Índice de La madre de Máximo Gorki | Capítulo vigésimo sexto - Segunda Parte | Capítulo vigésimo octavo - Segunda Parte | Biblioteca Virtual Antorcha |
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LA MADRE
Máximo Gorki
Segunda parte
CAPÍTULO XXVII
Al salir de la audiencia, la madre quedó sorprendida de que fuera ya de noche en la ciudad; ardían los faroles en las calles y las estrellas en el cielo. La gente se agolpaba en las inmediaciones de la audiencia, formando corrillos; en el aire glacial crujía la nieve, resonaban voces juveniles, entremezclándose unas con otras. Un hombre, cubierto con un capuchón gris, miró a Sisov a la cara y le preguntó con premura:
- ¿Qué sentencia?
- Deportación.
- ¿Para todos?
- Para todos.
- Gracias.
El hombre se alejó.
- ¿Ves? -dijo Sisov-. Preguntan ...
De pronto se vieron rodeados por una docena de muchachos y muchachas, e inmediatamente empezaron a llover exclamaciones que atraían a otras personas hacia el grupo. La madre y Sisov se detuvieron.
Preguntaban cuál había sido la sentencia, cómo se habían conducido los acusados, quiénes habían pronunciado discursos; y en todas las preguntas vibraba la misma nota de curiosidad, ávida y sincera, suscitando el deseo de satisfacerla.
- ¡Señores! ¡Aquí está la madre de Pável Vlásov! -dijo a media voz alguien, y aunque no a un mismo tiempo, todos callaron al instante.
- ¡Permítame estrecharle la mano!
Una mano firme apretó los dedos de la madre y una voz emocionada declaró:
- ¡Su hijo será un ejemplo de valentía para todos nosotros...!
- ¡Viva el obrero ruso! -resonó una voz vibrante.
Los gritos iban en aumento, se multiplicaban, restallaban aquí y allá; de todas partes acudía gente que se apretujaba en torno a Sisov y a la madre. Brincaron en el aire las pitadas de los policías, pero su estridencia no logró sofocar los gritos. El viejo se reía, y a la madre todo aquello parecíale un sueño agradable. Se sonreía, estrechaba manos, saludaba con la cabeza, mientras unas lágrimas, buenas, luminosas ... le apretaban la garganta; las piernas le temblaban de cansancio, pero su corazón, henchido de alegría, absorbiéndolo todo, reflejaba las impresiones como la faz espejeante de un lago. Cerca de ella, una voz clara exclamó con brío:
- ¡Camaradas! Las ávidas fauces del monstruo insaciable que devora al pueblo ruso, se han tragado hoy de nuevo ...
- Bueno, madre, vámonos de aquí -dijo Sisov.
En aquel momento apareció Sáshenka, tomó a la madre del brazo y se la llevó con rapidez a la acera de enfrente, diciéndole:
- ¡Venga! Seguramente va a haber palos y detenciones. ¿Qué? ¿Deportación? ¿A Siberia?
- ¡Sí, sí!
- ¿Y qué tal ha hablado él? Yo, desde luego, ya lo sé. Habrá estado más fuerte y más sencillo que los otros, y más severo también, claro está. Es bondadoso y tierno, pero le da vergüenza manifestar sus sentimientos abiertamente.
Aquellas palabras de amor, pronunciadas con ardiente murmullo, calmaron la emoción de la madre, reanimaron sus decaídas fuerzas.
- ¿Cuándo irá a reunirse con él? -le preguntó a Sáshenka con cariño, bajito, oprimiéndole el brazo contra su cuerpo. Mirando con seguridad hacia delante, la muchacha repuso:
- ¡En cuanto haya encontrado a alguien que se encargue de mi trabajo, porque yo también espero pronto condena! Lo más probable es que me envíen igualmente a Siberia, y entonces diré que deseo ir al mismo sitio donde él esté.
Detrás de ellas resonó la voz de Sisov:
- ¡Salúdele entonces de mi parte...! Dígale que de parte de Sisov. Él me conoce, el tío de Fedor Masin ...
Sáshenka se detuvo, se volvió y le tendió la mano.
- Yo conozco a Fedia. Me llamo Alexandra.
- ¿Y cuál es el nombre de su padre?
Le miró rápida y contestó:
- Yo no tengo padre.
- ¿Murió?
- ¡No, vive! -contestó la joven excitada, y algo obstinado, tenaz, vibró en su voz y apareció en sus facciones-. Es terrateniente, ahora ocupa un alto cargo en la comarca, roba a los campesinos ...
- ¡Ah! -dijo Sisov con voz apagada. Permaneció callado unos instantes, caminando junto a la muchacha y mirándola de reojo; luego, agregó:
- ¡Bueno, madre, adiós! Tengo que tirar por la izquierda. ¡Hasta la vista, señorita! Es usted severa para juzgar a su padre. Claro que eso es cosa suya ...
- Si su hijo fuese una mala persona, un hombre pernicioso para los demás y repugnante para usted mismo, ¿lo diría usted? -exclamó Sáshenka con pasión.
- Sí, lo diría -respondió el viejo al cabo de unos instantes.
- Por consiguiente, querría más a la verdad que a su propio hijo; pues yo la quiero más que a mi padre ...
Sisov sonrió, meneando la cabeza, lanzó un suspiro y dijo:
- Vaya, vaya... ¡Saben ustedes responder! Si tienen suficiente aguante, acabarán por arrinconar a los viejos. ¡Tienen ustedes mucho empuje! ¡Adiós, le deseo toda clase de venturas! ¡Y que sea más bondadosa con la gente! ¡Adiós, Nílovna! Si ves a Pável, dile que oí su discurso, que no lo entendí todo, a veces hasta me dio miedo, pero... ¡que es verdad lo que dice!
Saludó, quitándose el gorro, y desapareció, con porte grave, tras una esquina.
- ¡Debe ser un buen hombre! -comentó Sáshenka, siguiéndole con la mirada, sonriente.
Parecíale a la madre que aquel día la cara de la muchacha tenía una expresión más dulce y bondadosa que de ordinario ...
Cuando estuvieron en casa, se sentaron en el diván, apretadas una contra otra. La madre, descansando en aquel silencio, volvió a hablar del viaje de Sáshenka para reunirse con Pável. Arqueadas las espesas cejas, con aire pensativo, la muchacha miraba a lo lejos con sus ojos grandes, soñadores; su pálido rostro iba tomando una expresión serena, meditativa.
- Más adelante, cuando tengáis hijos, yo iré con vosotros, a cuidarlos. Y viviremos allá no peor que aquí. Pável encontrará trabajo, tiene unas manos de oro ...
Envolviendo a la madre en una escrutadora mirada, Sáshenka le preguntó:
- Y usted, ¿no querría ir en seguida a reunirse con él?
La madre suspiró y repuso:
- ¿Para qué me necesita? No haría más que estorbarle en caso de que quisiera fugarse. Además, él no lo permitiría ...
Sáshenka bajó la cabeza, asintiendo.
- No, no lo permitirá.
- Por otra parte, ¡yo tengo aquí quehacer! -añadió la madre con cierto orgullo.
- ¡Sí! -replicó Sáshenka pensativa-. Y eso está muy bien ...
Y de pronto, estremeciéndose, como apartando algo de sí, dijo con sencillez, sin alzar la voz:
- Él no se quedará a vivir allí. Se evadirá, desde luego ...
- ¿Y qué va a ser de usted? ¿Y del niño, si lo hay?
- ¡Ya veremos! Él no debe tenerme en cuenta. Yo no le estorbaré en nada. Me será muy duro separarme de él, pero sabré salir adelante, claro está. No le estorbaré, no.
Presentía la madre que Sáshenka era capaz de hacer lo que decía y le dio lástima de ella. Abrazándola, le dijo:
- ¡Querida mía, cuánto va usted a sufrir!
Sáshenka sonrió con ternura, apretando todo su cuerpo contra el de la madre.
Nikolái llegó cansado; mientras se quitaba el abrigo, dijo apresuradamente:
- ¡Bueno, Sáshenka, váyase antes de que sea demasiado tarde! Desde por la mañana me están siguiendo dos espías, con tanto descaro, que la cosa huele a detención. Tengo el presentimiento de que en alguna parte ha debido ocurrir algo. A propósito, aquí está el discurso de Pável, se ha resuelto imprimirlo. Lléveselo a Liudmila y ruéguele que lo componga lo antes posible. ¡Pável ha hablado muy bien, Nílovna...! ¡Tenga cuidado con los espías, Sáshenka...!
Mientras hablaba, frotábase vigorosamente las manos heladas; luego se acercó a la mesa y empezó a abrir los cajones con premura; sacaba de ellos papeles, rompía unos, dejaba aparte otros, preocupado, con el pelo revuelto.
- ¿Hace mucho que hice el último expurgo? Pues ya ven el montón de papelotes que se ha vuelto a formar. ¡Maldito sea! Mire, Nílovna, quizá fuese mejor que no pasara usted la noche en casa. ¿Qué le parece? Es fastidioso estar presente cuando se toca semejante música; además, pueden detenerla también, y es imprescindible que vaya de un lado para otro con el discurso de Pável...
- ¿Qué falta les hago yo? -replicó la madre.
Nikolái, agitando la mano ante los ojos, dijo con seguridad:
- Yo tengo buen olfato ... Además, podría usted ayudar a Liudmila, ¿eh? ¿A qué exponerse aquí sin ninguna necesidad?
La posibilidad de cooperar en la impresión del discurso de su hijo le agradaba, y contestó:
- Siendo así, me marcho.
Y de pronto, de un modo inesperado para ella misma, añadió en voz baja, con firmeza:
- ¡Ahora ya no tengo miedo de nada...! ¡Gracias a Dios!
- ¡Magnífico! -exclamó Nikolái sin mirarla-. ¡Ah! Dígame dónde está mi maleta y mi ropa, porque todo lo ha recogido usted con sus manos rapaces, y yo me veo en la imposibilidad de disponer libremente hasta de mis prendas personales.
Sin despegar los labios, Sáshenka iba quemando en la estufa los trozos de papel; cuando se hubieron quemado, mezcló cuidadosamente sus cenizas con las de la leña.
- ¡Váyase, Sáshenka! -le dijo Nikolái, tendiéndole la mano-. ¡Hasta la vista! No se olvide de enviarme libros si se publica algo interesante. Bueno, hasta la vista, querida camarada. Sea usted más prudente ...
- ¿Piensa estar mucho tiempo? -preguntó Sáshenka.
- ¡El diablo lo sabe! Debo tener alguna cuenta pendiente. Nilovna, vayan ustedes juntas. Seguir a dos personas es más difícil.
- En seguida -contestó la madre-. Ahora mismo me visto.
Venía observando a Nikolái con atención, sin descubrir en él nada anormal, a no ser el aire preocupado que velaba su expresión bondadosa y dulce de costumbre. No había un solo movimiento que revelara excesiva inquietud ni el menor indicio de emoción en aquel hombre, para ella más querido que otros. Igualmente atento con todo el mundo, cariñoso, sin altibajos de carácter, siempre tranquilo y solitario, continuaba siendo para todos el mismo de antes, viviendo una vida interior ignota, que se desarrollaba más adelante que la del resto de los hombres. Sabía la madre que él estaba más cercano a ella que nadie, y le quería con un cariño lleno de precaución y dudas de sí mismo.
Ahora le daba lástima de él, una lástima insoportable, pero se contenía, sabiendo que si se la mostraba, Nikolái llegaría a turbarse y tomaríase un poco ridículo, como siempre en semejantes situaciones, y ella no quería verle así.
La madre entró de nuevo en el cuarto; Nikolái estrechaba la mano de Sáshenka y le decía:
- ¡Magnífico! Estoy seguro de que esto será tan bueno para él como para usted. Un poco de felicidad personal nunca es malo. ¿Está usted lista, Nilovna?
Se acercó a ella sonriendo y ajustándose las gafas.
- Bueno, ¡hasta la vista! ¡Quiero creer que hasta dentro de tres, cuatro o seis meses todo lo más! ¡Medio año es mucha vida...! Cuídese, por favor, y ahora, ¡venga un abrazo!
Delgado y fino, abarcó el cuello de la madre con sus recias manos, la miró a los ojos y, sonriendo, dijo:
- Creo que estoy enamorado de usted; no hago más que abrazarla.
Ella, en silencio, le besó en la frente y en las mejillas; sus manos temblaban y, para que él no lo notase, abrió los brazos.
- Tenga cuidado mañana, ¡sea usted prudente! Envíe por la mañana a un chico que hay allí en casa de Liudmila para que observe lo que pasa. ¡Bueno, hasta la vista, camaradas! ¡Todo está claro!
En la calle, Sáshenka dijo a la madre, en voz baja:
- Así, con igual sencillez, irá a la muerte si es preciso, y lo mismo que ahora, probablemente, se apresurará un poquito, y cuando la muerte le mire a la cara, se ajustará las gafas y dirá: ¡magnífico!... ¡y a morir!
- Yo le quiero mucho -susurró la madre.
- A mí me asombra, pero quererle, no le quiero. Le respeto mucho. Es algo seco, aunque bondadoso e incluso tierno a veces, pero en todo ello falta un poco de calor humano... Creo que nos siguen. Vamos a separarnos. Y no vaya a casa de Liudmila, si le parece que hay por allí algún espía.
- Ya lo sé -dijo la madre; pero Sáshenka agregó insistente:
- No vaya. Si eso ocurre, véngase a mi casa. ¡Hasta luego!
Se volvió rápidamente y desanduvo lo andado.
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