los recien llegados, de Agustin Cortes, Captura y diseño, Chantal Lopez y Omar Cortes, Antorcha
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Los recién llegados

Danzón dedicado a Alma y amigos

que la acompañan.

El retumbar de los parches reverbera junto a la intermitente luz rojiza que recorre el local lleno de humo, de sudor, de voces. Los recién llegados atraviesan la pista de baile donde una cantidad de cuerpos frotan, se enervan, se descubren, ya que si Juárez no hubiera muerto ...

Se dice que llegaste junto con el grupo y que con ellos ocupaste una mesa cercana a la pista, aunque otros sostienen la tesis de que ya te encontrabas en el local, en una lejana mesa desde donde podías abarcar todo el ambiente que te rodeaba. Las versiones difieren entre sí, pero de lo que estoy seguro es de que pudiste percibir los rostros y las muecas de los recién llegados, y estoy seguro, además, de que es irrelevante que estuvieras junto con ellos o en la mesa en que algunos dicen que te vieron, porque de cualquier manera tu semblante taciturno y extrañado hubiera sido el mismo, lo sé bien.

Puedo reconstruir tu presencia aunque jamás hubieras estado en ese lugar. Puedo devolver a tu mirada ese brillo incrédulo de personaje de algún burdo albur lanzado al infinito. Puedo saber que los dedos de las manos se deslizaban buscando algo tan simple como otros dedos que nunca han encontrado. Puedo, en fin, ubicarte frente a cierta presencia que te perturba aunque lo niegues, ponerte frente a ella y enfrentarte a esa su mirada egoísta que lo pide todo sin ofrecer nada. Puedo percibir esa falsa indiferencia, esa frialdad postiza para rechazar algo a alguien que te importa pero cuya actitud te ha hecho temer otro derrumbe.

Algún testigo presencial me ha dicho que escribías, pero otro que únicamente tarareabas la melodía que desarrollaba la orquesta y seguías con la mirada el ritmo de los que bailaban. La verosimilitud de estas versiones es también algo secundario porque estoy seguro que imaginabas, aunque escribieras o no, que imaginabas una tenebrosa historia de contrabandistas y padrotes, de adulterios, de vidas ubicadas en un blanco y negro irreal que sólo la imaginación es capaz de reconstruir.

Sé que en esos momentos te otorgabas una presencia total, que te mirabas entrar en el local enfundado en una larga gabardina gris, con un sombrero de ala ancha cubriéndote parte del rostro, el cigarrillo clavado en la comisura de los labios y con el rostro de Bogart sobre tu cara. Te veo así pasar enfrente de los recién llegados, acercarte a la barra, pedir una copa de algo y observar con el rabillo del ojo como ella, la que tú sabes, se acerca, con el rostro Bacall y su andar desgarbado, hasta apoyar su mano izquierda en tu hombro, tomar luego el cigarrillo de tus labios para encender el suyo, devolverlo con la misma parsimonia con que lo tomó, acercar su rostro al tuyo y preguntarte con su voz grave: ¿me quieres?, y te veo responder, sin inmutarte, mirando fijamente al espejo que está frente a ti y en donde se reflejan las siluetas de los recién llegados, espera que termine mi trago.

Sí, bien que lo sé, sólo tu imaginación te mantiene a flote, sólo ella es capaz de establecer una relación eficaz con el mundo que te rodea, tu imaginación que comienza a cansarse y a producir fisuras por donde el mundo te parece tan absurdo e inexplicable, y aunque sabes que ha sido la imaginación del hombre la que ha humanizado al mundo comprendes que lo tuyo no ha conseguido humanizar esa porción de realidad que te pertenece, ergo ... Vuelves entonces a abandonarte a los cantoneos rituales de las parejas al ritmo de los parches que son capaces de aislarte la conciencia de la presencia de los recién llegados.

Aún no puedo saber cabalmente qué estabas haciendo ahí, a qué habías ido ni con quién. Hay quienes aseguran que fuiste simplemente por cumplir con un deber social, otros sostienen que por que se te pegó la gana ir a emborracharte, pero yo te conozco bien y puedo decirte que es muy posible que las dos versiones sean correctas pero que sobre ellas hubo otra razón que hasta tú mismo tienes miedo de confesarte, una razón que inútilmente combates porque sabes que es real. Fuiste porque sabías que ahí se encontraría también esa presencia que te irrita, que te molesta, pero que muy a tu pesar se te ha ido haciendo indispensable.

¿Sabes?, es cierto, tienes razón cuando piensas que es difícil creer en el interés de alguien a quien no le importa lo que piensas, ni lo que sueñas, ni lo que haces y que sólo se limita a mirarte como exigiéndote una respuesta que tiene que ser la que ella imponga. Es cierto, es difícil de creer, pero en la soledad de tus insomnios has permitido que se cuele la posibilidad de algún encuentro y por las noches tus manos se mueven como si en la oscuridad quisieran encontrar aquellas otras manos. Espejismos, te dices, pero hay un rostro que dibujas a veces con los labios.

Y me vengo hasta acá, hasta la mesa en la que algunos dicen te encontrabas, y aquí te reproduzco, soy tus ojos, tu voz, tus manos que sostienen un vaso y un cigarro, tu boca que expulsa pacientemente el humo contenido. Y con tus ojos miro a donde ven tus ojos y reconstruyo así a los recién llegados y de entre todos ellos a alguien que te interesa. No me dejas ver más, cuando ella te mira vuelves a utilizar la indiferencia, el gris alejamiento y ya no quiero ser más que tú porque golpeas muy hondo, muy hasta adentro, hasta donde se confunden recueros muy amargos que no puedes olvidar y que la música y el ruido y las voces solamente aletargan pero no eliminan.

Y yo no soy más que tú, y me doy cuenta de que quizá hasta lo del danzón es sólo una invención tuya y no haya orquesta, ni gente bailando, ni recién llegados; que todo quizá haya sido una invención de tu afiebrada y delirante mente para hablar de lo que tú bien sabes. O es posible, sostiene uno de los perplejos testigos, que únicamente hayas cambiado el escenario, porque él asegura haberte visto, que a lo mejor no era danzón, sino mambo o tango, y de que las parejas bailando no hayan sido sino las siluetas de los recién llegados proyectados en la semipenumbra.

Hay quienes dicen que no pasó nada y quienes dicen que no vale la pena averiguarlo, pero yo estoy cada vez más convencido que entre el humo, el ruido y las voces de los recién llegados, ocurrió algo, algo que nos concierne a ambos, aunque nos neguemos a admitirlo.


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