Presentación de Omar CortésHistoria de Zobeida, la mayor de las jóvenesHistoria de la mujer despedazada, de las tres manzanas y del negro RhianBiblioteca Virtual Antorcha

LAS MIL Y UNA NOCHES

XVII


Historia de Amina, la segunda joven






Al oír estas palabras del califa, la joven Amina avanzó un paso, y llena de timidez ante las miradas impacientes, dijo así:

¡Oh Emir de los Creyentes! No, te repetiré las palabras de Zobeida acerca de nuestros padres. Sabe, pues, que cuando nuestro padre murió, yo y Fahima, la hermana más pequeña de las cinco, nos fuimos a vivir solas con nuestra madre, mientras mi hermana Zobeida y las otras dos marcharon con la suya.

Poco después mi madre me casó con un anciano, que era el más rico de la ciudad y de su tiempo. Al año siguiente murió en la paz de Alá mi viejo esposo, dejándome como parte legal de herencia, según ordena nuestro código oficial, ochenta mil dinares en oro.

Me apresuré a comprarme con ellos diez magníficos vestidos, cada uno de mil dinares, y no hube de carecer absolutamente de nada.

Un día entre los días, hallándome cómodamente sentada, vino a visitarme una vieja. Nunca la había visto. Esta vieja era horrible: su cara tenía la nariz aplastada, peladas las cejas, los dientes rotos, el pescuezo torcido, y le goteaba la nariz. Bien la describió el poeta:

¡Vieja de mal agüero ! ¡Si la viese Eblis, le enseñaría todos los fraudes sin tener que hablar, pues bastaría con el silencio únicamente!
¡Podría desenredar a mil mulos que se hubieran enredado en una telaraña, y no rompería la tela!

La vieja me saludó y me dijo: ¡Oh señora llena de gracias y cualidades! Tengo en mi casa a una joven huérfana que se casa esta noche. Y vengo a rogarte (¡Alá otorgará la recompensa a tu bondad!) que te dignes honramos asistiendo a la boda de esta pobre doncella tan afligida y tan humilde, que no conoce a nadie en esta ciudad y sólo cuenta con la protección del Altísimo.

Y después la vieja se echó a llorar y comenzó a besarme los pies.

Yo que no conocía su perfidia, sentí lástima de ella, y le dije: Escucho y obedezco.

Entonces dijo: Ahora me ausento con tu venia, y entretanto vístete, pues al anochecer volveré a buscarte.

Y besándome la mano, se marchó.

Fui entonces al hammam y me perfumé; después elegí el más hermoso de mis diez trajes nuevos, me adorné con mi hermoso collar de perlas, mis brazaletes, mis ajorcas y todas mis joyas, y me puse un gran velo azul de seda y oro, el cinturón de brocado y el velillo para la cara, luego de prolongarme los ojos con kohl.

Y he aquí que volvió la vieja y me dijo: ¡Oh señora mía!, ya está la casa llena de damas, parientes del esposo, que son las más linajudas de la ciudad. Les avisé de tu segura llegada, se alegraron mucho, y te esperan con impaciencia.

Llevé conmigo algunas de mis esclavas, y salimos todas andando hasta llegar a una calle ancha y bien regada, en la que soplaba fresca brisa. Y vimos un gran pórtico de mármol con una cúpula monumental de mármol y sostenida por arcadas. Y desde aquel pórtico vimos el interior de un palacio tan alto, que parecía tocar las nubes. Penetramos, y llegadas a la puerta, la vieja llamó y nos abrieron. Y a la entrada encontramos un corredor revestido de tapices y colgaduras. Colgaban del artesonado lámparas de colores encendidas, y en las paredes había candelabros encendidos también y objetos de oro y plata, joyas y armas de metales preciosos. Atravesamos este corredor, y llegamos a una sala tan maravillosa, que sería inútil describirla.

En medio de la sala, que estaba tapizada con sedas, aparecía un techo de mármol incrustado de perlas y cubierto con un mosquitero de raso.

Entonces vimos salir del lecho a una joven tan bella como la luna. Y me dijo: ¡Marhaba ! ¡Ahlan! ¡Ua sabían! ¡Oh hermana mía, nos haces el mayor honor humano! ¡Anastina! ¡Eres nuestro dulce consuelo, nuestro orgullo!

Y para honrarme, recitó estos versos del poeta:

¡Si las piedras de la casa hubiesen sabido la visita de huésped tan encantador, se habrían alegrado en extremo, inclinándose ante la huella de tus pasos para anunciarse la buena nueva!
¡Y exclamarían en su lengua: ¡Ahlan! ¡Ua sabían! ¡Honor a las personas adornadas de grandeza y de generosidad!

Luego se sentó, y me dijo: ¡Oh hermana mía! He de anunciarte que tengo un hermano que te vio cierto día en una boda. Y este joven es muy gentil, y mucho más hermoso que yo. Y desde aquella noche te ama con todos los impulsos de un corazón enamorado y ardiente. Y él es quien ha dado dinero a la vieja para que fuese a tu casa y te trajese aquí con el pretexto que ha inventado. Y ha hecho todo esto para encontrarte en mi casa, pues mi hermano no tiene otro deseo que casarse contigo este año bendecido por Alá y por su Enviado. Y no debe avergonzarse de estas cosas, porque son lícitas.

Cuando oí tales palabras, y me vi conocida y estimada en aquella mansión, le dije a la joven: Escucho y obedezco.

Entonces, mostrando una gran alegría, dio varias palmadas. Y a esta señal, se abrió una puerta y entró un joven como la luna, según dijo el poeta:

¡Ha llegado a tal grado de hermosura, que se ha convertido en obra verdaderamente digna del Creador! ¡Una joya que es realmente la gloria del orfebre que hubo de cincelarla!
¡Ha llegado a la misma perfección de la belleza!
¡No te asombres si enloquece de amor a todos los humanos!
¡Su hermosura resplandece a la vista, por estar inscrita en sus facciones!
¡Juro que no hay nadie má s bello que él!

Al verle, se predispuso mi corazón en favor suyo. Entonces el joven avanzó y fue a sentarse junto a su hermana, y en seguida entró el kadi con cuatro testigos, que saludaron y se sentaron. Después el kadi escribió mi contrato de matrimonio con aquel joven, los testigos estamparon sus sellos, y se fueron todos.

Entonces el joven se me acercó, y me dijo: ¡Se a nuestra noche una noche bendita!

Y luego añadió: ¡Oh señora mía! quisiera imponerte un condición.

Yo le contesté: Habla, dueño mío. ¿Qué condición es esa?

Entonces se incorporó, trajo el Libro Sagrado, y me dijo. Vas a jurar por el Corán que nunca elegirás a otro más que a mí, ni sentirás inclinación hacia otro.

Y yo juré observar la condición aquella.

Al oírme se mostró muy contento, me echó al cuello los brazos, y sentí que su amor penetraba hasta el fondo de mi corazón.

Enseguida los esclavos pusieron la mesa, y comimos y bebimos hasta la saciedad. Y llegada la noche, me cogió y se tendió conmigo en el lecho. Y pasamos la noche, uno en brazos de otro, hasta que fue de día.

Vivimos durante un mes en la alegría y en la felicidad. Y al concluir este mes, pedí permiso a mi marido para ir al zoco y comprar algunas telas. Me concedió este permiso. Entonces me vestí y llevé conmigo a la vieja, que se había quedado en la casa, y nos fuimos al zoco. Me paré a la puerta de un joven mercader de sedas que la vieja me recomendó mucho por la buena calidad de sus géneros y a quien conocía muy de antiguo.

Y añadió: Es un muchacho que heredó mucho dinero y riquezas al morir su padre.

Después, volviéndose hacia el mercader, le dijo: Saca lo mejor y más caro que tengas en tejidos, que son para esta hermosa dama.

Y dijo él: Escucho y obedezco.

Y la vieja, mientras el mercader desplegaba las telas, seguía elogiándolo y haciéndome observar sus cualidades, y yo le dije: No me importan sus cualidades ni los elogios que le diriges, pues no hemos venido más que a comprar lo que necesitamos, para volvernos luego a casa.

Y cuando hubimos escogido la tela, ofrecimos al mercader el dinero de su importe. Pero él se negó a tomar el dinero, y nos dijo: Hoy no le cobraré dinero alguno; eso es un regalo por el placer y por el honor que recibo al verla en mi tienda.

Entonces le dije a la vieja: Si no quiere aceptar el dinero, devuélvele la tela.

Y él exclamó: ¡Por Alá! No quiero tomar nada de ustedes. Todo eso se lo regalo. En cambio, ¡oh hermosa joven!, concédeme un beso, sólo un beso. Porque yo doy más valor a ese beso que a todas las mercancías de mi tienda.

Y la vieja le dijo riéndose: ¡Oh guapo mozo!, locura es considerar un beso como cosa tan inestimable.

Y a mí me dijo: ¡Oh hija mía!, ¿has oído que dice este joven mercader? No tengas cuidado, que nada malo ha de pasar porque te dé un beso únicamente, y en cambio, podrás escoger y tomar lo que más te plazca de todas esas telas preciosas.

Entonces contesté: ¿No sabes que estoy ligada por un juramento?

Y la vieja replicó: Déjale que te bese, que con que tú no hables ni te muevas, nada tendrás que echarte en cara. Y además, recogerás el dinero, que es tuyo, y la tela también.

Y tanto siguió encareciéndolo la vieja, que hube de consentir. Y para ello, me tapé los ojos y extendí el velo, a fin de que no vieran nada los transeúntes. Entonces el joven mercader ocultó la cabeza debajo de mi velo, acercó sus labios a mi mejilla y me besó. Pero a la vez me mordió tan bárbaramente, que me rasgó la carne. Y me desmayé de dolor y de emoción.

Cuando volví en mí, me encontré echada en las rodillas de la vieja, que parecia muy afligida. En cuanto a la tienda, estaba cerrada y el joven mercader había desaparecido.

Entonces la vieja me dijo: ¡Alá sea loado, por librarnos de mayor desdicha!

Y luego añadió: Ahora tenemos que volver a casa. Tú fingirás estar indispuesta, y yo te traeré un remedio que te curará la mordedura inmediatamente.

Entonces me levanté, y sin poder dominar mis pensamientos y mi terror por las consecuencias, eché a andar hacia mi casa, y mi espanto iba creciendo según nos acercábamos.

Al llegar, entré en mi aposento y me fingí enferma.

A poco entró mi marido y me preguntó muy preocupado: ¡Oh dueña mía!, ¿qué desgracia te ocurrió cuando saliste?

Yo le contesté: Nada. Estoy bien.

Entonces me miró con atención, y dijo: Pero ¿qué herida es esa que tienes en la mejilla, precisamente en el sitio más fino y suave?

Y yo le dije entonces: Cuando salí hoy con tu permiso a comprar esas telas, un camello cargado de leña ha tropezado conmigo en una calle llena de gente, me ha roto el velo y me ha desgarrado la mejilla, según ves. ¡Oh, qué calles tan estrechas las de Bagdad!

Entonces se llenó de ira, y dijo: ¡Mañana mismo iré a ver al gobernador para reclamar contra los camelleros y leñadores, y el gobernador los mandará ahorcar a todos!

Al oírle, repliqué compasiva: ¡Por Alá sobre ti ! ¡No te cargues con pecados ajenos! Además, yo he tenido la culpa, por haber montado en un borrico que empezó a galopar y cocear. Caí al suelo, y por desgracia había allí un pedazo de madera que me ha desollado la cara, haciéndome esta herida en la mejilla.

Entonces exclamó él: ¡Mañana iré a ver a Giafar Al-Baimaki, y le contaré esta historia, para que maten a todos los arrieros de la ciudad.

Y yo le repuse: Pero ¿vas a matar a todo el mundo por causa mía? Sabe que esto ha ocurrido sencillamente por voluntad de Alá, y por el Destino, a quien gobierna.

Al oírme, mi esposo no pudo contener su furia y gritó: ¡Oh pérfida! ¡Basta de mentiras! ¡Vas a sufrir el castigo de tu crimen!

Y me trató con las palabras más duras, y a una llamada suya se abrió la puerta y entraron siete negros terribles, que me sacaron de la cama y me tendieron en el centro del patio. Entonces mi esposo mandó a uno de estos negros que me sujetara por los hombros y se sentara sobre mí y a otro negro que se apoyase en mis rodillas para sujetarme las piernas. Y en seguida avanzó un tercer negro con una espada en la mano, y dijo: ¡Oh mi señor!, le asestaré un golpe que la partirá en dos mitades. Y otro negro añadió: Y cada uno de nosotros cortará un buen pedazo de carne y se lo echará a los peces del río de la Dejla, pues así debe castigarse a quien hace traición al juramento y al cariño.

Y en apoyo de lo que decía, recitó estos versos:

¡Si supiese que otro participa del cariño de la que amo, mi alma se rebelaría hasta arrancar de ella tal amor de perdición!
Y le diría a mi alma: ¡Mejor será que sucumbamos, nobles! ¡Porque no alcanzará la dicha el que ponga su amor en un pecho enemigo!

Entonces mi esposo dijo al negro que empuñaba la espada: ¡Oh valiente Saad! ¡Hiere a esa pérfida!

Y Saad levantó el acero. Y mi esposo me dijo: Ahora di en alta voz tu acto de fe y recuerda las cosas y trajes y efectos que te pertenecen para que hagas testamento, porque ha llegado el fin de tu vida.

Entonces le dije: ¡Oh servidor de Alá el Óptimo!, dame nada más el tiempo necesario para hacer mi acto de fe y mi testamento.

Después, levanté al cielo la mirada, la volví a bajar y reflexioné acerca del estado mísero e ignominioso en que me veía, arrasándoseme en lágrimas los ojos, y recité llorando estas estrofas:

¡Encendiste en mis entrañas la pasión, para enfriarte después!
¡Hiciste que mis ojos velarán largas noches, para dormirte luego!
¡Pero yo te reservé un sitio entre mi corazón y mis ojos!
¿Cómo te ha de olvidar mi corazón, ni han de cesar de llorarte mis ojos?
¡Me habías jurado una constancia sin límite, y apenas tuviste mi corazón, me dejaste!
¡Y ahora no quieres tener piedad de ese corazón ni compadecerte de mi tristeza!
¿Es que no naciste más que para ser causa de mi desdicha y de la de toda mi juventud?
¡Oh amigos míos!, les conjuro por Alá para que cuando yo muera escriban en la losa de mi tumba: ¡Aquí yace un gran culpable! ¡Uno que amó!
¡Y el afligido caminante que conozca los sufrimientos del amor, dirigirá a mi tumba una mirada compasiva!

Terminados los versos, seguía llorando, y al oírme y ver mis lágrimas, mi esposo se excitó y enfureció más todavía, y dijo estas estancias:

¡Si así dejé a la que mi corazón amaba, no ha sido por hastío ni cansancio!
¡Ha cometido una falta que merece el abandono!
¡Ha querido asociar a otro a nuestra ventura, cuando ni mi corazón, ni mi razón, ni mis sentidos pueden tolerar sociedad semejante!

Y cuando acabó sus versos yo lloraba aún, con la intención de conmoverle, y dije para mí: Me tornaré sumisa y humilde. Y acaso me indulte de la muerte, aunque se apodere de todas mis riquezas.

Y le dirigí mis súplicas, y recité con gentileza estas estrofas:

¡En verdad te juro que, si quisieses ser justo no mandarías que me matasen!
¡Pero es sabido que el que ha juzgado inevitable la separación nunca supo ser justo!
¡Me cargaste con todo el peso de las consecuencias del amor, cuando mis hombros apenas podían soportar el peso de la túnica más fina o algún otro todavía má s ligero!
¡Y sin embargo, no es mi muerte lo que me asombra, sino que mi cuerpo, después de la ruptura, siga deseándote!

Terminados los versos, mis sollozos continuaban. Y entonces me miró, me rechazó con ademán violento, me llenó de injurias, y me recitó estos otros:

¡Atendiste a un cariño que no era el mío, y me has hecho sentir todo tu abandono!
¡Pero yo te abandonaré como tú me has abandonado, desdeñando mi deseo! ¡Y tendré contigo la misma consideración que conmigo tuviste!
¡Y me apasionaré por otra, ya que a otro te inclinaste! ¡Y de la ruptura eterna entre nosotros no tendré yo la culpa, sino tú solamente!

Y al concluir estos versos, dijo al negro: ¡Córtala en dos mitades! ¡Ya no es nada mío!

Cuando el negro dio un paso hacia mí, desesperé de salvarme, y viendo ya segura mi muerte, me confié en Alá Todopoderoso. Y en aquel momento vi entrar a la vieja, que se arrojó a los pies del joven, se puso a besarlos, y le dijo: ¡Oh hijo mío!, como nodriza tuya, te conjuro, por los cuidados que tuve contigo a que perdones a esta criatura, pues no cometió falta que merezca tal castigo. Además, eres joven todavía, y temo que sus maldiciones caigan sobre ti.

Y luego rompió a llorar, y continuó en sus súplicas para convencerle, hasta que él dijo: ¡Basta! Gracias a ti no la mato; pero la he de señalar de tal modo, que conserve las huellas todo el resto de su vida.

Entonces ordenó algo a los negros, e inmediatamente me quitaron la ropa, dejándome toda desnuda. Y él con una rama de membrillero me fustigó toda, con preferencia el pecho, la espalda y las caderas, tan recia y furiosamente, que hube de desmayarme, perdida ya toda esperanza de sobrevivir a tales golpes.

Entonces cesó de pegarme, y se fue, dejándome tendida en el suelo, mandando a los esclavos que me abandonasen en aquel estado hasta la noche, para transportarme después a mi antigua casa, a favor de la oscuridad.

Y los esclavos lo hicieron así, llevándome a mi antigua casa, como les había ordenado su amo.

Al volver en mí, estuve mucho tiempo sin poder moverme a causa de la paliza; luego me aplicaron varios medicamentos, y poco a poco acabé por curar; pero las cicatrices de los golpes no se borraron de mis miembros ni de mis carnes, como azotadas por correas y látigos. ¡Todos vieron sus huellas!

Cuando hube curado después de cuatro meses de tratamiento, quise ver el palacio en que fui víctima de tanta violencia; pero se hallaba completamente derruido, lo mismo que la calle donde estuvo, desde uno hasta el otro extremo. Y en el lugar de todas aquellas maravillas no había más que montones de basura acumulados por las barreduras de la ciudad. Y a pesar de todas mis tentativas, no conseguí noticias de mi esposo.

Entonces regresé al lado de Fahima que seguía soltera, y ambas fuimos a visitar a Zobeida, nuestra hermanastra, que te ha contado su historia y la de sus hermanas convertidas en perras. Y ella me contó su historia y yo le conté la mía, después de los acostumbrados saludos.

Y mi hermana Zobeida me dijo: ¡Oh hermana mía!, nadie está libre de las desgracias de la suerte. ¡Pero gracias a Alá, ambas vivimos aún! ¡Permanezcamos juntas desde ahora! ¡Y sobre todo que no se pronuncie siquiera la palabra matrimonio!

Y nuestra hermana Fahima vive con nosotras. Tiene el cargo de proveedora, y baja al zoco todos los días para comprar cuanto necesitamos; yo tengo la misión de abrir la puerta a los que llaman y de recibir a nuestros convidados, y Zobeida, nuestra hermana mayor, corre con el peso de la casa.

Y así hemos vivido muy a gusto, sin hombres, hasta que Fahima nos trajo al mandadero cargado con una gran cantidad de cosas, y le invitamos a descansar en casa un momento. Y entonces entraron los tres saalik, que nos contaron sus historias, y en seguida ustedes, vestidos de mercaderes.

Ya sabes, pues, lo que ocurrió y cómo nos han traído a tu poder, ¡oh Príncipe de los Creyentes!

¡Ésta es mi historia!

Entonces el califa quedó profundamente maravillado, y ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Cuando llegó la noche siguiente ...

Ella dijo:

He llegado a saber, ¡oh rey afortunado!, que el califa Harún Al-Rashid quedó maravilladísimo al oír las historias de las dos jóvenes Zobeida y Amina, que estaban ante él con su hermana Fahima, las dos perras negras y los tres saalik, y dispuso que ambas historias, así como las de los tres saalik, fuesen escritas por los escribas de palacio con buena y esmerada letra, para conservar los manuscritos en sus archivos.

En seguida dijo a la joven Zobeida: Y después, ¡oh mi noble señora! ¿No has vuelto a saber nada de la efrita que encantó a tus hermanas bajo la forma de estas dos perras?

Y Zobeida repuso: Podría saberlo, ¡oh Emir de los Creyentes!, pues me entregó un mechón de sus cabellos, y me dijo: Cuando me necesites, quema un cabello de estos y me presentaré por muy lejos que me halle, aunque estuviese detrás del Cáucaso.

Entonces el califa le dijo: ¡Dame uno de esos cabellos!

Y Zobeida le entregó el mechón, y el califa cogió un cabello y lo quemó.

Y apenas hubo de notarse el olor a pelo chamuscado, se estremeció todo el palacio con una violenta sacudida, y la efrita surgió de pronto en forma de mujer ricamente vestida. Y como era musulmana, no dejó de decir al califa: La paz sea contigo, ¡oh Vicario de Alá!

Y el califa le contestó: ¡Y desciendan sobre ti la paz, la misericordia de Alá, y sus bendiciones!

Entonees ella le dijo: Sabe, ¡oh Príncipe de los Creyentes!, que esta joven, que me ha llamado por deseo tuyo, me hizo un gran favor, y la semilla que en mí sembró siempre germinará, porque jamás he de agradecerle bastante los beneficios que le debo. A sus hermanas las convertí en perras, y no las maté para no ocasionarle a ella mayor sentimiento. Ahora, si tú, ¡oh Príncipe de los Creyentes!, deseas que las desencante, lo haré por consideración a ambos, pues no has de olvidar que soy musulmana.

Entonces el califa dijo: En verdad que deseo las liberes, y luego estudiaré más el caso de la joven azotada, y si compruebo la certeza de su narración, tomaré su defensa y la vengaré de quien la ha castigado con tanta injusticia.

Entonces la efrita dijo: ¡Oh Emir de los Creyentes! dentro de un instante te indicaré quién trató así a la joven Amina, quedándose con sus riquezas. Pero sabe que es el más cercano a ti entre los humanos.

Y la efrita cogió una vasija de agua, e hizo sobre ella sus conjuros, rociando después a las dos perras, y diciéndoles: ¡Recobren inmediatamente su primitiva forma humana!

Y al momento se transformaron las dos perras en dos jóvenes tan hermosas; que honraban a quien las creó.

Luego, la efrita, volviéndose hacia el califa, le dijo: El autor de los malos tratos contra la joven Amina es tu propio hijo El-Amín.

Y le refirió la historia, en cuya veracidad creyó el califa por venir de labios de una segunda persona, no humana, sino efrita.

Y el califa se quedó muy asombrado, pero dijo: ¡Loor a Alá porque intervine en el desencanto de las dos perras!

Después mandó llamar a su hijo El-Amín; le pidió explicaciones, y El-Amín respondió con la verdad. Y entonces el califa ordenó que se reuniesen los kadies y testigos en la misma sala en donde estaban los tres saalik, hijos de reyes, y las tres jóvenes, con sus dos hermanas desencantadas recientemente.

Y con auxilio de kadies y testigos, casó de nuevo a su hijo El-Amín con la joven Amina; a Zobeida con el primer saalik, hijo de rey; a las otras dos jóvenes con los otros dos saalik, hijos de reyes; y por último mandó extender su propio contrato de casamiento con la más joven de las cinco hermanas, la virgen Fahima, ¡la proveedora agradable y dulce!

Y mandó edificar un palacio para cada pareja, enriqueciéndoles para que pudieran vivir felices.

Pero —dijo Schehrazada dirigiéndose al rey Schahriar— no creas, ¡oh rey afortunado!, que esta historia sea más prodigiosa que la que ahora sigue.
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