer trozo, que si se averiguara el propietario de uno y otro de estos dos pedazos, habría allí un elemento bastante formal para permitir encadenar un razonamiento ...

- ¡Encadénele! -sugirió monsieur Fuselier.

- ¡Oh! Es muy sencillo -dijo Juve-. El trozo de mapa número uno, encontrado en Beaulieu, pertenecía a X ... Es asunto decidido. Yo no conocía a X ..., pero encuentro en París, en casa de Gurn, el pedazo de mapa número dos, que pertenece a Gurn; si ocurre, como creo yo, que los dos trozos de mapa, yuxtapuestos el uno al otro, constituyen un todo, concluiré lógicamente que X ..., que fue poseedor del pedazo número uno, no es otro que el poseedor del número dos; por consiguiente, que X ... es Gurn.

- ¿Cómo lo sabrá usted?

- Es para saberlo -observó Juve- por lo que hemos decidido que venga Dollon, el mayordomo de la difunta marquesa de Langrune. Si, por fortuna, posee aún ese pedazo de mapa, nada será más fácil que entregarse a la identificación que acabo de indicarle ...

- ¡Sea! -dijo monsieur Fuselier-. Pero si usted acierta, ¿le dará a eso una extrema importancia? De este simple hecho, ¿podrá deducir que Gurn y el asesino de la marquesa de Langrune no son más que uno? ... Es muy atrevido ...

Monsieur Fuselier quería tratar aún con Juve de otros casos cuya instrucción llevaban juntos, pero el escribano del magistrado, sin el menor escrúpulo, interrumpió la conversación.

- Señor juez -observó-, son las dos. Tiene usted que oír a varios acusados, y después, una serie de testigos ...

- ¡Justamente ! -reconoció monsieur Fuselier.

El escribano había colocado ante el magistrado dos voluminosos informes y esperaba una seña para ir a la puerta que daba al pasillo y llamar a la gente convocada.

El primer informe llamó la atención de Juve. Había leído en la cubierta: Asunto del Royal-Palace.

- ¿Nada nuevo -preguntó- de los robos de Rasen y Sonia Danidoff?

Y como el magistrado moviese negativamente la cabeza, Juve prosiguió:

- Va usted a interrogar a Muller, el guardián de noche, ¿verdad?

- Sí -replicó el magistrado.

- ¡Pues bien! -insistió Juve-. ¿Quiere hacerme un favor? Interrogue a continuación a Gurn sobre el asunto Beltham ...

- Perfectamente.

- Yo le pediría que, después, careara a los dos individuos en mi presencia ...

Monsieur Fuselier miró a Juve con sorpresa. ¿Qué relación podían tener esos dos asuntos, tan desemejantes, tan diferentes?

Puede ser que Juve, con su manía de querer relacionar todos los dramas, fuese, esta vez, un poco demasiado lejos.

- ¡Tiene usted alguna idea? -preguntó monsieur Fuselier.

- Tengo -sonrió Juve- una cicatriz debajo de la mano ...

Y como el magistrado no comprendiese, Juve en dos palabras le puso al corriente.

- Sabemos que el misterioso autor del asunto del Palace, cuando cortó los hilos eléctricos en el cuarto de baño de Sonia Danjdoff, se quemó bastante gravemente en la mano, a consecuencia de una chispa eléctrica; ahora bien: mientras yo buscaba, hace apenas algunas semanas, a un individuo que llevara una cicatriz en el sitio en que le acabo de indicar, me señalaron uno que vagabundeaba por las pocilgas. Hice seguir a ese hombre e iba a detenerle la noche misma del día en que la operación comenzó, cuando me di cuenta, no sin cierto asombro, que el hombre que me habían indicado que tenía en la palma de la mano una quemadura sospechosa, ¡no era otro que Gurn! Gurn, que se me escapó esa vez, fue cogido en seguida, y yo he visto que lleva, indiscutiblemente, en la palma de la mano derecha una cicatriz que se borra cada vez más. La herida fue solo superficial. ¿Comprenda ahora mi idea?

- La apruebo, tanto más cuanto que debo tener, en este momento, a los dos individuos aquí -exclamó monsieur Fuselier-. Voy, en primer lugar, hacer entrar a Muller. ¿Qué piensa usted?

Juve se inclinó.

- ... En fin -insistía todavía el juez, acabando el interrogatorio del vigilante-, ¿persiste usted aún en no confesar? ¿Mantiene usted que esa orden, sorprendente, de dejar salir al muchacho pelirrojo, la dio usted con la mejor fe del mundo?

- ¡Sí y sí, señor juez! -replicaba el vigilante-. Ahora bien: yo no le conocía aún. Había allí precisamente esa noche uno nuevo entre el personal de los mozos encargados de los cuartos. Cuando ví a ese desconocido ..., le tomé por el camarero ajustado la víspera ...

- No podemos acusarle más que de complicidad -continuó el juez-, pues la persona que tocó los aparatos eléctricos se quemó la mano; es excelente para su defensa ... Usted pretende, además, que si le presentaran al culpable, usted le reconocería.

- Sí, ciertamente, señor juez.

- ¡Bien! -concluyó monsieur Fuselier.

Con una seña, el magistrado invitó al escribano a introducir otro personaje.

El escribano comprendió.

Gurn, entre dos guardias municipales, entró en la pieza, seguido del abogado pasante, monsieur Roger de Seras, que reemplazaba a su patrón.

Apenas había llegado Gurn a la ventana por donde entraba la luz, cuando monsieur Fuselier ordenó bruscamente:

- ¡Muller, dése la vuelta! ¡Mire a ese hombre!

Muller obedeció.

El vigilante miró con azoramiento, y sin comprender, la cabeza enérgica, la silueta armoniosa y musculosa del asesino de lord Beltham.

- ¿Reconoce usted a este hombre? -preguntó el magistrado, dirigiéndose a Muller.

- No, señor ...

- Gurn -ordenó monsieur Fuselier-, abra la mano derecha, enséñela ...

Después, dirigiéndose de nuevo a Muller, dijo:

- El individuo, con el que usted se está confrontando, parece haber estado herido, quemado en la palma de la mano, como así lo prueba la cicatriz. ¿No recuerda si este hombre se ha presentado ante usted, en un momento cualquiera, en el Royal-Palace?

Muller miró otra vez a Gurn con persistencia.

- A fe mía, señor -replicó-, tendría interés en reconocerlo; pero, sinceramente, no, no lo reconozco.

Monsieur Fuselier habló en voz baja con Juve; los dos hombres parecían estar de acuerdo. Su conversación no duró más que algunos momentos.

Monsieur Fuselier volvió a su escritorio; después, dirigiéndose al vigilante, declaró:

- Muller, la Justicia le agradece su franqueza. Le comunico que está usted en libertad provisional; sin embargo, queda a disposición de la Justicia.

- ¡Oh, señor, señor! -exclamó el vigilante, cuyo rostro se alegró de repente.

Pero ante un gesto del magistrado, los municipales se lo llevaron.

Monsieur Fuselier se volvió hacia el otro acusado. El asunto Gurn le parecía mucho más grave, mucho más interesante.

- Gurn -comenzó el magistrado-, ¿podría decirme en qué ha empleado el tiempo durante la segunda quincena de diciembre del año último?

Gurn esbozó un gesto vago, sorprendido por la pregunta hecha a boca de jarro. Monsieur Fuselier, esperando tal vez un golpe teatral, iba a ordenar que introdujeran al mayordomo Dollon, cuando un golpe discreto dado en la puerta del despacho le interrumpió. El escribano fue a abrir. La silueta de un gendarme se perfiló en la puerta entreabierta.

A la primera palabra que pronunció el militar, el escribano no pudo contener un grito de estupefacción; el anciano empleado se volvió al instante hacia el magistrado.

- ¡Monsieur Fuselier! ... ¡Monsieur Fuselier! -murmuró-. Escuche ... Acaban de decirme...

Pero el gendarme había entrado. Llevando respetuosamente la mano al quepis, tendió al magistrado una carta. Monsieur Fuselier rasgó el sobre y leyó:

A monsieur Germain Fuselier, juez encargado de la instrucción, en su despacho del Palacio de Justicia, París.

El señor comisario especial de la estación de Brétigny tiene el honor de informar a usted que ha sido descubierto esta mañana a las ocho, por los agentes de reconocimiento, en la vía del ferrocarril, a cinco kilómetros de Brétigny, viniendo de Orleáns, el cadáver de un hombre que ha sido víctima, o bien de un accidente, o bien de un crimen, y que seguramente cayó del tren cuando se dirigía a París. El cadáver, mutilado por un tren que venía en sentido inverso, ha sido difícilmente identificado; sin embargo, los papeles recogidos al muerto han demostrado que se lamaba Dollon e iba a París a visitar a usted, como resulta de la convocatoria encontrada en el bolsillo.

Nosotros hemos sido puestos muy tarde al corriente de los hechos más arriba delatados. Hemos sabido que los viajeros, que descendían del tren que llega a las cinco a la estación de Austerlitz, han sido interrogados y puestos después en libertad. Tal vez usted esté ya informado. Hemos creído, no obstante, después de haber registrado el cadáver, que debíamos tenerle al corriente de esta identificación, y es por lo que hemos pedido un gendarme a la gendarmería de Brétigny para encargarle la misión de que le haga llegar las noticias contenidas en esta carta.

Monsieur Fuselier, que había palidecido de emoción por la lectura de esta extraordinaria misiva, la tendió a Juve.

Con prisa febril, este se enteró del contenido antes de interrogar al gendarme:

- Dígame, gendarme, ¿sabe usted lo que se ha hecho? ¿Sabe si los papeles de ese hombre han sido identificados, conservados? ...

El gendarme no sabIa nada.

Juve, estrechando la mano del magistrado, murmuró:

- Salgo para Brétigny sin perder un segundo ...

Durante toda la duración de este incidente, monsieur Roger de Seras no había entendido nada de lo que pasaba.

En cuanto a Gurn, su rostro había permanecido impenetrable, impasible.
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