Índice de La madre de Máximo GorkiCapítulo décimonoveno - Segunda ParteCapítulo vigésimo primero - Segunda ParteBiblioteca Virtual Antorcha

LA MADRE

Máximo Gorki

Segunda parte

CAPÍTULO XX


A la madre la despertó el ruido de unos recios golpes en la puerta de la cocina. Llamaban sin cesar, con paciente tenacidad. Aún estaba oscuro, y en el silencio, aquel obstinado repiqueteo producía inquietud.

Vistióse con premura, corrió a la cocina y preguntó a través de la puerta, sin abrir.

- ¿Quién es?

- ¡Yo! -contestó una voz desconocida.

- ¿Quién?

- ¡Abra! -contestaron, al otro lado de la puerta, en voz baja, suplicante.

Descorrió la madre el cerrojo y empujó la puerta con el pie; entró Ignat, exclamando gozoso:

- Bueno, veo que no me he equivocado.

Venía salpicado de barro hasta la cintura, tenía el rostro de un color grisáceo, los ojos hundidos, y únicamente los rizos de su pelo asomaban animosos, en todas direcciones, por debajo del gorro.

- ¡Ha ocurrido allí una desgracia! -susurró, cerrando la puerta.

- Ya lo sé ...

Quedó asombrado el muchacho y, parpadeando, preguntó:

- ¿Y cómo lo sabe?

Ella se lo contó breve y apresuradamente.

- Ya aquellos otros dos, a tus camaradas, ¿los han detenido?

- No estaban allí; habían ido a presentarse a la caja de reclutas. Atraparon a cinco, entre ellos al tío Mijaíl ...

Aspiró una bocanada de aire y continuó, sonriendo:

- Y yo me escapé. Deben andar buscándome.

- ¿Cómo pudiste escapar? -preguntó la madre. La puerta de la habitación se entreabrió silenciosa.

- ¿Yo? -repuso Ignat, sentándose en un banco y mirando en derredor-. Un minuto antes de llegar ellos, vino corriendo el guarda forestal y dio unos golpes en la ventana. ¡Cuidado, muchachos, que vienen a buscaros...!

Ignat esbozó una sonrisa, limpióse la cara con el faldón del caftán y continuó:

- ¡Al tío Mijaíl no le atontas ni aunque le des un martillazo en la cabeza! En seguida me dijo: Ignat, vete a la ciudad, ¡vivo! ¿Te acuerdas de aquella mujer de edad? Y ya estaba escribiendo una nota. ¡Toma, vete! Yo iba a rastras por entre los matorrales; escucho: ¡vienen! Eran muchos, ¡se les oía por todas partes a los demonios! Formaron un cerco alrededor de la fábrica. Yo estaba echado entre unos arbustos ¡pasaron de largo! Entonces me levanté y ... ¡venga a andar y andar! Dos noches y un día entero estuve andando sin parar.

Se veía que estaba satisfecho de sí mismo; una sonrisa, iluminaba sus ojos oscuros; sus labios, gruesos y rojos, le temblaban.

- Ahora mismo te voy a dar té -dijo presurosa la madre, cogiendo el samovar.

- Pero tome usted la notita ...

Levantó la pierna con dificultad; haciendo muecas y quejándose, la puso sobre el banco.

En el umbral apareció Nikolái.

- ¡Salud, camarada! -dijo, entornando los ojos-. Permítame que le ayude.

E inclinándose, se puso rápidamente a desenrollar el sucio lienzo.

- Pero, ¿qué hace usted...? -exclamó en voz baja el muchacho, estirando la pierna; y parpadeando de asombro, miró a la madre.

Ella, sin reparar en la mirada, dijo:

- Hay que darle en los pies unas friegas con vodka.

- ¡Desde luego! -asintió Nikolái.

Ignat, turbado, dio un resoplido.

Nikolái encontró la esquela, la estiró y, acercándose a la cara el arrugado papel gris, leyó:

Madre, no dejes de la mano el asunto, dile a esa señora alta que no se olvide de que escriban más sobre nuestras cosas, te lo ruego. Adiós. Ribin.

Lentamente dejó caer Nikolái la mano que sostenía la esquela y exclamó a media voz:

- ¡Es magnífico ...!

Ignat los miraba moviendo suavemente los enfangados dedos del pie descalzo; la madre, ocultando el rostro bañado en lágrimas, se acercó a él con una jofaina de agua, sentóse en el suelo y alargó la mano hacia el pie del mozo. Éste lo escondió inmediatamente bajo el banco y exclamó asustado.

- ¿Qué va usted a hacer?

- Venga ese pie, en seguida ...

- Ahora mismo traigo el alcohol -dijo Nikolái.

El muchacho metía cada vez más el pie debajo del banco y murmuraba:

- ¡Qué cosas tiene! ¿Es que estamos acaso en un hospital?

Entonces ella empezó a descalzarle el otro pie.

Ignat dio un sonoro resoplido y, alargando torpemente el cuello, miró a la madre de arriba abajo, con la boca abierta de un modo cómico:

- ¿No sabes -dijo ella con voz trémula- que pegaron a Ribin?

- ¿De veras? -inquirió el muchacho, asustado, en voz baja.

- Sí. Cuando le llevaron a Nikólskoie ya le habían pegado, y allí el sargento y el comisario le volvieron a dar de patadas y puñetazos ... ¡iba todo ensangrentado!

- ¡Eso ya lo saben hacer! -replicó el joven, frunciendo el ceño. -Sus hombros se estremecieron-. Les tengo yo más miedo que al diablo. Y los mujiks, ¿no le pegaron?

- Uno solo, el comisario se lo ordenó. Los demás no se portaron mal, hasta quisieron defenderle y dijeron que no había que pegarle ...

- ... Parece que los mujiks empiezan a comprender dónde está cada uno y para qué.

- Allí, también los hay inteligentes ...

- ¿En dónde no los hay? ¡La necesidad los hace! Los hay en todas partes; lo difícil es encontrarlos.

Nikolái trajo una botella con alcohol, echó unos carbones en el samovar y salió sin decir nada. Después de haberle seguido con ojos de curiosidad, Ignat preguntó a la madre en voz baja:

- ¿El señor es médico?

- En nuestra causa no hay señores; todos son camaradas ...

- ¡Qué raro! -dijo Ignat, sonriendo perplejo e incrédulo.

- ¿Qué es lo raro?

- Es un decir ... En un extremo, te pegan en la cara; en el otro, te lavan los pies, y en el medio, ¿qué?

Se abrió la puerta de par en par y Nikolái, parado en el umbral, respondió:

- En el medio están los que lamen las manos de los que pegan en la cara, y chupan la sangre de quienes son golpeados. ¡Ese es el medio!

Ignat le miró con respeto y dijo después de una pausa:

- ¡Algo de eso hay!

El mozo se levantó; apoyando con fuerza en el suelo ya un pie, ya el otro, observó:

- ¡Me han quedado como nuevos! Gracias ...

Después pasaron al comedor a tomar el té, e Ignat refirió con voz grave:

- Yo era el que repartía los periódicos, tengo muy buenas piernas.

- ¿Los lee mucha gente? -preguntó Nikolái.

- Todos los que saben leer; hasta los ricos los leen, pero claro está que no los consiguen por nosotros... Ellos comprenden: los campesinos se llevarán con ríos de su sangre la tierra que pisan los señores y los ricachos; por tanto, ellos mismos serán los que la repartan, y la repartirán de modo que no haya más ni amos ni criados, ¡naturalmente! ¿ y por qué otra causa, que no fuera ésta, se iban a lanzar a la pelea?

Incluso parecía como ofendido y miraba interrogante a Nikolái, con desconfianza. Nikolái sonreía en silencio.

- ¿Y si hoy lucháramos todos juntos, los venciéramos y mañana aparecieran otra vez los ricos y los pobres? Entonces, ¡estábamos aviados! Nosotros entendemos bien que la riqueza es como la arena movediza: no puede permanecer quieta y se desparrama otra vez por todas partes. No, ¡eso no es lo que queremos...!

- ¡No te enfades! -dijo la madre bromeando.

Nikolái murmuró pensativo:

- ¿Cómo podríamos enviar allí, lo antes posible, una nota sobre la detención de Ribin?

Ignat prestó atención.

- ¿Hay ya hojas? -preguntó.

- .

- Démelas, ¡yo las llevaré! -propuso el muchacho, frotándose las manos.

La madre rió bajito, sin mirarle.

- Pero si tú estás cansado y, además, has dicho que tenías miedo ...

Ignat, alisándose con su manaza el rizoso pelo, repuso, diligente y tranquilo:

- ¡El miedo es el miedo y la causa es la causa! ¿De qué se ríen? ¡Vaya con ustedes...!

- ¡Ay, qué niño eres! -exclamó involuntariamente la madre, abandonándose al sentimiento de alegría que el muchacho había despertado en ella. Él sonrió confuso.

- ¡Sí, ahora resulta que es uno un niño!

Nikolái, contemplando al muchacho con una mirada bondadosa de sus ojos entornados, dijo:

- No irá usted allá ...

- ¿Y por qué no? ¿Adónde tengo que ir? -preguntó Ignat, inquieto.

- En su lugar irá otro, y usted le contará con detalle qué es lo que hay que hacer y cómo. ¿De acuerdo?

- ¡Bueno! -repuso el mozo de mala gana, después de unos instantes.

- Y a usted le buscaremos un buen pasaporte y le colocaremos de guarda forestal ...

El muchacho movió la cabeza con rapidez y preguntó intranquilo:

- ¿Y si van los mujiks a coger leña, o lo que sea...? ¿Qué hago yo? ¿Amarrarlos? Eso... no va conmigo ...

La madre se echó a reír y Nikolái también, lo cual de nuevo turbó y apesadumbró al mozo.

- ¡Pierda cuidado! -le dijo Nikolái tranquilizándole-. No tendrá que amarrar codo con codo a los mujiks, ¡créame!

- Entonces, ¡ya es otra cosa! -dijo Ignat y se calmó, sonriendo alegremente-. A mí me gustaría ir a la fábrica; allí, según dicen, hay muchachos bastante despejados ...

La madre se levantó de la mesa, y mirando por la ventana con aire pensativo, exclamó:

- ¡Ay, qué vida! ¡Se ríe una cinco veces al día y llora otras tantas! Bueno, Ignat, ¿has acabado ya? Pues anda, vete a dormir ...

- No, no tengo gana ...

- Anda, anda ...

- ¡Qué severos son aquí! Bueno, me voy... Gracias por el té, y por las atenciones ...

Al echarse en la cama de la madre, murmuró rascándose la cabeza:

- Ahora, aquí todo les va a oler a alquitrán... ¡Hace usted mal! Si yo no tengo sueño... ¡Qué bien dicho eso de los del medio!, ¿eh...? ¡Qué largos son...!

Y de pronto, con un sonoro ronquido, se durmió, altas las cejas, entreabierta la boca.

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