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LAS MIL Y UNA NOCHES
Voy a contarte, ¡oh mi señora!, el motivo de que me afeitara las barbas y de haber perdido un ojo.
Sabe, pues, que mi padre era rey. Tenía un hermano, y ese hermano era rey en otra ciudad. Y ocurrió la coincidencia de que el mismo
día que mi madre me parió nació también mi primo.
Después pasaron los años, y después de los años y los días, mi primo y yo crecimos. He de decirte que, con intervalos de algunos años, iba a visitar a mi tío y a pasar con él algunos meses. La última vez que le visité me dispensó mi primo una acogida de las más amplias y más generosas, y mandó degollar varios carneros en mi honor y clarificar numerosos vinos. Luego empezamos a beber hasta que el vino pudo más que nosotros. Entonces mi primo me dijo: ¡Oh primo mío! Ya sabes que te quiero extremadamente, y te he de pedir una cosa im portante. No quisiera que me vayas a negar ni que me impidas hacer lo que he resuelto.
Y yo le contesté: Así sea, con toda la simpatía y
generosidad de mi corazón.
Y para fiar más en mí, me hizo prestar el más sagrado de los juramentos, haciéndome jurar sobre el Libro Noble. Y en seguida se levantó, se ausentó unos instantes, y después volvió con una mujer ricamente vestida y perfumada, con un atavío tan fastuoso, que suponía una gran riqueza. Y volviéndose hacia mí, con la mujer detrás de él, me dijo: Toma esta mujer y acompáñala al sitio que voy a indicarte. Y me señaló el sitio, explicándolo tan detalladamente que lo comprendí muy bien. Luego añadió: Allí encontrarás una tumba entre las otras tumbas, y en ella me aguardarás.
Yo no me pude negar a ello porque había jurado con la mano derecha. Y cogí a la mujer, y marchamos al sitio que me había indicado, y nos sentamos allí para esperar a mi primo, que no tardó en presentarse, llevando una vasija llena de agua, un saco con yeso y una piqueta. Y lo dejó todo en
el suelo, conservando en la mano nada más que la piqueta, y marchó
hacia la tumba, quitó una por una las piedras y las puso aparte. Después
cavó con la piqueta hasta descubrir una gran losa. La levantó, y apareció una escalera abovedada. Se volvió entonces hacia la mujer, y le dijo: Ahora puedes elegir. Y la mujer bajó en seguida la escalera y desapareció.
Entonces él se volvió hacia mí y me dijo: ¡Oh primo mío!, te ruego que acabes de completar este favor, y que, cuando haya bajado, eches la losa y la cubras con tierra, como estaba. Y así completarás este favor que me has hecho. En cuanto al yeso que hay en el saco y en cuanto al agua de la vasija, los mezclarás bien y después pondrás las piedras como antes, y con la mezcla llenarás las juntas de modo que nadie pueda adivinar que es obra reciente. Porque hace un año que estoy haciendo este trabajo, y sólo Alá lo sabe.
Y luego añadió: Y ahora ruega a Alá que no me abrume de tristeza por estar lejos de ti, primo mío.
En seguida bajó la escalera, y desapareció en la tumba. Cuando hubo desaparecido de mi vista, me levanté, volví a
poner la losa, e hice todo lo demás que me había mandado, de modo que la tumba quedó como antes estaba.
Regresé al palacio, pero mi tío se había ido de caza, y entonces decidí acostarme aquella noche. Después, cuando vino la mañana, comencé a reflexionar sobre todas las cosas de la noche anterior, y
particularmente sobre lo que me había ocurrido con mi primo, y me
arrepentí de cuanto había hecho. ¡Pero con el arrepentimiento no remediaba
nada! Entonces volví hacia las tumbas y busqué, sin poder encontrarla, aquella en que se había encerrado mi primo. Y seguí buscando hasta cerca del anochecer, sin hallar ningún rastro. Regresé entonces al palacio y no podía beber, ni comer, ni apartar el recuerdo de lo que me había ocurrido con mi primo, sin poder descubrir qué era de él. Y me afligí con una aflicción tan considerable, que toda la noche la pasé muy apenado hasta la mañana. Marché en seguida otra vez al cementerio, y volví a buscar la tumba entre todas las demás, pero sin ningún resultado. Y continué mis pesquisas durante siete
días más, sin encontrar el verdadero camino. Por lo cual aumentaron
de tal modo mis temores, que creí volverme loco.
Decidí viajar en busca de remedio para mi aflicción, y regresé al país de mi padre. Pero al llegar a las puertas de la ciudad salió un grupo de hombres, se echaron sobre mí y me ataron los brazos. Entonces me
quedé completamente asombrado, puesto que yo era el hijo del sultán
y aquellos los servidores de mi padre y también mis esclavos. Y me
entró un miedo muy grande, y pensaba: ¿Quién sabe lo que le habrá
podido ocurrir a mi padre?
Y pregunté a los que me habían atado los brazos, y no quisieron contestarme. Pero poco después, uno de ellos, esclavo mío, me dijo: La suerte no se ha mostrado propicia con tu padre. Los soldados le han hecho traición y el visir lo ha mandado matar. Nosotros estábamos emboscados, aguardando que cayeses en nuestras manos.
Luego me condujeron a viva fuerza. Yo no sabía lo que me pasaba, pues la muerte de mi padre me había llenado de dolor. Y me
entregaron a las manos del visir que había matado a mi padre. Pero
entre este visir y yo existía un odio muy antiguo. Y la causa de este
odio consistía en que yo, de joven, fui muy aficionado al tiro de
ballesta, y ocurrió la desgracia de que un día entre los días me hallaba
en la azotea del palacio de mi padre, cuando un gran pájaro descendió
sobre la azotea del palacio del visir, el cual estaba en ella. Quise matar
al pájaro con la ballesta, pero la ballesta erró al pájaro, hirió en un
ojo al visir y se lo hundió, por voluntad y juicio escrito de Alá.
Ya lo dijo el poeta:
¡Deja que se cumplan los destinos; no quieras desviar el fallo de los jueces de la tierra!
Y el saalik prosiguió de este modo:
Cuando dejé tuerto al visir, no se atrevió a reclamar en contra mía, porque mi padre era el rey del pais. Pero ésta era la causa de su
odio.
Y cuando me presentaron a él, con los brazos atados, dispuso que me cortaran la cabeza. Entonces le dije: ¿Por qué me matas si no he
cometido ningún crimen?
Y contestó: ¿Qué mayor crimen que éste?
Y señalaba su ojo hueco. Y yo dije: Eso lo hice contra mi voluntad.
Pero él replicó: Si lo hiciste contra tu voluntad, yo voy a hacerlo con toda la mía. Y dispuso: ¡Tráiganlo a mis manos! Y me llevaron entre sus manos.
Entonces extendió la mano, clavó su dedo en mi ojo izquierdo, y lo hundió completamente. ¡Y desde entonces estoy tuerto, como todos ven!
Hecho esto, ordenó que me matasen y me metiesen en un cajón.
Después llamó al verdugo, y le dijo: Te lo entrego. Desenvaina tu alfanje y lleva a este hombre fuera de la ciudad; lo matas y lo dejas allí para que se lo coman las fieras.
Entonces el verdugo me llevó fuera de la ciudad. Y me sacó de la caja con las manos atadas y los pies encadenados, y me quiso vendar los ojos antes de matarme. Pero entonces rompí a llorar y recité estas estrofas:
¡Te elegí como firme coraza para librarme de mis enemigos, y eres la lanza y el agudo hierro con que me atraviesan!
Cuando el verdugo oyó estos versos, recordó que había servido a mi padre y que yo le había colmado de beneficios, y me dijo: ¿Cómo iba yo a matarte, si soy tu esclavo? Y añadió: Escápate. ¡Te salvo la vida! Pero no vuelvas a esta comarca, porque perecerías y me harías perecer contigo, según dice el poeta:
¡Anda! ¡Libértate, amigo, y salva a tu alma de la tiranía! ¡Deja que las casas sirvan de tumba a quienes las han construido!
Cuando acabó de recitar estos versos le besé las manos, y mientras no me vi muy lejos de aquellos lugares no pude creer en mi salvación.
Pensando que había salvado la vida, pude consolarme de haber
perdido un ojo, y seguí caminando hasta llegar a la ciudad de mi tío. Entré en su palacio y le referí todo lo que le había ocurrido a mi padre y todo lo qué me había ocurrido a mí. Entonces derramó muchas lágrimas, y exclamó: ¡Oh sobrino mío!, vienes a añadir una aflicción a mis aflicciones y un dolor a mis dolores. Porque has de saber que el hijo de tu pobre tio ha desaparecido hace muchos días, y nadie sabe dónde está.
Y rompió a llorar tanto, que se desmayó. Cuando volvió en sí,
me dijo: Estaba afligidísimo por tu primo, y ahora se aumenta mi dolor con lo ocurrido a ti y a tu padre. En cuanto a ti, ¡oh hijo mío! más vale haber perdido un ojo que la vida.
Al oírle hablar de este modo, no pude callar por más tiempo lo que le había ocurrido a mi primo, y le revelé toda la verdad. Mi tío, al
saberla, se alegró hasta el límite de la alegría; y me dijo: Llévame en
seguida a esa tumba. Y contesté: ¡Por Alá!, no sé donde está esa
tumba. He ido muchas veces a buscarla, sin poder dar con ella.
Entonces nos fuimos al cementerio, y al fin, después de buscar en todos sentidos, acabé por encontrarla. Y yo y mi tío llegamos al límite de la alegría, y entramos en la bóveda, quitamos la tierra, apartamos la losa y descendimos los cincuenta peldaños que tenía la escalera.
Al llegar abajo, subió hacia nosotros una humareda que nos cegaba. Pero en seguida mi tío pronunció la Palabra que libra de todo temor a quien la dice, y es ésta: ¡No hay poder ni fuerza más que en Alá, el Altísimo, el Omnipotente!
Después seguimos andando hasta llegar a un gran salón que estaba lleno de harina y de grano de todas las especies, de manjares de
todas clases y de otras muchas cosas. Y vimos en medio del salón un
lecho cubierto por unas cortinas. Mi tío miró hacia el interior del lecho,
y vio a su hijo en brazos de aquella mujer que le había acompañado,
pero ambos estaban totalmente convertidos en carbón, como si los hubieran
echado en un homo.
A l verlos, escupió mi tío en la cara de su hijo, y exclamó: Mereces el suplicio de este bajo mundo que ahora sufres, pero aún te falta el del otro, que es mas terrible y más duradero.
Y después de haberle escupido, se descalzó una babucha, y con la suela le dio en la cara.
En este momento de su narración, Schehrazada vio aproximarse la mañana, y discretamente no quiso abusar del permiso que se le había concedido.
Cuando llegó la noche siguiente ...
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado!, que el saalik, mientras la concurrencia escuchaba su relato prosiguió diciendo a la joven:
Después que mi tío dio con la babucha en la cara de su hijo, que estaba allí tendido y hecho carbón, me quedé prodigiosamente sorprendido
ante aquel golpe. Y me afligió mucho ver a mi primo convertido en carbón, ¡tan joven como era! Y en seguida exclamé:
¡Por Alá!, ¡oh tío mío! Alivia un poco los pesares de tu corazón. Porque yo sufro mucho con lo que ha ocurrido a tu hijo. Y sobre todo, me aflige verlo convertido en carbón, lo mismo que a esa joven, y que tú,
no contento con esto, le pegues con la suela de tu babucha.
Entonces mi tío me contó lo siguiente:
¡Oh sobrino mío! Sabe que este joven, que es mi hijo, ardió en amores por su hermana desde la niñez. Y yo siempre le alejaba de ella, y me decía: Debo estar tranquilo, porque aún son muy jóvenes. Sin
embargo, eché a mi hijo una reprimenda terrible y le dije: ¡Cuidado con esas acciones que nadie ha cometido hasta ahora, ni nadie cometerá después! ¡Cuenta que no habría reyes que tuvieran que arrastrar tanta vergüenza ni tanta ignominia como nosotros! ¡Y los correos propagarían a caballo nuestro escándalo por todo el mundo! ¡Guárdate, pues, si no quieres que te maldiga y te mate! Después cuidé de separarla a ella y de separarle a él.
Así, pues, cuando mi hijo vio que le había separado de su hermana, debió fabricar este asilo subterráneo sin que nadie lo supiera; y
como ves, trajo a él manjares y otras cosas; y se aprovechó de mi ausencia,
cuando yo estaba en la cacería, para venir aquí con su hermana.
Con esto provocaron Injusticia del Altísimo y Muy Glorioso. Y
ella los abrasó aquí a los dos. Pero el suplicio del mundo futuro es más
terrible todavía y más duradero.
Entonces mi tío se echó a llorar, y yo lloré con él. Y después exclamó: ¡Desde ahora serás mi hijo en vez del otro!
Pero yo me puse a meditar durante una hora sobre los hechos de este mundo y en otras cosas: en la muerte de mi padre por orden del
visir, en su trono usurpado, en mi ojo hundido, ¡que todos ven!, y en
todas estas cosas tan extraordinarias que le habían ocurrido a mi primo,
y no pude menos de llorar otra vez.
Luego salimos de la tumba, echamos la losa, la cubrimos con
tierra y dejándolo todo como estaba antes, volvimos a palacio.
Apenas llegamos oímos sonar instrumentos de guerra, trompetas
y tambores, y vimos que corrían los guerreros. Y toda la ciudad se llenó de ruidos, del estrépito y del polvo que levantaban los cascos de los caballos. Nuestro espíritu se hallaba en una gran perplejidad, no acertando la causa de todo aquello. Pero por fin mi tío acabó por preguntar la razón de estas cosas, y le dijeron: Tu hermano ha sido muerto por el visir, que se ha apresurado a reunir sus tropas y a venir súbitamente al asalto de la ciudad, y los habitantes han visto que no podían ofrecer resistencia, y han rendido la ciudad a discreción.
Al oír todo aquello, me dije: ¡Seguramente me matará si caigo en sus manos! Y de nuevo se amontonaron en mi alma las penas y las
zozobras, y empecé a recordar las desgracias ocurridas a mi padre y a
mi madre. No sabía qué hacer, pues si me veían los soldados estaba perdido y no hallé otro recurso que afeitarme la barba. Así es que me afeité la barba, me disfracé como pude, y me escapé de la ciudad. Y me dirigí hacia esta ciudad de Bagdad, donde esperaba llegar sin contratiempo y encontrar alguien que me guiase al palacio del Emir de los Creyentes, Harún Al Rashid, el califa del
Amo del Universo, a quien quería contar mi historia y mis aventuras.
Llegué a Bagdad esta misma noche, y como no sabía dónde ir,
me quedé muy perplejo. Pero de pronto me encontré cara a cara con este saalik, y le deseé la paz y le dije: Soy extranjero. Y él me contestó: Yo también lo soy. Y estábamos hablando, cuando vimos acercarse a este tercer saalik, que nos deseó la paz y nos dijo: Soy extranjero. Y le contestamos: También lo somos nosotros. Y anduvimos juntos hasta que nos sorprendieron las tinieblas. Entonces el Destino nos guió felizmente a esta casa, cerca de ustedes, señoras mías.
Tal es la causa de que me vean afeitado y tenga un ojo saltado.
Cuando hubo acabado de hablar, le dijo la mayor de las tres doncellas: Está bien; acaríciate la cabeza y vete.
Pero el primer saalik contestó: No me iré hasta que haya oído los relatos de los demás.
Y todos estaban maravillados de aquella historia tan prodigiosa, y el califa dijo al visir: En mi vida he oído aventura semejante a la de este saalik.
Entonces el primer saalik fue a sentarse en el suelo, con las piernas cruzadas, y el otro dio un paso, besó la tierra entre las manos de la
joven, y refirió lo que sigue:
¡No sientas alegría ni aflicción por ninguna cosa, pues las cosas no son eternas!
¡Se ha cumplido nuestro destino; hemos seguido con toda fidelidad los renglones escritos por la Suerte; porque aquel para quien, la Suerte escribió un renglón, no tiene más remedio que seguirlo!
¡Cuando disponía del poder, mi mano derecha, la que debía castigar, se abstenía, pasando el arma a mi mano izquierda, que no la sabía esgrimir! ¡Así obraba yo!
¡No insistas, te lo ruego, en tus reproches crueles; deja que sólo los enemigos me arrojen las flechas dolorosas!
¡Concede a mi pobre alma, torturada por los enemigos, el don del silencio; no la oprimas más con la dureza y el peso de tus palabras!
¡Confié en mis amigos para que me sirviesen de sólidas corazas; y así lo hicieron, pero en manos de los enemigos y contra mí!
¡Los elegí para que me sirviesen de flechas mortales; y lo fueron, pero contra mi corazón!
¡Cultivé sus corazones para hacerlos fieles; y fueron fieles, pero a otros amores!
¡Los cuidé fervorosamente para que fuesen constantes; y lo fueron, pero en la traición!
¡Anda ! ¡Podrás encontrar otras tierras que las tuyas, otros países distintos de tu país, pero nunca hallarás más alma que tu alma!
¡Piensa que es muy insensato vivir en un país de humillaciones, cuando la tierra de Alá es ancha hasta lo infinito!
¡Sin embargo ... está escrito! ¡Está escrito que el hombre destinado a morir en un país no podrá morir más que en el país de su destino! Pero, ¿sabes tú cuál es el país de tu destino? ...
¡Y sobre todo, no olvides nunca que el cuello del león no llega a su desarrollo hasta que su alma se ha desarrollado, con toda libertad!
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