puede ser, de Agustin Cortes, Captura y diseño, Chantal Lopez y Omar Cortes, Antorcha
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Puede ser

Recordar, recordar la mirada ante la puerta cuando aún se podía escuchar el eco de los gritos en la plaza.

¡Viva el coronel Aureliano Buendía!

Cuando aún se percibía claramente el olor de la pólvora y los cadáveres se apilaban en las esquinas, cuando todavía se escuchaban los gritos de las mujeres y los perros se disputaban los mejores trozos de los cadáveres.

Recordar el instante, el preciso momento en que la tarde calurosa se deshizo en esos ojos que reinventaban el mundo con su mirada.

El sol se desplomaba sobre la tarde, los cascos de los caballos resonaban por las calles del pueblo mientras los prisioneros eran arrastrados para ser colgados en la plaza.

La puerta se abrió sólo un instante, me acuerdo bien, el tiempo suficiente para que esa mirada se desbocara buscando la salida. Esa mirada.

Conocí al coronel Aureliano Buendía. Lo vi una noche en los alrededores de Macondo. Una cara imperturbable escondida en una barba negra y dos ojos que brillaban en la oscuridad, como los de los gatos. Dicen que puede ver en la noche mejor que en el día. Pero la mirada de aquella tarde fue tan otra cosa. Recordar, recordar el gesto insolente del tenientillo mientras le colocaban el lazo al cuello y su madre lloraba pidiendo compasión. Compasión que ellos no habían tenido cuando cortaron la lengua a los de la manifestación para luego hacerles beber alcohol, o para quemar los ojos a los campesinos que se negaban a revelar el paradero del coronel.

Dicen que los de Macondo no existimos, que sólo somos un mito, una invención. Me lo dijeron una noche que escuchábamos al arpista en la Casa verde. Me dijeron que todo nos lo habíamos inventado, que gitanos había en todas partes y que a Melquiades lo habían quemado con leña verde cuando predicó que la tierra se movía. Puede ser. Dicen también que el coronel sólo es un pretexto de bandidos y robavacas. Puede ser.

Por eso trato de recordar y sólo recuerdo mitos, sólo recuerdo rostros secos y fatigados, rostros de hombres fatigados por el trabajo y el sol, rostros de mujeres agobiadas por el trabajo y el sol, rostros de niños agobiados por el trabajo y el sol. Puede ser que hasta el hombre sea un mito. Como también aquella mirada que se desprendió de una puerta entreabierta la tarde que entramos a Macondo, la tarde que colgamos al tenientillo de la mirada insolente, la tarde en que el coronel atravesó a galope el lugar para enterarse de la traición de su compadre Artemio Cruz.

Recordar, recordar todo eso cuando me dicen que el coronel ha sido aniquilado en las montañas. Recordar cuando veo en los oficiales la preocupación por la creciente popularidad de los mitos. Recordar cuando el pelotón de fusilamiento de la compañía bananera se estremece al escuchar un grito que llega redondo de quién sabe dónde.

¡Viva el coronel Aureliano Buendía!

Instante en el que puedo recordar aquella tarde, aquella mirada, antes que pueda observar el fuego de la descarga y el gesto de rencor del hombre que cava mi tumba.

Dicen que todos los de Macondo somos un mito. Puede ser.


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