Indice de Fantomas de Pierre Souvestre y Marcel Allain CAPITULO QUINTO. ¡Deténgame! CAPÍTULO SÉPTIMO. ¡Servicio de la sûrete!Biblioteca Virtual Antorcha

Fantomas

Pierre Souvestre y Marcel Allain

CAPÍTULO SEXTO

¡Fantomas es la muerte!



Eran las ocho de la mañana.

Juve, que había regresado rápidamente al castillo, y que, durante el camino, se había hecho quitar las esposas, se tropezó ante la verja del parque con Presles.

- ¿Conoce usted la noticia? -le preguntó Juve, con voz tranquila y ponderada.

El magistrado miró al policía, estupefacto.

Este continuó:

- Por su expresión, veo que no, señor juez. Si usted quiere, puede preparar una orden de detención contra Charles Rambert.

Monsieur de Presles retlocedió algunos pasos; después, corriendo hacia Juve, que muy sosegadamente había entrado en el parque y se encaminaba hacia el castillo, le interrogó:

- ¿Tiene usted sospechas. de su culpabilidad?

- ¡Más que eso! -respondieron al mismo tiempo el inspector de la Sûreté y el cabo de la gendarmerla.

En pocas palabras, Juve volvió a contar al magistrado la conversación que el cabo le había referido. El juez no podía disimular su sorpresa.

-Pero ... -fue a preguntar.

De repente se calló.

Los tres personajes estaban, en ese momento, al pie de la escalinata; junto a ellos, la puerta del castillo se había abierto. dando paso al mayordomo Dollon.

Con el cabello despeinado y el rostro descompuesto, el mayordomo exclamó:

- ¿No han visto ustedes a los Rambert? ¿Dónde están? ... ¿Dónde están? ...

Y mientras el juez, aturdido por las revelaciones de Juve, estaba todavía intentando coordinar en su mente el encadenamiento de los diversos acontecimientos que estaban ocurriendo, el inspector de la Sûreté lo comprendió todo en seguida y, volviéndose hacia el cabo, murmuró:

- ¡El pájaro se ha escapado de la jaula!

* * *

En el vestíbulo del castillo, Juve y monsieur de Presles pedían a Dollon que les precisase los detalles de la revelación hecha por Thérese.

- ¡Dios mío! Señores -explicaba el buen hombre-, cuando he llegado esta mañana muy temprano al castillo, he encontrado a las dos viejas sirvientas, Louise y Marie, en la alcoba de mademoiselle Thérese, prodigando solícitos cuidados a nuestra joven ama, a la que habían encontrado enferma. Al cabo de unos veinte minutos, eran entonces en ese momento alrededor de las seis y media, mademoiselle Thérese, un poco más calmada, pudo referirnos lo que había oído aquella noche y la horrible discusión de la que había sidO' testigo, discusión que sostenían monsieur Rambert padre e hijo.

- Y entonces, ¿qué ha hecho usted? -interrogó monsieur de Presles.

- Yo mismo, muy emocionado, señor juez, he enviado a Jean, el cochero, a Sain-Jury, tanto para buscar el médico como para prevenir al cabo Doucet; este ha llegado el primero, le he puesto al corriente de lo que sabía, y lo he dejado en seguida para ir con el doctor a ver a mademoiselle Thérese.

El magistrado, volviéndose hacia el cabo de gendarmería, le preguntó a su vez.

- Señor juez -replicó este-, tan pronto como he tenido conocimiento de los hechos señalados por monsieur Dollon, he creído necesario ir a prevenir a monsieur Juve, que yo sabía que estaba en los alrededores del castillo ...

- ¡Caramba! -interrumpió monsieur de Presles-. Usted ha cometido un formidable error, mi querido cabo, al no tomar las precauciones para que los Rambert nó pudieran escapar.

El cabo objetó vivamente:

- Perdón, señor juez, he dejado a Morand de centinela en la entrada del castillo; tenía el encargo de impedir que salieran estos señores, si tenían la intención de hacerlo.

- ¿Y Morand no les ha visto salir?

Esta vez fue Juve quien respondió por el cabo, habiendo adivinado, después de un momento, lo que había pasado.

- Y el gendarme Morand no los ha visto salir, -dijo- por una buena razón: evidentemente, ellos se marcharon después de medianoche, después de su altercado.

Juve preguntó a continuación:

- ¿Qué se ha hecho después de ese momento?

- Nada, señor inspector ...

- ¡Pues bien, cabo, me imagino que el señor juez de instrucción le va a dar orden inmediatamente de lanzar a sus hombres en persecución de los fugitivos!

- ¡Naturalmente! -concluyó el magistrado-. Y hágalo aprisa ...

El cabo, girando sobre los talones, salió del hall.

El inspector y el juez permanecieron callados; Dollon, aparte, tenía una actitud embarazosa.

- ¿Dónde está mademoisel1e Thérese? -preguntó monsieur de Presles.

Oollon se adelantó.

- Está descansando en este momento, señor juez; duerme tranquila. El doctor está con ella y ruega que no se la despierte ...

- Está bien -respondió el magistrado-. Déjenos.

Oollon se alejó.

- Monsieur Presles -propuso Juve-. ¿quiere que subamos al primer piso?

Algunos instantes después, instalados en la alcoba que había sido ocupada durante cuarenta y ocho horas por monsieur Etienne Rambert, Juve y Presles se miraban sin hablarse.

El magistrado rompió el primero el silencio:

- Entonces -declaró-, ¿el asunto está terminado? ¿Ese Charles Rambert es, entonces, el culpable? ...

Juve movió la cabeza:

- ¿Charles Rambert? ... En efecto, ese debe de ser el culpable.

- ¿Por qué esa restricción? -interrogó el magistrado.

Juve, con la vista baja, miraba con atención la punta de sus zapatus; después levantó la cabeza.

- Digo ese debe de ser, porque las circunstancias me obligan a esta conclusión, y, sin embargo, en mi fuero interno, yo no creo ...

- Las sospechas de sU culpabilidad, su falsa confesión, su silencio, al menos, ante la acusación formal de su padre, nos dan la certeza ... -declaro monsieur de Presles.

Juve objetó, con una ligera vacilación, sin embargo:

- Hay también sospechas en su favor.

El magistrado prosiguió:

- Sus investigaciones han demostrado. de una manera formal, que el crimen ha sido cometido por alguien que se encontraba dentro de la casa ...

- Es posible -dijo Juve-: pero no es seguro.

- Expliquese usted.

- ¡No tan aprisa, señor magistrado! -sonrió Juve.

Y levantándose, propuso:

- No tenemos nada que hacer aquí, señor. ¿Quiere que pasemos a la alcoba vecina, la que ocupaba Charles Rambert?

Monsieur de Presles siguió al inspector de la Sûreté.

Juve, yendo y viniendo por el cuarto que examinaba con pequeñas ojeadas vivas y frecuentes, mientras que el magistrado, habiendo encendido un cigarro, se había sentado cómodamente en una poltrona, empezó:

- ¡No tan aprisa! Me he permitido decirle esO hace un momento, señor juez, y he aquí por qué. Creo que, en este asunto, hay dos puntos previos que importa dilucidar: la naturaleza del crimen y el móvil que ha debido de determinar a su autor a cometerlo. Volvamos a examinar los dos puntos. si a usted le parece, y preguntémonos, en primer lugar, cómo conviene rotular, en sentido jurídico, el asesinato de la marquesa de Langrune. La primera conclusión que se impone a todo espíritu observador que haya visitado la alcoba del crimen y examinado el cadáver de la víctima, es que este asesinato debe ser catalogado en la categoría de atentados crapulosos. Parece que el asesino ha dejado sobre su víctima la marca implícita de su carácter; se identifica en la violencia misma de los golpes dados. Es un hombre de condición inferior, un tipo del hampa, un profesional.

- ¿De qué detalles deduce usted eso? -interrogó monsieur de Presles.

Juve prosiguió:

- Del solo aspecto de la herida; usted lo ha visto como yo; la garganta de madame de Langrune ha sido casi enteramente seccionada por la hoja de un instrumento cortante. Es inadmisible, dadas la extensión y la profundidad de la herida, que haya sido hecha de una sola vez; el asesino ha debido de encarnizarse, dar varios golpes. Eso demuestra que el asesino pertenece a una categoría de individuos a quienes no les repugnan sus siniestras tareas, que matan sin horror, que lo miran sin emoción. La herida atestigua aún, por su misma naturaleza, que el asesino es un hombre vigoroso; usted no ignora que la gente endeble, con músculos débiles, golpean preferentemente en profundidad; es decir, con un arma puntiaguda, mientras que, al contrario, los asesinos vigosos tienen predilección por los golpes dados en extensión, las heridas largas, horribles ...

Monsieur de Presles aprobó:

- Sus deducciones son, en efecto, exactas, y estoy dispuesto como usted a creer que se trata de un crimen crapuloso. ¿Ha hecho usted otras observaciOnes? ...

- Nos falta -dijo Juve- determinar el arma con la cual se ha matado; no la tenemos, al menos hásta el momento; he dado ya la orden de vaciar las letrinas, de dragar la balsa del parque, de registrar los matorrales; pero tengan o no éxito nuestras pesquisas, tengo la convicción de que el instrumento del crimen no es sino un cuchillo de muesca dentada, uno de esos vulagres asesinos, que poseen los apaches. La marquesa de Langrune no ha sido asesinada con un puñal, arma noble ...

- ¿Qué le hace pensar eso? -preguntó monsieur de Pres]es.

- Siempre la naturaleza de la herida. Si el asesino hubiera tenido un arma, cuya punta constituyera el principal peligro, habría pinchado, y pinchado en el corazón, en lugar de cortar; ahora bien: se ha servido del filo y esto es capital. El asesinato ha sido cometido con cuchillo, no COn puñal. Es, pues, un crimen crapuloso ...

- Y entonces -continuó el magistrado-, ¿qué deduce usted de que el crimen sea crapuloso?

Con gravedad, Juve replicó:

- Sencillamente que el crimen no ha debido de ser cometido por Charles Rambert, joven bien educado y, seguramente, vista su edad, poco susceptible de ser un profesional del crimen.

- ¡Evidentemente! -murmuró el juez.

Juve prosiguió:

- Consideremos, ahora, si a usted le parece, señor juez, el móvil o los móviles del crimen ... ¿Por qué ha matado el asesino?

- ¡Pchs! -titubeó el juez-. Para robar, sin duda ...

- ¿Para robar qué? -replicó Juve-. El hecho es que se han encontrado en el velador, bien a la vista, todas las sortijas de mademe de Langrune. Su broche de brillantes, su portamonedas ...; en los cajones fracturados, y los cuales he inventariado minuciosamente su contenido, he descubierto aún otras joyas, quinientos diez francos en monedas de oro y plata, tres billetes de banco de cincuenta francos, en un tarjetero ... ¿Qué piensa usted, señor juez, de ese bandido crapuloso que ve estos valores a su alcance y no se apodera de ellos?

- En efecto, es sorprendente -reconoció el magistrado.

Juve prosiguió:

- ¡Es sorprendente, en efecto! ¿Se tratará de algo más importante que de un robo de dinero, de joyas? Desde luego, le confieso que, aunque planteo la cuestión, tengo bastante dificultad para resolverla.

- ¡Evidentemente! -dijo aún el juez.

Juve continuó desarrollando sus ideas y sugirió:

- ¿Y si nos encontrásemos ante un crímen cometido sin motivo, por simple diletantísmo o por seguir un impulso mórbido, fenómeno aún bastante frecuente, crimen de monomaniaco, de desequilibrado? ...

- ¿En ese caso? -interrumpíó monsieur de Presles.

- En ese caso -observó Juve-, después de haber descartado bajo pretexto de un crimen crapuloso la gravísima culpabilidad que pesa sobre el joven Rambert, no me opondría a volver sobre mi opinión y considerar que bien podía ser el culpable. Su madre está, según creo, en un estado mental precario: si consideramos por un momento a Charles Rambert como un histérico, un enfermo, nos es posible incriminarle por el asesinato de la marquesa de Langrune, sin por esto destruir nuestro andamiaje de argumentos en favor de un crimen crapuloso, pues un ser de mediana fuerza, pero atacado de enajenación mental, tiene en el curso de la crisis decuplicado su vigor ... Además de esto -continuó Juve, interrumpiendo con un gesto al magistrado, que iba a hacerle una pregunta-, tendré pronto detalles muy precisos sobre el poder muscular del asesino: monsieur Bertillon ha inventado recientemente un maravilloso dinamómetro que permite determinar el vigor exacto del individuo que ha empleado instrumentos de fractura ... He sacado muestras de madera del cajón fracturado y estaré pronto documentado ...

- Eso -reconoció monsieur de Presles- tendrá, en efecto, gran importancia; si no tenemos por cierta la culpabilidad de Charles Rambert, admitiendo que el crimen ha sido cometido por alguien de la casa, podemos, en efecto, preguntarnos aún si no ha sido cometido por algún otro habitante del castillo.

- A este propósito -interrumpió Juve- podemos, procediendo siempre por deducción, descartar sucesivamente las personas que tengan una coartada o una excusa ... Con esto se despejará la cosa. ¿Quiere usted que lo hagamos en seguida?

El juez dio su aquiescencia y, tomando a su vez la palabra, declaró:

- Para mí es imposible sospechar de las dos viejas sirvientas Louise y Marie; en cuanto a los vagabundos que hemos detenido y dejado en libertad ..., compréndalo usted, Juve, son seres demasiado rudos, demasiado simples.

Juve movió la cabeza afirmativamente, y el magistrado continuó:

- Está también Dollon; pero creo, probablemcnte como usted, que, en vista de la coartada presentada por este hombre, al saber que, hasta las cinco de la mañana, ha estado con el médico cuidando a su muier enferma, Dollon no es sospechoso.

- Tanto más -concluyó Juve- cuanto que el médico forense declaró Que el crimen fue cometido entre las tres v las cuatro. Falta examinar la situación de monsieur Etienne Rambert.

- Le interrumpo de nuevo -dijo el magistrado- Monsieur Etierine Rambert tomó la noche del crimen, hacia las nueve de la noche, en la estación de Orsav, el tren ómnibus que llega a Verrieres a las seis cincuenta y cinco de la mañana. Pasó la noche en el vagón y llegó en el tren en cuestión; es la mejor coartada.

- La meior, en efecto -replicó Juve, que continuó-: ¡No nos queda, entonces, más que Charles Rambert?

Animándose, el policía hizo entonces una acusación aplastante contra el joven:

- El crimen -dijo- se cometió sin que se oyera el menor ruido; el asesino estaba, pues, en la casa; se aproximó a la alcoba de la marquesa y llamó discretamente; la marquesa, entonces, le abrió, no se sorprendió al verle, pues le conocía; él entró con ella en la alcoba y ...

- ¡Vamos, vamos! -interrumpi6 monsieur de Presles-. Pero esto es una novela que se está usted foriando, monsieur Juve; usted olvida que la puerta de la alcoba de la marquesa fue fracturada, el cerrojo de seguridad fue encontrado arrancado, colgando literalmente de los tornillos ...

Juve miró al magistraro sonriendo.

- Esperaba eso, señor juez ..., pero antes de contestarle ... haga el favor de acompañarme al lugar del crimen; voy a enseñarle algo curioso.

Juve, cruzando el pasillo, volvió a la alcoba de la marquesa de Langrune.

- Mire bien este cerrojo -dijo Juve a monsieur de Presles-. ¿Qué tiene de anormal?

- Nada -dijo el magistrado.

- ¡Sí! -continuó Juve-. El pestillo está salido como cuando el cerrojo está cerrado; pero la cerradura en la que tiene que entrar este pestillo de manera que inmovilice la puerta en la pared, la cerradura, digo, está intacta. Luego si se hubiese forzado realmente el cerrojo, el pestillo habría saltado con ...

- El hecho es ... -murmuró el magistrado.

Juve prosiguió:

- ¿Qué ve usted en estos tornillos?

El magistrado, señalando con el dedo la cabeza, respondió:

- Tienen pequeñas rayas, y yo deduzco ...

- Diga, diga -apremió Juve ...

- ¡Pues bien! -dijo con timidez el magistrado-. Debo deducir, en efecto, que estos tornillos no han sido arrancados por una fuerza ejercida sobre el cerrojo, sino más bien desatornillados y que, por consiguiente ...

- Por consiguiente -dijo Juve-, esto es un simple truco que nos permite conduir con seguridad que el asesino, obrando así, ha querido simplemente engañarnos haciendo creer que se había forzado la puerta, mientras que esta le fue abierta simplemente, ante su llamada, por la marquesa de Langrune. Por tanto, el asesino era conocido de ella.

Interrumpiéndose bruscamente, Juve. sin cumplidos, sacó al magistrado fuera del cuarto y le volvió a llevar a la alcoba de Charles Rambert. Yendo al tocador, se arrodilló y, poniendo el dedo en mitad del hule que se extendía sobre el suelo, preguntó:

- ¿Qué ve usted allí, señor juez?

El magistrado se ajustó el monóculo y, mirando al sitio que le señalaba el policía, vio una pequeña mancha negra.

- ¿Es de sangre? -interrogó.

- Es de sangre -repitió Juve-. De donde yo deduzco que la historia de la toalla ensangrentada, descubierta por Rambert padre, entre los objetos de aseo de su hijo, toalla cuya vista ha impresionado considerablemente a mademoiselle Thérese, no es una invención de esta última: existía realmente y constituye el cargo más abrumador que se puede encontrar contra este joven.

El magistrado inclinó la cabeza.

- ¡He ahí algo concluyente! La culpabilidad de Charles Rambert es indiscutible ...

Después de algunos segundos de silenciu, Juve dejó escapar:

- ¡No!

El magistrado se quedó estupefacto.

- ¡Vamos! -exclamó-. ¿Qué quiere usted decir?

- Quiero decir -replicó Juve-, simplemente, esto: que si tenemos, en favor de un asesinato cometido por alguien de la casa y, en este caso, no puede ser otro que Charles Rambert, argumentos absolutamente formales, tenemos también argumentos formales en favor de un crimen cometido por alguno venido de fuera ... Nada se opone a que este haya entrado en la casa por la puerta ...

- Esta estaba cerrada con llave ... -declaró el juez.

- ¡Oh! Bonito asunto -sonrió Juve-. Argumento sin valor, créame; no olvide que no existe ninguna cerradura de seguridad, cuando esta puede abrirse con una llave desde el exterior. ¡Ah!, si hubiese encontrado en la puerta simples pestillos, buenos y viejos pestillos como otras veces, yo le diría: Nadie ha entrado, porque no hay más que un medio de entrar en un lugar cerrado con pestillo, derribar la puerta. Pero estamos ante cerraduras que se abren con una llave; ahora bien: no hay llave de la que no se pueda sacar un molde, no hay molde que no permita fabricar una falsa llave. El asesino ha podido muy bien entrar en el castillo con una doble ...

El magistrado objetó:

- Si el asesino hubiera venido de fuera, habría dejado fatalmente huellas en los accesos del castillo; nosotros no hemos encontrado ninguna ...

- ¡Sí que hemos encontrado! -rectificó Juve-. En primer lugar ... este pedazo desgarrado de mapa Taride -y Juve lo sacó de su bolsillo- que he encontrado ayer entre el castillo y el terraplen; el trozo que poseemos representa, curiosa coincidencia, los alrededores del castillo de Beaulieu ...

- Esto no prueba nada -interrumpió el juez de instrucción-. Encontrar en nuestra región un trozo de mapa de nuestra región es un hecho verosimil. ¡Ah!, si usted descubriese ... en poder de alguien, el otro trozo de este mapa ... Entonces ...

- Esté seguro que lo intentaré en el plazo más breve. Por lo demás, este documento no es el único argumento que puedo invocar en favor de mi tesis. Así, esta mañana, cuando me paseaba cerca del terraplén, he descubierto huellas de pasos bastante sospechosas ...

- ¡Hola! -dijo el magistrado , a quien el descubrimiento de Juve no parecía impresionarle por otra parte-. ¿Cuál es la conclusión que conviene sacar, según usted?

Juve expresó en alta voz su pensamiento, diciendo:

- ¿Y si pudiésemos hacer de dos hipótesis una sola; a saber: que el asesino estaba en el castillo antes de realizarse el crimen y que una vez cometido el asesinato desapareció? ¿Qué diría usted de un criminal que, una vez cometido el crimen, hubiera ido a coger un tren en marcha, trepando por el terraplén, precisamente en el sitio donde he notado las huellas de pasos de las que le he hablado hace un momento?

- Diría -replicó el magistrado- que no se sube en un tren en marcha como en un tranvía.

- Sea -accedió Juve-. Le haré notar simplemente que en los accesos del túnel, debido a las reparaciones, todos los trenes hacen una parada aquí, desde hace un mes.

El juez de instrucción, un poco alterado por las deducciones de Juve, le presentó otra objeción:

- No hemos encontrado huellas en los accesos del castillo ...

- Precisamente -reconoció Juve-. No obstante, he comprobado que en el césped, frente a la ventana de la alcoba del crimen, la tierra está movida, lo que prueba que el suelo ha sido removido en ese sitio; me imagino que si yo salto de un primer piso a la tierra mojada del césped y quiero borrar las impresiones de mis botas, amasaré la tierra alrededor y la hierba que la recubre, de la misma manera que parece haber sido amasado ese pequeño rincón de césped del que le hablo ...

- Me gustaría bastante ver eso -sugirió monsieur de Presles.

- ¡Que por eso no quede! -consintió Juve.

Los dos hombres descendieron rápidamente la escalera, atravesaron el vestíbulo y salieron del castillo. Al llegar al jardín, Juve había respondido al magistrado, que se asombraba al no notar ninguna huella sobre el césped:

- ¡Pero esto es bien fácil de comprender! Si el asesino ha andado sobre el césped, como es verosímil, lo ha hecho durante la noche, antes que hubiera rocío; luego, por la mañana, cuando el rocío se evapora, sabemos todos que la hierba hollada por pasos de hombre o de animal se endereza, y, desde este punto, se aniquila todo vestigio de huellas.

Los dos hombres habían llegado ante el cuadro de hierba que, según la expresión del inspector de la Sûreté, había sido arreglado; estaban agachados en el suelo y examinaban minuciosamente este. Al lado del césped, dándole un poco la sombra, un extenso plantel de ruibarbos extendía sus hojas.

Juve, que, por azar, acababa de echar una ojeada a las hojas más próximas, no pudo contener un pequeño grito de sorpresa y de satisfacción:

- ¡Eh! -gritó-. Esto si que es divertido ...

- ¿Qué? -preguntó el magistrado.

- Esto -señaló Juve, quien, con el dedo, mostraba al magistrado pequeñas bolitas negras de las que estaba salpicada la planta.

- ¿Qué es eso? -interrogó monsieur de Presles.

Juve, con la palma de la mano, había raspado la parte superior de la hoja.

- Es tierra -dijo-, tierra vulgar, como la que se encuentra diez centímetros más abajo, alrededor del cesped ...

- ¿Y qué? -preguntó el magistrado, desconcertado.

- Pues que me imagino -sonrió Juve- que la tierra corriente, incluso la tierra vegetal, no tiene el privilegio de desplazarse a su voluntad, y todavía menos el de saltar diez centímetros en el aire.

Como el magistrado se callaba, Juve prosiguió:

- Deduzco, entonces, que esta tierra no ha ido allí sola, sino que ha sido llevada. ¿Cómo? Es bien sencillo ... Un hombre, monsieur Présles, ha saltado sobre este césped, ha hecho desaparecer las marcas de sus pies arreglando el suelo con las manos; estas estaban sucias y manchadas de tierra, él con un gesto maquinal, las ha frotado una contra otra; la tierra que se adhería a sus dedos ha caído en pequeñas bolitas sobre la hoja de ruibarbo, ha quedado allí, nosotros acabamos de descubrirla ... Es cierto, pues, y esto es una prueba más, que el culpable, si no venido del exterior, al menos ha huido después de haber cometido el asesinato.

- ¿No es entonces Charles Rambert? -concluyó el juez de instrucción.

Y como Juve, enigmáticamente dijera:

- Debe ser Charles Rambert.

Hubo una pausa. Monsieur de Presles, cada vez más contrariado por la actitud enigmática de Juve, reflexionó en silencio, cuando Juve sugirió:

- Hay una última hipótesis que me es violento someterle; más aún, porque es poco agradable ... ¿Sabe usted, señor, que el crimen de Beaulieu es un crimen extraño, misterioso, enigmático; sabe usted que es, en suma, un verdadero crimen a lo Fantomas?

Oyendo al policía pronunciar este nombre casi legendario, monsieur de Preslesse encongió de hombros.

- ¡Ah! Monsieur Juve, no hubiera creído jamás que fuese a llamar a Fantomas en su ayuda, invocar a Fantomas. Fantomas, pardiez, es la escapatoria demasiado fácil, el medio trival de archivar un asunto. Entre nosotros, usted lo sabe, es una broma del Palacio de Justicia y de los pasillos de instrucción ... Fantomas no existe.

Juve se sobresaltó.

Replicó, muy grave, después de un silencio:

- Señor -hablaba con voz reprimida, pero insistiendo sobre las palabras, que era la manera de manifestar su convicción-, hace usted mal en reírse ...; ¡muy mal! ... Usted es juez de instrucción y yo no soy más que un modesto inspector de la Sûreté ... Pero usted tiene tres o cuatro años de práctica, tal vez menos ... y yo hace quince años que ejerzo ... Yo sé que Fantomas existe, y no me río cuando sospecho su intervención en un asunto ...

Monsieur de Presles miraba al policía, disimulando mal su asombro. Juve prosiguió:

- Nadie ha dicho de mí, monsieur de Presles, que fuese miedoso. He visto la muerte cerca ... Hay bandas de malhechores enteras que han jurado mi muerte ..., espantosas venganzas me amenazan ... ¡Muy bien, eso me es indiferente! Pero cuando se me habla de Fantomas, cuando en un asunto creo adivinar la intervención de este genio del crimen ... ¡pues bien!, monsieur de Presles, me entra un gran miedo ..., le confieso que tengo mucho miedo ... ¡Yo! ... ¡Juve! ... Tengo miedo, porque Fantomas es un ser contra el cual no se lucha con los medios ordinarios, porque su audacia no tiene medida, porque su poder es incalculable ..., porque, en fin, monsieur Presles, todos los que yo he visto atacar a Fantomas, mis amigos, mis colegas, mis jefes, todos, usted me entiende, todos han sido destrozados ... Fantomas existe, yo lo sé; pero ¿quién es? Y si se puede ser valiente ante un peligro que se puede apreciar, se tiembla ante un peligro que se sospecha, pero que no se ve ...

El juez de instrucción le interrumpió:

- Pero este Fantomas no es un diablo ..., es un hombre como nosotros.

- Sí, tiene usted razón, señor juez, es un hombre ..., un hombre como nosotros ..., pero este hombre es, se lo repito, un genio. Parece que mata con el extraño privilegio de no dejar ninguna huella ... No se le ve, se le adivina ...; no se le oye, se le presiente ... Si Fantomas está mezclado en este asunto, no sé si llegaremos nunca a desembrollarlo.

Monsieur de Presles, impresionado a su pesar, dijo:

- ¡Sin embargo, usted no me aconseja, mi querido Juve, que abandone las pesquisas!

El policía, que se esforzaba en reír con una carcajada que sonaba a falso, respondió:

- ¡Quia! ¡No, señor! Si le he dicho, en efecto, que tenía miedo, no le he dicho que fuera un cobarde ... Esté bien convencido que cumpliré con mi deber hasta el final ...

Un ruido de pasos rápido detrás de ellos hizo volverse a los dos hombres; era un cartero que, todo sudoroso, corría al castillo de Beaulieu.

- ¿Alguien de ustedes, señores, conoce a monsieur Juve? -preguntó.

- Soy yo -declaró el policía, quien, cogiendo el despacho con un gesto brusco, lo abrió.

Juve se sobresaltó, y tendiendo el telegrama al magistrado, le dijo:

- Lea, señor, se lo ruego.

El despacho venía del servicio de la Sûreté y estaba concebido en los siguientes términos:

Vuelva urgentemente a París. Estamos convencidos que desaparición Lord Beltham oculta crimen extraordinario. A título confidencial, tememos intervención de Fantomas.
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