Arthur Rimbaud
Una temporada en el infierno
Primera edición cibernética, febrero del 2004
Captura y diseño, Chantal López y Omar Cortés
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Presentación, por Chantal López y Omar Cortés.
Mala sangre.Delirios II - Alquimia del verbo.
Nacido el 20 de octubre de 1854 en Charleville-Mezières, Arthur Rimbaud, quien con el paso de los años devendría en famosísimo poeta francés, habría de transcurrir su infancia en un ambiente de sordidez bajo una figura materna sumamente autoritaria, poco propicia a trasmitir amor a su prole.
Rimbaud comienza a escribir a los diez años de edad. Y a los diecisiete, crearía un célebre poema que le daría renombre universal: Le bateau ivre (El barco borracho).
Cuando Verlaine, otro celebérrimo poeta francés, conoció aquel poema, prácticamente quedaría hechizado ante ese potencial literario, entablando una relación con Rimbaud que terminaria siendo un drama de pasión.
En efecto, Verlaine, cuya tendencia homosexual era más que manifiesta, buscó, engolosinado, el amor de Rimbaud, quien, no cantando mal las rancheras, en un inicio accedio, pero ... no siendo Rimbaud partidario de las relaciones monogámicas homosexuales, coqueteaba, como se dice comunmente, con Juan y varios, lo que hacia encelar terriblemente a su compañero Verlaine quien, en dos ocasiones, trató de cobrarse las infidelidades de Rimbaud con la vida de éste. Y fue, en el segundo intento, cuando las cosas adquirieron tintes dramáticos, puesto que Rimbaud terminó hospitalizado y Verlaine ... tras las rejas de la prisión.
La obra que a continuación publicamos, Una temporada en el infierno, escrita en 1873, tuvo como inspiración, precisamente, la turbulenta y apasionada relación que Rimbaud mantuvo con Verlaine.
Arthur Rimbaud moriría el 10 de noviembre de 1891 en la ciudad de Marsella.
Chantal López y Omar Cortés
Antaño, si recuerdo bien, mi vida era un festín en el que se abrían todos los corazones, en el que todos los vinos hacían torrentes.
Una noche, senté a la Belleza sobre mis rodillas. - Y la encontré acerba. - Y la injurié.
Me armé contra la justicia.
Y escapé. ¡Oh hechiceras, oh miseria, oh aversión, es a ustedes solamente que confié mi tesoro!
Logré diluir en mi espíritu toda esperanza humana. Sobre todo júbilo, para estrangularlo, hice el salto cauteloso de la bestia feroz.
Llamé a los verdugos para morder la culata de sus fusiles mientras perecía. Llamé a los flagelos para ahogar con arena, la sangre. La desgracia fue mi dios. Me revolqué en el barro. Me sequé con el aire del crimen. Aposté con la locura.
Y la primavera me brindó la risa repugnante del idiota.
Pero, cuando estaba casi por decir adiós, resolví buscar la llave que me abriera las puertas del festín antiguo, donde quizás recuperaría el apetito.
La caridad es esa llave. - ¡Esta afirmación comprueba que estuve en un sueño!
Permanecerás como una hiena, etc ... exclama el demonio que me corona con duermevelas tan amables. Consigue la muerte con todos tus apetitos, y tu egoísmo y todos los pecados capitales.
¡Ah! He tenido demasiado: - Pero, querido Satán, se lo suplico, ¡tenga la pupila menos irritada! Y esperando esas vilezas que se retrasan, para usted que ama en el escritor la ausencia de facultades descriptivas o instructivas, le arranco algunas hojas ominosas de mi carnet de condenado.
De mis ancestros conservo los ojos celestes, el cerebro estrecho y la imprudencia de la lucha. Me visto tan bárbaramente como ellos. Pero yo no engraso mi cabellera.
Los Galos eran los desolladores de animales, los desbrozadores más ineptos de su tiempo.
De ellos tengo: la idolatría y el amor por el sacrilegio; - ¡ah! Todos los vicios, cólera, lujuria -magnífica la lujuria-; sobre todo, mentira y pereza.
Me horrorizan todos los oficios. Patrones y obreros, todos campesinos e innobles. La mano con pluma vale la que la mano con arado. - ¡Qué siglo de manos! - Yo nunca tendré mi mano. Después, la domesticidad trae muchos problemas. La honestidad de la mendicidad me acongoja. Los criminales hieden como los castrados: yo estoy intacto y no me importa.
Pero, ¿quién me ha dado esta lengua tan pérfida que es guía y salvaguarda hasta aquí de mi pereza? Sin servirme para vivir de mi cuerpo, y más ocioso que un sapo, he estado en todas partes. Ni una familia europea ha dejado de conocerme. Se entiende que hablo de familias como la mía, que parecen extraídas de la Declaración de los Derechos del Hombre. - ¡He conocido personalmente a todos los hijos de buenas familias!
Si tan sólo tuviera antecedentes en un punto cualquiera de la historia de Francia!
Pero no, en ninguno.
Es muy evidente que siempre he pertenecido a una raza inferior. No puedo comprender la rebelión. Mi raza sólo se sublevó para cometer pillerías: como los lobos con la bestia que todavía no han terminado de matar.
Recuerdo ahora la historia de Francia, hija primera de la Iglesia. Yo, que entonces era un villano, habría realizado el viaje a tierra santa; conservo todavía la faz de varias rutas de las llanuras suaves, los paisajes de Bizancio, los murallones de Solima; el culto a María, la ternura por el crucificado reviven en mí entre miles de ritos profanos. - Me figuro a mí mismo sentado, leproso, sobre las vasijas quebradas y las ortigas, al pie de un muro carcomido por el sol. - Más tarde, siendo reitre (caballero alemán del siglo XVI), dando vivaques bajo las noches de Alemania.
¡Ah! Y todavía más, bailando en el Aquelarre con una calavera roja con las viejas y los niños.
No puedo recordar más que esta tierra y el cristianismo. Jamás me aburriría de imaginarme en ese pasado. Pero siempre solo, sin familia; ¿qué lengua hablaba entonces? Jamás me veo en los consejos de Cristo, ni en los consejos de los Señores -representantes de Cristo.
¿Quién era yo en el siglo anterior?: Sólo me reconozco en el presente. No más vagabundos, no más guerras vagas. La raza inferior ha invadido todo, - el pueblo, como le dicen la razón, la nación y la ciencia.
¡Oh! ¡La ciencia! Todo en recuperación. Para el cuerpo y para el alma, --el viático, la medicina y la filosofía-. Los remedios de las matronas y los cantos populares arreglados. ¡Y los entretenimientos de los príncipes y los juegos que prohibían! ¡Geografía, cosmografía, mecánica, química!
La ciencia, ¡la nueva nobleza! El progreso. ¡El mundo marcha! ¿Por qué no giraría?
Es el paisaje de los números. Nos dirigimos hacia el Espíritu. Es muy cierto, es un oráculo quien lo dijo. Comprendo, y al no saber cómo explicarme sin usar palabras paganas, quisiera callar.
¡Revive la sangre pagana! El Espíritu está próximo: ¿por qué Cristo no me ayuda entonces, dándole a mi alma nobleza y libertad? ¡Ay! Ha pasado el Evangelio! ¡EI Evangelio! El Evangelio.
Atiendo a Dios con gula. Soy de una raza inferior desde toda la eternidad.
Aquí estoy, sobre la playa armoricana (Gentilicio de América, antiguo nombre de la galia). Que las urbes se iluminen antes de la noche. Mi jornada está completa; abandono Europa.
La brisa marina incendiará mis pulmones; los climas distantes me curtirán. Nadar, desbrozar la hierba, cazar, y fumar, sobre todo; beber de los licores fuertes como el metal hirviente, -como lo hacían aquellos queridos ancestros alrededor del fuego.
Volveré con miembros de hierro, la piel ensombrecida y los ojos enfurecidos: por mi máscara me juzgarán de una raza fuerte. Tendré oro: seré ocioso y brutal. Las mujeres sueñan con esos feroces inválidos que vienen de los países cálidos. Estaré inmerso en asuntos políticos. Salvado.
Mientras tanto estoy maldito, y me horroriza la patria. Lo mejor es tirarse a dormir totalmente ebrio en la playa.
Todavía aquí. - Retomemos entonces la marcha por estos rumbos, cargado con mi vicio, el vicio que ha echado raíces de pesadumbre a mi costado desde la edad de la razón, - que se alza hacia el cielo, me golpea, me derrite, me empuja.
La última inocencia y la última timidez. Está dicho. No llevar al mundo mis odios ni mis traiciones.
¡Adelante! La marcha, el fardo, el desierto, el hartazgo y la cólera.
.¿Ante quién debo postranne? ¿Qué animal debo adorar? ¿Qué imagen santa atacar? ¿Qué corazones deberé partir? ¿Qué mentira debo decir? ¿Sobre qué sangre marchar?
Mejor, cuidarse de la justicia. - La vida dura, el simple embrutecimiento, - levantar, con el puño endurecido la tapa del féretro, sentarse, ahogarse. Así, lejos de la vejez y de los peligros: el terror no es francés.
- ¡Ah! Estoy tan desamparado que ofrezco a cualquier imagen divina mis anhelos de perfección.
¡Mi abnegación, mi caridad maravillosa! ¡Aquí abajo, sin embargo!
De profundis Domine (Señor de las profundidades), ¡soy una bestia!
Desde muy pequeño yo admiraba al preso intratable para quien se cierran siempre las puertas de la prisión; visitaba las posadas y los albergues que podría haber hecho sagrados con su estadía; veía con su idea el cielo azul y el trabajo florido de la campiña; intuía su fatalidad en las urbes. Tenía más fuerza que un santo, mejor buen sentido que un viajero - y él, ¡él solamente!, era testigo de su gloria y su razón.
Por las rutas, en las noches de invierno, sin reparo, sin túnica, sin pan, una voz atormentaba mi corazón helado: Debilidad o fuerza: estando aquí, fuerza. No sabes adónde te diriges ni por qué, de modo que entras en todos lados, respondes a todo. Nadie puede matarte porque eres un cadáver. A la mañana tenía los ojos tan distantes y un aspecto tan de difunto que aquellos a quienes encontré tal vez no me vieron.
En las urbes, el barro me parecía súbitamente rojo y negro, como un espejo cuando la lámpara gira en la recámara vecina, ¡como un tesoro en el bosque! Buena suerte, exclamaba mientras veía un mar de llamas y de humo en el cielo; y, a la izquierda y a la derecha, todas las riquezas flameaban como un millar de truenos.
Pero la orgía y la compañía de las mujeres me estaban prohibidas. Ni un solo compañero. Me veía ante una muchedumbre exaltada, frente a un pelotón de fusilamiento, llorando la desgracia de que no hayan comprendido, y ¡perdonando! - ¡Como Juana de Arco!- Prelados, profesores, patrones: se equivocan entregándome a la justicia. Jamás fui de este pueblo; jamás fui cristiano; soy de la raza que cantaba en el suplicio; no entiendo las leyes; no tengo sentido moral; soy un bruto, ustedes están equivocados ...
Sí, mis ojos están cerrados a la luz de ustedes. Soy un animal, un negro. Pero todavía pueden salvarme. Ustedes son falsos negros, ustedes, maníacos, feroces, avaros. Mercader: eres negro; magistrado: eres negro; general: eres negro; emperador, vieja picazón: eres negro; has bebido un licor de contrabando, de la fábrica de Satán. El pueblo está inspirado por la fiebre y el cáncer. Los inválidos y los ancianos son tan respetables que exigen ser hervidos. - Lo más inteligente es abandonar este continente donde la locura está acechante para proveer de cautivos a esos miserables. Entro en el verdadero reino de los niños de Cam.
¿Todavía conozco la naturaleza? ¿Me conozco? -Basta de palabras. Sepulto a los muertos en mi vientre. ¡Gritos, tambores, danza, danza, danza, danza! No veo llegar la hora en que desembarquen los blancos, para hundirme finalmente en la nada. ¡Hambre, sed, gritos, danza, danza, danza, danza!
Los blancos desembarcan. iEI cañón!: Hay que padecer el bautismo, vestirse, trabajar.
He recibido en el corazón el golpe de la gracia. ¡Ah, no lo había previsto!
Pero no me he dedicado a hacer el mal. Los días serán llevaderos, no me arrepentiré. No habré sufrido los tormentos del alma difunta para el bien, en la que sube la luz severa otra vez como los cirios funerarios. La suerte de los hijos de familia: féretro prematuro cubierto de lágrimas límpidas. Sin duda, la desmesura es estúpida, el vicio es estúpido; debemos descartar lo podrido. ¡Pero el reloj no habrá llegado únicamente para dar la hora del dolor puro! ¡Seré levantado como un niño, para ir a jugar al paraíso olvidando toda desgracia!
¡Rápido! ¿existen otras vidas? - El sueño en la riqueza es imposible. La riqueza siempre fue un bien público. El amor divino únicamente otorga las claves de la ciencia. Veo que la naturaleza es sólo un espectáculo de bondad. Adiós quimeras, ideales, errores.
El canto razonable de los ángeles se eleva desde la nave salvadora: es el amor divino. - ¡Dos amores! Puedo morir de amor terrestre, morir de devoción. ¡He abandonado almas cuya pena se acrecentará con mi partida! Ustedes me escogen entre los náufragos; ¿los que restan no son mis amigos?
¡Sálvenlos!
La razón ha nacido en mí. El mundo es bueno. Beneficiaré la vida. Amaré a mis hermanos. No son más promesas de la infancia. Ni la esperanza de escapar a la vejez y a la muerte. Dios me da fuerza y yo alabo a Dios.
El hartazgo no es más mi amor. Las iras, las desmesuras, la locura, conozco todos sus impulsos y desastres, me he deshecho de todo ese fardo. Apreciemos sin vértigo la extensión de mi inocencia.
Ya nunca seré capaz de pedir el consuelo de una golpiza. No me creo embarcado en una boda con Jesucristo por suegro.
No soy prisionero de mi razón. He dicho: Dios. Deseo la libertad en la salvación: ¿cómo la perseguiré? Los gustos frívolos se me han quitado. No más necesidad de devoción ni amor divino. No me da nostalgia el siglo de los corazones sensibles. Cada uno con su razón, desdén y caridad: retengo mi puesto en esa escalera angelical del buen sentido.
Respecto de la dicha establecida, doméstica o no ..., no, en verdad no puedo. Soy muy etéreo, muy débil. La vida florece por el trabajo, vieja verdad: mi vida no tiene peso suficiente, echa vuelo y flota sobre la acción, ese querido punto de apoyo del mundo.
¡Qué solterona me estoy volviendo por carecer del valor de amar la muerte!
Si Dios me otorgase la calma celestial, del aire, la plegaria - como a los antiguos santos. - ¡Los santos!, ¡los fuertes! ¡Los anacoretas, artistas que el mundo ya no necesita!
¡Farsa continuada! Mi inocencia me provocaría las lágrimas. La vida es la farsa que se desenvuelve con la ayuda de todos.
¡Basta! He aquí el castigo. - ¡En marcha!
¡Ah! Los pulmones me queman, las sienes repiquetean! La noche danza en mis ojos por causa de este sol! El corazón ... Los miembros ..
¿A dónde nos dirigimos? ¿Al combate? ¡Yo soy débil! Los otros avanzan. Las herramientas, las armas ... ¡El momento!
¡Hagan fuego! ¡Hagan fuego sobre mí! ¡Oyen! O me rindo.-- ¡Cobardes! - ¡Me mato! ¡Me tiro debajo de los cascos de los caballos!
¡Ah! ...
-Si me habituara.
¡Sería la vida francesa, el rumbo del honor!
He bebido un colosal trago de veneno. - ¡Tres veces bendito el consejo que me ha llegado! - Las entrañas me queman. La violencia de la pócima tuerce mis miembros, me hace deforme, me embiste. Muero de sed, me ahogo, no puedo gritar. ¡Esto es el infierno, el castigo infinito! ¡Miren cómo el fuego crece! Me quemo como es preciso. ¡Ven, demonio!
Había entrevisto la conversión al bien y la dicha, la salvación. No puedo detallar mi visión, ¡el aire del infierno no permite himnos! Había millones de criaturas encantadoras, un suave concierto espiritual, la fuerza y la paz, las ambiciones nobles, ¡qué sé yo!
¡Las ambiciones nobles!
¡Y todavía resiste la vida! - ¡Si la condena es eterna! Un hombre que anhela mutilarse está bien condenado, ¿no es así? Yo creo en el infierno, entonces estoy en él. Es la ejecución del catecismo. Soy esclavo de mi bautismo. Padres, han incitado mi desgracia y la de ustedes mismos. ¡Pobre inocente! El infierno no puede atacar a los paganos. - ¡Y la vida resiste! Más tarde, las delicias de la condena serán más profundas. Un crimen, de prisa, para sepultarme en la nada, por causa de la ley humana.
¡Cállate, cállate de una buena vez! No hay pudor, no hay reproche aquí: Satán que dice que el fuego es innoble, que mi cólera es desmesuradamente tonta. - ¡Basta! Errores que alguien me susurra al oído, magias, falsos perfumes, música pueril. - Al decir que poseo la verdad, que distingo la justicia: juzgo con salud y pertinazmente, estoy listo para la perfección ... Orgullo. - La piel de mi rostro se seca. ¡Misericordia! Señor, estoy temeroso. Estoy sediento, ¡muy sediento! ¡Ah! La infancia, la hierba, la lluvia, el lago sobre las piedras, el claro de la luna cuando el campanario sonaba doce veces ... El diablo estaba en el campanario, a esa hora. ¡María! ¡Virgen Santa! ... Me horroriza mi estupidez.
Las que están abajo, ¿no son almas honestas que me quieren bien? ... ¡Vengan! Tengo un almohadón sobre la boca, no me pueden entender, son fantasmas. Además, ninguna persona piensa en los otros. Siento el olor a quemado, es cierto.
Las alucinaciones son innumerables. Siempre ha estado claro en mi caso: carencia de fe en la historia, olvido de los principios. Me callaré: poetas y visionarios se sentirían celosos. Soy sobradamente el más rico, seamos avaros como el mar.
¡Oh! El reloj de la vida está atascado. No estoy ya en el mundo. - La teología es seria, el infierno está ciertamente abajo, - y el cielo en lo alto. Éxtasis, pesadillas, sueño en un nido de llamas.
Qué malicia se ve prestando atención a la campiña ... Satán, Ferdinand (Nombre que los campesinos franceses dan al diablo), corre entre las hierbas salvajes ... Jesús marcha sobre las zarzas púrpuras, sin dejar huella ... Jesús marchaba sobre las aguas irritadas. La linterna nos mostró que estaba de pie, blanco y con trenzas oscuras, respaldado por una ola color esmeralda ...
Voy a descubrir todos los misterios: misterios religiosos o naturales, muerte, nacimiento, futuro, pasado, cosmogonía, nada. Soy un maestro en fantasmagorías.
¡Atención!
¡Tengo todos los talentos! - No había nadie aquí, y ahora hay alguien: no quisiera que se desperdigase mi tesoro. ¿Desean escuchar cantos negros, ver danzas de huríes? ¿Desean que desaparezcan, que me hunda para buscar el anillo? ¿Lo desean? Produciré oro, remedios.
Confíen entonces en mí: la fe consuela, guía, cura. Vengan todos -aun los niños pequeños-, permítanme que los socorra y derrame el corazón por ustedes, - ¡el corazón maravilloso! - ¡Pobres hombres, trabajadores! No pido plegarias; con la confianza de ustedes solamente, seré afortunado.
- Y pensemos en mí. Todo esto me hace tener nostalgia del mundo. Tuve la suerte de no sufrir más. Mi vida no es más que una gran cantidad de dulces locuras, es lamentable.
¡Bah! Hagamos todas las muecas imaginables.
Decididamente, estamos fuera del mundo. Ya no más sonido. Mis sensaciones táctiles han desaparecido. ¡Ah! Mi castillo, mi tierra sajona, mi bosque de sauces. Los crepúsculos, las mañanas, las noches, los días ... ¡Qué fatiga!
Yo debería tener mi propio infierno para la cólera, mi infierno para el orgullo, y el infierno de la caricia; un concierto de infiernos.
Estoy muerto de fatiga. Estoy en la tumba, me desintegro entre los gusanos, ¡horror del horror! Satán, falso, quieres carcomerme con tus encantos. ¡Lo exijo! ¡Lo exijo! Un golpe de horca, un gota de fuego.
¡Ah! ¡Remontar nuevamente a la vida! Indagar sobre nuestras deformidades. ¡Y ese veneno, ese beso mil veces maldito! Mi debilidad, ¡la crueldad del mundo! Dios mío, piedad, escóndeme, ¡estoy portándome muy mal! - Estoy escondido y no lo estoy.
El fuego crece con su condenado.
La virgen loca
El esposo infernal
Escuchemos la confesión de un compañero del infierno:
Oh, Esposo divino, mi Señor: no rechaces la confesión de la más triste de tus siervas. Estoy perdida. Estoy ebria. Estoy impura. ¡Qué vida!
Perdón, divino Señor, ¡perdón! ¡Cuántas lágrimas! ¡Y las que derramaré después, espero!
Después, ¡cuando finalmente encuentre al Esposo divino. He nacido sometida a Él. - ¡Ahora el otro puede darme todas las palizas que quiera!
En el momento presente, ¡estoy hundida en el fondo del mundo! ¡Oh, mis amigas! ... No, ya no mis amigas ... Jamás delirios ni torturas semejantes ... ¡Es una estupidez!
¡Ah!, sufro, grito. Sufro verdaderamente. Todo me está permitido, porque estoy cargada con el desdén de los corazones más desdeñables.
Finalmente, hagamos esta confidencia, aunque la tenga que repetir veinte veces, - ¡tan desapacible, tan insignificante!
Soy esclava del Esposo infernal, el que perdió a las vírgenes locas. Indudablemente es el demonio. No se trata de un espectro ni de un fantasma. A mí que perdí la cordura, que estoy condenada, que estoy muerta para el mundo, - ¡no me matarán más! - ¡Cómo describírselos! Ya no sé hablar. Estoy de luto, lloro, tengo miedo. Una brisa de aire puro, Señor, si quieren, ¡si así lo quieren!
Soy viuda ... - Era viuda ... - Por supuesto, antes fui muy seria, ¡y, por supuesto, que nací para devenir esqueleto! ... - Él era casi un niño ... Sus delicadezas misteriosas me habían seducido. Deseché todo deber humano para ir detrás de él. ¡Qué vida! La vida verdadera está ausente. Nosotros ya no estamos en el mundo. Yo voy donde él va, según le plazca. A veces se vuelve contra mí, contra mí, una pobre alma. ¡EI Demonio! Él es un demonio, saben, y no un hombre.
Él dice: No amo a las mujeres. El amor debe ser reinventado, está claro. Ellas no pueden querer más cosa que una buena posición. Una vez alcanzada la posición: corazón y belleza son dejados aun costado: sólo resta un frío desprecio, el alimento del matrimonio, hoy en día. Aunque veo también mujeres con los signos de la dicha, que yo podría haber convertido en buenas camaradas si no las hubieran devorado unos brutos con sensibilidad de verdugos ...
Lo escucho hacer de la infamia una gloria, de la crueldad un encanto. Soy de una raza lejana: mis padres eran escandinavos: se perforaban el costado, bebían su propia sangre. - Me haré tajos en todo el cuerpo, me tatuaré, quiero devenir horrible, como un mongol: aullaré por las calles. Quiero volverme bien loco de ira. No me muestres jamás joyas: me arrastraría y me contorsionaría sobre la alfombra. Mi riqueza, la quisiera toda teñida de sangre. Jamás trabajaré ... Muchas noches, su demonio me poseía, nos enredábamos, ¡yo luchaba con él! Por las noches, a menudo, ebrio, se esconde en las calles o las casas, para espantarme mortalmente. - Me cortarán el cuello; será repugnante. ¡Oh, esos días en los que le gusta marchar con aire criminal!
A veces habla, en una suerte de jerga atenuada, de la muerte que nos hace arrepentir, de los desgraciados que existen por cierto, de los penosos trabajos, de las partidas que destrozan los corazones. En los bodegones donde nos emborrachábamos, lloraba al juzgar a los que nos rodeaban, que sacaban provecho de la miseria humana. Levantaba a los borrachos en las calles lóbregas. Sentía la piedad que siente una madre malvada por los niños pequeños. - Se iba de allí con la gentileza de una pequeña hija camino del catecismo. - Fingía estar al tanto de todo: comercio, arte, medicina. - Y yo le seguía, ¡según él lo quisiera!
Veía todo el decorado que, espiritualmente, tejía en su entorno: vestidos, telas, muebles: yo le prestaba armas, otra figura. Me fijaba en todo lo que lo conmovía, como si quisiese inventarlo para sí. Cuando me parecía inerte su espíritu, lo seguía, yo, en las acciones extrañas y complicadas, de lejos, buenas o malas: estaba segura de que jamás entraría en su mundo. A un costado de su cuerpo dormido, cuántas horas nocturnas pasé en vela, rumiando por qué quería tanto evadirse de la realidad. Jamás un hombre se dedicó tanto. Reconocía, - sin atemorizarse por él - que podía ser un grave peligro para la sociedad. - ¿Posee tal vez algún secreto para modificar la vida? Me interrogaba. No, sólo lo busca. Su caridad padece un sortilegio, y yo soy su prisionera. Ninguna otra alma tendría la fuerza necesaria, - ¡la fuetza de la desesperación! - Para soportarla, para sentirse protegida y amada por él. De todos modos, no me lo imagino con otra alma: siempre vemos nuestro propio Ángel, jamás el Ángel de otro, -- creo. Estaba en su alma como en un palacio que ha sido vaciado para no ver a alguien tan poco noble como tú: eso es todo. ¡Ah! Dependía totalmente de él. Pero, ¿qué suponía que iba a hacer con un alma tan mustia y cobarde, como la mía? No me convertiría en algo mejor, ¡a no ser que me hiciera morir! Despechada tristemente, a menudo le dije: Te comprendo. Él se encogía de hombros.
Así, con mi penar renovado sin cesar, y cada vez más desconcertada, - ¡como me habría visto cualquiera que se fijase en mí si no hubiera estado condenada para la eternidad al olvido de todos!,- paulatinamente tenía más hambre de su bondad. Con sus besos y sus abrazos amigos ingresaba en un cielo, un cielo lóbrego, donde quería quedarme, pobre, sorda, muda, ciega. Empezaba a habituarme. Nos veía como a dos buenos niños, libres de vagar en el Paraíso de la tristeza. Nos poníamos de acuerdo. Muy emocionados, trabajamos en conjunto. Pero, después de una caricia penetrante, decía: Cómo te divertirá todo esto, cuando yo no esté, cuando no tengas mis brazos alrededor de tu cuello, ni mi corazón para reposar sobre él, ni esta boca sobre tus ojos. Porque tendré que irme muy lejos, un día. Pues debo ayudar a otros: es mi deber. Aunque no sea muy grato ... querida alma ... Velozmente me imaginaba, después de su partida, esclava del vértigo, precipitada a la sombra más ominosa: la muerte. Lo hacía prometer que nunca me dejaría. Me hizo veinte veces, esa promesa de amante. Con la misma frivolidad con la que yo le decía: Te comprendo.
Nunca me sentí celosa de él. No se alejará de mí jamás, creo. ¿Qué le sucedería? No tiene compañía, no trabajará jamás. Desea vivir como un sonámbulo. ¿Serían suficientes su bondad y su caridad, para franquearle el paso a la vida real? Por momentos, olvido la piedad en la que estoy sepultada: él me hará fuerte, viajaremos, cazaremos en los desiertos, dormiremos sobre los pavimentos de las urbes ignotas, sin perturbaciones, sin pesares. O tal vez me despierte y las leyes y los hábitos hayan cambiado, - gracias a su poder mágico - el mundo, siendo igual a sí mismo, me dejará entregarme a mis alegrías deseadas, a mis indolencias. ¡Oh!, la vida de aventuras que existe en los libros de niños, para recompensarme, a mí que tanto he sufrido, ¿me la darás tú? No puede. Desconozco su ideal. Él me ha dicho tener nostalgias, esperanzas: sin embargo eso no debe importarme, según sus palabras. ¿Habla con Dios? Acaso yo debería dirigirme a él, pero estoy en lo profundo del abismo y no sé ya rezar.
Si me explicase sus tristezas, las comprendería mejor que sus burlas. Él me ataca, se pasa las horas haciéndome avergonzar de todo lo que pudo conmoverme en el mundo, y se indigna si lloro.
¿Ves a ese joven elegante entrando en la casa bella y calma?: Su nombre es Duval, Dufour, Arnand, Maurice, ¡qué se yo! Una mujer se hizo devota al amor de ese maldito idiota: está muerta, y está seguramente en el cielo, hoy. Tú me harás morir como él la hizo morir. Ésta es nuestra suerte, la de nosotros, los corazones caritativos ... ¡Ay! Tenía días en que todos los hombres le parecían conducidos por delirios grotescos: se reía desmesuradamente, durante mucho tiempo. Después recuperaba su actitud de joven madre, de hermana amada. Si fuera menos salvaje, ¡estaríamos salvados! Pero su dulzura también es mortal. Estoy sometida a él. - ¡Ah, estoy loca!
Un día quizás él desaparezca maravillosamente; pero adviértanmelo, si él remonta hacia el cielo, ¡no quiero perderme la asunción de mi pequeño arnigo!
¡Curiosa pareja!
Alquimia del verbo
A mí. La historia de una de mis locuras.
Desde hace largo tiempo me jactaba de poseer todos los paisajes posibles, y me resultaban irrisorias las celebridades de la pintura y de la poesía moderna.
Yo amaba las pinturas idiotas, arriba de las puertas, los decorados, los lienzos de saltimbanquis, los letreros, las iluminaciones públicas; la literatura anticuada, el latín de la iglesia, los libros eróticos sin ortografía, las novelas de nuestras abuelas, los cuentos de hadas, libritos de la infancia, las óperas viejas, los estribillos cursis, los ritmos ingenuos.
Fantaseaba con cruzadas, viajes de descubrimientos de los cuales no hay crónica alguna, repúblicas sin historia, guerras religiosas asfixiadas, revoluciones de costumbres, desplazamientos de razas y de continentes: creía en todos los sortilegios.
¡Inventé el color de las vocales! - La A negra, la E blanca, la I roja, la O azul, la U verde. Regulé la forma y el movimiento de cada consonante, y, con ritmos instintivos, me complacía al inventar un verbo poético accesible, un día u otro, con todos los sentidos. Tenía reservada la traducción.
Esto fue abordado sólo como un estudio. Escribía silencios, noches, captaba lo inexpresable. Petrificaba vértigos.
Alejado de aves, rebaños, muchachas
/pueblerinas,
¿Qué bebía de rodillas en aquel brezo
Circundado por bosques tiernos de
avellanos,
En la niebla de la tarde tibia y verde?
¿Qué podía beber en aquel joven Oise,
- ¡Olmos sin voz, hierba sin flores, cielo
cubierto!-
Beber de aquellos recipientes amarillos,
lejos de mi cabaña
¿Querida? Algún licor de oro de los que
hacen sudar.
Parecía un letrero sospechoso de albergue.
- Una tempestad vino persiguiendo al cielo.
En el crepúsculo
El agua del bosque se perdía en las arenas
vírgenes,
El viento de Dios tiraba témpanos a los
charcos;
Llorando, yo veía el oro - y no pude
beber.-
A las cuatro de la mañana, en el estío,
El sueño del amor todavía resiste.
Bajo los arbustos se evapora
El aroma de la fiesta crepuscular.
Allá, en su vasto taller
Bajo el sol de las Hespérides,
Se agitan ahora -en mangas de camisa-
Los carpinteros.
En sus Desiertos de musgo, tranquilos,
Preparan los preciados revestimientos
Donde la urbe
Impostará falsos cielos.
Oh, por estos Obreros encantadores,
Súbditos de un rey de Babilonia,
¡Venus! apártate un instante de los
amantes
Y de sus almas coronadas.
Oh Reina de los pastores,
Llévale a los trabajadores el
aguardiente,
Para que descansen sus fuerzas
Esperando el baño en el mar del
mediodía.
La antigüedad poética tomó buena parte de mi alquimia del verbo.
Me habitué a la alucinación simple: veía, verdaderamente una mezquita en el lugar de una fábrica, una escuela de tambores integrada por ángeles, carruajes sobre las rutas del cielo, un salón en el fondo de un lago; los monstruos, los misterios; un título de vodevil exhibía espantosidades delante de mí.
¡Después expliqué los sofismas mágicos con la alucinación de las palabras!
Acabé por juzgar sagrado el desorden de mi espíritu. Estaba ocioso, presa de una fiebre agotadora: envidiaba la felicidad de los animales, - ¡a las orugas, que representaban la inocencia de los limbos, a los topos, el sueño de la virginidad!
Mi carácter se volvía agrio. Le decía adiós al mundo con ciertas especies de romances:
Canción de la torre más alta
Que venga, que venga,
El tiempo de estar encendido.
Fui tan paciente
Que para siempre olvidé.
Miedos y sufrimientos
A los cielos han partido.
Y y la sed malsana
Oscurece mis venas.
Que venga, que venga,
El tiempo de estar encendido.
Igual que la pradera,
Llbrada al olvldo
Grandiosa y florecida
De incienso y cizaña,
Bajo el repiqueteo feoz
De las moscas mugnentas.
Que venga, que venga,
El tiempo d.e estar encendido.
Amé el desierto, los vergeles arruinados, las tiendas desvaídas, los brebajes tibios. Trajinaba por las callejas fétidas y, con los ojos cerrados, me entregaba al sol, dios del fuego.
General, si aún sobrevive un viejo cañón sobre tus murallones en ruinas, bombardéanos con bloques de tierra seca. ¡A las vidrieras de los espléndidos negocios! ¡A los salones! Haz masticar su polvareda a la urbe. Oxida las gárgolas. Ensucia los tocadores con polvo de rubí ardiente ...
¡Oh, el mosquito embriagado del meadero del albergue, enamorado de la borraja, y que es disuelto por el rayo!
Hambre
Si tengo gusto por alguna cosa
Es por la tierra y las piedras.
Siempre me alimento del aire,
De las rocas, de los carbones, del hierro.
Hambres mías, giren. Pasten, hambres,
El prado de los sonidos.
Atraigan el veneno gozoso
De las enredaderas.
Carcoman los pedruscos
resquebrajados,
Las viejas piedras de iglesias,
Los guijarros de viejos diluvios,
Panes sembrados en los valles grises.
El lobo aullaba bajo las hojas
Desechando las bellas plumas
De su banquete de aves:
Como él me consumo.
Las verduras, las frutas
Esperan la cosecha,
Pero la araña del cerco
No come sino violetas.
¡Que yo me duerma! que yo hierva
En los altares de Salomón.
El caldo irrumpe sobre la herrumbre
Y se mezcla con el Cedrón.
Finalmente, oh dicha, oh razón, descarté del cielo el azur, que integra lo negro, y viví, como un destello de oro de la luz natural. Por el gozo, asumí una expresión tan bufonesca y extraviada como era posible:
¡Ha sido recuperada!
¿Qué? La eternidad.
Es el mar mezclado
Con el sol.
Alma mía eterna,
Cumple tu promesa
A despecho de la noche solitaria
Y el día ardiente.
¡Te deshaces, por lo tanto,
De los sufragios humanos,
De los arrebatos comunes!
Vuelas según ...
Jamás la esperanza.
Nada nacerá.
Ciencia y paciencia,
El suplicio es seguro.
No más días siguientes,
Brasas de satén,
El ardor de ustedes
Es el deber.
¡Ha sido recuperada!
¿Qué? La eternidad.
Es el mar mezclado
Con el sol.
Devine una ópera fabulosa: vislumbré que en todos los otros pesa una fatalidad de dicha: la acción no es la vida, sino un modo de malgastar cualquier fuerza, un enervamiento. La moral es la debilidad del cerebro.
A cada uno de los otros, muchas otras vidas me parecían destinadas. Ese señor no sabe lo que hace: es un ángel. Esa familia es una descendencia de perros. Delante de muchos hombres, conversé muy alto con un momento de una de sus otras vidas. De este modo, amé a un cerdo.
Ninguno de los sofismas de la locura, -la locura que nos enferma- está olvidado para mí: podría repetirlos todos, tengo un sistema.
Mi salud fue amenazada. El terror me sobrecogía. Me sepultaba en sueños durante muchos días, y, levantado, continuaba con sueños más tristes. Estaba preparado para la mutación, y por una ruta de peligros mi debilidad me guiaba a los confines del mundo y de la Cimeria, patria de la sombra y de los torbellinos.
Debí viajar, distraer los encantamientos ensamblados sobre mi cerebro. Sobre el mar, que yo amaba como si él debiera limpiar mis manchas, veía elevarse la cruz consoladora. Yo había sido condenado por el arco iris. La dicha era mi fatalidad, mi remordimiento, mi gusano: mi vida sería siempre demasiado inmensa para hacerla devota de la fuerza y de la belleza.
¡La dicha! Su dentellada, dulce a morir, me advertía al canto del gallo, - ad matutinum (A la mañana), a la hora del Christus venit (Cristo llega), - en las urbes más sombrías:
¡Oh estaciones, oh castillos!
¿Qué alma existe sin defectos?
Hice el estudio mágico
De la Dicha, que ninguno evita.
Salud a él, cada vez
Que cante el gallo galo.
¡Ah! No tengo más envidia:
Él se hizo cargo de mi vida.
Este encanto atrapó alma y cuerpo
Y dispersó los esfuerzos.
¡Oh estaciones, oh castillos!
La hora de su huida, ¡ay!
Será la hora de la mutación.
¡Oh estaciones, oh castIllos!
Todo esto ha pasado. Sé hoy saludar a la belleza.
¡Ah!, aquella vida de mi infancia, el gran camino para todas las épocas: sobrio, sobrenaturalmente, más desinteresado que el mejor de los mendicantes, orgulloso de no tener patria, y amigos, qué estupidez era. ¡Solamente ahora lo percibo!
Yo tenía mucha razón al menospreciar a esos hombres buenos que no despreciarían la ocasión de una caricia, parásitos de lo apropiado y de la salud de nuestras mujeres, hoy que ellas están tan poco de acuerdo con nosotros.
Tenía razón en todos mis desdenes: ¡puesto que me he evadido!
¡Me he evadido!
Me explico.
Ayer incluso, yo suspiraba: ¡Cielo! ¡Somos bastantes los condenados aquí abajo! ¡Hace mucho tiempo que estoy en este ejército! Los conozco a todos. Siempre nos reconocemos; nos desagradamos. La caridad nos es desconocida. Pero somos amables: nuestros tratos con el mundo son muy convenientes. ¿Es esto sorprendente? ¡EI mundo! ¡Los mercaderes, los ingenuos! - No estamos deshonrados. - Pero los elegidos, ¿cómo nos recibirán? Ahora bien, hay gente furibunda y gozosa, falsos elegidos, puesto que necesitamos audacia y humildad para abordarlos. Ésos son los únicos elegidos. ¡Pero no son hombres que echan bendiciones!
He recobrado un toque de razón - ¡qué poco vivirá! - Veo que mis males vienen de no haber entendido que estamos en Occidente. ¡Los pantanos occidentales! No es que crea que la luz está alterada, la forma extenuada, el movimiento desorientado ... ¡Bien! Sucede que mi espíritu desea absolutamente cargarse de todos los desarrollos crueles que sufrió el espíritu después de la ruina de Oriente ... ¡Lo desea, mi espíritu!
... ¡Mi toque de razón se ha extinguido! El espíritu es autoritario y desea que esté en Occidente. Debería callarlo para concluir como yo deseaba.
Yo mandaba al diablo las palmas de los mártires, los destellos del arte, el orgullo de los inventores, el ardor de los ladrones; yo volvía al Oriente, y a la sagacidad primera y eterna. - ¡Parece que es un sueño de pereza vulgar!
No obstante, yo ni siquiera soñaba en el placer de escapar de los sufrimientos modernos. No tenía en mente la sagacidad bastarda del Corán. Pero ¿no es un suplicio real el que, después de esa declaración de la ciencia, el cristianismo, el hombre se mienta, se demuestre las evidencias, se jacte con el placer de repetir esas pruebas, y no viva sino de este modo? Tortura sutil, cursi; fuente de mis divagaciones espirituales. ¡La naturaleza podría extenuarse, tal vez! El Sr. Prudhomme nació junto con Cristo.
¡Parece que cultivamos la bruma! Comemos fiebre con nuestras legumbres aguadas. ¡Y la ebriedad! ¡Y el tabaco! ¡Y la ignorancia! ¡Y las devociones! Todo esto ¿no está bastante lejos de la concepción de la sagacidad del Oriente, la patria primitiva? ¿Para qué un mundo moderno, si se inventan venenos de esta índole?
La gente de la Iglesia dirá: Es comprensible. Pero usted desea hablar del Edén. Nada hay para usted en los pueblos orientales. - Es verdad; ¡era con el Edén con lo que yo soñaba! ¿Qué significa para mi sueño aquella pureza de las razas antiguas?
Los filósofos: El mundo no tiene edad. La humanidad se desplaza, simplemente. Usted está en Occidente, pero es libre de habitar en su propio Oriente, tan antiguo como lo necesite, - y de habitarlo bastante tiempo. No se sienta vencido. Filósofos, ustedes están en su propio Occidente.
Espíritu mío, no dejes de estar alerta. Basta de elegir salvaciones violentas. ¡Ejercítate! - ¡Ah! ¡La ciencia no crece tanto para nosotros!
- Pero percibo a mi espíritu dormido.
Si estuviese siempre bien espabilado a partir de este momento, ¡estaríamos cercanos a la verdad, que tal vez nos circunde con ángeles llorando! ... - Si hubiese estado espabilado justo ahora, ¡Yo no hubiera cedido a los instintos mortíferos, en una época inmemorial! ... - Si siempre hubiese estado espabilado, ¡Yo navegaría en una sagacidad plena!
¡Oh pureza! ¡Pureza!
¡Este minuto de lucidez me ha brindado la visión de la pureza! - ¡Por el espíritu uno va hacia Dios!
¡Despiadado infortunio!
¡El trabajo humano! Es la explosión que relampaguea en mi abismo de tiempo en tiempo.
Nada es vanidad; hacia la ciencia, y ¡adelante! Exclama el Eclesiastés moderno, es decir Todo el mundo. Y no obstante, los cadáveres de los malvados y de los haraganes se tumban sobre el corazón de los otros ... ¡Ah! De prisa, un poco más de prisa: allá abajo, detrás de la noche, esas recompensas futuras, eternas ... ¿Escaparemos de ellas? ...
- ¿Qué puedo hacer? Conozco el trabajo; y la ciencia es muy lenta. Que las plegarias galopen y que la luz retumbe ... Lo veo bien. Es muy simple, y hace mucho calor; se las arreglarán sin mí. Tengo mi deber, estaré orgulloso a la manera de muchos, haciéndolo a un lado.
Mi vida está gastada. ¡Adelante! ¡Finjamos, haraganeemos, oh piedad! Y existiremos disfrutando, soñando amores monstruosos y fantásticos, lamentándonos y contrariando las apariencias del mundo, saltimbanqui, mendicante, artista, bandido, - ¡prelado! Sobre mi lecho del hospital, el aroma del incienso ha regresado tan penetrante; guardián de fragancias sagradas, confesor, mártir ...
Reconozco mi mugrienta educación de la infancia. ¿Y qué? Transitar mis veinte años, como los otros transitaron los suyos ...
¡No! ¡No! ¡Hoy me sublevo contra la muerte! El trabajo le parece muy ligero para mi orgullo: mi traición al mundo será un suplicio muy breve. En el momento final, atacaría a derecha y a izquierda ...
Entonces, - ¡oh! - Pobre alma querida, ¡la eternidad no estaría perdida para nosotros!
¿No transité una vez una juventud amable, heroica, fabulosa, para ser escrita sobre hojas de oro? - ¡Mucha suerte! Por aquel crimen, por aquel error, ¿merezco mi debilidad actual? Ustedes que pretenden que hay animales capaces de sollozar entristecidos, que hay enfermos que desesperan, que hay muertos que duermen mal, prueben hacer el relato de mi caída y mi somnolencia. Yo ya no puedo explicarme sino mediante los continuos Pater y Ave María. ¡Ya no sé hablar!
No obstante, hoy creo haber finalizado el relato de mi infierno. Era indudablemente el infierno; el antiguo, aquel donde el hijo del hombre abrió las puertas.
En el mismo desierto, en la misma noche, siempre mis ojos tienen la revelación de la estrella de plata, siempre, sin que se conmuevan los Reyes de la vida, los tres magos, el corazón, el alma, el espíritu. ¿Cuándo iremos, más allá de las playas y los montes, a saludar el nacimiento del trabajo nuevo, la sagacidad nueva, la huida de los tiranos y los demonios, el fin de la superstición, a adorar - ¡los primeros! - la N avidad sobre la tierra?
¡EI canto de los cielos, la marcha de los pueblos! Esclavos, no maldigamos la vida.
¡Ya el otoño! Pero por qué tener nostalgia de un sol eterno, si estamos comprometidos en el descubrimiento de la claridad divina, - lejos de la gente que muere mientras pasan las estaciones.
El otoño. Nuestra barca alzada entre brumas inmóviles toma rumbo hacia el puerto de la miseria, la ciudad enorme en el cielo tiznado de fuego y de barro. ¡Ah! ¡Los harapos putrefactos, el pan mojado por la lluvia, la ebriedad, los mil amores que me han crucificado! ¡No terminará nunca este vampiro que reina sobre millones de almas y de cuerpos muertos y que serán juzgados! Me sueño con la piel roída por el barro y la peste, llenos de gusanos los cabellos y las axilas y lleno de gusanos todavía más gruesos el corazón, tendido entre desconocidos sin edad, sin sentimientos ... Podría haber muerto.
... ¡Ominosa evocación! Execro la miseria.
¡Y temo al invierno porque es la estación de la comodidad!
- Algunas veces veo en el cielo playas infinitas, cubiertas de naciones blancas gozosas. Una gran embarcación, por encima de mí, agita sus pendones multicolores con las brisas de la mañana. He creado todas las fiestas, todos los triunfos, todos los dramas. Ensayé inventar nuevas flores, nuevos astros, nuevas carnes, nuevas lenguas. Creí adquirir poderes sobrenaturales. ¡Y bien! ¡Debo enterrar mis imaginaciones y mis recuerdos! ¡Una bella gloria de artista y narrador desechada!
¡Yo! ¡Yo que he sido llamado mago o ángel, dispensado de toda moral, soy devuelto al suelo, para buscar un deber, y para abarcar la realidad rugosa! ¡Aldeano!
¿Estoy equivocado? ¿La caridad será hermana de la muerte, para mí?
Finalmente, pediré perdón por haberme nutrido de mentira. Y adelante.
¡Pero ni una mano amiga! ¿Y dónde podría obtenerla?
Sí, la hora nueva es al menos muy severa.
Por lo tanto puedo decir que la victoria está conseguida: los chirridos de dientes, los soplidos del fuego, los suspiros apestados están mitigándose. Todos los recuerdos inmundos desfallecen. Mis nostalgias recientes se diluyen, los celos por los mendicantes, los bandoleros, los amigos de la muerte, los postergados de toda índole- ¡Condenados, si yo me vengase!
Se requiere ser absolutamente moderno.
Ni una pizca de cánticos: llevar la delantera. ¡Dura noche! ¡La sangre seca humea sobre mi rostro, y no tengo nada delante, sino este horrible arbusto! ... El combate espiritual es tan brutal como la batalla de los hombres; pero la visión de la justicia es el placer de Dios solamente.
Sin embargo, es la víspera. Recibamos todos los influjos de vigor y ternura real. y al alba, armados de una ardiente paciencia, entraremos en espléndidas urbes.
¿Qué hablé sobre una mano amiga? Una buena ventaja es poder reírme de los viejos amores mentirosos, y cubrir de vergüenza a esas parejas estafadoras, - vi el infierno de las mujeres allá abajo ;- y me será concedido poseer la verdad en un alma y un cuerpo.
Abril-Agosto de 1873.