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HAMLET
Tercer Acto
PRIMERA ESCENA
Una sala en el castillo.
Entran el Rey, la Reina, Polonio, Ofelia, Rosencrantz y Guildenstern.
REY.- ¿Y no pudiste indagar en la conversación, el motivo que lo puso en esta confusión, alterando tan duramente todos sus días de quietud con turbulenta y peligrosa demencia?
ROSENCRANTZ.- Él mismo confiesa que se siente perturbado, pero no ha querido hablar de la causa.
GUILDENSTERN.- No lo encontramos dispuesto a dejarse examinar, porque siempre huye de la cuestión con un rasgo de locura cuando ve que tratamos de que nos diga la verdad de su estado.
REINA.- ¿Los recibió bien?
ROSENCRANTZ.- Como un caballero.
GUILDENSTERN.- Pero se le notaba cierto esfuerzo.
ROSENCRANTZ.- Conversó poco, pero respondió a nuestras preguntas con mucha libertad.
REINA.- ¿Lo han invitado para alguna diversión?
ROSENCRANTZ.- Señora, sucedió que nos encontramos casualmente a ciertos cómicos en el camino. Se lo dijimos y pareció alegrarse al oído. Ellos están ya en la corte y creo que tienen orden de representarle esta noche una obra.
POLONIO.- Es muy cierto; y me ha encargado suplicar a sus Majestades que escuchen y vean la representación.
REY.- Con todo mi corazón; y me pone muy contento saber que tiene tal inclinación. Buenos caballeros, denle alicientes y aplaudan su propensión a esta clase de placeres.
ROSENCRANTZ.- Así lo haremos, mi señor. (Salen Rosencrantz y Guildenstern).
REY.- Amada Gertrudis, debes retirarte también, porque hemos dispuesto que Hamlet venga aquí y como si fuera casualidad, pueda encontrarse con Ofelia. Su padre y yo mismo, seremos los más aptos testigos para el fin; nos colocaremos donde veamos sin ser vistos. Así podremos juzgar de lo que ocurra, y en la conducta y las palabras del príncipe conoceremos si es la aflicción de su amor o no, por lo que sufre.
REINA.- Te obedeceré, y por tu parte, Ofelia, deseo que tu exquisita hermosura sea la feliz causa de la locura de Hamlet. Entonces esperaré que tus virtudes puedan, para su mutua felicidad, restituirle la salud perdida.
OFELIA.- Señora, yo deseo lo mismo. (Sale la Reina).
POLONIO.- Ofelia, camina por aquí. Si su Majestad gusta, podemos ya ocultarnos. (A Ofelia). Lee este libro, que tal ocupación disculpará tu soledad. Nosotros somos frecuentemente culpables en esto -y está comprobado-, que con semblante de devoción y de acciones piadosas, podemos engañar al mismo diablo.
REY. (Aparte).- ¡Oh, es muy cierto! ¡Qué sufrimiento produce esta reflexión a mi conciencia! El rostro de la meretriz, embellecido con arte, no es más feo despojado del maquillaje como lo es mi delito, disimulado con palabras traidoras. ¡Oh, qué pesada carga llevo!
POLONIO.- Lo escucho llegar. Vamos a retiramos, mi señor. (Salen el Rey y Polonio).
Entra Hamlet.
HAMLET.- Ser o no ser, esa es la cuestión ... Si es o no esta nobleza del pensamiento para sufrir los tiros y flechas de la desdichada fortuna, o para tornar las armas contra un mar de problemas, y darles fin con firmeza. Morir ... Es dormir ... No más. Y con un sueño decimos el final. Los dolores del corazón y las miles de aflicciones naturales que nuestra carne hereda, se acaban. Este momento sería deseado devotamente. Morir, es dormir ... Y dormir, tal vez soñar. Sí, aquí está el obstáculo; porque ese sueño de muerte que soñamos puede llegar, cuando hayamos abandonado este despojo mortal. Debemos darnos una pausa ... Ahí está el respeto que imponen las calamidades de una larga vida. ¿Para qué desafiar los azotes y desprecios del tiempo, los errores opresores, el orgullo ofensivo del hombre, las angustias de un mal pagado amor, los quebrantos de la ley, la insolencia de los oficiales y los desdenes de los soberbios, cuando uno mismo podría procurarse la quietud con una daga? ¿Quién podría tolerar tanta opresión, sudando y gimiendo bajo el peso de una vida agotadora, si no fuera por el temor de que existe alguna cosa más allá de la muerte: el desconocido país, de cuyos límites ningún viajero regresa, que nos llena de dudas y nos hace sufrir esos males que tenemos, antes de ir a buscar otros que no conocemos? De este modo la conciencia nos hace a todos cobardes; así la tintura del valor se debilita con los barnices pálidos de la prudencia; y las empresas de gran importancia, por esta sola consideración, toman otro camino y se reducen a designios vanos. Pero ... ¡qué veo! ¡La hermosa Ofelia! Ninfa, espero que mis pecados no sean olvidados en tus oraciones.
OFELIA.- Mi buen señor, ¿cómo se siente después de tantos días que no lo veo?
HAMLET.- Bien; te lo agradezco humildemente.
OFELIA.- Mi señor, tengo en mi poder algunos recuerdos suyos que deseo regresarle desde hace mucho tiempo. Le ruego que ahora los reciba.
HAMLET.- No, yo nunca te di algo.
OFELIA.- Mi honorable señor, usted sabe muy bien que sí; y con ellos me entregó palabras compuestas de tan dulce aliento que aumentaron su valor. Pero ya disipado aquel perfume, recíbalos de nuevo, que un alma noble considera como pobres los más opulentos regalos, si llega a perderse el afecto de quien los dio. Aquí están, mi señor.
HAMLET.- ¡Ah! ¡Ah! ¿Eres honesta?
OFELIA.- ¿Mi señor?
HAMLET.- ¿Eres hermosa?
OFELIA.- ¿Qué pretende decir con eso?
HAMLET.- Que si eres honesta y hermosa, no debes consentir que tu honestidad compita con tu belleza.
OFELIA.- ¿Puede acaso tener la hermosura mejor compañera que la honestidad, mi señor?
HAMLET.- Sin duda alguna. Porque el poder de la hermosura puede convertir más pronto a la honestidad en una alcahueta, que la fuerza de la honestidad dar a la hermosura su semejanza. En otro tiempo se consideraba esto una paradoja; pero ahora es cosa probada. ¿Yo te amé alguna ocasión?
OFELIA.- Ciertamente, mi señor, me hizo creer eso.
HAMLET.- Tú no debes creerme, porque la virtud no puede ser inyectada en nuestro duro tronco, sino que nosotros debemos atraerla. Yo no te amaba.
OFELIA.- Muy grande fue mi engaño.
HAMLET.- Vete a un convento. Porque, ¿para qué te expones a ser madre de hijos pecadores? Yo soy moderadamente honesto, pero al considerar algunas cosas de que puedo acusarme, sería mejor que mi madre no me hubiera parido. Soy muy orgulloso, vengativo, ambicioso; con más pecados sobre mi cabeza que pensamientos para explicarlos, imaginación para darles forma y tiempo para llevarlos a cabo. ¿Qué hacen tales tipos como yo, arrastrándose entre el Cielo y la Tierra? Todos somos muy malvados. No creo en ninguno de nosotros. Vete a un convento ... ¿Dónde está tu padre?
OFELIA.- Está en casa, mi señor.
HAMLET.- Pues que cierre bien todas las puertas, para que pueda hacer tonterías sólo dentro de su casa. Adiós.
OFELIA.- ¡Oh, bondadosos cielos, ayúdenlo!
HAMLET.- Si te casas, quiero darte esta maldición como dote: aunque seas tan casta como un hielo, tan pura como la nieve, no podrás escapar de la calumnia. Vete a un convento. Adiós. Pero, si necesitaras casarte, cásate con un tonto; porque los hombres listos saben muy bien que ustedes los convierten en monstruos. Al convento, vete, y pronto. Adiós.
OFELIA.- ¡Oh, el cielo con su poder lo alivie!
HAMLET.- También he oído hablar bastante de sus pinturas. Dios les ha dado una cara y ustedes se hacen otra distinta. Con sus contoneos, sus pasitos cortos y su modo de hablar, se fingen inocentes criaturas de Dios y convierten en gracias sus defectos. Pero no hablemos más de esto, que me ha hecho perder la razón. Sólo digo que no tendremos más casamientos. Los que ya están casados -exceptuando uno- permanecerán así; los otros se quedarán solteros ... Vete al convento. (Sale).
OFELIA.- ¡Oh, qué trastorno ha padecido esta alma generosa! Los ojos del cortesano; la lengua del sabio; la espada del guerrero; la esperanza y delicias del Estado; el espejo de la cultura y el modelo de la gentileza; el respeto de todos los que lo rodean. ¡Todo, todo lo ha perdido! Y yo, la más desconsolada e infeliz de las mujeres, que probé la miel de sus promesas suaves, veo ahora aquel noble y sublime entendimiento como una campana sonando fuerte y fuera de tono, que altera la incomparable presencia de florida juventud, maldiciéndola con frenesí. ¡Oh, cuánto es mi dolor, por haber visto lo que vi, y por ver ahora lo que veo!
Entran el Rey y Polonio.
REY.- ¿Amor? Su afección no consiste en lo que pensamos; ni en lo que dijo aunque sin mucha forma, hay nada que parezca locura. Hay algo en su alma que cubre y fomenta su melancolía, y recelo que ha de ser peligroso el fruto que produzca. A fin de prevenirlo, he resuelto que salga inmediatamente para Inglaterra, a pedir en mi nombre los tributos atrasados. Quizá el mar y los distintos paises, con su variedad, puedan alejar esta pasión de su corazón, sea la que fuere, y sobre la cual su imaginación golpea sin sentido. ¿Qué piensas de esto?
POLONIO.- Que le puede hacer bien. Pero aún yo creo que el origen y principio de su pesar proviene de un amor mal correspondido. ¿Qué sucede, Ofelia? Tú no necesitas decirnos lo que dijo el príncipe Hamlet, pues todo lo escuchamos. Mi señor, haga lo que guste, pero, si lo cree conveniente, después de la obra deje que la Reina, a solas con él, trate de que le manifieste sus penas. Permítale platicar libremente con él. Yo, si usted lo permite, me colocaré en un lugar donde pueda oír toda la conversación. Si ella no descubre nada, envíelo a Inglaterra, o mándelo adonde su sabiduría le indique.
REY.- Así será. La locura de los poderosos no debe dejarse pasar desapercibida.
SEGUNDA ESCENA
Una sala del castillo.
(Está muy iluminado; hay asientos famando un semidrculo. En el fondo una gran puerta por donde saldrán los actores).
Entran Hamlet y Cómicos.
HAMLET.- Te ruego que digas este pasaje como te lo he declamado: con soltura de lengua. Porque si lo dices, como lo hacen muchos de ustedes, más valdría entonces que el pregonero dijera mis líneas. No cortes tanto el aire con tus manos; ten moderación en todo, puesto que aun en el torrente, en la tempestad, y como yo lo digo, en el huracán de las pasiones, se debe conservar aquella templanza que le da suavidad a la expresión. A mí me parte el alma ver a un tipo con la cabeza cubierta de cabellera, que a fuerza de gritos estropea la pasión que quiere expresar, y rompe y desgarra los oídos del vulgo, que sólo gusta de gesticulaciones insignificantes y de ruido. Yo mandaría azotar a un energúmeno de tal especie. Herodes de farsa, más tirano que el mismo Herodes. Te lo ruego, evita esto.
1er. CÓMICO.- Le prometo cuidar su honor.
HAMLET.- No seas tampoco demasiado frío, sólo deja que tu misma prudencia te guíe. La acción debe corresponder a la palabra y ésta a la acción, cuidando siempre de no atropellar la sencillez de la naturaleza. Porque algo así se opondría al próposito de la representación, cuyo fin, desde el principio hasta ahora, ha sido y es, ofrecer como sea a la naturaleza, un espejo en que vea la virtud su propia forma; el desprecio su propia imagen, y la edad y el cuerpo del tiempo sus principales caracteres. Si esta representación se exagera o se deforma, provocará la risa de los ignorantes y al mismo tiempo, disgustará a los hombres de buena razón, cuya censura debe ser para ustedes de más peso que la de toda la multitud que llena el teatro. Yo he visto representar a algunos cómicos y he oído a otros rezar escandalosamente, declamando en forma profana, los cuales no tenían acento ni figura de cristianos, ni de paganos, ni de hombres, pues al verlos hincharse y bramar, imaginé que por algún capricho, la Naturaleza que quiso hacer los hombres, no los hizo bien: resultando sólo abominables imitaciones de la humanidad.
1er. CÓMICO.- Espero que nosotros hayamos corregido ese defecto, señor.
HAMLET.- Corríjanlo completamente. Y cuiden también que los que hacen de graciosos no añadan nada a lo que está escrito en su papel. Porque algunos de ellos empiezan a dar risotadas, para hacer reír a los oyentes más serios, cuando el interés del drama debería ocupar toda la atención. Esto es indigno y manifiesta en los necios que lo practican el ridículo empeño de lucirse. Vayan a prepararse. (Salen los Cómicos).
Entran Polonio, Rosencrantz y Guildenstern.
HAMLET.- ¿Cómo te va, Polonio? ¿Quiere el Rey asistir a esta obra?
POLONIO.- Sí, está dispuesto, y la Reina también.
HAMLET.- Dile a los cómicos que se apresuren. (Sale Polonio). ¿Podrían ir ustedes también para darles prisa?
ROSENCRANTZ y GUILDESTERN.- Iremos, mi señor. (Salen Rosencrantz y Guildestern).
HAMLET.- ¿Quién es? ¡Ah, Horacio!
Entra Horacio.
HORACIO.- Aquí estoy, mi señor, a su servicio.
HAMLET.- Horacio, eres un hombre cuya conversación me ha agradado siempre.
HORACIO.- ¡Oh!, mi querido señor ...
HAMLET.- No creas que te estoy adulando. ¿Qué utilidades podría yo esperar de ti, que, exceptuando tus buenos sentimientos, no tienes otras rentas para alimentarte y vestirte? ¿Por qué debería el pobre ser adulado? No ... Los que tienen almibarada la lengua deben lamer la absurda grandeza y doblar los goznes de sus rodillas donde la lisonja pueda seguir festejando. ¿Me escuchas? Desde que mi querida alma fue capaz de elegir, y pudo distinguir a los hombres con su preferencia, tú fuiste el escogido y marcado por ella; porque siempre, desgraciado o feliz, has recibido con igual semblante los premios y los reveses de la Fortuna. Benditos aquellos cuyo temperamento y juicio están tan bien combinados, pues ellos no son una flauta entre los dedos de la Fortuna, dispuesta a sonar según ella guste. Dame un hombre que no sea esclavo de sus pasiones y lo colocaré en el centro de mi corazón; sí, en el corazón de mi corazón, como lo hago contigo. Pero me dilato demasiado en esto. Esta noche se presenta una obra delante del Rey. Una de sus escenas contiene circunstancias muy parecidas a las que te platiqué, respecto a la muerte de mi padre. Te encargo que cuando este acto se represente, observes a mi tío con la más viva atención. Si su oculta culpabilidad no se descubre por sí sola al ver uno de dichos lances, significa que es un espíritu infernal lo que vimos y que mi imaginación está tan enegrecida como los yunques de Vulcano. Examínalo cuidadosamente. Yo también fijaré mi vista en su rostro y después uniremos nuestras observaciones para juzgar su comportamiento.
HORACIO.- Bien, mi señor. Y si durante la representación él logra hurtar a nuestra indagación la menor de sus impresiones, yo pagaré el hurto.
HAMLET.- Ya vienen para la obra. Debo estar distraído. Consigue un lugar.
Suena una marcha danesa. Entran el Rey, la Reina, Polonio, Ofelia, Rosencratz, Guildenstern, otros asistentes, y guardias con antorchas.
REY.- ¿Cómo está mi sobrino Hamlet?
HAMLET.- ¡Excelente! ¡Por mi fe! Me alimento del aire como el camaleón; engordo con esperanzas. No puede alimentar así sus faisanes.
REY.- No comprendo esa respuesta, Hamlet. Esas palabras no corresponden a mi pregunta.
HAMLET.- No, ni a las mías. (A Polonio). Mi señor, ¿me dijiste que una vez actuaste en la universidad?
POLONIO.- Eso hice, mi señor, y fui considerado un buen actor.
HAMLET.- ¿Y qué representaste?
POLONIO.- El papel de Julio César. Bruto me asesinaba en el Capitolio.
HAMLET.- Fue una bruta parte de él para matar tan eficazmente un becerro allá ... ¿Están listos los cómicos?
ROSENCRANTZ.- Sí, mi señor, y esperan sólo sus indicaciones.
REINA.- Ven aquí, mi querido Hamlet, siéntate junto a mí.
HAMLET.- No, buena madre, aquí hay un imán de más atracción para mí.
POLONIO. (Al Rey).- ¡Oh, oh! ¿Ha notado eso?
HAMLET.- ¿Señorita, puedo ponerme sobre tu falda? (Se coloca a los pies de Ofelia).
OFELIA.- No, mi señor.
HAMLET.- Quiero decir, ¿puedo apoyar mi cabeza en tu falda?
OFELIA.- Sí, mi señor.
HAMLET.- ¿Piensas que he querido cometer alguna indecencia?
OFELIA.- No pienso nada de eso, mi señor.
HAMLET.- Es agradable pensar recargado en las piernas de una doncella.
OFELIA.- ¿Qué dices, mi señor?
HAMLET.- Nada.
OFELIA.- Se ve que estás contento, mi señor.
HAMLET.- ¿Quién, yo?
OFELIA.- Sí, mi señor.
HAMLET.- ¡Oh, Dios! Lo hago sólo por divertirte. ¿Qué debe hacer un hombre sino vivir alegre? Observa a mi madre qué contenta está, y eso que mi padre murió hace dos horas.
OFELIA.- No, mi señor, hace ya dos meses.
HAMLET.- ¿Tanto tiempo? Pues entonces quiero vestirme de armiño y que se vaya al diablo el luto. ¡Oh, cielos! ¡Murió hace dos meses y todavía se acuerdan de él! De esa manera hay esperanza que la memoria de un gran hombre le sobreviva quizá medio año. Pero él tiene que construir iglesias, pues si no, ¡por la Virgen!, no habrá nadie que lo recuerde, como al caballo de juguete, cuyo epitafio dice:
¡Porque se murió, oh, por eso, oh! El caballo de juguete se olvidó.
Se anuncia la obra. Comienza la escena muda.
Entran un Rey y una Reina muy juntos; la Reina lo abraza a él y el Rey a ella. La Reina se arrodilla y le demuestra su respeto. Él la levanta y reclina la cabeza sobre el pecho de su esposa. Se acuesta él sobre un lecho de flores, y ella se retira al verlo dormido. De pronto llega un hombre, toma la corona del Rey y la besa; luego le vierte veneno en el oído y se retira. La Reina regresa; encuentra muerto al Rey y manifiesta su dolor con gran sentimiento. Regresa el envenenador con dos o tres personas, y hace ademanes de dolor junto con la Reina. Luego el cadáver es retirado. El envenenador le ofrece regalos a la Reina. Ella se resiste un poco y lo desdeña, pero al fin acepta su amor.
(Salen).
OFELIA.- ¿Qué significa esto, mi señor?
HAMLET.- Esto es un asesinato oculto y anuncia una diablura.
OFELIA.- Según parece, la escena muda contiene el argumento de la obra.
Entra el actor que canta el Prólogo.
HAMLET.- Ahora lo sabremos por lo que nos diga este cantor. Los cómicos no pueden callar un secreto, todo lo cuentan.
OFELIA.- ¿Nos dirá él lo que significa la escena muda?
HAMLET.- Si, Y cualquier otra que tú le muestres. No seas tímida para preguntarle; él tampoco se avergonzará de decirte lo que significa.
OFELIA.- ¡Eres un pícaro, eres un pícaro! Yo me fijaré en la obra.
1° CÓMICO.- Para nosotros, y para nuestra tragedia, humildemente solicitamos su clemencia, y les rogamos escucharla con paciencia.
HAMLET.- ¿Es esto un prólogo o la inscripción de un anillo?
OFELIA.- Es muy breve, mi señor.
HAMLET.- Como amor de mujer.
Entran dos Cómicos (Rey y Reina).
CÓMICO REY.- Treinta vueltas completas el carro de Febo ha dado a las saladas aguas de Neptuno y al globo de la Tierra, y treinta veces con fulgor prestado doce lunas han alumbrado el mundo, en giros repetidos, desde que nuestro amor e Himeneo nos enlazaron, manos y corazón en tan sagrada unión.
CÓMICO REINA.- Tantos giros podrían el Sol y la Luna dar nuevamente para iluminar nuestro amor. Pero me duele que estés tan mal últimamente, tan triste y tan distinto en tu forma de ser, que recelo de ti. Y creo que desconfío, preocupándote, mi señor, inútilmente. Pues el temor o amor de las mujeres puede ser poco, o irse hasta el extremo. Ahora que tú conoces la fuerza de mi amor; de esa misma manera puede ser mi temor. Cuando el amor es grande, las más pequeñas dudas son temores, y cuando éstos crecen, el gran amor crece también.
CÓMICO REY.- Sí, debo dejarte, amor, inevitable es ya. Mis fuerzas fatigadas a la muerte me llevan, y tú debes vivir en este alegre mundo, acompañada honrada y querida; quizás por un digno esposo ...
CÓMICO REINA.- ¡Oh, maldigo esa fatiga! Tal amor debe ser conservado en mi pecho. Pues un segundo esposo me condenaría; porque sólo se entrega al segundo señor quien mató al primero.
HAMLET. (Aparte).- Amargura, amargura.
CÓMICO REINA.- Los motivos para un segundo matrimonio pueden ser de interés, pero no de amor. Por segunda ocasión mataría a mi esposo muerto, cuando el segundo esposo me besara en el lecho.
CÓMICO REY.- Creo que eres sincera en lo que ahora dices, pero lo que hacemos determina frecuentemente nuestro quebranto. El próposito es sólo el esclavo de la memoria; de violento nacimiento pero pobre validez; que como fruta inmadura prendida en el árbol, cae inevitablemente cuando ya está madura. Difícilmente nos acordamos de cumplir lo que prometemos. Porque al cesar la pasión cesa el empeño. La fuerza de la aflicción o la alegría se destruye con sus propios efectos. Donde la alegría es más intensa, el dolor se vuelve más profundo: dolor alegre, alegría dolorosa, en íntima casualidad. En este mundo nada hay eterno, y no es extraño que aun nuestro amor pueda ser cambiado por la suerte, para que esta cuestión sea comprobada. Sabremos si el amor guía a la fortuna o la fortuna al amor. Si el hombre grandioso se precipita, lo abandonan sus compañeros favoritos; y si el pobre prospera, sus enemigos se convierten en amigos. Y aquí el amor sigue a la fortuna; que nunca al venturoso amigos le faltan, ni al pobre desengaños y desprecios. Pero, para terminar lo que empecé, diré que nuestros deseos y acciones se encaminan hacia lados opuestos, porque sólo son pasajeros; pues los pensamientos son nuestros, mas no su ejecución. Así piensas que no tendrás un segundo esposo, pero tus ideas mueren junto con tu primer señor.
CÓMICO REINA.- Que la Tierra me niegue alimento y el Cielo luz; que no tenga descanso ni placer de día y de noche; que la desesperación cambie mi fe y mis esperanzas; que viva en una prisión como un eremita austero; y cada pena que entristezca el ánimo, turbe el fin de mis deseos y los destruya. Todo esto me suceda de ahora en adelante, si cuando sea viuda, me caso nuevamente.
HAMLET.- Si ella lo cumpliera ahora.
CÓMICO REY.- Éste es un serio juramento ... Querida, déjame aquí un momento. Mi espíritu se debilita, y de buena gana quisiera aliviar el tedio del día con una siesta. (Se duerme).
CÓMICO REINA.- Descansa, y que nunca llegue el infortunio hasta nosotros. (Sale).
HAMLET.- Señora, ¿le gusta esta obra?
REINA.- La dama hace muchas promesas, creo yo.
HAMLET.- ¡Oh! Pero ella cumplirá su palabra.
REY.- ¿Has escuchado el argumento? ¿Hay algo en él que sea ofensivo?
HAMLET.- No, no, ellos sólo hacen bromas, veneno en broma. Nada ofensivo.
REY.- ¿Cómo se llama la obra?
HAMLET.- La ratonera. ¿Por qué? ... Es un título metafórico. Esta obra trata de un asesinato cometido en Viena. El duque se llama Gonzago y su mujer Baptista. Ya lo verá. ¡Es un enredo maldito! Pero, ¿qué importa? A Su Majestad y a mí, que tenemos almas inocentes, no nos puede incomodar. Al potro que esté lleno de mataduras le dolerá; pero nosotros no tenemos desollado el lomo.
Entra Luciano.
HAMLET.- Éste se llama Luciano y es sobrino del Rey.
OFELIA.- Usted es tan bueno como el coro, mi señor.
HAMLET.- Y podría servir de intérprete entre tú y tu amante, si viera puestos los títeres en acción.
OFELIA.- Es usted agudo, mi señor, es agudo.
HAMLET.- Te costaría un jadeo quitarme mi agudeza.
OFELIA.- Siempre de mal en peor.
HAMLET.- Así se equivocan ustedes al elegir marido ... Comienza asesino. Deja tu demoniaca cara y empieza. ¡Vamos! El cuervo graznador clama venganza.
LUCIANO.- Negros pensamientos, manos dispuestas, veneno preparado, tiempo y clima favorables; y nadie que observe. Tú, pócima fatal, extraída en el silencio de la profunda noche, compuesta de mortales hierbas; infectadas tres veces y otras tantas exprimidas después, sirve a mi intento; pues tu magia natural y terribles propiedades, a la saludable vida pone fin inmediatamente. (Vacía el veneno en el oído del que está durmiendo).
HAMLET.- Lo envenena en el jardín para usurparle el cetro. Su nombre es Gonzago. La historia es cierta, y está escrita en muy buen italiano. Pronto verán cómo el asesino consigue el amor de la esposa de Gonzago.
OFELIA.- ¡El Rey se levanta!
HAMLET.- ¡Qué! ¿Se asusta con un falso fuego?
REINA.- ¿Qué sucede, mi señor?
POLONIO.- Detengan la obra.
REY.- Traigan luces. ¡Vámonos de aquí!
POLONIO.- ¡Luces, luces, luces! (Salen todos, menos Hamlet y Hoacio).
HAMLET. (Declama).- Dejen que el afligido cervatillo llore,
el suceso del ciervo infortunado,
duerme aquél, y ese otro desvelado,
de esta manera al mundo ha transformado.
¿No podría esto, señor, y un penacho de plumas -si en adelante la fortuna me tratara mal-, con dos rosas provenzales en mis zapatos rayados, conseguirme un lugar entre un coro de comediantes?
HORACIO.- En parte.
HAMLET.- Completamente. (Declama).
Porque tú sabes, oh Damón querido,
que este reino ha perdido
al mismo Jove¡ y ahora reina aquí
un gran, gran ... pavo.
HORACIO.- Probablemente tiene ritmo.
HAMLET.- ¡Oh, buen Horacio! Tomaré la palabra del fantasma por mil libras. ¿Lo percibiste?
HORACIO.- Muy bien, mi señor.
HAMLET.- ¿Viste cuando se habló del veneno?
HORACIO.- Lo observé bastante bien.
HAMLET.- ¡Ah! Venga, algo de música; vengan los flautistas. (Declama).
Pero si al Rey no le gusta la comedia,
por qué entonces, tal vez, no le gusta, ¡por Dios!
Venga, algo de música.
Entran Rosencrantz y Guildenstern.
GUILDENSTERN.- Mi buen señor, permítame decirle una palabra.
HAMLET.- Y una historia entera.
GUILDENSTERN.- El Rey, señor ...
HAMLET.- Sí, ¿qué le sucede?
GUILDENSTERN.- Está en su habitación con un gran malestar.
HAMLET.- ¿De vino?
GUILDENSTERN.- No, mi señor; de cólera.
HAMLET.- Tu sabiduría debe indicarte que es mejor contarle esto al doctor, pues si yo me pusiera a aliviarlo, quizá lo hunda en más cólera.
GUILDENSTERN.- Mi buen señor, dele algún sentido a lo que habla, y no comience con extravagancias acerca de mi plática.
HAMLET.- Estoy de acuerdo. Prosigue.
GUILDENSTERN.- La Reina, su madre, con el alma llena de la mayor aflicción, me ha enviado por usted.
HAMLET.- Eres bienvenido.
GUILDENSTERN.- No, mi buen señor, esta cortesía no tiene sentido. Si quiere darme una respuesta sensata, desempeñaré el encargo de la Reina; si no, con pedirle perdón y retirarme se acabó mi asunto.
HAMLET.- Pues señor, no puedo.
GUILDENSTERN.- ¿Por qué, mi señor?
HAMLET.- Me pides una respuesta sensata, y mi razón está trastornada. No obstante, responderé del modo que pueda a lo que deseas; o mejor dicho, a lo que mi madre quiere. Conque nada hay que añadir a esto. Vamos al caso. Tú dices que mi madre ...
ROSENCRANTZ.- Señor, ella dice que su conducta la ha llenado de sorpresa y admiración.
HAMLET.- ¡Oh, hijo maravilloso, que puede sorprender así a su madre! Pero dime, ¿esa admiración no ha traído otra consecuencia?
ROSENCRANTZ.- Ella desea hablarle en su aposento, antes que se vaya a acostar.
HAMLET.- La obedeceré, como si fuera diez veces mi madre. ¿Tienes algún otro asunto que tratar conmigo?
ROSENCRANTZ.- Mi señor, usted alguna vez me estimó.
HAMLET.- Y ahora también; te lo juro por estas manos.
ROSENCRANTZ.- Mi buen señor, ¿cuál es el motivo de su perturbación? Cierra usted mismo la puerta de su libertad si oculta sus dolores a los amigos.
HAMLET.- Ambiciono ser más de lo que soy.
ROSENCRANTZ.- ¿Cómo puede ser eso, cuando el Rey mismo lo reconoce para sucederle en el trono de Dinamarca?
HAMLET.- Sí, señor, pero mientras la hierba crece ... El proverbio es algo anticuado.
Entran músicos con flautas.
HAMLET.- ¡Oh, las flautas! Déjame ver una. Me apartaré contigo ... ¿Por qué me cercas por todos lados como si me quisieras atrapar en una red?
GUILDENSTERN.- ¡Oh!, mi señor, si mi obligación es muy molesta, mi amor es demasiado descortés.
HAMLET.- No entiendo bien eso. ¿Quieres tocar esta flauta?
GUILDENSTERN.- No puedo, mi señor.
HAMLET.- Te lo ruego.
GUILDENSTERN.- Créame que no puedo.
HAMLET.- Yo te suplico.
GUILDENSTERN.- Sé que no puedo tocarla, mi señor.
HAMLET.- Es tan fácil como acostarse. Pon el pulgar y los demás dedos según convenga sobre estos agujeros; sopla con la boca, y conseguirás la más elocuente música. Mira, éstos son los puntos.
GUILDENSTERN.- Pero no sé hacer uso de ellos para que produzcan armonía. No tengo la habilidad.
HAMLET.- Pues mira en qué opinión tan baja me tienes. Tú me quieres tocar; parece que conoces mis puntos; pretendes extraer lo más íntimo de mis secretos; quieres hacer que suene desde el más grave al más agudo de mis tonos; y he aquí este pequeño órgano, capaz de excelentes sonidos y de música, que tú no puedes hacer sonar. ¿Piensas que soy más fácil de hacer sonar que una flauta? Llámame con el nombre del instrumento que quieras, y aunque puedas pulsarme, jamás conseguirás hacerme producir el menor sonido.
Entra Polonio.
HAMLET.- Dios te bendiga, señor.
POLONIO.- Mi señor, la Reina quisiera hablarle inmediatamente.
HAMLET.- ¿Ves aquella nube que casi tiene la forma de un camello?
POLONIO.- ¡Por la Virgen! Efectivamente, parece un camello.
HAMLET.- Pues ahora me parece una comadreja.
POLONIO.- Se ha transformado en una comadreja.
HAMLET.- ¿O como una ballena?
POLONIO.- Muy parecida a una ballena.
HAMLET.- Pues al instante iré a ver a mi madre. (Aparte). Tanto harán éstos que me volverán loco de verdad ... Iré al instante.
POLONIO.- Así se lo diré. (Sale Polonio).
HAMLET.- Fácilmente se dice al instante. Dejenme solo, amigos. (Salen todos, menos Hamlet). Esta es la hora de la noche apropiada para los maleficios. Cuando los cementerios se abren y el mismo infierno exhala contagiando a este mundo. Ahora podría yo beber sangre caliente y ejecutar acciones tan malvadas que el día se estremecería al verlas. Pero vamos a ver a mi madre. ¡Oh corazón! No pierdas tu naturaleza, ni permitas que el alma de Nerón se albergue en este fuerte pecho. Déjame ser cruel, pero no insensato. El puñal para herida ha de estar en mis palabras, no en mi mano. Mi corazón y mi lengua en esto sean hipócritas. y aunque mis palabras sean como reproches, nunca mi alma consentirá que se cumplan.
TERCERA ESCENA
Un salón en el castillo.
Entran el Rey, Rosencrantz y Guildenstern.
REY.- No lo quiero aquí, no conviene a nuestra seguridad dejar libre el campo a su locura. Por lo tanto prepárense. Los comisionaré con un valioso despacho, y él irá a Inglaterra con ustedes. Los intereses de nuestra nación no pueden exponerse a un riesgo tan inmediato, y que crece saliéndose de su control.
GUILDENSTERN.- Dispondremos nuestra marcha. El más santo y religioso temor es aquel que procura la existencia de tantas personas cuya vida y sustento dependen de su Majestad.
ROSENCRANTZ.- Es obligación en un particular defender su vida con toda la fuerza y el arte de sus brazos; pero es más importante conservar aquella en quien estriba la felicidad de muchos. Cuando llega a faltar el monarca, no muere solo, sino que, a manera de un torrente precipitado, arrastra lo que está cerca de él. Es como una gran rueda colocada en la cima del más alto monte, a cuyos enormes rayos están asidas innumerables piezas menores; que cuando cae, cada pequeña pieza sufre las consecuencias de los destrozos. Nunca el Rey exhala un suspiro solo, sino con un lamento general.
REY.- Prepárense para este precipitado viaje, se los ruego. Quiero encadenar este temor, que ahora camina demasiado libre.
ROSENCRANTZ y GUILDENSTERN.- Nos apresuraremos. (Salen Rosencrantz y Guildenstern).
Entra Polonio.
POLONIO.- Mi señor, él va hacia el aposento de su madre. Voy a ocultarme detrás de las cortinas para escuchar la plática. Le seguro que ella lo reprenderá fuertemente; y como usted dijo, y prudentemente fue dicho; esta conversación debe ser oída por alguien más que su madre, pues naturalmente ellas son parciales. Debo escuchar la conversación de cerca. Quede con Dios, mi soberano. Yo lo buscaré antes de que se acueste y le diré lo que sé.
REY.- Gracias, mi querido caballero. (Sale Polonio). ¡Oh, mi culpa es atroz! Su hedor sube al Cielo, llevando consigo la maldición más terrible: el asesinato de un hermano. No puedo rezar, aunque trato de hacerlo, pues es más fuerte mi culpabilidad que mi intento. Y como un hombre con dos obligaciones, me detengo a considerar por cuál empezaré primero, y no cumplo ninguna. ¿Por qué si estas manos malditas estuvieron teñidas con la sangre fraterna, no hay en los cielos piadosos suficiente lluvia para volverlas blancas como la nieve? ¿Para qué sirve la misericordia, si no ve el rostro del pecado? ¿De qué sirve rezar, si esto no tiene la fuerza necesaria, capaz de sostenernos antes de caer, o de ser perdonados habiendo caído? Entonces alzaré mis ojos al Cielo, y quedará borrada mi culpa. ¿Pero qué clase de oración puede servirme? ¿Perdona mi horrible asesinato?. Eso no puede ser, mientras vivo poseyendo los objetos por los que cometí el asesinato ... Mi corona; mi propia ambición y mi Reina. ¿Puede uno ser perdonado cuando la culpa persiste? En los sucesos corruptos de este mundo, las manos delincuentes pueden sobornar a la justicia, y frecuentemente vemos que compran la integridad de las leyes. Pero no así en el cielo; allá no hay engaños; allá comparecen las acciones con su verdadera naturaleza, y nos vemos compelidos a reconocer nuestras faltas completamente ... En fin, ¿qué hago entonces? ¿Cómo descanso? Si trato de arrepentirme, ¿por qué no puedo? ¿Por qué cuando uno trata no se arrepiente? ¡Oh, situación infeliz! ¡Oh, conciencia negra como la muerte! ¡Oh, alma apasionada, que cuanto más te esfuerzas por ser libre más quedas oprimida! ¡Ángeles, ayúdenme! Hagan la prueba. Dóblense, necias rodillas; y tú, corazón de aceradas fibras, vuélvete blando como los músculos de un niño recién nacido. Todo puede estar bien. (Se arrodilla y se reclina sobre un sillón).
Entra Hamlet.
HAMLET.- Ésta puede ser la ocasión, ahora está rezando. (Saca la espada). Y ahora lo haré. Y así él irá al cielo y yo quedaré vengado. Esto debe ser examinado: un malvado mata a mi padre, y por eso yo, su hijo único, hago que este mismo villano llegue al cielo. ¡Oh, esto es contratación y pago, no venganza! El sorprendió a mi padre acabados los desórdenes del banquete, con todas sus culpas volando como las flores en mayo; ¿y quién sabe cómo guarde su cuenta el cielo? Pero, según yo creo, terrible es su sentencia. ¿Y quedaré vengado matándolo cuando purifica su alma; cuando está preparado para la partida? No, détente, espada, y espera ocasión más odiosa. Cuando duerma embriagado o esté furioso, o en el incestuoso placer de su lecho; cuando esté jugando o blasfemando, o cometa acciones contrarias a su salvación, entonces hazlo tropezar, para que sus talones puedan patear el cielo y que su alma quede tan negra y maldita como el infierno, adonde irá ... Mi madre me espera ... Esta medicina sólo prolonga tus penosos días. (Sale).
REY. (Levantándose).- Mis palabras suben al Cielo; mis pensamientos quedan en la Tierra. Las palabras sin los pensamientos nunca llegan al Cielo. (Sale).
CUARTA ESCENA
Aposento de la Reina.
Entran la Reina y Polonio.
POLONIO.- Él vendrá hacia acá. Muéstrele entereza. Dígale que sus extravagancias han sido demasiado atrevidas para tolerarlas, y que su bondad lo ha protegido, interponiéndose entre él y la indignación que provocó. Yo permaneceré aquí en silencio. Se lo ruego, sea franca con él.
REINA.- Te lo garantizo, no siento temor ... Retírate, lo escucho llegar. (Polonio se oculta detrás de unas cortinas).
Entra Hamlet.
HAMLET.- ¿Y ahora madre, qué sucede?
REINA.- Hamlet, tienes muy ofendido a tu padre.
HAMLET.- Madre, muy ofendido tienes al mío.
REINA.- Ven, ven, tú me respondes con hiriente lengua.
HAMLET.- Voy, voy, tú me preguntas con lengua perversa.
REINA.- ¿Por qué estás así, Hamlet?
HAMLET.- ¿Cuál es el asunto ahora?
REINA.- ¿Me has olvidado?
HAMLET.- No, por el crucifijo que no es así. Tú eres la Reina, la esposa del hermano de tu esposo, y -quisiera que no fuera así- eres mi madre.
REINA.- Entonces, yo te pondré delante de aquellos con quienes puedas hablar.
HAMLET.- Ven, ven y siéntate; no podrás moverte de aquí. No te irás hasta que ponga un espejo delante de ti, donde puedas ver lo más oculto de tu conciencia.
REINA.- ¿Qué harás? ¿No querrás matarme? ¡Oh, auxilio, auxilio!
POLONIO. (Detrás de las cortinas).- ¡Oh, algo sucede! ¡Pide auxilio!
HAMLET. (Sacando la espada).- ¿Qué es esto, una rata? (Atraviesa las cortinas con su espada). Murió ... Un ducado a que ya está muerta.
POLONIO. (Detrás de las cortinas).- ¡Oh, muerto soy! (Cae y muere).
REINA.- ¡Oh! ¿Qué has hecho?
HAMLET.- Nada ... No sé ... ¿Es el Rey?
REINA.- ¡Oh, qué acción tan precipitada y sangrienta!
HAMLET.- Una acción sangrienta. Casi tan horrible, madre mía, como matar a un rey y casarse con su hermano.
REINA.- ¿Como matar a un rey?
HAMLET.- Sí, señora, esas fueron mis palabras. (Levanta las cortinas y descubre a Polonoio). Y tú, miserable, temerario, tonto entremetido, adiós. Te tomé por alguien mejor. Recibe tu fortuna. Quisiste estar tan ocupado en algo peligroso ... (A la Reina). Deja de torcerte las manos. Calma, siéntate y déjame torcer tu corazón. Así he de hacerlo, si está hecho de material manejable; si las costumbres malditas no lo han cubierto de bronce, para que sea probado y abanderado en contra de la sensibilidad.
REINA.- ¿Qué hice, para que tú me insultes con tal rudeza?
HAMLET.- Una acción tal, que ensombrece la gracia y vergüenza de la modestia, y da nombre de hipocresía a la virtud; que desprende la rosa (Referencia a la costumbre, en aquella época, de las damas de utilizar flores a manera de ornato en las sienes. Nota de Chantal López y Omar Cortés) de la limpia frente de un inocente amor, colocando una vejiga en ella; que hace más pérfidos los votos conyugales que las promesas del tahúr ... ¡Oh! Una acción tal, como la que destruye la buena fe, alma de los contratos, y convierte la religión en una mezcla de sucias palabras; una acción, en fin, capaz de inflamar de ira la faz del cielo y dar horrible semblante a esta sólida y artificiosa máquina del mundo, como si se aproximara el Juicio Final.
REINA.- ¡Ay de mí! ¿Qué acción es esa, que anuncias tan fuerte y con espantosa voz de trueno?
HAMLET.- Mira aquí sobre esta pintura, y sobre esta otra; los retratos de dos hermanos. Observa cuánta gracia residía en esta frente: los rizos del Sol; la frente del mismo Júpiter; su vista imperiosa y amenazadora como la de Marte; su gentileza semejante a la del mensajero Mercurio cuando aparece sobre una colina que besa el cielo. ¡Hermosa combinación de formas! Donde cada uno de los dioses imprimió su carácter para dar al mundo la seguridad de un hombre. Éste fue tu esposo. Mira ahora el que sigue. Aquí está tu actual esposo: como una espiga manchada, que destruyó la salud de su hermano. ¿Lo ves bien? ¿Pudiste dejar el sustento de aquella hermosa colina y quedarte en este pantano? ¡Ah! ¿Lo ves bien? No puedes llamarlo amor, porque a tu edad los hervores de la sangre están tibios, sumisos y prudentes. ¿Y qué prudencia descendería desde aquél a éste? Seguro que tienes sentidos, mas podrías no tener emociones; pero seguro que esos sentidos están aletargados. La demencia misma no podría incurrir en tanto error, ni el frenesí tiraniza con tal exceso las sensaciones, sino que deja suficiente juicio para saber apreciar la diferencia. ¿Qué demonio fue ese que así te ha engañado y cegado? Ojos sin tacto, tacto sin vista, oídos sin manos u ojos, el olfato sin todo, o sólo una débil porción de un sentido verdadero, hubiera bastado para impedir tal estupidez ... ¡Oh, vergüenza! ¿Dónde están tus sonrojos? ¡Rebelde infierno! Si así puedes inflamar los huesos de una matrona, deja que la virtud de la juventud se queme como la cera y se derrita en su propio fuego. No proclames la vergüenza cuando el compulsivo ardor te acometa, puesto que el hielo mismo con tal actividad se enciende, y la razón complace al deseo.
REINA.- ¡Oh, Hamlet, no hables más! Tus razones me hacen mirar adentro de mi alma, y allí veo tan negras y asperas manchas, que acaso nunca podrán borrarse.
HAMLET.- No, pues vivir en el pestilente sudor de un lecho incestuoso, envilecida por la corrupción, prodigando caricias de amor sobre la sucia pocilga ...
REINA.- ¡Oh, no me digas más! Estas palabras hieren como dagas mis oídos. No más, querido Hamlet.
HAMLET.- Un asesino y un malvado; un miserable que no vale ni una vigésima parte de tu anterior señor; escarnio de los reyes, usurpador del imperio y del mando, que robó la preciosa corona de un estante y la guardó en su bolsillo ...
REINA.- No más.
HAMLET.- Un rey de andrajos y remiendos ...
Entra el Fantasma del padre de Hamlet.
HAMLET.- ¡Oh, guardias celestiales! Cuídenme y cúbranme con sus alas ... ¿Qué quieres, venerable aparición?
REINA.- ¡Ay, él está loco!
HAMLET.- ¿Vienes acaso a reprender la negligencia de tu hijo, que debilitado por la compasión y la tardanza, olvida el cumplimiento de tu terrible mandato? ¡Oh, habla!
FANTASMA.- No lo olvides. Esta visita es sólo para reavivar tu próposito casi extinguido. Pero mira cómo has llenado de asombro a tu madre. ¡Oh, colócate entre ella y su agitada alma! Pues la imaginación actúa con más fuerza en los cuerpos más débiles. Háblale, Hamlet.
HAMLET.- ¿Cómo estás, señora?
REINA.- ¡Ay! ¿Cómo estás tú, que así diriges la vista donde no hay nada, y conversas con el aire incorpóreo? Tus instintos violentos se han pasado a tus ojos y tus dóciles cabellos, como con vida propia, se erizan y levantan como los soldados cuando suena la alarma. ¡Oh, hijo querido! Derrama sobre el ardiente fuego de tu agitación la fría paciencia ... ¿A quién miras?
HAMLET.- A él ... a él ... Mira cómo despide una pálida luz. Su aspecto y su dolor bastarían para conmover a las piedras ... (Al fantasma). No me mires así, no sea que ese lastimoso semblante destruya mis designios crueles. Y que al ejecutarlos equivoque los medios ... cambiando lágrimas por sangre.
REINA.- ¿A quién dices esto?
HAMLET.- ¿No ves nada allí?
REINA.- Nada, y veo todo lo que hay a mi alrededor.
HAMLET.- ¿No oíste nada, tampoco?
REINA.- Nada, sólo a nosotros mismos.
HAMLET.- Mira allí. Observa cómo se va. Mi padre, con el traje que siempre vestía. Mira hacia dónde va. Ahora llega al pórtico. (Sale el Fantasma).
REINA.- Esto es una invención de tu cerebro. El trastorno que padece tu espíritu es muy ingenioso.
HAMLET.- ¿Trastorno? Mi pulso es como el de ustedes, late con regular intervalo y denota salud en su ritmo. Nada de lo que he dicho es locura. Háganme una prueba y les repetiré todas las palabras acerca del asunto, y eso un loco no puede hacerlo. ¡Oh, madre! Por la gracia del amor te pido que no apliques esa unción benéfica a tu alma, creyendo que es mi locura la que habla y no tu pecado. Pues sólo estarás poniendo un velo a la parte ulcerada, mientras la ponzoña pestífera, corrompe e infecta todo por dentro. Confiesa al cielo tu culpa, arrepiéntete de lo que ha pasado, preparate para lo futuro, y no riegues el beneficio sobre las malas hierbas, para que crezcan lozanas. Perdona este desahogo a mi virtud, ya que en esta difícil época la virtud misma debe pedir perdón al vicio; así como reprimirse y someterse para hacerlo bueno.
REINA.- ¡Oh, HamIet, has partido mi corazón en dos!
HAMLET.- ¡Oh! Pues aparta la porción más dañada y vive de manera más pura con la otra mitad. Buenas noches ... Pero no vayas al lecho de mi tío. Si no tienes virtud, aparéntala al menos. La costumbre, monstruo que se alimenta de hábitos malignos, puede parecer un ángel que se vale de acciones bellas y buenas para dar un aspecto adecuado. Abstente por esta noche y esto te otorgará cierta facilidad para la próxima abstinencia. La costumbre casi puede cambiar la impresión de la naturaleza; de reprimir las malas inclinaciones y alejarlas de nosotros con maravillosa potencia. Una vez más, buenas noches ... Y cuando anheles ser bendita, yo pediré tu bendición ... En cuanto a este caballero (Señalando a Polonio), estoy arrepentido. Pero el Cielo lo ha querido así; a él lo ha castigado por mi mano, y a mí también me castiga, obligándome a ser el instrumento de su enojo. Yo lo conduciré adonde convenga y sabré justificar la muerte que le di. Por lo tanto, nuevamente, buenas noches ... Debo ser cruel, solamente para ser bueno. Esto comienza mal y será peor lo que viene después ... Una palabra más, buena señora.
REINA.- ¿Qué puedo yo hacer?
HAMLET.- No hacer nada de lo que te pido, por ningún medio. Deja que el orgulloso Rey te conduzca otra vez al lecho; que te apriete sensualmente las mejillas y te llame ratoncita; que te dé un par de resonados besos o juegue amorosamente con sus malditos dedos sobre tu cuello. Platícale todo este asunto. Dile que mi locura no es cierta, que todo es un engaño. Sería bueno que se lo hicieras saber, porque, ¿cómo es posible que una reina hermosa, modesta y prudente, oculte a aquel gato viejo, murciélago, sapo ..., secretos tan importantes? ¿Quién se portaría así? No, a pesar de la razón y del sigilo, abre la jaula sobre el techo de la casa y deja que los pájaros vuelen; y como el famoso mono, al tratar de imitar; trepa a la jaula y rómpete el cuello al caer.
REINA.- Ten la seguridad que si las palabras se forman de aliento, y éste anuncia vida, no tengo vida para repetir lo que me has dicho.
HAMLET.- ¿Sabes que debo ir a Inglaterra?
REINA.- ¡Ah!, ya lo había olvidado. Sí, es cosa resuelta.
HAMLET.- Hay cartas selladas, y mis dos condiscípulos, en quienes confiaré como en unas víboras venenosas, van encargados de llevar el mensaje. Ellos deben facilitar mi marcha y conducirme al precipicio. Pero yo los dejaré hacer; que es mucho gusto ver volar por el aire al armero con su propio petardo; y mal irán las cosas o yo excavaré una vara más abajo de sus minas, y los haré volar hasta la Luna. ¡Oh, es muy agradable cuando un pícaro encuentra con quien entenderse! Este hombre me hace ahora un cargador. (Intenta cargar el cadáver). Lo llevaré arrastrando a la pieza de junto. Madre, buenas noches ... Este consejero, que fue en vida un hablador impertinente, se muestra ahora más tranquilo, serio y taciturno. (Al cadáver). Vamos, caballero, a sacarte de aquí y terminar contigo. Buenas noches, madre. (
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