Índice de Fausto de J. W. Goethe | Acto cuarto de la SEGUNDA PARTE | Acto único de la TERCERA PARTE | Biblioteca Virtual Antorcha |
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FAUSTO
Acto quinto de la
SEGUNDA PARTE
PAÍS DESCUBIERTO
UN VIAJERO.- Veo ahí abajo los tilos sombríos en toda la fuerza de su vejez; ¡quién me hubiera dicho que había de volver a encontrarlos después de tan largo camino! He aquí la cabaña que me recogió cuando las aguas me arrojaron a este lugar. ¡Cuánto daría por poder bendecir a mis huéspedes piadosos! Pero estaba ya entonces aquella buena pareja muy entrada en años. ¿Llamaré a su puerta? ¡Ustedes que encontraron la dicha en hacer el bien, apóstoles de la hospitalidad, los saludo!
BAUCIS, madre muy anciana.- Silencio, querido extranjero; deja descansar a mi esposo: un largo sueño puede darle la actividad que tanto le hace falta.
EL VIAJERO.- Dime, madre, ¿estás aún aquí para recibir las gracias, junto con tu esposo? ¿Eres tú aquella Baucis, cuyos cuidados regresaron la vida a mis cárdenos labios? (Se adelanta al esposo). ¡Salud, oh Filemón, que con gran fuerza arrancaste mi tesoro del fondo del agua! ¡Deja que contemple el mar ilimitado, deja que me ponga de rodillas y ore, porque me ahogo!
FILEMÓN, a Ballcis.- Ve a preparar la mesa en el punto más florido del jardín.
(Se sienta junto al viajero)
FILEMÓN.- El mar terrible que te trató antes con tanto rigor, lo ves hoy convertido en un sitio paradisiaco. Los esforzados criados de los prudentes señores abrieron fosos, construyeron diques y rechazaron al mar por quedarse con las tierras en que imperaba; en vez de agua, ves ahora verdes praderas, jardines, bosques y un pueblo. Se ve aún a lo lejos deslizarse algunas velas, que van en pos de puerto donde pernoctar.
EN EL PEQUEÑO JARDÍN
Mesa para tres
BAUCIS, al extranjero.- Estás callado sin probar bocado.
FILEMÓN.- Es porque quiere saber algo acerca del prodigio que tanta admiración le ha traído.
BAUCIS.- Sí, fue en verdad un prodigio, porque la forma en que todo esto se hizo no me indica nada bueno.
FILEMÓN.- ¿Acaso el emperador cometió un crimen al otorgarIe la orilla? Vino un heraldo a proclamarIo y pronto se levantaron en nuestra cuna varias tiendas y cabañas. También se alzó un palacio entre el follaje.
BAUCIS.- De día trabajan los obreros con espantoso ruido; en todo lugar que brillaban las chispas de noche, al día siguiente estaba levantado un dique. La sangre humana se derramaba en sacrificio e interrumpían el silencio de la noche gritos de angustia fatal, y rodaba la ola incandescente hacia el mar, por estar terminado ya un canal al romper el día. Es un impío y nuestra cabaña y bosque exaltan su codicia, pero por más déspota que sea, debemos obedecer.
FILEMÓN.- Nos ha ofrecido tierras cultivables en el nuevo país.
BAUCIS.- No creas en tierras que el agua ha cubierto; conserva tu casa en lo alto.
FILEMÓN.- Vayamos a la capilla para ver los últimos rayos del sol y toquemos la campana, arrodillémonos, oremos y entreguémonos por completo al Dios antiguo.
UN PALACIO. GRAN PARQUE, ENORME CANAL
FAUSTO, decrépito, paseando pensativo
LINCEO, guardia de la torre (Por su bocina).- El sol desciende y entran los últimos buques con osadía en el puerto. Pronto llegará al canal una gran canoa cuyas vistosas banderas flotan alegres; el contramaestre se glorifica en ti, a quien sonríe la fortuna por mucho tiempo.
(La campana resuena)
FAUSTO, molesto.- ¡Maldito sonido, que me hiere en lo más profundo del corazón como tiro disparado entre los matorrales! ¡Se extiende ante mí un reino ilimitado y tengo siempre a mi lado un enemigo, que recuerda con el sonido de su campana lo ilegítimo de mis inmensos bienes! Ni el bosque de tilos, ni la casita que junto a ellos se yergue, ni la capilla cubierta de musgo me pertenecen; si camino alguna vez hacia aquel lugar, me suceden cosas de espanto; sólo hay ahí llanto para mi vista y espinas para mi paso.
EL GUARDIA DE LA TORRE.- El viento de la tarde empuja hacia acá la canoa.
(Magnífica canoa con cargamento rico y diversos productos de países lejanos)
MEFISTÓFELES y los TRES ESFORZADOS compañeros
CORO.- Saltemos a esta tierra amiga y saludemos efusivos al dueño y señor.
MEFISTÓFELES.- Nos hemos portado con heroísmo. Sólo teníamos al salir dos buques y ahora tenemos 20 en el puerto. Nuestro cargamento prueba las grandes cosas que hemos hecho; la libertad del mar libera al alma; ahí puede verse lo que la energía puede. Un puñado de hombres decididos puede ahí hacer fortuna, se apresa un buque y cuando uno tiene tres, no para hasta atrapar al cuarto y mientras tenga la fuerza, no le falta nunca el derecho. Sería no tener ningún conocimiento en la navegación el suponer que la guerra, el comercio y la piratería no son indisolubles.
LOS TRES VALIENTES.- ¡Ni gracias, ni un saludo, como si lleváramos una pila de escombros! Parece estar de insoportable ánimo.
MEFISTÓFELES.- Empiecen por poner sobre el puente lo más precioso; seguro no se mostrará avaro, más bien ofrecerá fiestas en honor de la flota.
(Se alista el cargamento)
MEFISTÓFELES, a Fausto.- Contemplas tu dicha con rostro sombrío y triste; a tu saber se debe el que esté el mar reconciliado con la costa y que reciba con gusto al buque para impulsarle a un viaje largo y activo. Confiesa que desde tu palacio puedes abarcar al mundo, que se construyó aquí el primer buque y que donde sólo había antes un foso hoy el remo levanta las olas. Tu pensamiento alto y la actividad de tu gente han sabido conquistar mar y tierra.
FAUSTO.- Condenado sea el que me postra y me abate. A ti no debo ocultártelo: me siento herido del corazón y ya no lo soporto; cada vez que lo pienso me siento humillado. Sería necesario alejar a los ancianos de ahí abajo; quisiera que mi casa estuviera en aquellos tilos, árboles que me hacen odiosa la posesión del mundo por no ser míos. Quisiera segar las ramas de ahí, ver lo que he hecho, abarcar de un vistazo la obra maestra para establecer en ellos inmensas moradas. Sentir en la riqueza la necesidad de lo que más falta hace es el tormento más grande. El sonido de la campana y el perfume que exhalan los tilos me envuelven como si estuviera en la iglesia y el sepulcro.
MEFISTÓFELES.- Conozco el fastidio que envenena tu vida. No hay oído noble y delicado al que no repugne el sonido de las campanas; siempre aquel bim-bom eterno está presente en todos los acontecimientos humanos, desde el bautizo hasta el sepelio.
FAUSTO.- La resistencia y la obstinación hacen la posesión más bella algo imposible de sobrellevar.
MEFISTÓFELES.- ¿Por qué molestarte? ¿Acaso no quieres colonizar?
FAUSTO.- Ve, pues, y procura despedirlos: ya sabes cuál es el pequeño edén que he elegido para aquellos dos ancianos.
MEFISTÓFELES.- Los sacarán de ahí y antes que se percaten instalados estarán ya. Con la belleza de su nueva habitación pronto olvidarán la violencia sufrida.
(Silba. Los tres avanzan)
MEFISTÓFELES.- Vayan a ponerse a disposición del jefe, que mañana habrá fiesta naval.
LOS TRES.- El viejo dueño nos ha recibido mal y nos debe una fiesta señalada.
NOCHE OSCURA
LINCEO, guardia de la torre, cantando de centinela.- Nací para ver y observar y estoy siempre en esta torre, y es para mí el mundo hermoso, pues miro en lontananza y contemplo de cerca la luna, las estrellas, el bosque en toda su grandiosa belleza. Ojos con suerte, todo lo que han visto es digno y noble. No tan sólo por mi recreo estoy colocado a tal altura; grandes son los peligros con que me amenaza el seno de la tinieblas. Sobre mi cabeza serpentean los rayos entre la oscuridad de los tilos y aumenta el incendio avivado por el viento, arde la cabaña húmeda que se levantaba cubierta de musgo. ¡Pobres ancianos que tanto trataban de evitar el fuego! ¿Quién hubiera creído que llegaran a ser víctima de las llamas? Avanza tan rápido el voraz elemento, que hasta el musgo no es más que una brasa purpúrea. ¡Puedan al menos los dos ancianos librarse de aquel infierno! Se oye a las secas ramas que arden y se desvanecen. La capilla se derrumba bajo el peso de los ardientes tizones; las llamas brincan en las cimas de los árboles más altos y los huecos troncos abrasados hasta la raíz lucen un color purpurino.
FAUSTO, en su balcón.- El plantío de tilos ha desaparecido y sólo ha quedado un montón de troncos carbonizados; pero pronto tendremos ahí un hermoso edén, desde el que la vista podrá complacerse en lo infinito y también podré descubrir desde ahí la nueva habitación en que los dos ancianos, gracias a mi compasión suprema, verán transcurrir en paz sus últimos días.
MEFISTÓFELES y LOS TRES, en voz baja.- Perdona si no ha sucedido todo como deseabas. Dimos fuertes golpes, sin que nadie nos abriera, por lo que tuvimos que derribar la puerta. Una vez adentro, hablamos y lanzamos amenazas sin que tampoco hubiera respuesta; entonces, sin perder el tiempo, te liberamos de aquellos inoportunos huéspedes. Pronto los dos ancianos sucumbieron ante el terror de estar poseídos; pero un extranjero que ahí estaba quiso resistirse, por lo que le dimos muerte. Se suscitó el incendio durante la lucha y ahora la llama lo invade todo, formando una pira dispuesta para los tres.
FAUSTO.- ¿Estarían sordos al recibir mis órdenes? Yo quería un cambio, no una expoliación. Rechazo y maldigo ese acto de injusticia y brutalidad que han perpetrado.
CORO.- La palabra, la antigua palabra, dice: obedece con gusto a la fuerza y si quieres sostener el asalto, expón tu casa, tu hogar y tu vida.
(Se van)
FAUSTO, en el balcón.- Las estrellas ocultan sus rayos por el fuego que arde a menor altura y atizado por un aire que hace llegar hasta acá el vapor y el humo. ¡Orden dada en un instante y ejecutado sin dilación! ¿Qué espectro es el que viene flotando hacia mí?
MEDIA NOCHE
Se adelantan cuatro mujeres en traje pardusco
LA PRIMERA.- Llevo el nombre de Angustia.
LA SEGUNDA.- A mí me dicen la Deuda.
LA TERCERA.- A mí me llaman Aflicción.
LA CUARTA.- Yo soy Necesidad.
TERCETO.- La puerta cerrada está y no entraremos; ahí vive un rico y no podemos entrar.
LA ANGUSTIA.- Yo me convierto en fantasma.
LA DEUDA.- Dejo de existir en ese lugar.
LA NECESIDAD.- Ahí la vista se aleja de mí.
EL CUIDADO.- No se atreven a entrar, hermanas mías; pero la Aflicción se sabe deslizar por el ojo de la llave.
(La Aflicción desaparece)
LA ANGUSTIA.- Mis tristes hermanas, retírense de aquí.
LA DEUDA.- Yo me uno a ti para no separarme nunca de tu lado.
LA NECESIDAD.- Pues yo también te acompaño para seguir tus pasos.
TERCETO.- Las nubes desaparecen, las estrellas se ocultan tras ellas y llegan de lejos, de muy lejos; también llega la Muerte, nuestra hermana.
FAUSTO.- He visto venir a cuatro y sólo regresan tres; en vano intento penetrar el sentido de tus palabras: pronunciaban las de Remordimiento y Aflicción. También he oído una rima sombría ... la Muerte; palabra pronunciada con voz hueca y ahogada, como voz de espectro. ¡Oh, magia, cuánto daría por olvidar tus fórmulas! ¡Oh, naturaleza, que sólo sea un hombre en tu presencia, que no sea más que un hombre! Lo era antes de cruzar las tinieblas; lo era antes de blasfemar del mundo y de mí. Está ahora la atmósfera tan impregnada de nigromancia, que no queda ningún método de librarse de ella. Si viene a sonreímos un día radiante y sereno, no tarda en seguirle la noche para perdemos en triste laberinto de sueños. Si alegres penetramos en un florido prado, hay siempre en él un ave, cuyo triste canto nos anuncia la desgracia, haciéndonos caer en los lazos de la superstición, que fuerza a permanecer entre sus garras. La puerta rechina y nadie entra. (Con terror). ¿Hay alguien aquí?
LA AFLICCIÓN.- La pregunta me hace contestar un sí.
FAUSTO.- Habla, ¿quién eres?
LA AFLICCIÓN.- Aquí estoy.
FAUSTO.- Vete.
LA AFLICCIÓN.- Estoy en mi lugar.
FAUSTO, exaltado.- Entonces compórtate como es debido y no hables de magia.
LA AFLICCIÓN.- Aunque no quieran oírme, sé anunciarme a los corazones, gracias a las diversas formas que tengo para cumplir mi triste obligación; soy siempre compañera molesta que todos encuentran sin que nadie busque, viéndome a la vez halagada y maldecida. ¿Has conocido la Aflicción?
FAUSTO.- Me he limitado a cruzar el mundo, satisfaciendo en la medida de lo posible todos mis deseos y careciendo de todos los que no podían darme alegría sin ir en busca de los que no se me permitía tener. Deseé, conseguí y volví a desear, con frecuencia arrastrado por el torbellino de mi vida, antes tan activa y poderosa, como prudente ahora. Sé todo lo que puedo saber sobre el horizonte terrestre; sólo ignoro qué hay más allá. ¡Ay del insensato que en sus ensueños cree superar a los demás en el conocimiento de los cielos! ¿Qué necesidad tiene el hombre de recorrer los espacios eternos? Aquí abajo puede comprender todo lo que descubre y seguir su jornada sin trastornar nunca al espectro en su curso, pues si va más lejos, encontrará angustias y dicha, pero no la satisfacción a que aspira.
LA ANGUSTIA.- El mundo deja de existir para el que yo llego a poseer, siento cada vez más densas las tinieblas que le rodean; para él no sale ni se pone el sol. No sabe cómo gozar de sus tesoros; dicha y desgracia, todo le incomoda; hasta en la saciedad se horroriza por el hambre.
FAUSTO.- No esperes pillarme así; no tengo tiempo para escuchar necedades; vete, porque con tu cantilena sería suficiente para hacer perder la razón al más sensato.
LA ANGUSTIA.- ¿Si deberá proseguir o volver? La resolución le falta y he aquí que anda a tientas a la mitad de su carrera; a cada paso es mayor su extravío; es para sí y para los demás carga pesada; no ha muerto y carece de vida, por lo que es igualmente incapaz de desesperarse o de estar resignado. Se le ve presa a la vez de terrible agitación e insoportable indolencia, y de sueño fatídico que le hace temer el despertar y que le tiene clavado en el mismo sitio, haciéndole sufrir los horrores de un infierno.
FAUSTO.- Espectros malditos, que se complacen en torturar de mil maneras a la especie humana, sé muy bien que no es fácil librarse de ustedes, por ser el lazo indestructible, pero no esperes tú, Angustia cruel, por grande que sea tu poder, llegue yo a reconocerte nunca.
(La Angustia le sopla al rostro)
LA ANGUSTIA.- Pues bien, experiméntale en esta hora en que huyo de ti y te maldigo; ya que los hombres son ciegos toda la vida, sélo tú al fin de ella.
FAUSTO, ciego.- Es la noche cada vez más profunda, pero hay en mi interior una claridad pura que me conduce. Mi pensamiento quedará cumplido, porque la palabra del jefe es de algún peso. Vamos todos a la pala, al azadón, al mazo y no descuidar la obra para que nuestro plan se lleve a cabo, seguros de que no quedarán el orden y la actividad sin recompensa; cúmplase la obra más colosal del mundo, ya que basta una sola cabeza para dirigir mil pies.
EL GRAN PATIO DE PALACIO
Antorchas
MEFISTÓFELES, como inspector, adelante.- Vengan, oh Lemuros, esqueletos de miembros flotantes compuestos de tendón, nervio y hueso.
LOS LEMUROS, a coro.- Asistimos para ayudarte.
MEFISTÓFELES.- Haga cada uno lo que pueda; arranquen el césped que haya cerca de ustedes y como lo hicimos por nuestros padres, formen un cuadrilátero. Todo al fin acaba con tristeza.
LOS LEMUROS, cavando alegres la tierra.- Vivir y amar, es el mayor de los placeres que el hombre puede experimentar en la vida. En todas partes florezcan las rosas, hallamos siempre agradable recuerdo de nuestra juventud ida, que nos hace saltar de gozo. Desde que apelamos al báculo de la vejez, tropezó nuestro pie con la tumba.
FAUSTO, al salir de palacio, a tientas entre las columnas de la puerta principal.- ¡Cuánto me anima el sonido de las palas y azadones! No sólo me indica una multitud que trabaja para mí, sino que, unida la tierra, señala a las aguas sus fronteras y encierra el mar en estrechos límites.
MEFISTÓFELES, aparte.- Con tus diques y muelles trabajas para nosotros y dispones para Neptuno, el demonio de las aguas, un gran festín; están perdidos, pues los elementos se han unido contra nosotros y todo se enfila a la destrucción.
FAUSTO.- ¡Inspector!
MEFISTÓFELES.- Estoy a sus órdenes.
FAUSTO.- Procura reunir el mayor número de operarios, aliéntales por medio de la recompensa y del castigo; paga, atrae y fuerza. Quiero que se me informe todos los días sobre las obras en el foso.
MEFISTÓFELES, a media voz.- De ser cierto lo que se me ha dicho, no deben hablar del foso, sino de la fosa.
FAUSTO.- Hay una laguna al pie del monte que infesta el país conquistado y desecar aquel estanque pestilente sería la conquista suprema. Abro espacios para que vengan a habitarlos miles de seres en la libre actividad de la vida; habrá ahí verdes y fértiles campiñas; el hombre y sus rebaños se instalarán en las colinas y feliz en el nuevo terreno aumentará su población activa y trabajadora. Es el interior un paraíso; por más que las olas en el exterior se encrespen, puede aplacar su ardor agrupándose la multitud por todas partes para cerrarle el paso. Me siento con fuerza para consagrarme a esa idea, que complementa la sabiduría: sólo es digno de la libertad y de la vida aquel que sabe cada día conquistarse una y otra; por eso aquí, en medio de los peligros que les rodean, pasan el niño, el hombre, el anciano sus años con audacia. ¿Por qué no he de ver una actividad semejante en un sueño libre y en el seno de un pueblo libre? Entonces diría al segundo, que rápido transcurre: detente, ¡eres tan bello! La huella de mi existencia no puede quedar envuelta en la nada. Basta el presentimiento de aquella felicidad sublime para hacerme gozar mi hora inexpresable.
(Cae Fausto sin sentido, los Lemuros le tienden en el suelo)
MEFISTÓFELES.- No hay dicha ni voluptuosidad que puedan satisfacerle; persigue formas intangibles y hasta se esfuerza el desgraciado por prolongar su momento final, triste y vacío. El que tanto me resistió sucumbe a la acción del tiempo; vean cómo yace el anciano en la arena, vean cómo el reloj se detiene.
EL CORO.- Se detiene o más bien se ha detenido súbitamente a media noche.
MEFISTÓFELES.- Se ha detenido, todo se acabó.
EL CORO.- Todo se acabó.
MEFISTÓFELES.- ¡Acabó! ¡Estúpida palabra! ¿Por qué acabó? ¿No equivale eso a decir que se redujo a nada? ¿Qué significa la eterna creación si todo lo creado ha de desaparecer para siempre? El mundo, al dejar de existir, será como si no hubiera existido y, sin embargo, le vemos agitarse sin cesar como si realmente fuera algo. En verdad, prefiero mi eterno vacío.
(Canto funerario)
LEMURO, solo.- ¿Por qué agitas azadón, martillo y pala para darme habitación tan malsana?
LOS LEMUROS, a coro.- Es muy hermosa para el huésped vestido de lino.
LEMURO, solo.- ¡Qué atmósfera tan triste y sombría! ¿Dónde están los muebles de esta vivienda?
LOS LEMUROS, a coro.- Todo era prestado; el plazo acaba y los acreedores son muchos.
MEFISTÓFELES.- El cuerpo yace sin vida y por si el espíritu pretendiera emprender el vuelo, presentemos la cédula escrita con su sangre. ¡Ah! Son tantos los recursos que hay en esta hora suprema para arrebatar las almas al diablo! Todo va mal y todo degenera cada día; el derecho basado en la costumbre es un antiguo derecho que dejó de utilizarse. Antes se exhalaba el alma con el último suspiro; yo la acechaba y como el gato al ratón, la tomaba con mis garras; hoy, por el contrario, se obstina en no salir de su triste corteza, de la repugnante morada que le ofrece un cadáver, hasta que los elementos, en su odio implacable, la arrojan de ella de manera vergonzosa. ¡Cuántos días y horas me quedan de tormento! ¿Pero cómo, cuándo y dónde? He ahí lo que no puedo saber.
(Gestos de conjuración fantástica, parecidos a los de un tambor mayor).
MEFISTÓFELES.- Ahora, alerta. Señores del cuerno recto y del cuerno retorcido, verdaderos diablos de la antigua raza, preséntenme aquí las bocas del infierno; ya que el infierno tiene más de una boca y sabe tragar a cada cual según corresponde a su dignidad. Y todavía acabarán las generaciones futuras por perder sus creencias antes del supremo día.
(Se abre a mano izquierda la espantosa boca del infierno)
MEFISTÓFELES.- Sus mandíbulas se abren; brota a torrentes de su bóveda la ardiente lava y entre los vapores del fondo descubro la fragua eterna de la ciudad de fuego. El crujido de la llama hace crujir los dientes de los condenados que se lanzan nadando hasta la orilla de aquel mar de fuego, mientras imploran auxilio; pero la hiena colosal se agita y se ven sumidos de nuevo en sus ardientes cimas.
(A los diablos obesos de cuerno encorvado y recto)
MEFISTÓFELES.- Ustedes, pícaros panzudos de mejillas de fuego, que arden cubiertos de azufre, pesados monstruos de entumecida nuca, vean si se ve aquí abajo una partícula de fósforo, que será el alma, la psique alada, y desplumada para que se convierta por supuesto en vil gusano. Después que yo haya impreso mi sello en su frente, se la llevarán a los torbellinos de lumbre. Enormes odres, recorran, como deben, las regiones inferiores; puesto que aún no podemos saber si habita en ellas, les advierto, que puede instalarse en el vientre y que es fácil que por este medio logre robar la eficacia a sus investígaciones.
(A los diablos de cuerno encorvado y largo)
MEFISTÓFELES.- Ustedes, petardistas, tambores gigantescos, recorran el espacio, sin dar tregua a sus brazos y garras hasta tomarla al vuelo; debe estar muy mal en su antígua corteza y como genio, tenderá siempre a alzarse a las regiones superiores.
LA CELESTIAL COHORTE.- ¡Santas falanges y rubios mensajeros, hermanos de los ángeles, lleven la vida a los afligidos que oran; diríjanse con veloz vuelo a vivificar la arcilla fría e infundan la gracia a todos los corazones; dejando en ellos, como dejan en el espacio, un rastro de fuego.
MEFISTÓFELES.- Oigo un rumor discordante de gratos sonidos, que desciende de lo alto, junto con un rayo de luz detestable, debido a esa raza hermafrodita que tanto embelesa a todos los devotos.
CORO DE ÁNGELES, semhrando rosas.- Encarnadas rosas de botón verde, floten según el viento e inflamen las almas en santos deseos.
MEFISTÓFELES, a los diablos.- ¿Por qué se estremecen de ese modo? ¿Tal es la costumbre del infierno? No dejen su puesto y déjenlos avanzar. ¿Si pensarán enervar con sus flores el ardor de los diablos? Calma y verán lo pronto que se marchitan y desaparecen ante su aliento; soplen con fuerza, fuelles de la ardiente fragua y verán palidecer hastá a la misma celestial cohorte. Ya las rosas flotan hacia nosotros, envueltas en la negra llama; cierren en masa y envístanles. ¡Ah! Su valor cede y sus fuerzas se dispersan. He aquí los diablos siguiendo la pista a una llama desconocida.
LOS ÁNGELES.- ¡Flores luminosas, mensajeras del ardor divino, inflámenlo todo en un amor santo y puro, y hagan que la clara luz del éter anegue las almas!
MEFISTÓFELES.- ¡Maldición, baldón eterno para semejantes brutos! He aquí la infernal legión que cae de espaldas a las ardientes cimas; vayan y gocen del baño de fuego que se merecen. De mí nunca se dirá que dejé mi puesto.
(Revolcándose en medio de una lluvia de rosas)
MEFISTÓFELES.- Atrás, fuego fatuo; por más que brilles con todo tu poder, te tengo en mi poder, liga viscosa y frívola. ¡Ah! Me aprieta la nuca; es todo esto una mezcla de pez y de azufre.
LOS ÁNGELES, a coro.- Hermanos, diríjase cada uno a su esfera; pero eviten hacer cosa alguna que turbe el alma cristiana, ni mucho menos que le dé tedio; porque de otra manera nos obligarán a todos nosotros, ángeles y apóstoles, a velar por ellos en forma continua. Sólo el amor puede guiar al santo imperio de los cielos.
MEFISTÓFELES.- Mi cabeza es fuego y me hierve la sangre en las venas. Es éste un elemento hecho para domar a los diablos, más penetrante que las propias llamas infernales. He aquí por qué gimen con tal tristeza, amantes desairados, que buscan aún con tanto afán la mirada del objeto amado. ¿Si me sucederá a mí también lo mismo? ¿Quién es el que puede atraer mis miradas? ¿Acaso no estoy en guerra con toda esa cohorte? Siempre me ha herido su vista odiosa y, sin embargo, ahora me complazco en contemplar a esos tiernos niños; hay un poder que me impide maldecirles; en caso de que lleguen a hechizarme, ¿quién será después el loco? ¡Les odio a muerte y, sin embargo, me dejo deslumbrar por su hermosura! Díganme, bellos niños, ¿son ustedes también de la raza de Lucifer? ¡Reúnen tantas gracias! Gustoso les daría un tierno abrazo y hasta casi mi inclino a creer que viene con este fin; es tal la dicha que experimento entre ustedes, que me parece haberlos visto mil veces; tengo en amores el instinto del gato. Entre más los contemplo, más los encuentro hermosos; acérquense. ¡Ah! Por piedad, diríjanme una mirada.
(Los ángeles se extienden por el espacio)
LOS ÁNGELES.- ¿Por qué huyes de nuestro cortejo? Ya que nos acercamos, no te alejes, a menos que una fuerza superior te fuerce a ello.
MEFISTÓFELES, retrocediendo hasta el proscenio.- Nos tratan de espíritus condenados cuando, por el contrario, son ustedes los verdaderos mágicos, pues hechizan al hombre y a la mujer. ¡Maldita aventura, que me has dado a conocer el elemento amor! Todo mi cuerpo está abrasado, sin que apenas sienta el ardor que consume mi nuca. Dejen de revolotear de un lugar a otro, inclínense más hacia mí y que sus brazos sean un poco más profanos. ¡Lo que daría por una de sus sonrisas, que sería para mí eterno éxtasis! Oigo ya el tierno acento del amante que gime en dichoso sueño y que muere en el balbuciente labio, ahogado por la dulce presión de otro labio. Tú, mozo arrogante y gallardo, eres el que más me cautivas, a pesar de tu fachada devota; dígnate a mirarme con tiernos ojos. Podías ocultar mucho menos tus formas sin perder el decoro, pues esa larga túnica que te cubre me parece ultramoral. Ahora se voltean: así lucen más seductores.
CORO DE ÁNGELES.- Vivo destello del amor puro, regresa a la morada de la luz eterna. Aunque en la tierra te propongas seguir el mal camino, hallarás siempre un corazón perverso, siempre una tentación que te arriesgue a perder el gran coro.
MEFISTÓFELES, que vuelve en sí.- No sé lo que me pasa; como Job, estoy lleno de úlceras y me horrorizo a mí mismo; pero como él, triunfo igual de mis males. No quiero contar ya más que conmigo y con mi raza. El interior del diablo aún está intacto, porque aquella loca chispa de amor sólo ha llegado hasta la piel; ya se ha extinguido en mí ese ardor condenado y como es mi deber, los maldigo a todos.
CORO DE LOS ÁNGELES.- No hay ser que no divinice el éxtasis santo. Celestial falange, sube hacia dios con alabanzas y haz que envuelva tu ardiente prez en un santo delirio, ya que sólo en cielo azul el alma respira con holgura.
(Inicia su viaje, se lleva la parte inmortal de Fausto)
MEFISTÓFELES, mirando a su alrededor.- ¿Pero cómo? ¿Adónde se han ido? Astutos niños, ¡me engañaron! Vean cómo vuelan al cielo con su presa: he aquí lo que tanto le engolosinaba en torno a esta fosa. Me han arrebatado un gran tesoro, un tesoro único; el alma sublime que se me había dado. ¿Con quién he de quejarme ahora? ¿Quién me devolverá lo extraviado? Te han engañado en la vejez, pero debes aceptar que te lo mereces; he obrado con necedad y perdido de forma vergonzosa el futuro de mis esfuerzos. ¿Es posible que un deseo vulgar, que un amor absurdo, haya podido tomar así al diablo albardado de pez y que con tanta experiencia haya podido caer en semejante necedad un cofrade de mi tipo? Puede en verdad decirse que es esto acabar por una insigne locura.
BARRANCOS, BOSQUES, PEÑASCOS Y SOLEDAD
Santos anacoretas dispersos por las cumbres de los montes y en las grietas de granito.
EL CORO y EL ECO.- Flota con el viento el árbol que crece sobre el granito en cuyo seno oculta sus raíces, por más que sus copas suben arrogantes al cenit. La onda se agita buscando a la onda, la caverna se entreabre en toda su extensión y silencioso vaga el león tranquilo y solitario, honrando el sagrado misterio, el misterio del amor que reina en estos sitios.
PADRE EXTÁTICO, resonando de arriba abajo.- Ardor de la divina llama, lazos de amor y de fuego, dolor vehemente del alma que suspira por su Dios, apodérate de mí, por más que un momento quede anonadado. Agudas flechas y lanzas, traspásenme; encinas seculares, desplómense sobre mí; terribles rayos, pulverícenme, para que desaparezca de mí el elemento mortal y funesto, y sólo quede de mi ser la centella ardiente y pura que proviene del amor eterno.
PADRE SERÁFICO.- El purpúreo vapor que envuelve los abetos de la colina es desde mi visión el joven coro de los espíritus, el coro de los hijos bienaventurados de la luz, que deben entonar a su Creador un himno de alabanzas interminable.
CORO DE LOS NIÑOS BIEN AVENTURADOS.- ¿Adónde vamos? ¡Pare, buen padre, dinos quiénes somos, pues hemos llegado al colmo de la dicha, que es para todos nosotros tan dulce la vida!
PADRE SERÁFICO.- Son los hijos de la luz, nacidos a media noche, que se separaron de sus madres para reunirse con los ángeles. Si sienten la cercanía de un ser lleno de amor, acérquense; nada teman, niños, muertos antes de la edad, sin recorrer ninguno de los duros senderos de la tierra. Desciendan a mí, pequeños; dispongan con libertad de todos mis sentidos, para mirar el paisaje.
(Benigno los recibe a todos)
PADRE SERÁFICO.- He aquí árboles y montes, he aquí altos picachos cubiertos de nieve y el torrente impetuoso que muge, abreviando con sus saltos el áspero camino.
LOS NIÑOS BIEN AVENTURADOS, desde el fondo de su cerebro.- Es en conjunto bello, pero la tristeza y el horror de este lugar nos atemorizan y nos hacen temblar de frío. ¡Buen padre, permítenos alzar el vuelo otra vez hacia el espacio!
PADRE SERÁFICO.- Salgan a las más altas moradas, a los últimos círculos de la luz, cruzando el éter como deseen, sin parar hasta el azur que les lleve la emanación de Dios, que es el pan del alma. Floten en el éter inflamado por la santa revelación y se verán de repente envueltos en un éxtasis sin final.
CORO DE LOS NIÑOS BIENAVENTURADOS, arremolinándose en torno a las más altas cumbres.- Unan las manos y formen un círculo para entonar cantos divinos eternamente, ya que conocen al rey de los ángeles y que van dirigidas a él sus alabanzas. Vendrá el día en que puedan contemplarle sorprendidos.
LOS ÁNGELES, que se llevan la parte inmortal de Fausto, flotando en una atmósfera superior.- ¡Salud y victoria al huésped del mundo de los espíritus que recién ha resucitado! Bien merece premio el que ha sabido luchar con constancia, por más que alguna vez se haya arriesgado a sucumbir por falta de ánimo. Basta que implore el perdón de los cielos, para que la falange de los bienaventurados inicie su vuelo hacia las nubes ardientes y celebre con el placer en el corazón y los ojos su feliz arribo.
LOS ÁNGELES NOVICIOS.- Las frescas rocas que esparcieron sus manos, blancos difuntos que el amor canonizó, contribuyeron a que nosotros los ángeles pudiéramos salvar por las llamas esta alma, tesoro de las almas, que llevamos al Santo de los Santos. Ellas fueron también las que lograron vencer a los ejércitos de los ángeles rebeldes al cielo y las que, en vez del fuego eterno y los horrendos tormentos de los condenados, han hecho sentir los tormentos del amor a los propios demonios. A pesar de su pretendida indiferencia, ni siquiera Satán ha podido librarse de su efecto, como lo indica su última queja, que aún hace resonar los abismos. Nuestro triunfo ha sido total.
LOS ÁNGELES CONSUMADOS.- Conservamos un resto de mortal corteza que apenas podemos llevar por el azur. Cuando el poder omnímodo del Creador atrae hacia él a los mundos y a los elementos, ningún ángel de los firmamentos puede triunfar ni disolver la doble naturaleza; porque sólo el amor puro y eterno puede perdonarlo todo.
LOS ÁNGELES NOVICIOS.- Entre los vapores que envuelven las cumbres de granito, vemos y oímos una cohorte de almas que se agita alrededor. Pero ya se disuelve la niebla y notamos con completa distinción la legión de bienaventurados que se enfila al éter, libre de los cilicios terrestres y bañándose con gran placer en el rocío y las delicias de los mundos superiores. Dejémoslos, hermanos nuestros, proseguir con su ascensión y que crucen al menos las primeras esferas que los separan de su lugar.
(Confían la parte inmortal de Fausto a los niños bienaventurados, quienes llevan a cabo la iniciación)
LOS NIÑOS BIENAVENTURADOS.- Gustosos recibimos esta crisálida entregada a su gloriosa obra, pues es prueba invaluable de su amor. Sáquenla de entre los copos que la cubren, pues ya la inundan los rayos de la aurora del cielo.
DOCTOR MARIANO, en la celda más alta y más pura.- Desde aquí se extiende la vista y flota el espíritu entre el mundo y el Eterno. Veo a unas mujeres atravesar las flamígeras nubes y dirigirse al cielo; hay una de ellas que deslumbra bajo su corona de astros en flor. Es la abogada divina, es la excelsa Reina de toda la creación.
(En el arrobamiento)
DOCTOR MARIANO.- Soberana inmaculada del universo, permíteme leer tus divinos misterios bajo la cúpula de estrellas y a la luz brillante de los cielos. Atiende, madre de Dios, benigna mi súplica. Conságrame la ternura que conmueve todos los corazones y que en alas de la oración y del éxtasis los atrae hacia ti. Bien sabes que somos invencibles mientras tú reinas en nuestro seno; ante tu voz, poder inexpresable, se aplaca nuestra cólera, como las olas de su lecho de arena. Virgen pura y santa, en la expresión más bella. Adorada y soberana madre elegida entre las bienaventuradas, ¿quién como tú ha llegado en las esferas luminosas al nivel de mi Dios? Se ven a su alrededor, como rosados vapores, tiernos coros de rubios penitentes que postrados a sus pies, imploran el perdón que no tardarán en pronunciar sus labios de ambrosía. ¡Reina de pureza, virgen impecable y santa! ¡Deja acercar sin temor a esas tiernas pecadoras, víctimas de su gran debilidad, que acuden a ti con amor y fe! La fuerza de su instinto no bastó para reprimir sus ardientes deseos ni pudieron sus manos romper los lazos de la voluptuosidad. Casi no hay pie que no deslice en un terreno resbaloso, ni corazón que no se crezca al tibio aliento del ser amado.
CORO DE PENITENTES.- ¡Virgen pura, rosa sin igual, lirio glorioso, atiende desde el Empíreo a nuestros votos!
LA GRAN PECADORA (Sancti Lucce, VII, 36).- Por el amor que como bálsamo santo cubrió con sus lágrimas los pies divinos de Jesucristo, a pesar de las injurias de aquel maldito fariseo; por la urna abundante y profunda que exhaló el perfume del ámbar; por la blanda cabellera que enjugó sus miembros sagrados.
MUJER SAMARITANA.- Por la cisterna junto a la que iba antes el viejo Abraham a calmar sus rebaños; por la dichosa copa cuya agua mojó los labios de tu hijo; por el manantial vivo y fecundo que brotó de ahí para regar el mundo con sus aguas siempre puras y limpias.
MARÍA EGIPCIACA (Acta Sanctorum).- Por la piedra sangrienta y fría en que se depositó el santo mártir; por el brazo que para castigar me sacó del santuario; por el arrepentimiento profundo y terrible, que duró 40 años sin retractarse ni un día; por el adiós que di al mundo cuando me fui.
LAS TRES, a coro.- Tú, que no impides que se acerquen a ti las grandes pecadoras y que acrecientas en las eternidades el fruto del arrepentimiento; a esta buena alma que no se olvidó más que una vez, sin darse cuenta de que faltaba, concede igualmente tu digno perdón.
UNA DE LAS PENITENTES, en otro tiempo llamada Margarita.- Vuelve, ¡oh tú, sin igual, tú, gloriosa! Vuelve benigna tu rostro hacia mi felicidad. Libre de su trastorno retorna ya el amado de otro tiempo.
LOS NIÑOS BIEN AVENTURADOS, acercándose en círculos.- Nos aventaja él ya por sus poderosos miembros y dará espléndida recompensa a nuestra fiel solicitud. En tiempo prematuro nos separaron de los coros de la vida; mas éste aprendió y nos enseñará.
UNA DE LAS PENITENTES, en otro tiempo llamada Margarita.- Rodeado del noble coro de espíritus, el recién llegado apenas se reconoce a él mismo y no bien presiente la nueva vida, semeja ya la legión sagrada. Mira cómo se arranca a todo lazo terreno de la antigua envoltura y cómo del etéreo ropaje resurge la primer fuerza juvenil. Permite que yo le enseñe; la nueva luz le deslumbra aún.
MADRE GLORIOSA.- ¡Ven! Elévate a más altura. Si él te presiente, irá en tu busca.
DOCTOR MARIANO, adorando con el rostro cOntra el suelo.- Levanten los ojos hacia la mirada salvadora, todqs ustedes, tiernas almas arrepentidas, a fin de transformarse,llenas de agradecimiento, para un venturoso destino. Que cada sentido purificado esté pronto para tu servicio. ¡Virgen, madre, reina, diosa, sé propicia!
CORO MÍSTICO.- Todo lo perecedero no es más que figura. Aquí lo inaccesible se convierte en hecho; aquí se realiza lo inefable. Lo eterno femenino nos atrae a lo alto.
FIN DE LA SEGUNDA PARTE
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