Presentación de Omar CortésHistoria del joven encantado y de los pecesHistoria del primer saalikBiblioteca Virtual Antorcha

LAS MIL Y UNA NOCHES

XII


Historia del mandadero y de las tres doncellas






Había en la ciudad de Bagdad un hombre que era soltero y además mozo de cordel.

Un día entre los días, mientras estaba en el zoco, indolentemente apoyado en su canasto, se paró delante de él una mujer con un ancho manto de tela de Mussul, en seda sembrada de lentejuelas de oro y forro de brocado. Levantó un poco el velillo de la cara y aparecieron por debajo dos ojos negros con largas pestañas, y ¡qué párpados! Era esbelta, sus manos y sus pies muy pequeños, y reunía, en fin, un conjunto de perfectas cualidades. Y dijo con su voz llena de dulzura: ¡Oh mandadero!, coge tu canasto y sigueme. Y el mandadero, sorprendidísimo, no supo si había oído bien, pero cogió el canasto y siguió a la joven, hasta que se detuvo a la puerta de una casa.

Llamó y salió un nusraní, que por un dinar le dio una medida de aceitunas, y ella las puso en el canasto diciendo al mozo: Lleva eso y sigúeme.

Y el mandadero exclamó: ¡Por Alá! ¡Bendito día! Y tomó otra vez el canasto y siguió a la joven. Y he aquí que se paró ésta en la frutería y compró manzanas de Siria, membrillos osmaní, melocotones de Omán; jazmines de Alepo, nenúfares de Damasco, cohombros del Nilo, limones de Egipto, cidras sultaní, bayas de mirto, flores de henné, anémonas rojas de color de sangre, violetas, flores de granado y narcisos. Y lo metió todo en el canasto del mandadero, y le dijo: Llévalo. Y él lo llevó, y la siguió hasta que llegaron a la carnicería, donde dijo la joven. Corta diez artal de carne. Y el carnicero cortó los diez artal, y ella los envolvió en hojas de banano, los metió en el canasto, y dijo: Llévalo, ¡oh mandadero! Y él lo llevó asi, y la siguió hasta encontrar un vendedor de almendras, al cual compró la joven toda clase de almendras, diciendo al mozo. Llévalo y sigúeme.

Y cargó otra vez con el canasto y la siguió hasta llegar a la tienda de un confitero, y allí compró ella una bandeja y la cubrió de cuanto había en la confitería: enrejados de azúcar con manteca, pastas aterciopeladas perfumadas con almizcle y deliciosamente rellenas, bizcochos llamados sabun, pastelillos, tortas de limón, confituras sabrosas, dulces llamados muchabac, bocadillos huecos llamados lucmet-el-kadí, otros cuyo nombre es assabihzeinab, hechos con manteca, miel y leche. Después colocó todas aquellas golosinas en la bandeja, y la bandeja encima del canasto. Entonces el mandadero dijo: Si me hubieras avisado habría alquilado una muí a para cargar tanta cosa. Y la joven sonrió al oírlo.

Después se detuvo en casa de un destilador y compró diez clases de aguas: de rosas, de azahar, y otras muchas; y varias bebidas embriagadoras, como asimismo un hisopo para aspersiones de agua de rosas almizclada, granos de incienso macho, palo de áloe, ámbar gris y almizcle, y finalmente velas de cera de Alejandría.

Todo lo metió en el canasto, y dijo al mozo: Lleva el canasto y sigúeme. Y el mozo la siguió, llevando siempre el canasto, hasta que la joven llegó a un palacio, todo de mármol, con un gran patio que daba al jardín de atrás. Todo era muy lujoso, y el pórtico tenía dos hojas de ébano adornadas con chapas de oro rojo.

La joven llamó, y las dos hojas de la puerta se abrieron. El mandadero vio entonces que había abierto la puerta otra joven, cuyo talle, elegante y gracioso, era un verdadero portento, especialmente por sus pechos redondos y salientes, su gentil apostura, su belleza, y todas las perfecciones de su talle y de todo lo demás. Su frente era blanca como la primera luz de la luna nueva, sus ojos como los ojos de las gacelas, sus cejas como la luna creciente del Ramadán, sus mejillas como anémonas, su boca como el sello de Soleimán, su rostro como la luna llena al salir.

Por eso, a su vista, notó el mozo que se le iba el juicio y que el canasto se le venía al suelo. Y dijo para sí: ¡Por Alá! ¡En mi vida he tenido un día tan bendito como el de hoy!

Entonces esta joven tan admirable dijo a su hermana la proveedora y al mandadero: ¡Entren, y que la acogida aquí sea para ustedes tan amplia como agradable!

Y entraron, y acabaron por llegar a una sala espaciosa que daba al patio, adornada con brocados de seda y oro, llena de lujosos muebles con incrustaciones de oro, jarrones, asientos esculpidos, cortinas y unos roperos cuidadosamente cerrados. En medio de la sala había un lecho de mármol incrustado con perlas y esplendorosa pedrería, cubierto con un dosel de raso rojo. Sobre él estaba extendido un mosquitero de fina gasa, también roja, y en el lecho había una joven de maravillosa hermosura, con ojos babilónicos, un talle esbelto como la letra aleph, y un rostro tan bello, que podía envidiarlo el sol luminoso. Era una estrella brillante, una noble hermosura de Arabia, como dijo el poeta:

¡El que mida tu talle, oh joven, y lo compare por su esbeltez con la delicadeza de una rama flexible, juzga con error a pesar de su talento! ¡Porque tu talle no tiene igual, ni tu cuerpo un hermano!
¡Porque la rama sólo es linda en el árbol y estando desnuda! ¡Mientras que tú eres hermosa de todos modos, y las ropas que te cubren son únicamente una delicia más!

Entonces la joven se levantó, y llegando junto a sus hermanas, les dijo: ¿Por qué permanecen quietas? Quiten la carga de la cabeza de ese hombre.

Entonces entre las tres le aliviaron del peso. Vaciaron el canasto, pusieron cada cosa en su sitio, y entregando dos dinares al mandadero, le dijeron: ¡Oh mandadero!, vuelve la cara y vete inmediatamente.

Pero el mozo miraba a las jóvenes, encantado de tanta belleza y tanta perfección, y pensaba que en su vida había visto nada semejante. Sin embargo, le chocaba que no hubiese ningún hombre en la casa. En seguida se fijó en lo que allí había de bebidas, frutas, flores olorosas y otras cosas buenas, y admirado hasta el límite de la admiración, no tenía maldita la gana de marcharse.

Entonces la mayor de las doncellas le dijo: ¿Por qué no te vas? ¿Es que te parece poco el salario?

Y se volvió hacia su hermana, la que había hecho las compras, y le dijo: Dale otro dinar.

Pero el mandadero replicó: ¡Por Alá, señoras mías ! Mi salario suele ser la centésima parte de un dinar, por lo cual no me ha parecido escasa la paga. Pero mi corazón está pendiente de ustedes. Y me pregunto cuál puede ser su vida, ya que viven en esta soledad, y no hay hombre que les haga compañía. ¿No saben que un minarete sólo vale algo con la condición de ser uno de los cuatro de la mezquita? Pero ¡oh señoras mías!, ustedes no son más que tres, y les falta el cuarto. Ya saben que la dicha de las mujeres nunca es perfecta si no se unen con los hombres. Y, como dice el poeta, un acorde no será jamás armonioso como no se reúna n cuatro instrumentos: el arpa, el laúd, la cítara y la flauta. Ustedes, ¡oh señoras mías! sólo son tres, y les falta el cuarto instrumento: la flauta. ¡Yo seré la flauta, y me conduciré como un hombre prudente, lleno de sagacidad e inteligencia, artista hábil que sabe guardar un secreto!

Y las jóvenes le dijeron: ¡O h mandadero! ¿No sabes tú que somos vírgenes? Por eso tenemos miedo de fiarnos de algo. Porque hemos leído lo que dicen los poetas: Desconfía de toda confidencia, pues un secreto revelado es secreto perdido.

Pero el mandadero exclamó: ¡Juro por la vida de ustedes, oh señoras mías, que yo soy un hombre prudente, seguro y leal! He leído libros y he estudiado crónicas. Sólo cuento cosas agradables, callándome cuidadosamente las cosas tristes. Obro en toda ocasión según dice el poeta:

¡Sólo el hombre juicioso sabe callar el secreto! ¡Sólo los mejores entre los hombres saben cumplir sus promesas!
¡Yo encierro los secretos en una casa de sólidos candados, donde la llave se ha perdido y la puerta está sellada!

Y escuchando los versos del mandadero, muchas otras estrofas que recitó y sus improvisaciones rimadas, las tres jóvenes se tranquilizaron; pero para no ceder en seguida, le dijeron: Sabe, ¡oh mandadero! que, en este palacio hemos gastado el dinero en enormes cantidades. ¿Llevas tú encima con que indemnizarnos? Sólo te podremos invitar con la condición de que gastes mucho oro. ¿Acaso no es tu deseo permanecer con nosotras, acompañamos a beber, y singularmente hacemos velar toda la noche hasta que la aurora bañe nuestros rostros?

Y la mayor de las doncellas añadió: Amor sin dinero no puede servir de buen contrapeso en el platillo de la balanza. Y la que había abierto la puerta, dijo: Si no tienes nada, vete sin nada. Pero en aquel momento intervino la proveedora, y dijo: ¡Oh hermanas mías! Dejemos eso, ¡por Alá!, pues este muchacho en nada ha de amenguarnos el día. Además, cualquier otro hombre no habría tenido con nosotras tanto comedimiento. Y cuando le toque pagar a él, yo lo abonaré en su lugar.

Entonces el mandadero se regocijó en extremo, y dijo a la que le había defendido: ¡Por Alá! A ti te debo la primer ganancia del día.

Y dijeron las tres: Quédate, ¡oh buen mandadero!, y te tendremos sobre nuestra cabeza y nuestros ojos.

Y en seguida la proveedora se levantó y se ajustó el cinturón. Luego dispuso los frascos, clarificó el vino por decantación, preparó el lugar en que habían de reunirse cerca del estanque, y llevó allí cuanto podían necesitar. Después ofreció el vino y todo el mundo se sentó, y el mandadero en medio de ellas, en el vértigo, pues se figuraba estar soñando.

Y he aquí que la proveedora ofreció la vasija del vino y llenaron la copa y la bebieron, y así por segunda y por tercera vez. Después la proveedora la llenó de nuevo y la presentó a sus hermanas, y luego al mandadero. Y el mandadero, extasiado, improvisó esta composición rimada:

¡Bebe este vino! ¡Él es la causa de toda nuestra alegría! ¡Él da al que lo bebe fuerzas y salud! ¡Él es el único remedio que cura todos los males!
¡Nadie bebe el vino, origen de toda alegría, sin sentir las emociones más gratas! ¡La embriaguez es lo único que puede saturarnos de voluptuosidad!

Después besó las manos a las tres doncellas, y vació la copa.

En seguida, aproximándose a la mayor, le dijo: ¡Oh señora mía! ¡Soy tu esclavo, tu cosa y tu propiedad! Y recitó estas estrofas en honor suyo:

¡A tu puerta espera de pie un esclavo de tus ojos, acaso el más humilde de tus esclavos!
¡Pero, conoce a su dueña! ¡Él sabe cuánta es su generosidad y sus beneficios!
¡Y sobre todo, sabe cómo se lo ha de agradecer!

Entonces ella le dijo ofreciéndole la copa: Bebe, ¡oh amigo mío!, que la bebida, te aproveche y la digieras bien. Que ella te dé fuerzas para el camino de la verdadera salud.

Y el mandadero cogió la copa, besó la mano a la joven, y una voz dulce y modulada cantó quedamente estos versos:

¡Yo ofrezco a mi amiga un vino resplandeciente como sus mejillas, mejillas tan luminosas, que sólo la claridad de una llama podría compararse con su espléndida vida!
Ella se digna aceptarlo, pero me dice muy risueña:
¿Cómo quieres que beba mis propias mejillas?
Y yo le digo: ¡Bebe, oh llama de mi corazón! ¡Este licor son mis lágrimas, su color rojo mi sangre, y su mezcla en la copa es toda mi alma!

Entonces la joven cogió la copa de manos del mandadero, se la llevó a los labios y después fue a sentarse junto a sus hermanas. Y todas empezaron a cantar, a danzar y a jugar con las flores exquisitas.

Después siguieron bebiendo en la misma copa hasta que comenzó a anochecer. Las jóvenes dijeron entonces al mandadero: Ahora vuelve la cara y vete, y así veremos la anchura de tus hombros. Pero el mozo exclamó : ¡Por Alá, señoras mías! ¡Más fácil sería a mi alma salir del cuerpo, que a mí dejar esta casa! ¡Juntemos esta noche con el día, y mañana podrá cada uno ir en busca de su destino por el camino de Alá!

Entonces intervino nuevamente la joven proveedora: Hermanas, por su vida, invitémosle a pasar la noche con nosotras y nos reiremos mucho con él, porque es muy gracioso.

Y dijeron entonces al mandadero: Puedes pasar aquí la noche, con la condición de estar bajo nuestro dominio y no pedir ninguna explicación sobre lo que veas ni sobre cuanto ocurra.

Y él respondió: Así sea, ¡oh señoras mías!

Y ellas añadieron: Levántate y lee lo que está escrito encima de la puerta.

Y él se levantó, y encima de la puerta vio las siguientes palabras, escritas con letras de oro:

No hables nunca de lo que no te importe, si no, oirás cosas que no te gusten.

Y, el mandadero dijo: ¡Oh señoras mías les pongo por testigo de que no he de hablar de lo que no me importe.

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Cuando llegó la noche siguiente ...

Doniazada dijo: ¡Oh hermana mía! acaba el relato. Y Schehrazada contestó: Con mucho agrado, y como un deber de generosidad. Y prosiguió:

He llegado a saber, ¡oh rey poderoso!, que cuando el mandadero hizo su promesa a las jóvenes, se levantó la proveedora, colocó los manjares delante de los comensales, y todos comieron muy regaladamente. Después de esto, encendieron las velas, quemaron maderas aromáticas e incienso, y volvieron a beber y comer todas las golosinas compradas en el zoco, sobre todo el mandadero, que al mismo tiempo decía versos, cerrando los ojos mientras recitaba y moviendo la cabeza.

Y de pronto se oyeron fuertes golpes en la puerta, lo que no les perturbó en sus placeres, pero al fin la menor de las jóvenes se levantó, fue a la puerta, y luego volvió y dijo: Bien llena va a estar nuestra mesa esta noche, pues acabo de encontrar junto a la puerta a tres ahjam con las barbas afeitadas y tuertos del ojo izquierdo. Es una coincidencia asombrosa. He visto inmediatamente que eran extranjeros, y deben venir del país de los Rum. Cada uno es diferente, pero los tres son tan ridículos de fisonomía, que hacen reír. Si los hiciésemos entrar nos divertiríamos con ellos.

Y sus hermanas aceptaron: Diles que pueden entrar; pero entérales de que no deben hablar de lo que no les importe, si no quieren oír cosas desagradables.

Y la joven corrió a la puerta, muy alegre, y volvió trayendo a los tres tuertos. Llevaban las mejillas afeitadas, con unos bigotes retorcidos y tiesos, y todo indicaba que pertenecían a la cofradía de mendicantes llamados saalik.

Apenas entraron, desearon la paz a la concurrencia, las jóvenes se quedaron de pie y los invitaron a sentarse. Una vez sentados, los saalik miraron al mandadero, y suponiendo que pertenecía a su cofradía, dijeron: Es un saalik como nosotros, y podrá hacemos amistosa compañía.

Pero el mozo, que los había oído, se levantó de súbito, los miró airadamente, y exclamó: Déjenme en paz, que para nada necesito su afecto. Y empiecen por cumplir lo que ven escrito encima de esa puerta.

Las doncellas estallaron en risas al oír estas palabras, y se decían: Vamos a divertirnos con este mozo y los saalik.

Después ofrecieron manjares a los saalik, que los comieron muy gustosamente. Y la más joven les ofreció de beber, y los saalik bebieron uno tras otro. Y cuando la copa estuvo en circulación, dijo el mandadero: Hermanos nuestros, ¿llevan en el saco alguna historia o alguna maravillosa aventura con qué divertirnos?

Estas palabras los estimularon, y pidieron que les trajesen instrumentos. Y entonces la más joven les trajo inmediatamente un pandero de Mussul adomado con cascabeles, un laúd de Irak y una flauta de Persia. Y los tres saalik se pusieron de pie, y uno cogió el pandero, otro el laúd y el tercero la flauta. Y los tres empezaron a tocar, y las doncellas los acompañaban con sus cantos. Y el mandadero se moría de gusto, admirando la hermosa voz de aquellas mujeres.

En este momento volvieron a llamar a la puerta. Y como de costumbre, acudió a abrir la más joven de las tres doncellas.

Y he aquí el motivo de que hubiesen llamado: Aquella noche, el califa Harún Al-Rashid había salido a recorrer la ciudad, para ver y escuchar por sí mismo cuanto ocurriese. Le acompañaba su visir Giafar-Al-Barmaki y el porta-alfanje Masrur, ejecutor de sus justicias. El califa en estos casos acostumbraba a disfrazarse de mercader. Y paseando por las calles había llegado frente a aquella casa y había oído los instrumentos y los ecos de la fiesta.

El califa dijo al visir Giafar: Quiero que entremos en esta casa para saber qué son esas voces. Y el visir Giafar replicó: Acaso sea un atajo de borrachos, y convendría estar precavidos por si nos hiciesen alguna mala partida. Pero el califa dijo: Es mi voluntad entrar ahí. Quiero que busques la forma de entrar y sorprenderlos. Al oír esa orden, el visir contestó: Escucho y obedezco. Y Giafar avanzó y llamó a la puerta. Y al momento fue a abrir la más joven de las tres hermanas.

Cuando la joven hubo abierto la puerta, el visir le dijo: ¡Oh señora mía!, somos mercaderes de Tabaria. Hace diez días llegamos a Bagdad con nuestros géneros, y habitamos en el khan de los mercaderes. Uno de los comerciantes del khan nos ha convidado a su casa y nos ha dado de comer. Después de la comida, que ha durado una hora, nos ha dejado en libertad de marcharnos. Hemos salido, pero ya era de noche, y como somos extranjeros, hemos perdido el camino del khan y ahora nos dirigimos fervorosamente a su generosidad para que nos permita entrar y pasar la noche aquí. Y ¡Alá tendrá en cuenta esta buena obra!

Entonces la joven los miró, le pareció que en efecto tenían maneras de mercaderes y un aspecto muy respetable, por lo cual fue a buscar a sus dos hermanas para pedirles parecer. Y ellas le dijeron: Déjales entrar. Entonces fue a abrirles la puerta, y le preguntaron: ¿Podemos entrar, con su permiso? Y ella contestó: Entrad. Y entraron el califa, el visir y el porta-alfanje, y al verlos, las jóvenes se pusieron de pie y les dijeron: ¡Sean bienvenidos, y que la acogida en esta casa les sea tan amplia como amistosa! Siéntense, ¡oh huéspedes nuestros! Sólo tenemos que imponerles una condición: No hablen de lo que no les importe, si no quieren oír cosas que no les gusten. Y ellos respondieron: Ciertamente que sí. Y se sentaron, y fueron invitados a beber y a que circulase entre ellos la copa. Después, el califa miró a los tres saalik, y se asombró mucho de ver que los tres estaban tuertos del ojo izquierdo. Y miró en seguida a las jóvenes, y al advertir su hermosura y su gracia, quedó aún más perplejo y sorprendido. Las doncellas siguieron conversando con los convidados, invitándoles a beber con ellas, y luego presentaron un vino exquisito al califa, pero éste lo rechazó, diciendo: Soy un buen hadj. Entonces la más joven se levantó y colocó delante de él una mesita con incrustaciones finas, encima de la cual puso una taza de porcelana de China, y echó en ella agua de la fuente, que enfrió con un pedazo de hielo, y lo mezcló todo con azúcar y agua de rosas, y después se lo presentó al califa. Y él aceptó, y le dio las gracias, diciendo para sí: Mañana tengo que recompensarla por su acción y por todo el bien que hace.

Las doncellas siguieron cumpliendo sus deberes de hospitalidad y sirviendo de beber. Pero, cuando el vino produjo sus efectos, la mayor de las tres hermanas se levantó, cogió de la mano a la proveedora, y le dijo: ¡Oh hermana mía!, levántate y cumplamos nuestro deber. Y su hermana le contestó: Me tienes a tus órdenes. Entonces la más pequeña se levantó también, y dijo a los saalik que se apartaran del centro de la sala y que fuesen a colocarse junto a las puertas. Quitó cuanto había en medio del salón y lo limpió. Las otras dos hermanas llamaron al mandadero, y le dijeron: ¡Por Alá! ¡Cuán poco nos ayudas! Cuenta que no eres un extraño, sino de la casa. Y entonces el mozo se levantó, se remangó la túnica, y apretándose el cinturón, dijo: Mandad y obedeceré. Y ellas contestaron: Aguarda en tu sitio. Y a los pocos momentos le dijo la proveedora: Sigueme, que podrás ayudarme.

Y la siguió fuera de la sala, y vio las perras de la especie de las perras negras, que llevaban cadenas al cuello. El mandadero las cogió y las llevó al centro de la sala. Entonces la mayor de las hermanas se remangó el brazo, cogió un látigo, y dijo al mozo: Trae aquí una de esas perras. Y el mandadero, tirando de la cadena del animal, le obligó a acercarse, y la perra se echó a llorar y levantó la cabeza hacia la joven. Pero ésta, sin cuidarse de ello, la tumbó a sus pies, y empezó a darle latigazos en la cabeza, y la perra chillaba y lloraba, y la joven no la dejó de azotar hasta que se le cansó el brazo. Entonces tiró el látigo, cogió a la perra en brazos, la estrechó contra su pecho, le secó las lágrimas y la besó en la cabeza, que le tenía cogida entre sus manos. Después dijo al mandadero: Llévatela, y tráeme la otra. Y el mandadero trajo la otra, y la joven la trató lo mismo que a la primera.

Entonces el califa sintió que su corazón se llenaba de lástima y que el pecho se le oprimía de tristeza, y guiñó el ojo al visir Giafar para que interrogase sobre aquello a la joven, pero el visir le respondió por señas que lo mejor era callarse.

En seguida la mayor de las doncellas se dirigió a sus hermanas, y les dijo: Hagamos lo que es nuestra costumbre. Y las otras contestaron: Obedecemos.

Y entonces se subió al lecho, chapeado de plata y de oro, y dijo a las otras dos: Veamos ahora lo que saben. Y la más pequeña se subió al lecho, mientras que la otra se marchó a sus habitaciones y volvió trayendo una bolsa de raso con flecos de seda verde; se detuvo delante de las jóvenes, abrió la bolsa y extrajo de ella un laúd.

Después se lo entregó a su hermana pequeña, que lo templó, y se puso a tañerlo, cantando estas estrofas con una voz sollozante y conmovida:

¡Por piedad! ¡Devuelvan a mis párpados el sueño que de ellos ha huido! ¡Díganme dónde ha ido a parar mi razón!
¡Cuando permití que el amor penetrara en mi morada, se enojó conmigo, el ceño y me abandonó!
Y me preguntaban: ¿Qué has hecho para verte así, tú que eres de las que recorren el camino recto y seguro? ¡Dinos quién te ha extraviado de ese modo!
Y les dije: ¡No seré yo, sino ella, quien te responda! ¡Yo sólo puedo decirles que mi sangre, toda mi sangre, le pertenece! ¡Y siempre he de preferir verterla por ella a conservarla torpemente en mí!
¡He elegido una mujer para poner en ella mis pensamientos, mis pensamientos que reflejan su imagen! ¡Si expulsara esa imagen, se consumirían mis entrañas con un fuego devorador!
¡Si la vieras, me disculparías! ¡Porque el mismo Alá cinceló esa joya con el licor de la vida; y con lo que quedó de ese licor fabricó la granada y las perlas!
Y me dicen: ¿Pero encuentras en el objeto amado otra cosa que lágrimas, penas y escasos placeres?
¿No sabes que al mirarte en el agua limpia sólo verás tu sombra?
¡Bebes de un manantial cuya agua sacia antes de ser saboreada!

Y yo contesto: ¡No creas que bebiendo se ha apoderado de mí la embriaguez, sino sólo mirando! ¡No fue preciso más; esto bastó para que el sueño huyera por siempre de mis ojos!
¡Y no son las cosas pasadas las que me consumen, sino solamente el pasado de ella! ¡No son las cosas amadas de que me separé las que me han puesto en este estado, sino solamente la separación de ella!
¿Podría volver mis miradas hacia otra, cuando toda mi alma está unida a su cuerpo perfumado a sus aromas de ámbar y almizcle?

Cuando acabó de cantar, su hermana le dijo: ¡Ojalá te consuele Alá, hermana mía! Pero tal aflicción se apoderó de la joven portera, que se desgarró las vestiduras y cayó desmayada en el suelo.

Pero al caer, como una parte de su cuerpo quedó descubierta, el califa vi o en él huellas de latigazos y varazos, y se asombró hasta el límite del asombro. La proveedora roció la cara de su hermana, y luego que recobró el sentido, le trajo un vestido nuevo y se lo puso.

Entonces el califa dijo a Giafar: ¿No te conmueven estas cosas? ¿No has visto señales de golpes en el cuerpo de esa mujer? Yo no puedo callarme, y no descansaré hasta descubrir la verdad de todo esto, y sobre todo, esa aventura de las dos perras.

Y el visir contestó: ¡Oh mi señor, corona de mi cabeza!, recuerda la condición que nos impusieron: no hables de lo que no te importe, si no quieres oír cosas que no te gusten.

Y mientras tanto, la proveedora se levantó, cogió el laúd; lo apoyó en su redondo seno, y se puso a cantar:

¿Qué responderíamos si vinieran a darnos quejas de amor? ¿Qué haríamos si el amor nos dañara?
¡Si confiáramos a un intérprete que respondiese en nuestro nombre, este intérprete no sabría traducir todas las quejas de un corazón enamorado!
¡Y si sufrimos con paciencia y en silencio en ausencia del amado, pronto nos pondrá el dolor a las puertas de la muerte!
¡Oh dolor! ¡Para nosotros sólo hay penas y duelo: las lágrimas resbalan por las mejillas!
Y tú, querido ausente, que has huido de las miradas de mis ojos cortando los lazos que te unían a mis entrañas.
Di, ¿conservas algún recuerdo de nuestro amor pasado, una huella pequeña que dure a pesar del tiempo?
¿O has olvidado, con la ausencia, el amor que agotó mi espíritu y me puso en tal estado de aniquilamiento y postración?
¡Si mi sino es vivir desterrada, algún día pediré cuentas de estos sufrimientos a Alá, nuestro Señor!

Al oír este canto tan triste, la mayor de las doncellas se desgarró las vestiduras, y cayó desmayada. Y la proveedora se levantó y le puso un vestido nuevo, después de haber cuidado de rociarle la cara con agua para que volviese de su desmayo. Entonces, algo repuesta, se sentó la joven en el lecho, y dijo a su hermana: Te ruego que cantes para que podamos pagar nuestras deudas. ¡Aunque sólo sea una vez!

Y la proveedora templó de nuevo el laúd y cantó las siguientes estrofas:

¿Hasta cuándo durarán esta separación y este abandono tan cruel?
¿No sabes que a mis ojos ya no les quedan lágrimas?
¡Me abandonas! ¿Pero no crees que rompes así la antigua amistad?
¡Oh! ¡Si tu objeto era despertar mis celos, lo has logrado!
¡Si el maldito Destino siempre ayudase a los hombres amorosos, las pobres mujeres no tendrían tiempo para dirigir reconvenciones a los amantes infieles!
¿ A quién me quejaré para desahogar un poco mis desdichas, las desdichas causadas por tu mano, asesino de mi corazón? ¡Ay de mí! ¿Qué recurso le queda al que perdió la garantía de su crédito? ¿Cómo cobrar la deuda?
¡Y la tristeza de mi corazón dolorido crece con la locura de mi deseo hacia ti!
¡Te busco! ¡Tengo tus promesas! Pero tú ¿dónde estás?
¡Oh hermanos!, les lego la obligación de vengarme del infiel!
¡Que sufra padecimientos como los míos!
¡Que apenas vaya a cerrar los ojos para el sueño, se los abra en seguida el insomnio largamente!
¡Por tu amor he sufrido las peores humillaciones! ¡Deseo, pues, que otro en mi lugar goce las mayores satisfacciones a costa tuya!
¡Hasta hoy me ha tocado padecer por su amor! ¡Pero a él, que de mí se burla, le tocará sufrir mañana!

Al oír esto cayó desmayada otra vez la más joven de las hermanas, y su cuerpo apareció señalado por el látigo.

Entonces dijeron los tres saalik: Más nos habría valido no entrar en esta casa, aunque hubiéramos pasado la noche sobre un montón de escombros, porque este espectáculo nos apena de tal modo, que acabará por destruirnos la espina dorsal.

Entonces el califa, volviéndose hacia ellos, les dijo: ¿Y por qué es eso?

Y contestaron: Porque nos ha emocionado mucho lo que acaba de ocurrir.

Y el califa les preguntó: ¿De modo que ustedes no son de la casa?

Y contestaron: Nada de eso. El que parece serlo es ése que está a tu lado.

Entonces exclamó el mandadero: ¡Por Alá! Esta noche he entrado en esta casa por primera vez, y mejor habría sido dormir sobre un montón de piedras.

Entonces dijeron: Somos siete hombres, y ellas sólo son tres mujeres. Preguntemos la explicación de lo ocurrido, y si no quieren contestarnos de grado, que lo hagan a la fuerza.

Y todos se concertaron para obrar de ese modo, menos el visir, que les dijo: ¿Creen que su propósito es justo y honrado? Piensen que somos sus huéspedes, nos han impuesto condiciones y debemos cumplirlas Además, he aquí que se acaba la noche, y pronto irá cada uno a buscar su suerte por el camino de Alá.

Después guiñó el ojo al califa, y llevándole aparte, le dijo: Sólo nos queda permanecer aquí una hora. Te prometo que mañana pondré entre tus manos a estas jóvenes, y entonces les podrás preguntar su historia.

Pero el califa rehusó y dijo: No tengo paciencia para aguardar a mañana.

Y siguieron hablando todos, hasta que acabaron por preguntarse: ¿Cuál de nosotros les dirigirá la pregunta?

Y algunos opinaron que eso le correspondía al mandadero.

A todo esto, las jóvenes les preguntaron: ¿De qué hablan, buena gente?

Entonces el mandadero se levantó, se puso delante de la mayor de las tres hermanas, y le dijo: ¡Oh soberana mía! En nombre de Alá te pido y te conjuro, de parte de todos los convidados, que nos cuentes la historia de esas dos perras negras, y por qué las has castigado tanto, para llorar después y besarlas. Y dinos también, para que nos enteremos, la causa de esas huellas de latigazos que se ven en el cuerpo de tu hermana. Tal es nuestra petición. Y ahora, ¡que la paz sea contigo!

Entonces la joven les preguntó a todos. ¿Es cierto lo que dice este mandadero en su nombre? Y todos, excepto el visir, contestaron: Cierto es. Y el visir no dijo ni una palabra.

Entonces la joven, al oír su respuesta, les dijo: ¡Por Alá, huéspedes míos! Acaban de ofendernos de la peor manera. Ya se les advirtió oportunamente que si alguien hablaba de lo que no le importara, oiría lo que no le había de gustar. ¿No les ha bastado entrar en esta casa y comerse nuestras provisiones? Pero no tienen ustedes la culpa, sino nuestra hermana, por haberlos traído.

Y dicho esto, se remangó el brazo, dio tres veces con el pie en el suelo, y gritó: ¡Ea ! ¡Vengan enseguida! E inmediatamente se abrió uno de los pasajes cubiertos por cortinajes, y aparecieron siete negros, altos y robustos, que blandían agudos alfanjes. Y la dueña les dijo: Aten los brazos a esa gente de lengua larga, y amárrenlos unos a otros.

Y ejecutada la orden, dijeron los negros: ¡Oh señora nuestra! ¡Oh flor oculta a las miradas de los hombres! ¿Nos permites que les cortemos la cabeza?

Y ella contestó: Aguarden una hora, que antes de degollarlos he de interrogar para saber quiénes son.

Entonces exclamó el mandadero: ¡Por Alá, oh señora mía!, no me mates por el crimen de estos hombres. Todos han faltado y todos han cometido un acto criminal, pero yo no. ¡Por Alá! ¡Qué noche tan dichosa y tan agradable habríamos pasado si no hubiésemos visto a estos malditos saalik! Porque estos saalik de mal agüero son capaces de destruir la más floreciente de las ciudades sólo con entrar en ella.

Y en seguida recitó esta estrofa:

¡Qué hermoso es el perdón del fuerte!
¡Y sobre todo; qué hermoso cuando se otorga al indefenso!
¡Yo te conjuro por la inviolable amistad que existe entre los dos;
no mates al inocente por causa del culpable!

Cuando el mandadero acabó de recitar, la joven se echó a reír.

En este momento de su narración; Schehrazada vio aproximarse la mañana, y se calló discretamente.

Cuando llegó la noche siguiente ...

Ella dijo:

He llegado a saber, ¡oh rey afortunado!, que cuando la joven se echó a reír, después de haberse indignado, se acercó a los concurrentes, y dijo: Cuéntenme cuanto tengan que contar, pues sólo les queda una hora de vida. Y si tengo tanta paciencia, es porque son gente humilde, que si fueran de los notables, o de los grandes de su tribu, o si fueran de los que gobiernan, ya los habría castigado.

Entonces el califa dijo al visir: ¡Desdichados de nosotros, oh Giafar! Revélale quiénes somos, si no, va a matarnos.

Y el visir contestó: Bien merecido nos está.

Pero el califa dijo: No es ocasión oportuna para bromas; el caso es muy serio, y cada cosa en su tiempo.

Entonces la joven se acercó a los saalik, y les dijo: ¿Son ustedes hermanos? Y contestaron ellos: ¡No, por Alá! Somos los más pobres de los pobres, y vivimos de nuestro oficio, haciendo escarificaciones y poniendo ventosas.

Entonces fue preguntando a cada uno: ¿Naciste tuerto, tal como ahora estás?

Y el primero de ellos contestó: ¡No, por Alá! Pero la historia de mi desgracia es tan asombrosa, que si se escribiera con una aguja en el ángulo interior de un ojo, sería una lección para quien la leyera con respeto.

Y los otros dos contestaron lo mismo, y luego dijeron los tres: Cada uno de nosotros es de un país distinto, pero nuestras historias no pueden ser más maravillosas, ni nuestras aventuras más prodigiosamente extrañas.

Entonces dijo la joven: Que cada cual cuente su historia, y después se lleve la mano a la frente para darnos las gracias, y se vaya en busca de su destino.

El mandadero fue el primero que se adelantó y dijo: ¡Oh señora mía! Yo soy sencillamente un mandadero, y nada más. Su hermana me hizo cargar con muchas cosas y venir aquí. Me ha ocurrido con ustedes lo que saben muy bien, y no he de repetirlo ahora, por razones que se les alcanzan. Y tal es toda mi historia. Y nada podré añadir a ella, sino que les deseo la paz.

Entonces la joven le dijo: ¡Vaya!, llévate la mano a la cabeza, para ver si está todavía en su sitio, arréglate el pelo, y márchate.

Pero replicó el mozo: ¡Oh! ¡No, por Alá! No me he de ir hasta que oiga el relato de mis compañeros.

Entonces el primer saalik entre los saalik, avanzó para contar su historia, y dijo:
Presentación de Omar CortésHistoria del joven encantado y de los pecesHistoria del primer saalikBiblioteca Virtual Antorcha