Indice de Fantomas de Pierre Souvestre y Marcel Allain | CAPITULO SEGUNDO. Alba trágica | CAPÍTULO CUARTO. ¡No, no estoy loco! | Biblioteca Virtual Antorcha |
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Fantomas Pierre Souvestre y Marcel Allain CAPÍTULO TERCERO A la caza del hombre Monsieur de Presles, juez de instrucción, comisionado por el Tribunal de Brive, acababa de llegar al castillo de Beaulieu. - Veamos, monsieur Dollon -preguntó al mayordomo-. ¿Quiere referirme exactamente cómo descubrió el asesinato? - Señor juez -respondió el mayordomo-, acudí esta mañana, como todas, a dar los buenos días a madame de Langrune y a recibir sus órdenes. Llamé a la puerta de su alcoba, como tenía costumbre de hacerlo, y la señora marquesa no me contestó ... ¡Llamé más fuerte ... nada otra vez!
Me estoy preguntando cómo abrí la puerta en lugar de retirarme ... ¿Probablemente un presentimiento? ... ¡Ah! No olvidaré nunca, se lo aseguro, la impresión que sufrí al ver a mi pobre y querida señora caída al pie de la cama, muerta, con la garganta tan horriblemente seccionada, que he creído, por un instante, que la cabeza estaba separada del tronco ... El cabo de la gendarmería confirmó el relato del mayordomo: - Es cierto, señor juez -observó- que este asesinato se ha cometido con una brutalidad particularmente espantosa ... Las heridas son horribles ... - ¿Heridas producidas por cuchilladas? -interrogó monsieur de Presles. El cabo hizo un gesto de duda: - No lo sé ... El señor juez podrá comprobarlo por sí mismo. El magistrado, guiado por el mayordomo, penetró, en efecto, en el apartamento, donde, muy inteligentemente, Dollon había procurado que no se tocase nada. La pieza era grande y sobriamente alhajada con muebles antiguos.
La cama de la marquesa ocupaba todo un lado de la alcoba. Era grande y elevada sobre una especie de estrado recubierto con una alfombra oscura. En medio de la habitación, un velador de caoba ... En un rincón, en la pared, un gran crucifijo. Un pequeño escritorio, en fin, colocado un poco más lejos, estaba medio abierto, los cajones sacados, los papeles caídos por el suelo ... No había más acceso a la alcoba que la puerta por donde el magistrado acababa de entrar y que daba al pasillo central del primer piso y otra puerta que comunicaba la habitación con el tocador de la marquesa. El magistrado, al entrar, vio el cadáver de la marquesa. Esta estaba caída de espaldas, los dos brazos separados, la cabeza hacia la cama, los pies hacia la ventana. El cadáver estaba a medio vestir. Una herida, desgarrando la garganta en casi toda su extensión, ponía los huesos al descubierto. Monsieur de Presles, que se había quitado el sombrero instintivamente al ver la muerta, se inclinó sobre ella. - ¡Es abominable! -murmuró-. ¡Qué herida tan horrorosa! Tras observar el cadáver, el magistrado interrogó al anciano intendente Dollon: - No ha sido cambiado nada en la disposición de la habitación, ¿verdad? - Nada, señor juez. El magistrado, señalando el escritorio, cuyos cajones estaban abiertos, precisó: - ¿No se ha tocado este mueble? - No, señor juez. - ¿Y es probablemente ahí donde la marquesa encerraba sus valores? Pero el mayordomo hizo un gesto de duda. - La señora marquesa no debía de tener grandes sumas en el castillo ... Algunos miles de francos, tal vez, para las necesidades diarias. - ¿Usted no cree entonces -observó monsieur de Presles- que el robo sea el móvil del crimen? El mayordomo alzó los hombros. - ¿Puede ser que el asesino, señor juez, haya creído que madame de Langrune tenía dinero? ... En todo caso, se ha desorientado; pues no ha robado las sortijas que la señora marquesa había puesto sobre el tocador antes de meterse en la cama. El magistrado, sin reparar en la observación del intendente, recorría lentamente la habitación. - ¿Estaba abierta esta ventana? -preguntó. - La señora marquesa la dejaba todos los días así; temía las congestiones y quería tener la mayor cantidad de aire posible. Y como el magistrado preguntase: - ¿No habrá podido entrar por ahí el asesino? El mayordomo movió la cabeza. - Es poco probable, señor -dijo-. Vea: exteriormente, las ventanas están protegidas por una especie de verja que se adelanta en el vacío y cuyas puntas, dirigidas hacia el suelo, impiden toda escalada. Entreabriendo la ventana, Presles se dio cuenta de que el mayordomo tenía razón ... Continuando su examen, se aseguró de que nada en la disposición habitual de los muebles de la alcoba había dejado huella del paso del asesino ...
Llegó, en fin, junto a la puerta de la alcoba que daba al corredor. - ¡Ah, he aquí un detalle interesante! Con el dedo, Presles señaló al cerrojo interior de la puerta cuyos tornillos, medio arrancados, testimoniaban que se había querido hacer saltar la cerradura. - Madame de Langrune -preguntó- ¿cerraba la puerta con cerrojo todas las noches? - Sí -respondió Dollon-, claro que sí. Presles no replicó. Dio todavía una vuelta por la habitación, observando minuciosamente el emplazamiento de cada objeto, y, llamando al gendarme que estaba en el rellano aguardando órdenes, le dijo: - Amigo mío, ¿quiere ir a buscar a mi escribano, que me espera en el coche. y decirle que suba inmediatamente aquí? Monsieur Dollon, ¿haría el favor de llevarme a un sitio cualquiera donde pueda disponer de una mesa ... de un tintero ... de lo que hace falta. en fin, para proceder a los primeros interrogatorios? Mientras el mayordomo. poniéndose a disposición del juez, le conducía a un cuarto vecino, el gendarme que había salido a buscar al escribano volvía precipitadamente. - Señor juez -dijo, saludando respetuosamente al magistrado-, el señor escribano le espera abajo en la biblioteca. donde ha dispuesto todo ... Presles no pudo reprimir un movimiento nervioso ... - ¡Bien! -pensó-. Ya está Gigou queriendo llevar la instrucción a su manera ... En voz alta, añadió, volviéndose hacia el intendente: - ¡Bien! Si usted no tiene inconveniente, vamos a reunimos con él. Monsieur de Presles. a quien había encargado la instrucción el tribunal de Brive, formaba con su escribano un contraste sorprendente. Era un magistrado muy joven. elegante, distinguido, hombre de mundo ... Gigou, el escribano, era, al contrario, un hombrecillo grueso, alegre por naturaleza y vulgar de temperamento. Encarnaba a maravilla el espíritu tradicionalista de la magistratura de provincia; tenía predilección por las fórmulas largas, el papeleo admistrativo, las formalidades que no acababan nunca ... Monsieur de Presles y su escribano estaban animados, sin embargo, de sentimientos casi idénticos, desde que habían llegado al castillo de Heaulieu. Despertados los dos, aquella misma mañana, por el aviso del procurador general del tribunal de Brive, el escribano y el juez habían considerado, en primer lugar, las ventajas que podían, uno y otro, sacar de este asesinato, de este negocio que surgía de improviso. Como buen escribano y buen provinciano, el excelente Gigou había visto la ocasión de un viaje, un sumario, un hermoso proceso, y numerosos expedientes. Monsieur de Presles, pensando en sí mismo, había reflexionado que tal crimen iba a permitirle demostrar su valía, y, si tenía suerte, podía llegar a obtener su ascenso ... Desgraciadamente, desde su llegada a Beaulieu, el escribano había visto desaparecer parte de sus esperanzas por la manera rápida con que monsieur de Presles había comenzado a llevar el sumario, y el juez de instrucción, por su lado, no había dejado de comprender que, si el asesinato de la marquesa de Langrune podía un día proporcionarle éxito, empezaría seguramente por causarle preocupaciones ... Una instrucción, una instrucción importante, no era tan fácil de hacer como había primeramente supuesto ... ¿Tendría éxito en los interrogatorios? Presles se lo preguntaba con verdadera ansiedad mientras llegaba, conducido por Dollon, a la biblioteca del piso bajo, donde su emprendedor escribano había ya establecido su domicilio provisional. El juez de instrucción se sentó detrás de una larga mesa y, llamando al cabo de la gendarmería, le preguntó: - Dígame, cabo, ¿ha llevado al correo el despacho que le he entregado al llegar? - Sí, señor juez ... ¿El despacho en que usted pedía el envío de un inspector de la Sûreté y que iba dirigido a la prefectura de policía de París? - Ese es, sí ... - Lo he llevado yo mismo a telégrafos, señor juez ... Tranquilizado sobre este punto, el joven magistrado se volvió hacia el mayordomo Donon: - ¿Quiere usted sentarse, señor? -le propuso. Y prescindiendo, a pesar de las miradas desaprobatorias del escribano, de las preguntas usuales relativas al nombre, a la edad, y a la profesión de los testigos, Presles empezó la jnstrucción, preguntando al anciano intendente: - ¿Cuál es el plano exacto del castillo? - El señor juez de instrucción lo conoce ahora tan bien como yo -respondió el mayordomo-. La galería, que parte de la puerta de entrada al piso bajo, lleva a la gran escalera que hemos subido hace un momento y que conduce al primer piso, donde se encuentra la alcoba de la señora marquesa. Este primer piso está, por otra parte, compuesto únicamente por una serie de cuartos separados por un pasillo. A la derecha, está la alcoba de mademoiselle Thérese; después, a continuación, vienen las alcobas de los amigos, donde no se acuesta nadie ...; a la izquierda está la alcoba de la señora marquesa, que se continúa por el tocador; siempre a la izquierda, y en seguida de la alcoba de la señora marquesa y de su tocador, hay, en primer lugar, otro tocador, y después la alcoba de monsieur Charles Rambert, el joven del cual le he hablado. - Bien. ¿Y cuál es la disposición del otro piso? - El segundo piso, señor juez -continuó el mayordomo-, es en todo parecido al primero, solamente que en lugar de las alcobas de los señores, son las alcobas de los criados. - ¿Quiénes son los criados que duermen en el castillo? - En tiempo ordinario, señor juez, hay dos criadas: Marie, la doncella; Louise, la cocinera; después el ayuda de cámara Hervé ..., pero Hervé no ha dormido en el castillo ayer noche; había pedido a la señora marquesa permiso para ir al pueblo y la señora marquesa se lo había dado, a condición de que no volviera esa noche. - ¿Qué quiere usted decir? -preguntó, bastante sorprendido, el magistrado. - Esto, señor juez de instrucción: la señora marquesa era bastante miedosa, no quería que alguien pudiese entrar de noche en el castillo y tenía cuidado, cada noche, de cerrar ella misma con doble vuelta la cerradura de seguridad de la puerta principal y la de la puerta de la cocina. Cada noche, en fin, recorría todas las habitaciones y se aseguraba de que los postigos de hierro estuviesen bien cerrados y que, por tanto, era imposible entrar en la casa. Cuando Hervé salía por la noche, o se quedaba a dormir en el pueblo y no volvía hasta el día siguiente por la mañana, como ha hecho hoy, o le pedía al cochero que dejase abierta la puerta del servicio y se acostaba entonces en una alcoba habitualmente desocupada y situada encima de las cuadras ... - ¿Donde habita el resto del personal, probablemente? - Sí, señor juez. Monsieur de Presles permaneció algunos instantes silencioso, abstrayéndose en sus reflexiones. No se oía en la habitación más que el ruido enervante de la pluma de ganso del escribano. Monsieur de Presles levantó al fin la cabeza. - Pero entonces -insistiá-, la noche del crimen no había dormido en el castillo más que madame de Langrune, su nieta mademoiselle Thérese, monsieur Charles Rambert y las dos criadas. ¿Es así? - Sí, señor juez. - En ese caso -continuó el magistrado-, parece inverosímil que el crimen haya sido cometido por algún habitante del castillo. - Sí, señor juez, y sin embargo ... El mayordomo Dollon había interrumpido su frase como asustado él mismo de lo que iba a decir ... - ¿Y sin embargo ...? -prosiguió el magistrado. - Caramba -confesó Dollon-, dos personas solamente tenían la llave de'la puerta de entrada: la señora marquesa y yo ... - En otros términos -precisó el magistrado-, habiéndose tomado todas las precauciones, no comprende usted, Dollon, cómo alguien ha podido introducirse en el castillo ... - No, señor juez ... Por otra parte, no creo que nadie haya entrado en el castillo ... El magistrado estaba perplejo. - ¿No es posible -dijo- que alguien haya venido por el día, se haya ocultado, y después, llegada la noche, haya cometido el crimen? Recuerde, monsieur Dollon, que el cerrojo interior de la alcoba de madame de Langrune ha sido arrancado ... El asesino ha entrado, entonces, por esa puerta y ha entrado a la fuerza. El mayordomo movió la cabeza. - No, señor juez, nadie ha podido esconderse en el castillo durante el día. Hay siempre gente en la cocina y, por tanto, el acceso a los servicios está vigilado. Por otra parte. los jardineros han estado toda la tarde de ayer trabajando en el césped que está delante de la entrada principal ... Si un desconocido se hubiese presentado allí, hubiera sido seguramente visto ... En fin. madame de Langrune había dado la orden. y yo siempre ejecuté sus órdenes, de tener cerrada la comunicación de la escalera con las bodegas del castillo. Por tanto, si el asesino no ha podido esconderse en el sótano ... ¿dónde se habrá ocultado entonces? ... Además. ¿cómo es posible que el enorme perro de guardia. que todo el día está atado debajo de la escalera. lo haya dejado pasar? Hubiera sido preciso que ese animal conociese al visitante o, en todo caso, que se le hubiese tirado carne ... Esto habría dejado huellas ... y no hay nada que se le parezca ... El juez de instrucción preguntó al intendente: - Pero, entonces, monsieur Dollon, este crimen es inexplicable ... Dada la calidad de las personas acostadas en el castillo, es evidente que no podemos buscar entre ellos el criminal ... Usted mismo acaba de decirme que no estaban en el castillo más que madame de Langrune, los dos muchachos Thérese y Charles, y las dos criadas ... No es seguramente una de esas personas la que pueda ser el culpable ... Es preciso entonces que aquel haya venido de fuera. Veamos. ¿No sospecha usted de alguien? El mayordomo levantó los brazos con gesto abatido. - No -respondió-. En fin, no sospecho de nadie. no puedo sospechar de nadie ... Pero, vea usted, señor juez, para mí es cierto que si el asesino no está entre los que habitaban el castillo esa noche, tampoco ha podido venir de fuera ... Eso era imposible ... Las puertas estaban cerradas; los postigos, colocados ... Presles miró al mayordomo, muy sorprendido de esta conclusión. - Sin embargo, es preciso -dijo-, puesto que alguien ha matado, es preciso que ese alguien haya estado escondido en el interior del castillo, cuando madame de Langrune ha cerrado ella misma la puerta de entrada, o que se haya introducido durante la noche. El intendente titubeó; después, afirmó: - ¡Es un misterio! ..., señor juez; yo, vea usted, le certifico que nadie ha podido entrar ... y, sin embargo, es evidente también que el asesino no es ni monsieur Charles, ni mademoiselle Thérese, ni ninguna de las dos criadas ... Presles, después de algunos minutos de reflexión, rogó al anciano mayordomo que fuese a buscar a los sirvientes. - ¿Volverá usted? -preguntó a Dollon cuando este se alejaba-. Es posible que tenga necesidad de sus informes.
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