Índice de Macbeth de William Shakespeare | CUARTO ACTO | Biblioteca Virtual Antorcha |
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MACBETH
William Shakespeare
QUINTO ACTO
PRIMERA ESCENA
Dunsinane.
Antecámara en el castillo
Entran un médico y una dama de servicio.
MÉDICO
Llevo ya cuidándola en tu compañía dos noches y no he podido confirmar lo que nos ha comunicado. ¿Cuándo fue la última vez que se levantó?
DAMA
Desde que su majestad marchó al campo de batalla, la he visto levantarse del lecho, echarse sobre sí la bata, abrir su escritorio, coger una hoja de papel, escribir, leer lo escrito, doblarla y sellarla, y volver al lecho; pero todo esto, sumida en profundo sueño.
MÉDICO
Desorden grave en la naturaleza es gozar el bien del sueño y ejecutar actos como si estuviéramos despiertos ... Aparte de andar por la habitación y hacer cuanto me has referido, ¿la oíste hablar, decir alguna palabra mientras estaba en esa agitación soñolienta?
DAMA
De eso, señor, no he de decir nada.
MÉDICO
Dímelo a mí y es muy conveniente que lo hagas.
DAMA
Ni a usted, ni a nadie más sin tener, como no tengo, testigos que confirmen mis manifestaciones.
Entra Lady Macbeth con una vela encendida.
DAMA
¡Aquí la tienes! Así es como yo la he visto y, desde luego, profundamente dormida. Obsérvala atentamente.
MÉDICO
¿Cómo ha podido obtener esa vela?
DAMA
Estaba al lado de su cama; toda la noche hay una luz cerca de ella; así lo ha solicitado.
MÉDICO
Sus ojos están abiertos.
DAMA
Pero cerrados a toda sensación.
MÉDICO
¿Qué hace ahora? ¡Qué modo de frotarse las manos!
DAMA
Es costumbre suya; parece como si se las estuviera lavando; la he visto insistiendo en esa ocupación todo un cuarto de hora seguido.
LADY MACBETH
Todavía tengo aquí una mancha.
MÉDICO
¡Atención, que está hablando! Voy a anotar todo lo que diga; de esa manera lo recordaré mejor.
LADY MACBETH
¡Bórrate, endiablada mancha! ¡Bórrate, digo! ... Una ... dos ... ¡el momento de hacerlo! ¡Oh, lóbrego infierno! ¡Vergüenza, mi señor, qué deshonra! Soldado ... ¡Y cobarde! ¿Por qué hemos de temer que se sepa, cuando nadie puede pedirnos cuenta de ello? ... ¡Quién hubiera pensado que aquel anciano tuviese tanta sangre!
MÉDICO
¿Puedes ver esto?
LADY MACBETH
El barón de Fife tenía su esposa; ¿dónde está ahora? ... ¿No he de poder ver limpias mis manos? ... ¡No más, mi señor, no más estremecerte, que lo arruinas todo con tus temores!
MÉDICO
¡Vaya! ... Sabes más de lo que deberías saber.
DAMA
Seguramente, es ella quien ha dicho lo que no debía; sólo el cielo sabe lo que ha visto.
LADY MACBETH
¡Todavía el olor a sangre! ¡Todos los perfumes de Arabia no embalsamarían esta mano mía! ¡Oh, no!
MÉDICO
¡Qué forma de suspirar! Dolorosamente oprimido está ese corazón.
DAMA
Ni siquiera a cambio de la salud de todo el cuerpo querría yo alentar un corazón semejante.
MÉDICO
Bien, bien ...
DAMA
Permitiéralo Dios que así fuera, señor.
MÉDICO
Esta enfermedad se sale de los límites de mi ciencia ... Sin embargo, he conocido pacientes de estos que se levantaban durante sus sueños y murieron santamente en sus camas.
LADY MACBETH
Lávate las manos, ponte la ropa de dormir ... ¿Por qué palideces? Banquo está ya enterrado, no puede salir de su sepultura, te lo repito ...
MÉDICO
¿Hasta eso?
LADY MACBETH
¡A la cama, a dormir! ... Llaman a la puerta ... Ven, ven, dame la mano; ya no tiene remedio lo hecho ... ¡A la cama, a la cama, a la cama!
Se va.
MÉDICO
¿Irá ahora a su lecho?
DAMA
En seguida.
MÉDICO
¡Qué murmuración más calumniosa la que se ha levantado! Y es que las acciones desnaturalizadas engendran temores también desnaturalizados; las conciencias corrompidas revelan sus secretos a las sordas almohadas ... Más necesita del sacerdote que del médico.
¡Santo Dios, perdónanos a todos! ¡Protégela! Aparta de ella cualquier objeto que pueda serle peligroso y todavía así, no la abandones ... Te doy las buenas noches ... Ha desconcertado mi espíritu y asombrado mi vista. Pienso, pero no me atrevo a hablar.
DAMA
Buenas noches, querido doctor.
Salen.
SEGUNDA ESCENA
Campo cerca de Dunsinane.
Tambores y banderas.
Entran Menteith, Caithness, Angus, Lennox y soldados.
MENTEITH
Ya se acercan las tropas inglesas enviadas por Malcolm, su tío Siward y el buen Macduff. ¡Quema en ellos la venganza! La verdad es que los motivos que los impulsan llevarían a las sangrientas armas al hombre más indiferente a todas las simpatías.
ANGUS
Cerca del bosque de Birnam nos uniremos a ellos; es el camino por donde vienen.
CAITHNESS
¿Se sabe si Donalbain va con su hermano?
LENNOX
Decididamente, no, señor. Tengo una relación de todos; están el hijo de Siward y muchos jóvenes que darán ahora la primera prueba de su hombría.
MENTEITH
¿Qué hace el tirano?
CAITHNESS
Fortifica poderosamente Dunsinane. Hay quien afirma que está loco; otros que lo odian menos dicen que lo posee una valerosa furia ... Lo cierto es que no le es dable ceñir su cruel soberbia con el cinturón del derecho.
ANGUS
Siente ahora clavados sus delitos en sus manos y ve una constante rebelión de sus seguidores, que le afean su traición; adivina que a sus soldados los mueve solamente la voz del mando, no los dictados del corazón; y observa que su título de rey pende de él lo mismo que las ropas de un gigante sobre los hombros de un enano que las hubiera robado.
MENTEITH
¿Y cómo no han de atemorizarse y sobrecogerse sus sentidos, cuando todo lo que está dentro de su ser se avergüenza de encontrarse allí?
CAITHNESS
Marchemos a obedecer a quien realmente debemos; unámonos al remedio que intenta curar nuestro enfermo bienestar, y con él vertamos por la salud de la patria todas las gotas de nuestra sangre.
LENNOX
Cuanta sea necesaria para bañar de rocio la flor soberana y ahogar las malas hierbas. ¡Hacia Birnam todos!
Salen a paso militar.
TERCERA ESCENA
Dunsinane.
Una sala del castillo.
Entran Macbeth, el médico y criados.
MACBETH
¡No quiero más noticias! ¡Que huyan todos! Hasta que suba a Dunsinane el bosque de Birnam no me envenenarán con su miedo ... ¡Malcolm! ¿Y qué, acaso no nació de mujer? Los espíritus que adivinan y conocen las influencias de todo lo mortal me han dicho: Nada temas, Macbeth; ningún nacido de mujer tendrá nunca poder sobre ti. Huyan pues, los traidores, y únanse a los epicúreos ingleses; el deseo que alienta mis energías y el corazón que me sustenta jamás se hundirán en la duda ni temblarán ante el miedo.
Entra un criado.
MACBETH
¡Vuélvate negro el demonio, cara de tonto! ¿A qué viene esa apariencia de ganso?
CRIADO
Hay diez mil ...
MACBETH
¿Gansos como tú, bribón?
CRIADO
Soldados, señor.
MACBETH
Rasgúñate la cara para que la sangre tiña de carmín tu cobardía. ¿Qué soldados, miserable sin alma? Esas blancas mejillas tuyas son confidentes del temor. ¿Qué soldados, cara lívida?
CRIADO
Las tropas inglesas, señor.
MACBETH
¡Quítame tu cara de aquí, al momento!
Se va el criado.
MACBETH
¡Seyton! ... Se me debilita el corazón cuando contemplo ... ¡Seyton, te hablo! ... Esta prueba me eleva para siempre o me lanza del trono. He vivido bastante; mi vida va derivando hacia un camino sembrado de hojas marchitas, amarillentas, y no puedo aspirar a nada de eso que debe acompañar a la vejez, honor, amor, respeto, amigos; en su lugar, se me echan maldiciones, no clamorososas, pero sí hondas, y se me rinden halagos que el pobre corazón quisiera rechazar y no se atreve a hacerlo ... ¡Seyton!
Entra Seyton.
SEYTON
¿En qué puedo servir a su alteza?
MACBETH
¿Hay nuevas?
SEYTON
Todos los informes que llegaron se confirman, señor.
MACBETH
Lucharé hasta que de mis huesos se desprenda a tajadas la carne. Colócame mi armadura.
SEYTON
Todavía no es necesaria.
MACBETH
Quiero vestírmela ... ¡Que salgan mis jinetes a explorar todo el terreno! ... A quien hable de miedo ahórquesele al instante ... Dame mi armadura ... ¿y cómo está su enferma, doctor?
MÉDICO
No tan mal, señor, como es mala la inquietud que le producen visiones quiméricas que no la dejan descansar.
MACBETH
¡Cúrala de eso! ¿No puedes sanar un alma enferma, arrancar de la memoria una pesadumbre arraigada, borrar los desórdenes del cerebro y con un blando antídoto que llevara al olvido, limpiar el pecho de ese peligroso material que pesa sobre el corazón?
MÉDICO
En esos casos el paciente debe ser su propio médico.
MACBETH
¡Echa la medicina a los perros! De nada sirve ... Vengan, colóquenme mi armadura. Denme el bastón. Seyton, que salgan las tropas ... ¡Doctor, los nobles se alejan de mí! ... Pronto, despachen ... Si pudieras, doctor, encauzar las aguas de mi país, librarlas del mal que sufren y purificarlas hasta volverlas a su cabal y primitiva salud, te aplaudiría hasta que el eco me oyera, para que así se repitieran los aplausos ... ¡Quítenmela, les digo! ... ¿Qué ruibarbo, qué sen, qué droga purgante podría sacar de aquí a estos ingleses? ¿Sabes de alguna?
MÉDICO
Sí, mi señor; sus reales preparativos nos hablan de varias.
MACBETH
¡Saquen esto de aquí! No temeré la muerte ni la ruina hasta que el bosque de Birnam suba a Dunsinane.
MÉDICO
(Aparte) Si me fuese permitido salir de Dunsinane, difícilmente me traerían aquí los mayores emolumentos que pudiera ganar.
Salen.
CUARTA ESCENA
Campo cerca de Birnam.
Tambores y banderas.
Entran Malcolm, Siward, su hijo, Macduff, Menteith, Caithness, Angus, Lennox y Ross, y soldados, marchando todos.
MALCOLM
Primos míos, creo que nos hallamos ya muy próximos a los días en que nuestros hogares han de estar a salvo.
MENTEITH
Ni un solo momento lo dudamos.
SIWARD
¿Qué bosque es éste que está frente a nosotros?
MENTEITH
El bosque de Birnam.
MALCOLM
Que cada soldado corte una rama y la lleve delante de sí. Con ello ocultaremos el número de nuestro ejército y caerá en error el enemigo al intentar calcularlo.
SOLDADOS
Así lo haremos.
SIWARD
Todas las noticias que tenemos convienen en que el tirano, lleno de confianza, permanece en Dunsinane y resistirá nuestro ataque.
MALCOLM
Ésa es su última esperanza; porque apenas tienen pretexto, se le rebelan sus seguidores en mayor o menor número, y nadie le sirve ya sino los que están obligados, y aun éstos lo hacen faltos de todo afecto.
MACDUFE
Hagamos plaza en nuestras justas censuras a la cuestión del momento y empleemos el arte militar.
SIWARD
Se acerca la hora en que, usando la decisión adecuada, sabremos lo que podamos decir en consecuencia. Las consideraciones que ahora se hacen se basan en esperanzas que no están todavía aseguradas, y es indispensable que decida la eficacia de determinadas acciones, hacia las cuales se encamina la guerra.
Salen, en marcha militar.
QUINTA ESCENA
Dunsinane.
Dentro del castillo.
Entran Macbeth, Seyton y soldados, con tambores y banderas.
MACBETH
¡Cuelguen nuestros estandartes de las murallas exteriores! Se acerca el enemigo, es la voz que no cesa de oírse; la fortaleza de nuestro castillo se burlará hasta el desprecio del sitio que nos pongan; dejémoslos estar, mientras el hambre y la enfermedad los devoran. Si no estuvieran unidos con los que debieran ser de los nuestros, ya hubiéramos hecho una salida para atacarlos intrépidamente cara a cara y vencerlos persiguiéndolos en la retirada.
Llantos de mujeres adentro.
MACBETH
¿Qué ruido es ése?
SEYTON
Es el vocerío de las mujeres, mi señor.
Se va.
MACBETH
Casi he olvidado el sabor del miedo; en un tiempo, se helaban mis sentidos al oír un chillido en la noche, y se conmovía y excitaba la piel de mis cabellos, como si la vida la animara ante cualquier relato espantoso. Después, me he alimentado de horrores hasta el hartazgo; la crueldad, familiar ya a mis pensamientos asesinos, no puede sobrecogerse más.
Vuelve a entrar Seyton.
MACBETH
¿Qué voces eran ésas?
SEYTON
La Reina ha muerto, mi señor.
MACBETH
Debiera haber retrasado su muerte; habría tenido yo tiempo que dedicar a tamaña desventura. El mañana, y el mañana, y el mañana se deslizan de día en día hasta que nos llega el último momento; y todos nuestros ayeres no han sido otra cosa sino payasos que han facilitado el paso a la polvorienta muerte. ¡Apágate, apágate, luz fugaz! La vida no es más que una sombra que pasa, deteriorado histrión que se oscurece y se impacienta el tiempo que le toca estar en el tablado y de quien luego nada se sabe; es un cuento que dice un idiota, lleno de ruido y de furia, pero falto de toda lógica.
Entra un mensajero.
MACBETH
A usar tu lengua vienes ... ¡Pronto, tu mensaje!
MENSAJERO
Mi muy noble señor, he de afirmarle que cuanto voy a decir lo he visto ... Pero no sé cómo empezar.
MACBETH
Bien, habla.
MENSAJERO
Vigilando desde la colina me puse a mirar hacia Birnam y me pareció ver que el bosque empezaba a moverse.
MACBETH
¡Villano mentiroso!
MENSAJERO
Descargue en mí su furia si no es como digo. En estas tres leguas puede verlo moverse; es una arboleda en marcha.
MACBETH
Si has mentido, te colgarán vivo del árbol más cercano hasta que el hambre te devore ... Pero no me importaría que hicieras conmigo otro tanto si tus palabras son la realidad ... Se va desbaratando mi firmeza y empiezo a dudar del equívoco de la bruja que me alucinó con estas palabras: Nada temas hasta que el bosque de Birnam suba a Dunsinane. ¡y ahora ese bosque viene hacia Dunsinane! ...
¡A las armas, a las armas, y avancemos! Si esto que el mensajero afirma resulta cierto, tan inútil es escapar de aquí como permanecer. Parece que el Sol me molesta, y me alegraría que se desquiciara el mundo. ¡Hagan sonar las campanas! ... ¡Ruja el viento, sobrevenga la destrucción! ¡Al menos, moriré en el combate y con el arnés a la espalda!
Salen.
SEXTA ESCENA
Dunsinane.
Ante el castillo.
Tambores y banderas.
Entran Malcolm, Siward, Macduff y su ejército, con ramos en las manos.
MALCOLM
Bien cerca nos encontramos. Arrojen ese muro de ramas y muéstrense como son. Tú, esforzado tío, con mi primo tu noble hijo, dirigirás nuestra primera batalla. El ilustre Macduff y yo nos encargaremos de lo que quede por hacer, según mis órdenes.
SIWARD
Adiós, señor ... Sea yo derrotado si no derroto esta noche las fuerzas del tirano.
MACDUFF
¡Suenen nuestras trompetas! Bríndenles toda la fuerza de los pulmones para que sus clamores presagien la sangre y la muerte.
Se van todos.
SÉPTIMA ESCENA
Otra parte del campo.
Llamada a las armas.
Entra Macbeth.
MACBETH
Estoy en verdadero peligro, pero no puedo huir; me defenderé lo mismo que el oso ... ¿Es éste el que no ha nacido de mujer? ...
¡A nadie más que a semejante personaje es a quien he de temer!
Entra el joven Siward.
JOVEN SIWARD
¿Cómo te llamas?
MACBETH
Te aterraría saberlo.
JOVEN SIWARD
¡No, aunque te dieras un nombre más aborrecible que todos los del infierno!
MACBETH
Mi nombre es Macbeth.
JOVEN SIWARD
El mismo diablo no podría pronunciar otro más odioso a mis oídos.
MACBETH
No, ni más temido.
JOVEN SIWARD
¡Mientes, tirano despreciable! Con mi espada te mostraré tu mentira.
Se baten, y es muerto el joven Siward.
MACBETH
Tú naciste de mujer. ¡Para mí nada son las espadas y me rio desdeñosamente de las armas que manejan los nacidos de mujer!
Se va.
Llamada a las armas.
Entra Macduff
MACDUFF
De ahí vienen esos ruidos ... ¡No te escondas, tirano! Si mueres y no es de golpe mío, no me dejarán en reposo las sombras de mi esposa y de mis hijos. No quiero batirme con desgraciados patanes que han vendido sus brazos a tu maldad. ¡O tú, Macbeth, o envainaré mi espada y no teñirá la sangre su filo! Por allí debes andar, parece que ese gran estruendo acompaña a la presencia de personaje como a ti se te cree. ¡Apárecelo ante mi vista, Fortuna! Más no deseo ...
Se va.
Llamadas a las armas.
Entran Malcolm y Siward.
SIWARD
Por aquí, mi señor. El castillo se ha rendido sin resistencia. Las tropas del tirano combaten en ambos ejércitos. Los nobles se han comportado valientemente en la guerra. La jornada se declara como suya y ya es poco lo que falta para terminar.
MALCOLM
Los que parecían enemigos han peleado a nuestro lado.
SIWARD
Entra, señor, en el castillo.
Salen.
Llamadas a las armas.
OCTAVA ESCENA
Otra parte del campo.
Entra Macbeth.
MACHETH
¿Por qué imitar al necio romano y recibir la muerte de mi propia espada? ¡Mientras mis ojos vean un solo hombre con vida, mejor estarán en él las estocadas que en mí!
Entra Macduff.
MACDUFF
¡Prepárate, perro infernal, prepárate!
MACBETH
Eres el único de los hombres que se me ha escapado ... Pero, vete, que ya pesa sobre mi alma demasiada sangre de los tuyos.
MACDUFF
No puedo contestarte; mi voz está en mi espada. Eres un villano más sanguinario de cuanto puedan decir las palabras.
Se baten.
MACBETH
Pierdes tu tiempo. Es más sencillo que puedas cortar con tu espada el indivisible aire, que herirme con ella. Caiga tu tajante acero sobre cimeras vulnerables; sostiene un hechizo mi vida y no puede rendirse a nacido de mujer.
MACDUFF
Desconfía de tu encanto. Ya te hará saber el ángel a quien hasta ahora te has acogido, que Macduff fue prematuramente sacado de las entrañas de su madre muerta.
MACBETH
¡Maldita la lengua que me lo dice, que me arrebata lo mejor que animaba mi ser! Nunca más se crea en esta diabólica mentira que nos engaña con el doble sentido de sus palabras y lleva a nuestros oídos promesas que luego destruyen nuestras esperanzas ... No quiero luchar contigo.
MACDUFF
Entonces, ríndete, cobarde, y vive para ser objeto de la curiosidad de los tiempos; te tendremos lo mismo que a los monstruos más extraños, representado en un palo y con este letrero: ¡He aquí el tirano!
MACBETH
¡No me daré por vencido, no quiero besar la Tierra de rodillas ante Malcolm, ni que me acosen las maldiciones del canalla! Aunque el bosque de Birnam suba a Dunsinane y tú no seas nacido de mujer, resistiré hasta lo último. Protejo mi cuerpo con mi escudo; ataca con vehemencia, Macduff, y condenado sea quien diga primero: Detente, basta.
Salen batiéndose.
Trompetas y clarines.
Entran con tambores y banderas, Malcolm, Siward, Ross y los demás nobles y soldados.
MALCOLM
¡Ojalá los amigos que no se hallan presentes no hayan sufrido nada!
SIWARD
Algunos habrán muerto ... Pero, a juzgar por los que observamos, no ha resultado cara esta gran jornada.
MALCOLM
Macduff no está, y tampoco tu noble hijo.
ROSS
Tu hijo, señor, ha pagado su contribución de soldado; sólo vivió hasta que fue hombre; murió como tal apenas probó su valía en el puesto en que le tocó luchar.
SIWARD
¿Está muerto, entonces?
ROSS
Sí, Y fue retirado del campo de batalla ... Los merecimientos del joven Siward no deben ser la medida de tu dolor, porque entonces no tendría fin.
SIWARD
¿Fue herido de frente?
ROSS
Sí, en el pecho.
SIWARD
Entonces, es ya soldado de Dios. Si tuviera yo tantos hijos como pelos en la cabeza; no querría para ellos muerte mejor ... Llegó su hora.
MALCOLM
Merece todo dolor, y yo se lo ofrendaré.
SIWARD
No merece más. Nos acaban de decir que supo morir; ha pagado su tributo, y que Dios lo proteja ... Éste que llega nos brinda un nuevo consuelo.
Vuelve a entrar Macduff, con la cabeza de Macbeth.
MACDUFF
¡Salve, Rey, porque ya lo eres! ¡Observa dónde está la maldecida cabeza del usurpador! ... Libres son ya los días. Te veo rodeado de la flor de la nobleza, que acoge en sus corazones mi homenaje. Unan muy altas sus voces a la mía, diciendo: ¡Salve, Rey de Escocia!
TODOS
¡Salve, Rey de Escocia!
Trompetas y clarines.
MALCOLM
No pasará un minuto más sin recompensar su afecto, igualándome yo a ustedes. Serán condes desde hoy, mis barones y deudos, los primeros que en Escocia reciben este honor. Queda todavía trabajo por hacer y en seguida se encargará el tiempo de realizarlo; llamen a nuestros amigos desterrados, que huyeron de los lazos que les tendía una tiranía siempre alerta; desenmascarar a los crueles ministros de ese verdugo muerto y de su perversa reina que, según voz general, con la violencia de sus propias manos se privó de la vida ... Todo eso y cuanto más sea necesario, y nos corresponda, lo haremos, con la gracia de Dios, en la medida, tiempo y lugar adecuados ... ¡Gracias a todos y a cada uno, y los invitamos a vernos coronados en Scone!
Trompetas y clarines.
Salen.
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