LAS MIL Y UNA NOCHES
Entonces, Giafar Al-Barmaki dijo:
Sabe, ¡oh Comendador de los Creyentes!, que había en el país de Mesr un sultán justo y benéfico. Este sultán tenía un visir sabio y prudente, versado en las ciencias y las letras. Y este visir, que era muy
viejo, tenía dos hijos que parecían dos lunas. El mayor se llamaba
Chamseddin y el menor Nureddin; pero Nureddin, el más pequeño, era
ciertamente más guapo y mejor formado que Chamseddin, el cual, por otra parte, era perfecto. Pero nadie igualaba en todo el mundo a Nureddin. Era tan admirable, que en ninguna comarca se ignoraba su hermosura, y muchos viajeros iban a Egipto desde los países más remotos, sólo por el gusto de contemplar su perfección y las facciones de su rostro.
Pero quiso el Destino que falleciera su padre el visir. Y el sultán se condolió mucho. Enseguida mandó llamar a los dos jóvenes, hizo
que se aproximaran a él, les regaló trajes de honor, y les dijo: Desde
ahora desempeñarán junto a mí el cargo de su padre.
Entonces ellos se alegraron, y besaron la tierra entre las manos del sultán. Después hicieron que duraran todo un mes las exequias fúnebres de su padre, y en seguida empezaron a desempeñar su nuevo cargo de visires, y cada uno ejercía durante una semana las funciones del visirato. Y
cuando el sultán salía de viaje, sólo llevaba consigo a uno de los dos
hermanos.
Y una noche entre las noches, ocurrió que el sultán tenía que salir a la mañana siguiente, y habiéndole tocado el cargo de visir aquella
semana a Chamseddin, el mayor, los dos hermanos departían sobre asuntos diversos para entretener la velada. En el transcurso de la conversación,
el mayor dijo al menor: ¡Oh hermano mío!, creo que debemos pensar en casarnos, y mi intención es que nos casemos la misma noche.
Y Nureddin contestó: Hágase según tu voluntad, ¡oh hermano
mío!, pues estoy de acuerdo contigo en ésta y en todas las cosas.
Y convenido ya entre los dos este primer punto, Chamseddin dijo a Nureddin: Cuando, gracias a Alá, nos hayamos unido con dos jóvenes,
y suponiendo que nuestras mujeres conciban la primera noche de nuestras
bodas, y que luego den a luz en un mismo día (¡si Alá lo quiere!) tu
esposa un niño y la mía una niña, tendremos que casar uno con otro a
los dos primos.
Y Nureddin repuso: ¡Oh hermano mío! ¿Y qué piensas
pedir entonces como dote a mi hijo para darle a tu hija?
Y Chamseddin dijo: Pediré a tu hijo como precio de mi hija, tres mil dinares de oro, tres huertos y tres de los mejores pueblos de Egipto. Y realmente esto será bien poca cosa, comparado con mi hija. Y si tu hijo no quiere aceptar ese contrato, no habrá nada de lo dicho.
Al oírlo, respondió Nureddin: Pero ¿estás soñando? ¿Qué dote quieres pedirle a mi hijo? ¿Has olvidado que somos dos hermanos, y hasta dos visires en uno solo? En vez de esas exigencias deberías ofrecer como presente tu hija a mi hijo, sin pensar en pedirle ninguna dote. Además, ¿no sabes que el varón vale siempre más que la hembra? Y he aquí que el
varón es mi hijo, ¿y aún aspiras a que lleve la dote cuando es tu hija
quien debiera traerla? Obras como aquel comerciante que no quiere
vender su mercancía, y para asustar al parroquiano empieza por pedirle
cuatro veces su precio.
Entonces dijo Chamseddin: Sin duda te figuras que tu hijo es más noble que mi hija, lo cual demuestra que careces en absoluto de razón y sentido común, y sobre todo de agradecimiento. Porque al hablar del visirato, olvidas que tan altas funciones me las debes a mí solo, y si te asocié conmigo, fue por lástima únicamente, para que pudieses ayudarme en mi labor. ¡Pero, en fin, ya está dicho! Puedes creer lo que gustes, porque yo desde el momento en que piensas así, ¡ya no quiero casar a mi hija con tu hijo ni aun a peso de oro!
Mucho le dolieron estas palabras a Nureddin, que contestó: ¡Tampoco yo quiero casar a mi hijo con tu hija!
Y Chamseddin replicó entonces: Pues no hay para qué hablar más del asunto. Y como mañana tengo que marchar con el sultán, no dispongo de tiempo para que comprendas lo inconveniente de tus palabras. Pero después, ¡ya verás! ¡Cuando regrese, si Alá lo permite, sucederá lo que ha de suceder!
Entonces Nureddin se alejó, muy apenado por esta escena, y se
fue a dormir solo, con sus tristes pensamientos.
A la mañana siguiente salió de viaje el sultán acompañado del
visir Chamseddin, y se dirigió hacia la ribera del Nilo, lo atravesó en
dirección para llegar a Guesirah, y desde allí hasta las Pirámides.
En cuanto a Nureddin, después de haber pasado aquella noche
contrariadisimo por el modo de proceder de su hermano, se levantó casi al amanecer, hizo sus abluciones, dijo la primera oración matinal, y después se dirigió a su armario del cual sacó una alforja, y la llenó de oro, pensando siempre en las palabras despectivas de Chamseddin y en la humillación sufrida. Y entonces recitó estas estrofas:
¡Marcha, amigo mío! ¡Abandónalo todo, y marcha! ¡Otros amigos encontrarás en vez de los que dejas! ¡Marcha! ¡Deja la ciudad y arma tu tienda de campaña! ¡Y vive en ella! ¡Allí, y nada más
que allí, encontrarás las delicias de la vida!
Cuando acabó de recitar estos versos, mandó a uno de sus esclavos que le ensillase una mula torda, poderosa y rápida para la marcha. Y el esclavo preparó la mejor de todas las mulas, le puso una silla
guarnecida de brocado y de oro, con estribos indios y una gualdrapa de
terciopelo de Ispahán. Y lo hizo tan bien, que la mula parecía una recién
casada con su traje nuevo y brillante. Después todavía dispuso Nureddin que le echasen encima de todo un tapiz grande de seda y otro más pequeño, de raso, terminado lo cual, colocó entre los dos tapices la alforja llena de oro y de alhajas.
En seguida dijo a este esclavo y a todos los demás: Me voy a dar una vuelta por fuera de la ciudad, hacia la parte de Kaliubia, donde
pienso pasar tres noches. Siento una opresión en el pecho, y voy a
dilatar mis pulmones respirando el aire libre. Pero prohibo a todo el
mundo que me siga.
Y provisto de víveres para el camino, montó en la mula y se alejó rápidamente. No bien salió de El Cairo, anduvo tan ligero, que al mediodía llegó a Belbeis, donde se detuvo. Bajó de la mula para descansar
y dejarla descansar, comió algo, compró en Belbeis cuanto podía necesitar
para él y para la mula, y reanudó el viaje. Dos días después,
precisamente al mediodía, merced al paso de su mula, entró en Jerusalén,
la ciudad santa. Allí se apeó de la mula, descansó y la dejó reposar,
extrajo del saco algo de comida, y después de alimentarse colocó el
saco en el suelo para que le sirviese de almohada, luego de haber extendido
el tapiz grande de seda, se durmió, pensando siempre con
indignación en la conducta de su hermano.
Al otro día, al amanecer, montó de nuevo y no dejó de caminar a buen paso, hasta llegar a la ciudad de Alepo. Allí se hospedó en uno de
los khanes de la ciudad y dejó transcurrir tranquilamente tres días, descansando y dejando descansar a la mula, y cuando hubo respirado bien
el aire puro de Alepo, pensó en continuar el viaje. Y al efecto, montó
otra vez en la mula, después de haber comprado los maravillosos dulces
que se hacen en Alepo, rellenos de piñones y almendras, cubiertos
de azúcar, y que le gustaban mucho desde la niñez.
Y dejó que la mula se encaminase por donde quisiese, pues al
salir de Alepo ya no sabía adónde dirigirse. Y cabalgó día y noche,
hasta que una tarde, después de puesto el sol, se encontró en la ciudad
de Bassra, pero no sabía que aquella ciudad fuese Bassra. Y no supo su
nombre hasta después de llegado al khan, donde se lo dijeron. Se apeó
entonces de la mula, la descargó de los dos tapices, de las provisiones
y de la alforja, y encargó al portero del khan que la paseara un poco,
para que no se enfriase por descansar en seguida. Y en cuanto a
Nureddin, él mismo tendió su tapiz, y se sentó en el khan para reposar.
El portero del khan cogió la mula de la brida, y se fue con ella. Pero ocurrió la coincidencia de que precisamente entonces el visir de
Bassra se hallaba sentado a la ventana de su palacio contemplando la
calle, y al divisar una mula tan hermosa, con sus magníficos jaeces de
gran valor, sospechó que esta mula pertenecía indudablemente a algún
visir entre los visires extranjeros, o acaso a algún rey entre los reyes. Y
se puso a mirarla sintiendo una gran perplejidad. Y después ordenó a
uno de sus esclavos que le trajese en seguida al portero que paseaba
a la mula. Y el esclavo corrió en busca del portero, y lo llevó ante el
visir. Entonces el portero avanzó un paso y besó la tierra entre las manos
del visir, que era un anciano de mucha edad y muy respetable. Y el
visir dijo al portero: ¿Quién es el amo de esta mula, y qué posición
tiene? El portero contestó: ¡Oh mi señor!, el amo de esta mula es un
joven muy hermoso, lleno de seducciones, ricamente vestido, como hijo de algún gran mercader, y toda su aspecto impone el respeto y la admiración.
Al oírle, el visir se puso de pie, montó a caballo, y marchando apresuradamente al khan, entró en el patio. Cuando lo vio Nureddin,
corrió a su encuentro y le ayudó a apearse del caballo. Entonces el visir
le dirigió el saludo acostumbrado, y Nureddin se lo devolvió y lo recibió
muy cordialmente. Y el visir se sentó a su lado, y le dijo: ¡Oh hijo
mío! ¿De dónde vienes y por qué estás en Bassra?
Y Nureddin contestó: ¡Oh mi señor!, vengo de El Cairo, mi ciudad natal. Mi padre era visir del sultán de Egipto, pero murió al ser llamado a la misericordia de Alá.
Después contó toda su historia, desde el principio hasta el fin.
Y luego añadió: No he de volver a Egipto hasta después de haber recorrido el mundo, visitando todas las ciudades y todas las comarcas.
Y el visir contestó a Nureddin: Hijo mío, prescinde de esas ideas de continuo viaje, porque causarán tu perdición. Sabe que el viajar por países extranjeros es la ruina y lo último de lo último. Atiende esta
advertencia, pues temo que te perjudiquen los percances de la vida y
del tiempo.
Después el visir ordenó a sus esclavos que desensillaran la mula y le quitasen los tapices y las sedas, y se llevó consigo a Nureddin,
alojándole en su casa, y lo dejó descansar luego de haberle proporcionado
todo lo que necesitaba.
Nureddin permaneció algún tiempo en casa del visir, quien le
veía diariamente y le colmaba de consideraciones y favores. Y acabó
por estimarle enormemente, hasta el punto de que un día le dijo: Hijo
mío, ya soy muy viejo, y no tengo ningún hijo varón. Pero Alá me ha concedido una hija que te iguala en belleza y perfecciones. Y hasta ahora se la he negado a cuantos me la pidieron en matrimonio. Pero a ti, a quien quiero con todo el cariño de mi corazón, he de preguntarte si consientes en aceptarla como esclava tuya. Porque yo deseo fervientemente que seas el esposo de mi hija. Y si quieres aceptar, marcharé en busca del sultán y le diré que eres un sobrino mío, recién llegado de Egipto, y que has venido a Bassra expresamente para pretender a mi hija en matrimonio. Y el sultán, por cariño a mí, te dará el visirato, porque yo ya estoy muy viejo y necesito descansar. Y así podré
encerrarme muy a gusto en mi casa para no salir de ella.
Al oír esta proposición, bajó los ojos Nureddin, y después dijo: Escucho y obedezco.
Entonces el visir llegó al colmo de la alegría, e inmediatamente ordenó a sus esclavos que preparasen el festín y adornasen e iluminasen la sala de recepción, la más espaciosa de todas, reservada
especialmente al más grande entre los emires.
Después reunió a todos sus amigos, e invitó a todos los nobles del reino y a todos los mercaderes de Bassra, y todos acudieron a presentarse entre sus manos. Entonces, el visir, para explicarles el haber
elegido a Nureddin con preferencia a todos los demás, les dijo: Yo
tenía un hermano que era visir en Egipto, y Alá le había favorecido con
dos hijos, como a mí me favoreció con una hija, según saben. Mi hermano,
poco antes de morir, me encargó que casara a mi hija con uno de sus hijos, y yo se lo prometí. Y precisamente este joven a quien ves es uno de los dos hijos de mi hermano el visir de Egipto. Ha venido a Bassra con tal objeto. ¡Y mi mayor anhelo es que se escriba su contrato con mi hija, y que viva con ella en mi casa!
Entonces contestaron todos. ¡Sea como dices! ¡Ponemos sobre nuestra cabeza cuanto hagas!
Y todos tomaron parte en el gran festín, bebieron toda clase de vinos, y comieron una cantidad prodigiosa de pasteles y confituras. Y
después, rociada la sala con agua de rosas, según costumbre, se despidieron
del visir y de Nureddin.
Entonces el visir mandó a sus esclavos que llevasen a Nureddin al hammam y le diesen un buen baño. Y el visir le regaló uno de sus
mejores trajes entre sus trajes, y después le envió toallas, palanganas
de cobre, pebeteros y todas las demás cosas necesarias para el baño. Y
Nureddin se bañó y salió del hammam con su traje nuevo, y estaba más
hermoso que la luna llena en la más bella de las noches. Después
Nureddin cabalgó en su mula torda, encaminándose hacia el palacio
del visir, y al pasar por las calles le admiraban todos, elogiando su
hermosura y la obra de Alá. Y descendió de la mula, entró en casa del
visir y le besó la mano. Entonces el visir ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Cuando llegó la noche siguiente ...
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado!, que entonces el visir se levantó, acogiendo con júbilo al hermoso Nureddin, diciéndole: Entra, ¡oh hijo mío!, en la cámara de tu esposa, y sé dichoso. Mañana te
llevaré a ver al sultán. Y ahora sólo me resta implorar de Alá que te conceda todos sus favores y todos sus bienes.
Entonces Nureddin besó otra vez la mano del visir su suegro, y entró en el aposento de la doncella. ¡Y sucedió lo que había de suceder!
Y esto fue lo referente a Nureddin. En cuanto a Chamseddin su
hermano ... he aquí lo que ocurrió.
Terminada la expedición que hizo con el sultán de Egipto hacia el lado de las Pirámides, regresó de inmediato a su casa. Y se inquietó mucho al no encontrar a su hermano Nureddin. Y preguntó por él a sus esclavos, que le respondieron: Nuestro amo Nureddin, el mismo día que te fuiste con el sultán, montó en una mula enjaezada con gran lujo, como en los días solemnes, y nos dijo: Me voy hacia la parte de Kaliubia; estaré, fuera unos días, pues noto opresión en el pecho y necesito aire libre; pero que no me siga nadie. Y desde entonces no hemos vuelto a tener noticias suyas.
Entonces Chamseddin deploró mucho la ausencia de su hermano,
y fue aumentando su dolor de día en día, hasta que acabó por convertirse en una aflicción inmensa. Y pensaba: Seguramente, el motivo de que se haya marchado no es otro que aquellas palabras tan duras que le dije la víspera de mi viaje con el sultán. Y esto y no otra cosa le ha obligado a huir. Pero es preciso que repare la falta cometida contra él y disponga que lo busquen.
Y Chamseddin fue inmediatamente a ver al sultán y le refirió lo que ocurría. Y el sultán mandó escribir mensajes autorizados con su sello y los envió con emisarios de a caballo en todas direcciones a todos sus lugartenientes en todas las comarcas. Y les decía en estos pliegos que Nureddin había desaparecido y que precisaba buscarle fuese donde fuese.
Pero transcurrido algún tiempo, todos los correos regresaron sin ninguna noticia porque ni uno solo había ido a Bassra, donde estaba
Nureddin. Entonces Chamseddin, lamentándose hasta el límite de las
lamentaciones, exclamó: ¡Mía es toda la culpa! ¡Todo esto me ocurre
por mi poco tacto y mi falta de discreción!
Pero como todo tiene su término, Chamseddin acabó por consolarse, y un día pidió en matrimonio a la hija de un gran comerciante de
El Cairo, hizo su contrato con ella y con ella se casó. ¡Y sucedió lo que
había de suceder!
Y se dio la coincidencia de que la misma noche que penetró
Chamseddin en la cámara nupcial, fue justamente la misma en que
Nureddin penetró en el aposento de la hija del visir de Bassra. Y permitió
Alá esta coincidencia del matrimonio de los dos hermanos en la
misma noche, para demostrar que manda en el destino de las criaturas.
Y todo se verificó además según lo habían combinado los dos
hermanos antes de su querella, pues las dos esposas quedaron preñadas
la misma noche, parieran él mismo día y a la misma hora, y la de
Chamseddin, visir de Egipto, parió una niña cuya hermosura no tuvo
igual en todo el país, y la de Nureddin, de Bassra, dio a luz un niño tan
hermoso que no había otro como él en todo el mundo. Ya lo dijo el
poeta:
¡El niño! ... ¡Cuán delicado es! ... ¡Y qué gentil! ¡Y qué gracioso! ...
Al hijo de Nureddin se le llamó Hassán Badreddin, a causa de su hermosura. Su nacimiento motivó grandes regocijos públicos; el séptimo día se dieron fiestas y banquetes dignos de príncipes.
Terminados los festejos, el visir de Bassra fue con Nureddin a ver al sultán. Entonces Nureddin besó la tierra entre las manos del
sultán, y como estaba dotado de una gran elocuencia y era muy versado
en las bellezas literarias, le recitó estos versos del poeta:
¡Ante él se inclina y se eclipsa el mayor de los bienhechores: pues ha conquistado el corazón de todos los seres elegidos!
Tanto gustaron al sultán estos versos, que obsequió espléndidamente a Nureddin y a su suegro el visir, ignorando aún lo del matrimonio y cuanto se relacionaba con su existencia, por lo cual preguntó al visir después de haber felicitado a Nureddin: ¿Quién es este joven tan hermoso y tan elocuente?
Entonces el visir contó al sultán toda la historia, desde el principio al fin, y le dijo: Este joven es sobrino mío.
Y el sultán exclamó: ¿Y cómo no había yo oído hablar de él?
Y el visir dijo: ¡Oh mi soberano y señor! Sabe que un hermano mío era visir de Egipto. Al morir dejó dos hijos, el mayor de los cuales heredó el cargo, y el otro, que es éste, ha venido a buscarme, pues prometí y juré a mi hermano que casaría a mi hija con uno de mis sobrinos. Así es que apenas llegó lo casé con mi hija. Este sobrino mío es joven, como ves, y yo ya soy demasiado viejo y estoy sordo, y no puedo atender a los negocios
del reino. Por eso vengo a pedir a mi soberano, el sultán, que se digne
nombrar a mi sobrino, que es también mi yerno, para el cargo de visir.
Y puedo asegurarte que merece este cargo, pues es hombre de buen consejo, pródigo en ideas excelentes y muy ducho en el modo de despachar los asuntos.
Entonces el sultán miró con más detenimiento a Nureddin; y quedó encantado de este examen, aceptó el consejo de su anciano visir y
nombró para el cargo a Nureddin en lugar de su suegro, y le regaló un
magnífico traje de honor, el mejor de todos los que pudo encontrar, y
una mula de sus propias caballerizas, y le señaló sus guardias y sus
chambelanes.
Nureddin besó entonces la mano del sultán, y salió con su suegro, y ambos regresaron a su casa en el colmo de la alegría y besaron al
recién nacido Hassán Badreddin y dijeron: El nacimiento de esta criatura
nos trajo buena suerte.
Al día siguiente, Nureddin fue a palacio a desempeñar sus nuevas funciones, y al llegar besó la tierra entre las manos del sultán, y
recitó estas dos estrofas:
¡Para ti son nuevas las felicidades todos los días, y las prosperidades también! ¡Y el envidioso se consume de despecho!
Entonces el sultán le permitió que se sentara en el diván del visirato, y Nureddin se sentó en el diván del visirato. Y empezó a desempeñar su cargo, despachando los asuntos pendientes y administrando justicia como si llevara muehos años de visir, y lo hizo tan a conciencia ante el sultán, que se maravilló de su inteligencia, de su comprensión para aquellos asuntos y de su admirable manera de administrar justicia, y le distinguió más aún entrando en gran intimidad con él.
Y Nureddin siguió desempeñando a maravilla sus elevadas funciones; pero no por eso olvidó la educación de su hijo Hassán Badreddin,
a pesar de todos los asuntos del reino. Porque Nureddin era cada día
más poderoso y más favorecido del sultán, que aumentó el número de
sus chambelanes, servidores, guardias y correos. Y llegó a ser tan rico,
que pudo dedicarse al comercio en gran escala, fletando naves mercantes
que recorrían todo el mundo, construyendo molinos y ruedas
elevadoras de agua y plantando magníficos huertos y jardines. Y todo
esto antes de que su hijo cumpliera los cuatro años.
Falleció entonces el anciano visir, suegro de Nureddin; y éste le hizo un entierro solemne, al cual asistieron él y todos los grandes del reino.
Y desde entonces Nureddin se consagró exclusivamente a la educación de su hijo. Y lo confió al sabio más versado en leyes religiosas
y civiles. Este sabio venerable iba todos los días a dar lecciones de
lectura al niño Hassán Badreddin, y poco a poco, con método, le inició
en la interpretación del Corán, que acabó por aprenderse de memoria, y después el sabio siguió años y años enseñando a su discípulo todos los conocimientos útiles. Y Hassán no dejaba de crecer en hermosura, gracia y perfección, como dice el poeta:
¡Este joven! ¡Es la luna, y, como ella, resplandece de hermosura, aunque el sol tome el esplendor de sus rayos de las anémonas de sus mejillas!
Durante todo aquel tiempo, el joven Hassán Badreddin no abandonó un instante el palacio de su padre Nureddin, pues el sabio le exigía una gran atención a sus lecciones. Pero cuando Hassán cumplió
los quince años y ya no tuvo que aprender nada más del viejo maestro,
su padre le llamó, le puso el traje más lujoso que encontró entre los suyos,
le hizo que montara en la mejor de sus mulas y se dirigió con él al
Palacio del sultán, atravesando con numeroso séquito las calles de Bassra.
Y todos los habitantes, al ver al joven Hassán Badreddin prorrumpían en gritos de admiración, por su hermosura, la esbeltez de su
talle, su gracia y sus modales encantadores. Y exclamaban: ¡Por Alá!
¡Es hermoso como la luna! ¡Que Alá lo libre del mal de ojo!
Y aquello duró hasta la llegada de Badreddin y su padre al palacio, y entonces comprendió la gente el sentido de las estrofas del poeta.
Cuando el sultán vio la hermosura del joven Hassán Badreddin,
quedó tan sorprendido, que perdió la respiración y se olvidó de respirar
durante un buen rato. Y le mandó acercarse, y le estimó mucho, le
hizo su favorito, colmándole de regalos, y dijo a su padre Nureddin:
Visir, es absolutamente indispensable que me lo envíes todos los días,
pues comprendo que no podría pasarme sin él.
Y el visir Nureddin tuvo que contestar: Escucho y obedezco.
Cuando Hassán Badreddin hubo llegado a ser amigo y favorito
del sultán, su padre Nureddin cayó gravemente enfermo, y sospechando
que no tardaría Alá en llamarle a Su Misericordia, mandó a buscar
a su hijo y le dirigió las últimas advertencias, diciéndole: Sabe, ¡oh
hijo mío!, que este mundo es para nosotros una morada pasajera, porque
el mundo futuro es eterno. Por eso antes de morir quiero darte
algunas instrucciones: óyelas bien y ábreles tu corazón.
Y Nureddin explicó a su hijo Hassán las mejores normas para conducirse como es debido con sus semejantes y guiarse en la vida.
Luego se acordó Nureddin de su hermano Chamseddin, el visir
de Egipto, y de su país, y de sus parientes y de todos sus amigos de El
Cairo, y al recordarlos no pudo dejar de llorar por no haberlos vuelto a
ver. Pero en seguida se acordó de que tenía que aconsejarle algo más
a Hassán, y le dijo: Hijo mío, conserva en tu memoria las palabras
que voy a decirte, porque son muy importantes. Sabe que tengo en El Cairo un hermano llamado Chamseddin, que es tío tuyo, y además visir de Egipto. Hace tiempo que nos separamos algo disgustados, y yo estoy aquí, en Bassra, sin licencia suya. Voy, pues, a dictarte mis últimas disposiciones sobre ésta. Toma un papel y un cálamo y escribe lo que dicte.
Entonces Hassán Badreddin cogió una hoja de papel, extrajo el
tintero del cinturón, sacó del estuche el mejor cálamo que era el que
estaba mejor cortado, lo mojó en la estopa empapada en tinta que estaba
dentro del tintero, se sentó, dobló el pliego de papel sobre la mano
izquierda, y cogiendo el cálamo con la derecha, le dijo a Nureddin:
¡Oh padre mío, escucho tus palabras!
Y Nureddin empezó a dictar: En nombre de Alá el Clemente, el Misericordioso ...
Y continuó dictando en seguida a su hijo toda su historia, desde el principio hasta el fin, y además le dictó la fecha de su llegada a
Bassra, y de su casamiento con la hija del viejo visir, y le dictó su
genealogía completa, sus ascendientes directos e indirectos, con sus
nombres; el nombre de su padre y de su abuelo, su origen, su grado de
nobleza personal adquirida, y en fin, toda su linaje paterno y materno.
Después le dijo: Conserva cuidadosamente ese pliego de papel. Y si por mandato del Destino te ocurriese alguna desgracia en tu vida,
regresa al país de origen de tu padre, en donde nací yo, o sea El Cairo,
la ciudad próspera; pregunta allí por tu tío el visir, que vive en nuestra
casa, y salúdale de mi parte, deseándole la paz, y dile que he muerto
afligido de morir en el extranjero, lejos de él, y que antes de morir no
tenía más deseo que verle. He aquí, ¡ah hijo mío Hassán!, los consejos
que quería darte. ¡Te conjuro a que no los olvides!
Entonces Hassán Badreddin dobló cuidadosamente el papel,
después de echarle arenilla, secarlo y sellarlo con el sello de su
padre el visir, y luego lo colocó en el forro de su turbante, y lo cosió
allí, habiéndolo envuelto en un pedazo de hule para preservarlo de la
humedad.
Hecho esto, no pensó más que en llorar, besando la mano de su
padre Nureddin y afligiéndose al comprender que se quedaba solo, siendo tan joven, y privado de la compañía de su padre. Y Nureddin no dejó de dar consejos a su hijo Hassán Badreddin hasta que entregó el alma.
Entonces Hassán Badreddin sintió un pesar grandísimo, así como el sultán y todos los emires, y los grandes y los humildes. Y enterraron
a Nureddin según su rango.
Hassán Badreddin hizo durar dos meses las ceremonias del luto, y durante todo este tiempo no salió un instante de su casa y hasta olvidó la visita al palacio para saludar al sultán, según costumbre.
Y el sultán no comprendió que era la aflicción la que retenía al hermoso Hassán Badreddin lejos de él, sino que pensó que Hassán lo
abandonaba y lo menospreciaba. Y entonces se indignó mucho, y en
vez de nombrar a Hassán sucesor de su padre el visir Nureddin, nombró
a otro para ese cargo, haciendo privado suyo a un joven chambelán.
No contento con esto, hizo más el sultán contra Hassán Badreddin. Mandó sellar y confiscar todos sus bienes, todas sus casas y todas sus propiedades, y después dispuso que prendiesen a Hassán Badreddin y
se lo llevasen encadenado. Y en seguida el nuevo visir, en compañía
de varios chambelanes, se dirigió a la casa del joven Hassán, que no
podía sospechar la desgracia que le amenazaba.
Pero afortunadamente, había entre los esclavos de su palacio un joven mameluco que quería mucho a Hassán Badreddin. En cuanto supo lo que pasaba, echó a correr, y llegó a casa del joven Hassán, al cual halló muy triste, con la cabeza baja y el corazón dolorido, sin dejar de pensar en la muerte de su padre. Y el esclavo le enteró entonces de lo que ocurría. Y Hassán le preguntó: ¿Pero no tendré tiempo para coger algo con que subsistir durante mi huida al extranjero?
Y el mameluco le dijo: El tiempo urge. No pienses más que en salvar tu persona.
Al oírle, el joven Hassán, vestido tal como estaba, y sin llevar nada consigo, salió apresuradamente después de echarse la orla de su
túnica por encima de la cabeza para que no lo reconociesen. Y siguió
caminando hasta que se vio fuera de la ciudad.
Al saber los habitantes de Bassra que se había intentado prender a Hassán Badreddin, hijo del difunto visir Nureddin, y la confiscación
de sus bienes y su probable sentencia de muerte, se afligieron en extremo
y exclamaron: ¡Qué lástima de hermosura y de joven tan agradable!
Y Hassán, al recorrer las calles sin que le conociesen, oía
estos lamentos y exclamaciones. Pero aún se apresuró más, y siguió
andando hasta que la suerte y el destino hicieron que precisamente
pasase por el cementerio donde estaba el tourbeh de su padre. Entonces
entró en el cementerio y caminando por entre las tumbas llegó a la
tourbeh de su padre. Y se quitó la ropa que le cubría la cabeza, entró
bajo la cúpula de la tourbeh, y resolvió pasar allí la noche.
Pero mientras permanecía sentado y sumido en sus pensamientos, vio que se le acercaba un judío de Bassra, mercader conocidísimo
en la ciudad. Este mercader judío regresaba de un pueblo cercano, encaminándose a Bassra. Y al pasar cerca de la tourbeh de Nureddin,
miró hacia el interior y vio al joven Hassán Badreddin, a quien reconoció
enseguida. Entonces entró, se acercó a él respetuosamente y le dijo:
¡Oh mi señor! ¡Qué mal semblante tienes y qué desmejorado estás,
siendo tan hermoso! ¿Te ha ocurrido alguna nueva desgracia además
del falleeimiento de tu padre el visir Nureddin, a quien respeté, y que
tanto me quería y estimaba? ¡Téngale Alá en Su Misericordia!
Pero Hassán Badreddin no quiso revelarle el verdadero motivo de su trastorno, y le contestó: Esta tarde, mientras estaba durmiendo, se me presentó mi difunto padre, y me ha reconvenido porque no visitaba su
tourbeh. De pronto me desperté lleno de terror y remordimiento, y me
vine aquí en seguida. Y aún estoy bajo aquella impresión tan penosa.
Entonces el judío le dijo: ¡Oh mi señor! Hace tiempo que pensaba ir en tu busca para hablarte de un asunto, y ahora me favorece la
casualidad, puesto que te encuentro. Sabe, pues, ¡oh mi joven señor!,
que tu padre el visir, con quien estaba yo en relaciones mercantiles,
había fletado naves que ahora vuelven cargadas de mercancías. Estas
naves vienen consignadas a él. Si quisieras cederme su carga, te ofrecería
mil dinares por cada una, y te pagaría al contado.
Y el judío sacó de su bolsillo un monedero lleno de oro, contó mil dinares, y se los ofreció en seguida a Hassán, que no dejó de aceptar este ofrecimiento, ordenado por Alá para sacarlo del apuro en que
se hallaba.
Y el judío añadió: Ahora, ¡oh mi señor!, ponme el recibo,
provisto de tu sello.
Y Hassán Badreddin cogió el papel que le alargaba
el judío, así como el cálamo, mojó éste en el tintero de cobre, y
escribió en el papel: Declaro que quien ha escrito este papel es Hassán Badreddin, hijo del difunto visir Nureddin (¡Alá lo haya acogido en su misericordia!), y que ha vendido al judío N., hijo de N., mercader de Bassra, el cargamento de la primera nave que llegue a la ciudad de Bassra y forme
parte de las pertenecientes a mi padre Nureddin. Y vendo esto por
mil dinares, y nada más.
Luego puso su sello en la parte inferior de la hoja, y se la entregó al judío, que lo saludó respetuosamente y se fue.
Entonces Hassán rompió a llorar, pensando en su padre, en su posición pasada y en su suerte presente; pero como ya se había hecho de noche,
le venció el sueño y se quedó dormido en la tourbeh. Y así siguió hasta
que salió la luna, y como en aquel momento se le había escurrido
la cabeza de encima de la piedra de la tourbeh, hubo de dar una vuelta
completa, echándose de espaldas, y la luna iluminó por completo su
rostro, que resplandecía con toda su belleza.
Aquel cementerio era frecuentado por efrits de la buena especie, efrits musulmanes y creyentes. Y por casualidad, aquella noche, una encantadora efrita volaba por allí, tomando el fresco, y vio a la luz de
la luna al joven Hassán que estaba durmiendo, y observó su belleza y
sus hermosas proporciones, y quedándose maravillada, dijo: ¡Gloria
a Alá! ¡Oh, qué hermoso joven! ¡Cómo me enamoran sus hermosos ojos, que me figuro muy negros y de una blancura ...!
Pero después pensó: Mientras se despierta, voy a seguir mi paseo por los aires.
Y echó a volar, subió muy arriba buscando el fresco, y se encontró en lo más alto con uno de sus compañeros, un efrit también musulmán. Le saludó muy gentilmente y él le devolvió el saludo con mucha deferencia.
Entonces ella le preguntó: ¿De dónde vienes, compañero?
Y él le contestó: De El Cairo.
Y la efrita volvió a preguntar: ¿Les va bien a los buenos creyentes de El Cairo?
Y el efrit contestó: Gracias a Alá, les va bien.
Entonces la efrita le dijo: Compañero, ¿quieres venir conmigo para admirar la hermosura de un joven que está durmiendo en el cementerio de Bassra?
Y el efrit dijo: Estoy a tus órdenes.
Entonces se cogieron de la mano, descendieron juntos al cementerio, y se pararon delante de Hassán, dormido. Y la efrita dijo al efrit, guiñándole el ojo: ¿Eh? ¿Tenía yo razón? Y el efrit, asombrado por la maravillosa hermosura de Hassán Badreddin, exclamó: ¡Por Alá! ¡No he visto cosa parecida!
Después reflexionó un momento, y dijo: Sin embargo, hermana mía, he de decírte que he visto a otra persona que puede compararse con este joven tan hermoso.
Y la efrita exclamó:
¡No es posible!
Y dijo el efrit: ¡Por Alá, que la he visto! Ha sido bajo el clima de Egipto, en El Cairo, y es la hija del visir Chamseddin.
La efrita dijo: Pues no la conozco.
Y el efrit le replicó: Escucha. He aquí la historia de esa joven: Su padre, el visir Chamseddin, ha caído en desgracia por causa de ella. Habiendo oído el sultán de Egipto hablar a sus mujeres de la belleza extraordinaria de la hija del visir, se la pidió en matrimonio a su padre. Pero el visir Chamseddin, que había pensado otra cosa para su hija, se vio en una gran confusión, y dijo al sultán: ¡Oh mi señor y soberano! Ten la bondad de permitirme que me excuse, y perdóname
por ello. Ya sabes la historia de mi pobre hermano Nureddin, que era
visir conmigo. Ya sabes que desapareció un día, sin que hayamos vuelto
a saber de él. Y el motivo de su marcha no pudo ser más leve. Y contó al sultán detalladamente este motivo. Y después añadió: He jurado ante Alá, el día que nació mi hija, que, ocurriera lo que ocurriera, no la casaría más que con el hijo de mi hermano Nureddin. Y han transcurrido desde entonces dieciocho años. Pero afortunadamente, he sabido hace pocos días que mi hermano Nureddin se había casado con la hija del visir de Bassra, y que había tenido un hijo. Por lo tanto, mi hija, está destinada y escriturada a su primo, el hijo de mi hermano Nureddin. En cuanto a ti, ¡oh mi señor y soberano!, puedes elegir otra joven. El Egipto está lleno de ellas. ¡Y muchas son bocado de rey!
Pero el sultán, al oírle, se enfureció mucho y gritó: ¿Qué has dicho, miserable visir? Te quise honrar descendiendo hasta ti para casarme
con tu hija, ¿y aún te atreves a negármela, alegando ese pretexto
tan estúpido? ¡Está muy bien! Pero ¡juro por mi cabeza que te obligaré
a casarla, a despego de tu nariz, con el último de mis servidores!
Y el sultán tenía un palafrenero contrahecho y jorobado, con una joroba delante y otra joroba detrás, y le mandó llamar en seguida y dispuso que se escribiese su contrato de matrimonio con la hija del visir
Chamseddin, a pesar de las súplicas del padre. Y además, mandó que
la boda se celebrase lujosamente y con música.
Así los he dejado, ¡oh hermana mía! en el momento en que los
esclavos de palacio rodeaban al jorobado y le dirigían bromas egipcias muy graciosas, llevando cada uno en la mano las velas de la boda para acompañar al novio. Y éste tomaba el baño en el hammam, entre las risas y las burlas de los eselavos. Y efectivamente, hermana mía, el jorobado es muy feo y repulsivo.
Y el efrit, al recordarle, escupió en el suelo con un gesto de repugnancia.
Después dijo: En cuanto a la joven, es la criatura más bella que he visto en mi vida. Puedo asegurarte que es todavía más hermosa que este mancebo. La llaman Sett El-Hosn, y se merece el nombre. Ha quedado llorando amargamente, alejada de su padre, al cual se le ha prohibido asistir a la ceremonia. Y está sola, en medio de los festejos, entre los músicos danzarines y cantadoras. Y el repugnante palafrenero no tardará en salir del
hammam, y le aguardan para empezar la fiesta.
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Cuando llegó la noche siguiente ...
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado!, que el efrit terminó su relato con estas palabras: Y no esperan otra cosa sino que el jorobado salga del hammam.
Y la efrita repuso: Se me figura; ¡oh compañero!, que te equivocas al afirmar que Sett El-Hosn es más hermosa que ese joven. No es posible. Es indudablemente el más hermoso de su tiempo.
Pero el efrit respondió: ¡Por Alá, hermana mía!, te aseguro que aquella joven es más bella todavía. No tienes más que venir conmigo; para que a su vista te convenzas. Bien fácil te ha de ser esto. Además, podríamos aprovechar la ocasión para burlar al maldito jorobado por aquella maravilla hecha carne. Porque los dos jóvenes son dignos el uno del otro, y tanto se parecen, que se diría que son hermanos, o primos por lo menos. Y me parece que haríamos una acción digna de nosotros, si oponiéndonos a la injusticia del sultán, pudiéramos sustituir a este joven en lugar del jorobado.
Entonces contestó la efrita: Razón tienes, hermano mío. Llevemos en brazos a ese mancebo dormido y juntémoslo con la joven de quien hablas. Así haremos una buena obra, y veremos además cuál es más hermoso de los dos.
Y el efrit dijo: ¡Escucho y obedezco! Tus palabras están llenas de rectitud y de justicia.
¡Vamos, pues!
Y entonces el efrit se echó a cuestas al joven y comenzó a volar, seguido de cerca por la efrita, que le ayudaba para llegar antes, y ambos, de este modo, llegaron cargados a El Cairo con toda rapidez. Y allí soltaron al hermoso Hassán, dejándole dormido sobre el banco de una calle próxima al palacio, que rebosaba de gente. Y entonces le despertaron.
Hassán se despertó, y quedó en la más extrema perplejidad al no verse en Bassra, en el tourbeh de su padre. Y miró a la derecha. Y miró
a la izquierda. Y no conocía nada de aquello. Pues aquello era una
ciudad, pero una ciudad muy distinta a la de Bassra. Tan sorprendido
quedó, que abrió la boca para gritar; pero en seguida vio delante de si
a un hombre gigantesco y barbudo, que le guiñó el ojo para indicarle
que no gritase. Y Hassán se contuvo. Y aquel hombre, que era el efrit, le presentó una vela encendida, y le mandó que se uniera a las muchas personas que llevaban velas encendidas para acompañar a la boda, y le dijo: ¡Sabe que soy un efrit, pero creyente! Te transporté aquí durante tu sueño. Esta ciudad es El Cairo. Te he traído porque te quiero y deseo favorecerte sin ningún interés, sólo por amor a Alá y por tu hermosura.
Toma esta vela encendida, intérnate entre la muchedumbre y marcha
con ella hasta ese hammam que allí ves. De él ha de salir una especie
de jorobado a quien llevarán triunfalmente. ¡Sígnele! Ve siempre a su
lado, pues es el novio. Entrarás en el palacio con él, y al llegar a la gran
sala de recepciones te colocarás a su derecha, como si fueses de la
casa. Y cada vez que veas llegar ante ustedes un músico, una danzarina
o una cantora, métete la mano en el bolsillo, que ya cuidaré yo de
que esté siempre lleno de oro, y cógelo a puñados sin vacilación alguna
y arrójaselo a todos. Y no temas que se te acabe, que eso es cuenta
mía. Obsequia, pues, con puñados de oro a cuantos se te acerquen.
Aventúrate y no te detengas ante nada. Confía en Alá que te creó tan
hermoso y en mí que te estimo. Además, todo lo que te suceda, te
sucederá por la voluntad y el poder del Altísimo.
Y dichas estas palabras, el efrit desapareció.
Entonces Hassán Badreddin de Bassra dijo para sí: ¿Qué querrá decir todo esto? ¿De qué favores me ha hablado este asombroso efrit?
Pero sin perder más tiempo en estas preguntas, echó a andar, encendió su vela en la de un invitado, y llegó al hammam cuando el jorobado
había acabado de bañarse y salía a caballo con un traje magnífico.
Hassán Badreddin se internó entonces entre la muchedumbre,
dándose tanta maña, que llegó a la cabeza de la comitiva, junto al jorobado.
Y entonces brilló en todo su esplendor la maravillosa hermosura de Hassán. Iba vestido con el más suntuoso de sus trajes de Bassra, llevaba un manto de seda tejido con hilo de oro, y en la cabeza un birrete rodeado de un magnífico turbante bordado en oro y plata, puesto a la usanza de Bassra. Y todo ello realzaba su apuesto continente y su hermosura.
Durante la marcha del cortejo, cada vez que una cantora o una
danzarina se separaba del grupo de los músicos y se acercaba a él para
llegar frente al jorobado, Hassán Badreddin se echaba la mano al bolsillo,
y sacándola llena de oro, lo derramaba a puñados a su alrededor, y echaba más en la pandereta de la danzarina o de la cantora, llenándola de oro, con ademanes de sin igual donosura.
Y por eso todas estas mujeres, lo mismo que la muchedumbre,
quedaron asombradas de aquella esplendidez, admirando la belleza y los encantos de Hassán.
La comitiva acabó por llegar al palacio. Entonces los chambelanes detuvieron a la multitud, y sólo dejaron entrar detrás del jorobado a los músicos, las danzarinas y las cantoras.
Pero las cantoras y las danzarinas interpelaron unánimemente a los chambelanes, y les dijeron: ¡Por Alá ! Hacen bien en impedir
a esos hombres que entren con nosotras en el harén para presenciar
cómo se viste la novia. Pero por nuestra parte, nos negaremos a entrar
si no nos acompaña este joven que nos ha colmado de beneficios. Y no
hemos de festejar a la novia como no sea en presencia de este joven,
amigo nuestro.
Entonces las mujeres se apoderaron a la fuerza del joven Hassán y lo llevaron con ellas al harén, en medio de la gran sala de fiestas. Y fue el único hombre que estuvo en el harén a despecho de la nariz del
jorobado, que no pudo impedirlo. Allí se hallaban reunidas todas las
damas de palacio, las esposas de los emires, visires y chambelanes. Y
se alineaban en dos filas, sosteniendo cada una en la mano un gran
cirio; y todas tenían la cara cubierta con el velillo de seda blanca, a
causa de la presencia de aquellos dos hombres. Y Hassán y el jorobado
pasaron por entre las dos hileras y fueron a sentarse en una tarima alta,
teniendo que atravesar las dos filas de mujeres, que se prolongaban
desde la sala de festejos hasta la cámara nupcial, de donde había de
salir la novia para la boda.
Al ver a Hassán Badreddin y advertir su hermosura, sus encantos y su rostro luminoso cual la luna creciente, las mujeres se emocionaron hasta casi quedarse sin aliento y perder la razón. Y ardía cada cual en deseos de abrazar a aquel joven maravilloso, y traerle a su regazo,
permaneciendo unidos un año, o un mes, o siquiera una hora.
Y en un momento dado, todas estas mujeres, no podiendo resistir por más tiempo, se descubrieron el rostro, levantando el velillo. ¡Y se mostraron sin pudor, olvidando la presencia del jorobado! Y todas se acercaron a Hassán Badreddin para admirarle más de cerca y decirle palabras
de amor, o siquiera guiñarle un ojo para que pudiese comprender cuánto
le deseaban. Y además, las danzarinas y las cantoras ponderaban la
generosidad de Hassán, alentando a las damas a que le sirviesen lo
mejor posible. Y las damas decían: ¡Por Alá! ¡He aquí un hermoso
joven! ¡Éste sí que puede dormir con Sett El-Hosn! ¡Nacieron el uno
para el otro! ¡Confunda, pues, Alá a ese maldito jorobado!
Y mientras las damas seguían alabando a Hassán y lanzando
imprecaciones contra el jorobado, las tañedoras de instrumentos rompieron
a tocar, se abrió la puerta de la cámara nupcial y la novia Sett
El-Hosn entró en la sala de festejos rodeada de eunucos y doncellas.
Sett El-Hosn, hija del visir Chamseddin, apareció en medio de su servidumbre, y brillaba como una hurí. Las otras, comparadas con ella,
no eran más que unos astros que formaran su cortejo, como las estrellas
que rodean a la luna al salir de una nube. Se había perfumado con
ámbar, almizcle y rosa, y su peinada cabellera brillaba bajo la seda que
la cubría. Sus hombros, admirables, marcábanse a través de su traje
suntuoso. Iba de un modo regio; entre otras galas, llevaba un vestido
bordado de oro rojo, con dibujos de pájaros y flores. Y esto era el traje
exterior, pues los interiores sólo Alá sería capaz de conocerlos y estimarlos en su verdadero mérito. En la garganta lucía un collar que suponía incalculables millares de dinares. Y cada una de sus piedras era de tal valor, que ningún mortal, ni el rey en persona, las había visto iguales.
En una palabra, Sett El-Hosn aparecía tan hermosa como la luna llena en la decimacuarta noche.
Y Hassán Badreddin seguía sentado entre el grupo de damas,
causando la admiración de todas. Y la novia avanzó con un gracioso
movimiento, dirigiéndose hacia el estrado. Entonces el jorobado se
levantó y quiso besarla. Pero ella, horrorizada, lo rechazó y fue a eolocarse
rápidamente al lado del hermoso Hassán. ¡Y pensar que era su
primo, y ella no lo sabía, lo mismo que él!
Y todas las damas se echaron a reír, principalmente cuando la
novia se detuvo ante el hermoso Hassán, por el cual se sintió al instante
abrasada en deseos, y exclamó, levantando al cielo las manos: ¡Aláumma!
¡Haz que este hermoso joven sea mi marido, y líbrame de ese palafrenero jorobado!
Entonces, Hassán Badreddin, siguiendo las instrucciones del efrit, metió la mano en su bolsillo y la sacó llena de oro, echándoselo a puñados a las servidoras de Sett El-Hosn y a las cantoras y danzarinas, que exclamaron: ¡Ojalá poseas a la novia!
Y Badreddin correspondió con una gentil sonrisa a este deseo y a las felicitaciones.
Y el jorobado se veía durante esta escena, abandonado de todos; y se hallaba solo, más feo que un mico. Y todas las personas que por
casualidad se le acercaban, al pasar junto a él apagaban la vela en señal
de burla. Y así permaneció algún tiempo, aburriéndose y poniéndose
cada vez de peor humor.
La novia dio la vuelta al salón siete veces consecutivas, vestida cada una de diferente modo, y seguida por todas las damas, y se paraba
a cada vuelta delante de Hassán Badreddin El-Bassrauí. Y cada traje
nuevo era mucho más hermoso que el anterior, y cada aderezo infinitamente
superior a los otros aderezos. Y mientras avanzaba lentamente la
novia, las tañedoras hacían maravillas y las cantoras decían las canciones
más apasionadamente amorosas y excitantes, y las danzarinas,
acompañándose con las panderetas, saltaban como pájaros. Y Hassán
Badreddin El-Bassrauí no dejaba de lanzar puñados de oro, esparciéndolo
por todo el salón, y las mujeres se precipitaban a recogerlo para
tocar algo que hubiera pasado por la mano del joven.
En tanto el jorobado presenciaba todo esto muy desolado. Y su desolación aumentaba cada vez que veía a una de las mujeres volverse hacia Hassán. Y todo el mundo reía. Terminada la séptima vuelta, se acabó la boda, que había durado gran parte de la noche. Y las tañedoras dejaron de pulsar los
instrumentos, las danzarinas y las cantoras se detuvieron, pasando con
todas las damas por delante de Hassán, besándole la mano o tocándole
la orla del traje. Y todo el mundo le miraba al salir, haciéndole entender
que no se moviera de aquel sitio. Y en efecto, sólo quedaban en el
salón el joven Hassán, el jorobado y la novia con su servidumbre. Entonces
las doncellas se llevaron a Sett El-Hosn a la estancia destinada
a desnudarse, le quitaron uno por uno los vestidos, diciendo al caer
cada prenda: ¡En nombre de Alá!, para librarla del mal de ojo. Y
después se fueron, dejándola sola con su vieja nodriza, que antes de
conducirla a la cámara nupcial tenía que aguardar que entrase primero
el novio jorobado.
Y el jorobado se levantó entonces de la tarima, y advirtiendo que Hassán no se movía de su asiento, le dijo secamente: En verdad, señor,
que nos honraste mucho con tu presencia, colmándonos de beneficios esta noche. Pero ahora, para salir, no esperarás que te echen.
Entonces, el joven, que ignoraba lo que tenía que hacer, contestó: ¡En nombre de Alá! Y levantándose salió. Pero apenas había franqueado los umbrales de la sala, se le apareeió el efrit y le dijo: ¿Adónde vas Badreddin? Detente y oye mis instrucciones. El jorobado acaba de marchar al retrete. Allí se las entenderá conmigo. Tú encamínate a la cámara nupcial, y cuando veas entrar a la novia, le dices: Tu verdadero marido soy yo. El sultán, de acuerdo con tu padre, ha empleado esta estratagema por temor al mal de ojo. Y en cuanto al palafrenero, que es el más miserable de los palafreneros, para indemnizarle le están preparando en la caballeriza un buen jarro de leche cuajada para que se refresque a tu salud. Luego te acercarás a ella, y quitándole el velo harás con su persona lo que debes hacer.
Y dicho esto, desapareció el efrit.
El jorobado había ido, efectivamente, al retrete para descargarse antes de entrar en la cámara de la novia. Y poniéndose de cuclillas sobre el mármol, comenzó su obra. Pero súbitamente el efrit tomó la forma de una rata y salió del agujero del retrete, dando gritos de rata: ¡Sik! ¡Sik! Y el jorobado dio una palmada para que huyese, y le chilló: ¡Hesch! ¡Hesch! Pero la rata empezó a crecer y se convirtió en un enorme gato de ojos feroces y brillantes, que rompió a maullar muy enfurecido. Después, como el jorobado prosiguiese en su operación, el gato fue creciendo y se convirtió en un perro enorme, que se puso a ladrar: ¡Guau! ¡Guau! Entonces el jorobado comenzó a asustarse, y le dijo: ¡Marcha de ahí, monstruo! Pero el perro, creciendo siempre, se convirtió en un borrico, que se puso a rebuznar en la misma cara del jorobado con un estrépito terrible. Y el jorobado, lleno de terror, sintió que todo su vientre se deshacía en diarrea, y apenas si
pudo gritar: ¡Socorro! ¡Socorro! Y en seguida, el borrico creció aún
más y se transformó en un búfalo monstruoso, que obstruyó por completo
la puerta del retrete para que no se le escapase, y el búfalo, esta
vez habló con voz de hombre, y dijo: ¡Caiga la desgracia sobre ti,
jorobeta! ¡Eres el palafrenero más inmundo! A l oír estas palabras,
sintió el jorobado que le invadía el frío de la muerte, y resbaló a medio
vestir hasta el pavimento, y las mandíbulas se le entrechocaron, acabando
el espanto por soldárselas. Entonces el búfalo gritó: ¡Jorobado
de betún! ¿No has podido buscar otra mujer más que a mi querida? Y
el palafrenero, lleno de terror, no pudo articular palabra. Y el efrit le dijo: ¡Responde, o te haré morder tus excrementos! Entonces, el jorobado, todo tembloroso por esta terrible amenaza, pudo decir: ¡Por Alá! ¡Yo no tengo la culpa, pues sabe que me han obligado! Y además, ¡oh poderoso soberano de los búfalos!, yo no iba a adivinar que la joven tuviese un búfalo por amante. Pero juro que me arrepiento y que pido perdón a Alá y a ti. Entonces el efrit le dijo: Vas a jurar por Alá que obedecerás mis órdenes. Y el jorobado se apresuró a jurar, y el
efrit le dijo: Pasarás aquí la noche hasta que salga el sol, y no te marcharás hasta esa hora. Pero sobre todo, no digas una palabra de esto, si no quieres que te rompa la cabeza en mil pedazos. Y no vuelvas a poner los pies en esta parte del palacio, ni a acercarte al harén, porque te repito que he de aplastarte la cabeza y hundirte en el pozo negro. Y luego añadió: Ahora voy a ponerte en una postura, y no te moverás hasta el amanecer. Entonces el búfalo agarró con los dientes al palafrenero y lo metió de cabeza en el agujero del retrete, sin dejarle
fuera más que los pies. Y le repitió: ¡Mucho cuidado con hacer ni un
movimiento! Y desapareció en seguida.
Y esto es todo lo que le acaeció al jorobado.
Por su parte, Hassán Badreddin El-Bassrauí, dejando que se las entendiesen el efrit y el jorobado, atravesó los aposentos particulares y entró en la cámara nupcial, yendo a sentarse en el testero. Y apenas había llegado, apareció la recién casada apoyada en su nodriza, que se detuvo a la puerta, dejando entrar sólo a Sett El-Hosn; y sin ver bien al que estaba en el testero, y creyendo hablar con el jorobado, le dijo la vieja: ¡Levántate, héroe valiente, toma a tu esposa y pórtate de una manera brillante! ¡Y ahora, hijos míos, Alá sea con ustedes!
Y la vieja se retiró.
Entonces entró muy desesperada Sett El-Hosn, y se decía: ¡Es preferible la muerte, antes que este jorobado inmundo! Pero apenas
hubo reconocido al maravilloso Badreddin dio un grito de felicidad, y
dijo: ¡Oh querido mío! ¡Qué amable fuiste aguardándome tanto tiempo!
Pero ¿estás solo? ¡Oh, qué dicha tan grande! Te confieso que al verte en la sala junto a ese odioso jorobado, creí que se habían asociado los dos para poseerme.
Badreddin contestó: ¡Oh mi señora! ¡Qué pensaste! ¿Es posible que te toque ese maldito jorobado? Y ¿cómo íbamos a asociamos para tal cosa?
Entonces Sett El-Hosn, preguntó: Pero en fin, ¿quién de los dos es mi marido: él o tú?
Y Badreddin repuso: ¡Soy yo, querida mía! Se ha inventado esta farsa del jorobado para hacernos reír, y también para librarnos del mal de ojo; pues todas las damas han oído hablar de tu hermosura sin igual, y tu padre alquiló a ese palafrenero para que conjurase el mal de ojo, gratificándole con diez dinares. Y ahora está en la caballeriza a punto de tomarse a nuestra salud un jarro de leche fresca bien cuajada.
A l oír a Badreddin, Sett El-Hosn llegó al colmo de la alegría, y sonrió gentilmente y rompió a reír más gentilmente aún. Y luego, sin poder contenerse más, exclamó: ¡Por Alá, querido mío! No esperaba
yo una sorpresa tan agradable, y ya me creía condenada a ser infeliz
por todos los días de mi vida; pero mi ventura es tanto mayor por cuanto
que voy a poseer un hombre digno de mi ternura.
Y desde aquel instante, sin género de duda, quedó preñada Sett El-Hosn, según verás en lo que sigue, ¡oh Emir de los Creyentes!
Y Badreddin se tendió al lado de Sett El-Hosn, pasándole con
suavidad la mano por debajo de la cabeza, y ella le rodeó también con su brazo, enlazándose ambos estrechamente, y antes de dormirse se recitaron estas estrofas admirables:
¡No temas nada! ¡Y no hagas caso de los consejos del envidioso, pues no será el envidioso quien sirva a tus amores!
Y esto es todo lo que acaeció a Hassán Badreddin y a Sett El-Hosn, la hija de su tío.
El efrit, por su parte, se apresuró a ir en busca de su compañera la efrita, y uno y otro admiraron a los dos jóvenes dormidos. Luego el
efrit dijo a la efrita: Habrás visto, hermana, que tenía yo razón. Ahora debes cargar con el joven y llevarlo al mismo sitio de adonde lo cogí, al cementerio de Bassra, en la tourbeh de su padre Nureddin. Y hazlo
pronto, que yo te ayudaré, pues ya apunta el día y no es posible que
dejemos así las cosas.
Entonces la efrita levantó al joven Hassán dormido, se lo echó a cuestas sin más ropa que la camisa, y voló con él, seguida de cerca por el efrit.
De improviso, durante la carrera por el aire, al efrit le asaltaron deseos respecto a la efrita, yendo cargada con el hermoso Hassán. Y la efrita no se hubiese opuesto en otra
ocasión; pero ahora temía por el joven. Además intervino, afortunadamente,
Alá, enviando contra el efrit a unos ángeles, que le echaron encima una columna de fuego y lo abrasaron. Y la efrita y Hassán se vieron libres del terrible efrit, que acaso los hubiese desplomado desde aquella altura.
Entonces la efrita descendió al suelo, hacia el mismo sitio donde había caído el efrit.
Pero había escrito el Destino que el lugar donde la efrita depositara a Hassán Badreddin (por no atreverse a transportarlo ella sola más lejos) estaría muy próximo a la ciudad de Damasco, en el país de Seham.
Y entonces la efrita llevó a Hassán muy cérea de una de las puertas de la ciudad, lo dejó suavemente en tierra y echó a volar otra vez.
Cuando llegó la aurora, se abrieron las puertas de la ciudad, y los que salieron de ella se asombraron ante aquel maravilloso joven dormido, sin más ropa que la camisa y con un gorro de dormir en la cabeza en vez de
turbante. Y se decían unos a otros: ¡Es asombroso! ¡Mucho habrá
tenido que velar para estar ahora dormido tan profundamente! Y otros
dijeron: ¡Alá, Alá! ¡Hermoso joven! Pero ¿por qué estará casi desnudo?
Otros contestaron: Probablemente, este pobre joven habrá pasado
en la taberna más tiempo del preciso, y habrá bebido más de lo que
pueda resistir. Y al regresar de noche, habrá encontrado cerradas las
puertas, decidiéndose a dormir en el suelo.
Pero mientras conversaban de este modo, se levantó la brisa matinal, y acariciando al hermoso joven, le alzó la camisa.
Despertó entonces, Badreddin, y hallándose tumbado cerca de
aquella puerta desconocida y rodeado por tantas personas, se sorprendió
mucho, y exclamó: ¿Dónde estoy, buena gente? Les ruego que lo
digan. ¿Y por qué me rodean así? ¿Qué es lo que ocurre?
Y le contestaron: Nos hemos detenido por el gusto de verte. Pero ¿no sabes que te hallas a las puertas de Damasco? ¿En dónde has pasado la noche?
Y Hassán replicó: ¡Por Alá, buena gente!, ¿qué me dicen? He pasado la noche en El Cairo, ¿y me dicen que estoy en Damasco?
Entonces se echaron a reír todos, y uno de ellos dijo: ¡Ah gran tragador de haschich!
Y dijeron otros: Está loco, sin remedio. ¡Lástima que esté
demente un joven tan hermoso!
Y otros añadieron: Pero, en fin, ¿qué historia es esa con que has querido engañarnos?
Entonces Hassán Badreddin contestó: ¡Por Alá! ¡Buena gente, yo no miento nunca! Les afirmo y repito que esta noche la he pasado en El Cairo, y la anterior en mi pueblo, que es Bassra.
Al oírle, uno gritó: ¡Qué cosa más sorprendente!
Otro dijo: ¡Está loco!
Y algunos se destornillaban de risa, dando palmadas. Y otros dijeron: ¿No es una verdadera lástima que un joven tan admirable haya perdido la razón? ¡Qué loco tan singular!
Y otro, más prudente, le dijo: Hijo mío, vuelve en ti y no
digas semejantes extravagancias.
Entonces Hassán contestó: Sé muy bien lo que digo. Además, han de saber que anoche, en El Cairo, pasé una noche muy agradable eomo recién casado.
Entonces todos se convencieron de su locura. Y uno de ellos exclamó riéndose: Ya ven que este pobre joven se ha casado en sueños. ¿Y qué tal es ese matrimonio? ¿Era una hurí?
Pero Badreddin empezaba a enfadarse, y les dijo: Pues
al que era una hurí, he ocupado el lugar de un asqueroso jorobado, y
me he puesto su gorro de dormir que es éste. Y luego recapacitó un
momento, y dijo: Pero ¡por Alá! buena gente, ¿en dónde está mi turbante,
y mis calzoncillos, y mi ropón, y mis calzones? Y sobre todo,
¿en dónde está mi bolsillo?
Y Hassán se levantó y buscó su traje a su alrededor. Y entonces todos empezaron a guiñarse el ojo y hacerse señas de que el joven
estaba loco de remate.
Entonces el pobre Hassán se decidió a entrar en la ciudad tal
como estaba, y tuvo que atravesar las calles y los zocos en medio de un
gran cortejo de niños y de mayores que gritaban: ¡Es un loco! ¡Un
loco! Y el pobre Hassán ya no sabía qué hacer, cuando Alá, temiendo
que al hermoso joven le ocurriese algo, le hizo pasar por junto a una
pastelería que acababa de abrirse. Y Hassán se refugió en la tienda,
y como el pastelero era un hombre de puño, cuyas hazañas eran muy
conocidas en la ciudad, la gente tuvo miedo y se retiró, dejando en paz
al joven.
Cuando el pastelero, que se llamaba El-Hailj Abdalá, vio al joven Hassán Badreddin y pudo examinarlo a su gusto, le maravilló su
hermosura, sus encantos y sus dones naturales, y rebosante de cariño el
corazón, le dijo: ¡Oh gentil mancebo!, dime de dónde vienes. Nada
temas; pero refiéreme tu historia, pues ya te quiero más que a mi misma
vida.
Y Hassán contó entonces toda su historia al pastelero Hailj
Abdalá, desde el principio hasta el fin.
Y el pastelero, profundamente maravillado, dijo a Hassán: ¡Oh mi joven señor Badreddin! En verdad que esa historia es muy sorprendente y muy extraordinario tu relato. Pero te aconsejo, hijo mío, que a
nadie se lo cuentes, pues es peligroso hacer confidencias. Te ofrezco
mi tienda, y vivirás conmigo hasta que Alá se digne dar término a las
desgracias que te afligen. Además, yo no tengo hijos, y me darás mucho
gusto si quieres aceptarme por padre. Yo te adoptaría como hijo.
Y Hassán respondió: ¡Aceptado! ¡Sea según tu deseo!
En seguida fue al zoco el pastelero, y compró trajes magníficos con qué vestir al joven, y lo llevó a casa del kadí, y ante testigos prohijó a Hassan Badreddin.
Y Hassán permaneció en la pastelería como hijo del amo, y cobraba el dinero de los parroquianos, y les vendía pasteles, tarros de
dulces fuentes llenas de crema y toda la confitería famosa de Damasco,
y aprendió en seguida el oficio de pastelero, que le gustaba mucho,
por las lecciones recibidas de su madre, la mujer del visir Nureddin,
que preparaba pasteles y dulces delante de él cuando era niño.
Y como en toda la ciudad de Damasco fue elogiada la hermosura
de Hassán, el gallardo joven de Bassra, hijo adoptivo del pastelero, la
tienda de Hailj Abdalá llegó a ser la más frecuentada de todas las pastelerías
de Damasco.
¡Y esto fue todo lo de Hassán Badreddin!
En cuanto a la recién casada Sett El-Hosn , hija del visir
Chamseddin, he aquí lo que hubo de ocurrirle: Cuando se despertó Sett El-Hosn, la mañana siguiente a la noche de sus bodas, no encontró a su lado al hermoso Hassán; pero figurándose que había ido al retrete, le aguardó muy tranquila.
En aquel momento se presentó a saber de ella su padre el visir Chamseddin. Llegaba muy inquieto. Estaba poseído de indignación por la injusticia del sultán, obligándole a casar a la hermosa Sett El-Hosn con el palafrenero jorobado. Y al entrar en las habitaciones de su hija, se dijo: Como sepa que se ha entregado a ese inmundo jorobado, la mato.
Golpeó en la puerta de la cámara nupcial y llamó: ¡Sett El-Hosn!
Y desde dentro ella contestó: ¡Ya voy a abrir, padre mío! Y levantándose en seguida, abrió la puerta. Parecía más hermosa que de
costumbre, y mostraba resplandeciente el rostro y el alma, satisfecha
por haber sentido las caricias de aquel hermoso joven. E inclinándose
ante su padre con coquetería, le besó las manos. Pero su padre, al verla tan contenta, en lugar de encontrarla afligida por su unión con el jorobado, le dijo: ¡Ah, desvergonzada! ¿Cómo te atreves a mostrarte con esa cara de alegría, después de haber dormido con el horrendo jorobeta?
Y Sett El-Hosn, al oírlo, se echó a reír, y exclamó: Por
Alá, padre mío, dejémonos de bromas. Bastante tengo con haber sido la irrisión de todos los invitados, a causa de mi supuesto marido, ese jorobado que no vale ni la recortadura de una uña de mi verdadero esposo de esta noche. ¡Oh qué noche! ¡Cuán llena de delicias junto a mi amado! Basta, pues, de bromas, padre mío. No me hables más del jorobado.
El visir temblaba de coraje escuchando a su hija, y sus ojos estaban azules de furor, y dijo: ¿Qué dices, desdichada? ¿No pasaste aquí
la noche con el jorobado?
Y ella contestó: Por Alá sobre ti, ¡oh padre mío! No me hables más del jorobado. ¡Confúndalo Alá, a él, a su padre, a su madre y a toda su familia! Sabe de una vez que estoy enteda de la superchería que inventaste para defenderme del mal de ojo, dio a su padre todos los pormenores de la boda y de cuanto le había ocurrido aquella noche, añadiendo: ¡Qué bien lo pasé sintiendo en mi regazo a mi adorado esposo, el hermoso joven de exquisitas maneras y espléndidos y negros ojos y de arqueadas cejas!
Oído esto, gritó el visir: Pero hija, ¿estás loca? ¿Sabes lo que dices? ¿Dónde se halla el joven a quien llamas tu esposo?
Y Sett El -Hosn, respondió: Ha ido al retrete.
Entonces, el visir, muy alarmado, se precipitó afuera de la habitación, y corriendo hacia el retrete, se encontró al jorobado que seguía inmóvil, con los pies hacia arriba y la cabeza dentro del agujero. Estupefacto hasta más no poder, exclamó el visir: ¿Qué veo? ¿Eres tú, jorobeta?
Y como no le contestase, repitió esta pregunta en voz más alta. Pero el jorobado tampoco quiso contestar, porque seguía aterrado, creyendo que quien le hablaba era el efrit.
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Cuando llegó la noche siguiente ...
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado!, que Giafar prosiguió asi la historia contada al califa Harún Al-Rashid:
El cobarde jorobeta, creyendo que le hablaba el efrit, tenía un miedo horrible, y no se atrevía a contestar. Entonces, muy enfurecido, el visir le increpó:
¡Respóndeme, jorobado maldito, o te atravieso con este alfanje! Y entonces el jorobado, sin sacar del agujero la cabeza, contestó desde dentro: ¡Por Alá! ¡Oh jefe de los efrits, tenme compasión! Te juro que te he obedeeido, sin moverme de aquí en toda la
noche.
Al oírle, el visir ya no supo qué pensar, y exclamó: Pero ¿qué estás dieiendo? No soy ningún efrit, sino el padre de la novia.
Y el jorobado, dando un gran suspiro, contestó entonces: Pues márchate de aquí, que nada tengo que ver contigo. Y vete antes de que aparezca el terrible efrit, arrebatador de almas. Además, te odio, porque tú tienes la culpa de todas mis desdichas, al casarme con la querida de los búfalos, los asnos y los efrits. ¡Malditos sean tú, tu hija y todos los que obran tan mal como ustedes!
Y el visir le dijo: Pero ¿estás loco? Sal de ahí, para que escuche bien eso que acabas de contar.
Entonces el jorobado replicó: Acaso esté loco, pero no lo estaré hasta el punto de moverme de este sitio sin permiso del terrible efrit. Porque me ha prohibido salir del agujero antes de que amanezca. Así, pues, vete y déjame en paz. Pero antes dime: ¿falta mucho para que salga el sol?
Y el visir, cada vez más perplejo, contestó: ¿Pero qué efrit es ése del cual hablas?
Y entonces el jorobado le contó la historia, su ida al retrete para hacer sus necesidades antes de entrar al cuarto de la desposada, la aparición del efrit bajo las diversas formas de rata, gato, perro, asno y búfalo, y por fin la prohibición hecha y el trato sufrido. Y terminado el relato, rompió a llorar.
Entonces el visir se acercó al jorobado, y tirándole de los pies le sacó del agujero. Y el jorobado, con la faz lastimosamente embadurnada
de amarillo, gritó al visir: ¡Maldito seas tú, y maldita tu hija,
la amante de los búfalos! Y por temor de que se le apareciese de
nuevo el efrit echó a correr con todas sus fuerzas, dando alaridos y sin atreverse a volver la cara. Y llegó al palacio, fue a ver al sultán, y le explicó su aventura con el efrit.
En cuanto al visir Chamseddin, regresó eomo loco al aposento de su hija Sett El-Hosn, y le dijo: Hija mía, noto que pierdo la razón.
Aclárame lo sucedido.
Entonces, Sett El-Hosn le dijo: Sabe ¡oh padre
mío!, que el joven encantador que logró los honores de la boda
durmió toda la noche conmigo, gozando mis primicias; y tendré un
hijo seguramente. Y en prueba de lo que hablo, ahí en la silla tienes su
turbante, sus calzones en el diván, y su calzoncillo en mi cama. Además,
en sus calzones encontrarás algo que ha escondido y que yo no
pude adivinar.
A estas palabras, se dirigió el visir hacia la silla, cogió
el turbante, y le dio vueltas en todos sentidos para examinarlo bien, y
luego exclamó: ¡Es un turbante como el de los visires de Bassra y de
Mossul! Después desenrolló la tela, y encontró un pliego que allí estaba
cosido, y se apresuró a guardarlo, y examinó luego los calzones,
encontrando en ellos el bolsillo con los mil dinares que el judío había
dado a Hassán Badreddin. Y en el bolsillo había un papel, donde el
judío había escrito lo siguiente: Yo comerciante de Bassra, declaro
haber entregado la eantidad de mil dinares al joven Hassán Badreddin,
hijo del visir Nureddin (a quien Alá haya recibido en Su Misericordia),
por el cargamento de la primera nave que arribe a Bassra.
Al leer el papel, el visir Chamseddin lanzó un grito y quedó desmayado. Cuando volvió en sí se apresuró a abrir el pliego que había encontrado en el turbante, e inmediatamente conoció la letra de su hermano Nureddin.
Y entonces empezó a llorar, y a lamentarse, diciendo: ¡Pobre hermano mío! ¡Pobre hermano mío!
Y cuando se hubo calmado un poco, exclamó: ¡Alá es Todopoderoso! Y dijo a Sett El-Hosn: ¡Oh hija mía! ¿Sabes el nombre de
aquel a quien te has entregado esta noche? Pues es Hassán Badreddin,
mi sobrino, el hijo de tu tío Nureddin. Y esos mil dinares son tu dote.
¡Alá sea loado!
Después recitó estas dos estrofas:
¡Vuelvo a encontrar sus huellas, y al instante me domina el deseo!
En seguida leyó cuidadosamente la Memoria de su hermano, y encontró relatada toda la vida de Nureddin y el nacimiento de su hijo Badreddin. Y quedó muy maravillado, sobre todo cuando cotejó las fechas
anotadas por su hermano con las de su propio casamiento en El
Cairo, y del nacimiento de Sett El-Hosn. Y vio que estas feehas concordaban
perfectamente.
Y tanto hubo de asombrarse, que se apresuró a ir en busca del
sultán para contarle la historia y mostrarle aquellos papeles. Y el sultán
se asombró también de tal modo, que mandó a los escribas de palacio
redactasen tan admirable historia para conservarla escrupulosamente
en el archivo.
En cuanto al visir Chamseddin, marchó a su casa y esperó
en compañía de su hija el regreso de su sobrino Hassán Badreddin.
Pero acabó por darse cuenta de que Hassán había desaparecido. Y no
pudiendo explicarse la causa, se dijo: ¡Por Alá! ¡Qué aventura tan
extraordinaria es esta aventura! No he conocido otra semejante ...
Al llegar a este momento de su narración, Shehrazada vio aparecer la mañana, y discreta, interrumpió su relato, para no cansar al sultán Schahriar, rey de las islas de la India y de la China.
Cuando llegó la noche siguiente ...
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado!, que Giafar Al-Barmaki, visir del rey Harún Al-Rashid, prosiguió de este modo la historia que
contaba al califa:
Orando, el visir Chamseddin se convenció de que su sobrino
Hassán Badreddin había desaparecido, y se dijo: Puesto que el mundo
está hecho de vida y de muerte, nada tan oportuno como que procure
que mi sobrino Hassán encuentre a su regreso esta vivienda igual que
la ha dejado.
Y el visir Chamseddin cogió un tintero, un cálamo y un
pliego de papel, y anotó uno por uno todos los muebles y enseres de la
casa, en esta forma: Tal armario está en tal sitio; tal cortina en tal
otro, y así sucesivamente. Cuando terminó, selló el papel después de
leérselo a su hija Sett El-Hosn, y lo guardó con mucho cuidado en la
caja de los papeles. Después recogió el turbante, el gorro, los calzones,
el ropón y el bolsillo, e hizo con todo ello un paquete que guardó con el
mismo esmero.
En cuanto a Sett El-Hosn la hija del visir, quedó preñada efectivamente la primera noche de bodas, y a los nueve meses cumplidos
parió un hijo tan hermoso como la luna y que se parecía a su padre en
todo, en lo bello, lo gentil y lo perfecto. En seguida que nació lo lavaron
las mujeres y le ennegrecieron los ojos con kohl. Después lo confiaron a las criadas y a la nodriza. Y por su hermosura sorprendente se llamó Agib.
Pero cuando el admirable Agib llegó, día por día, mes por mes y año por año, a cumplir los siete de su edad, su abuelo el visir
Chamseddin le mandó a la escuela de un maestro muy famoso, recomendándoselo
mucho a este maestro. Y Agib, acompañado diariamente del esclavo negro Said, eunuco de su padre, iba a la escuela para regresar a su casa al mediodía y al anochecer. Y así fue a la escuela durante cinco años, hasta cumplir los doce. Pero a todo esto los demás niños de la escuela no podían soportar a Agib, que les pegaba y les insultaba y les decía: ¿Cuál de ustedes puede compararse conmigo? Mi padre es el visir de Egipto.
Al fin se reunieron los niños y fueron a quejarse al
maestro contra la conducta de Agib. Y el maestro, al ver que sus exhortaciones
al hijo del visir no daban resultado, sin atreverse a despedirle, por ser quien era, dijo a los otros niños: Les voy a indicar una cosa que en cuanto se la digan le impedirá volver a la escuela. Mañana a la hora del recreo se reunirán todos en tomo de Agib y se dirán los unos a los otros: ¡Por Alá! ¡Vamos a jugar a un juego maravilloso! Pero para jugarlo es preciso que diga en alta voz cada uno su nombre, y el nombre de su padre y de su madre. Pues el que no pueda decir el nombre de su padre y de su madre será considerado como hijo adulterino y no jugará con nosotros.
Y aquella mañana, cuando Agib hubo llegado a la escuela, todos los niños se reunieron a su alrededor, y uno de ellos dijo: ¡Vamos a
jugar a un juego maravilloso! Pero nadie podrá jugar sino con la condición
de decir su nombre y los de sus padres. ¡Empecemos, uno a uno! Y les guiñó el ojo.
Entonces avanzó uno de los niños, y dijo: Me llamo Nahib, mi madre se llama Nahiba y mi padre Izeddin. Y otro dijo: Yo me llamo
Naguib, mi madre se llama Camila y mi padre se llama Mustafá. Y el
tercero y el cuarto y los otros se expresaron en la misma forma. Cuando
le tocó el turno a Agib, dijo orgullosamente: Yo soy Agib, mi madre
se llama Sett El-Hosn y mi padre se llama Chamseddin, visir de Egipto.
Pero todos los niños replicaron: ¡No , por Alá ! ¡El visir no es tu padre!
Y Agib gritó enfurecido: ¡Alá los confunda! ¡El visir es mi padre!
Pero los niños comenzaron a reírse y a palmetear, y le volvieron la espalda, gritando: ¡Vete, vete! ¡No sabes cómo se llama tu padre! ¡Chamseddin no es tu padre, sino tu abuelo, el padre de tu madre! ¡No
jugarás con nosotros. Y los niños se desbandaron, riendo a carcajadas.
Entonces Agib sintió que se le oprimía el pecho y le ahogaban
los sollozos. Y en seguida se le acercó el maestro, y le dijo: Pero
¡cómo, Agib! ¿No sabías que el visir no es tu padre, sino tu abuelo, el padre de tu madre Sett El-Hosn? A tu padre, ni tú, ni nosotros, ni nadie le conoce. Porque el sultán había casado a Sett El-Hosn con un palafrenero jorobado, pero el tal no pudo acostarse con ella, y ha ido contando por toda la ciudad que la noche de su boda los efrits le habían
encerrado a él para dormir ellos con Sett El-Hosn. Y ha contado también
historias asombrosas de búfalos, perros, borricos y otros seres semejantes. De modo ¡oh mi querido Agib!, que nadie sabe el nombre de tu padre. Sé, pues, humilde ante Alá y con tus compañeros, que te miran como al hijo adulterino. Considera que te hallas en la misma situación que un niño vendido en el mercado y que ignora quién es su padre. Sabe, pues, que el visir Chamseddin no es más que tu abuelo, que tu padre nadie lo conoce. Y en adelante procura ser modesto.
Después de oír al maestro de escuela, Agib salió corriendo a casa de su madre Sett El-Hosn, llorando tanto, que no pudo al principio
articular palabra. Entonces su madre empezó a consolarle, viéndole
conmovido, se le llenó el corazón de lástima, y le dijo: ¡Hijo mío,
cuéntale a tu madre la causa de tu pena! Y le besó y le acarició. Entonces el pequeño le dijo: ¿Dime, madre, quién es mi padre?
Y Sett El-Hosn, muy asombrada, dijo: ¡Pues el visir!
Y Agib le contestó, ahogado por el llanto: ¡No; ése no es mi padre! ¡No me ocultes la verdad! ¡El visir es tu padre, pero no el mío! Si no me dices la verdad, con este puñal me mataré ahora mismo. Y Agib le repitió a su madre las palabras del maestro de escuela.
Entonces, al recordar a su primo y marido, la hermosa Sett El -Hosn recordó también su primera noche de bodas y la belleza y encantos
del maravilloso Hassán Badreddin El-Bassrauí, y lloró muy emocionada,
suspirando estas estrofas:
¡Encendió el deseo en mi corazón, y se ausentó muy lejos! ¡Y se ausentó hacia lo más distante de nuestra morada!
Después prosiguió en sus sollozos. Y Agib, viendo llorar a su madre, se echó a llorar también. Y mientras los dos estaban llorando, entró en la habitación el visir Chamseddin que había oído los llantos y las voces. Y al ver cómo lloraban, se le oprimió el corazón, y dijo muy alarmado: Hijos míos, ¿por qué lloran así?
Entonces Sett El-Hosn le refirió la aventura de Agib con los chicos de la escuela. Y el visir, al oírla, se acordó de todas las desventuras pasadas, las que le habían ocurrido a él, a su hermano Nureddin, a su sobrino Hassán Badreddin, y por último a su nieto Agib; y al reunir todos estos recuerdos no pudo menos de llorar también. Y se fue muy desesperado en busca del emir, y le contó lo que pasaba, diciéndole que aquella situación no podía
durar, ni por su buen nombre ni por el de sus hijos; y le pidió su venia
para partir hacia los países de Levante, y llegar a la ciudad de Bassra,
en donde pensaba encontrar a su sobrino Hassán Badreddin. Rogó asimismo
que el sultán le escribiera unos decretos que le permitiesen realizar por los países las gestiones necesarias para encontrar y atraerse a su sobrino. Y como no cesaba en su amargo llanto, se enterneció el sultán y le concedió los decretos. Y después de darle gracias mil veces y hacer votos por su engrandecimiento, prosternándose ante él y besando la tierra entre sus manos, el visir se despidió. Inmediatamente hizo los preparativos para la marcha y partió con su hija Sett El-Hosn y con Agib.
Anduvieron el primer día y el segundo y el tercero, y así sucesivamente, en dirección a Damasco, y por fin llegaron sin dificultad. Y
se detuvieron cerca de las puertas, en el meidán de Hasba, donde armaron
sus tiendas para descansar dos días antes de seguir el camino. Y les
pareció Damasco una ciudad admirable, llena de árboles y aguas corrientes,
siendo en realidad como la cantó el poeta:
¡He pasado un dia y una noche en Damasco! ¡Damasco! ¡ Su creador juró no hacer en adelante nada parecido!
La servidumbre del visir fue a visitar la ciudad y sus zocos, para comprar lo que neeesitaban y vender las cosas traídas de Egipto. Y no dejaron de bañarse en los hammams famosos, y entraron en la mezquita de los Bani-Ommiah, situada en el centro de la población, y que no
tiene igual en todo el mundo.
Agib marchó también a la ciudad para distraerse, acompañado de su fiel eunuco Said. Y el eunuco le seguía muy próximo y llevaba en la
mano un látigo capaz de matar a un camello, pues sabía la fama que
tienen los habitantes de Damasco, y con aquel látigo quería impedirles
acercarse a su amo el hermoso Agib. Y efectivamente, no se engañaba,
pues apenas hubieron visto al hermoso Agib, los habitantes de Damasco
se percataron de lo encantador y gracioso que era, hallándole más
suave que la brisa del norte, más delicioso que el agua fresea para el
paladar del sediento y más grato que la salud para el convaleciente. Y
enseguida, la gente de la calle, de las casas y de las tiendas siguieron
a Agib, sin dejarle, a pesar del látigo del eunuco. Y otros corrían para
adelantarse y se sentaban en el suelo a su paso, para contemplarle más
tiempo y mejor.
Al fin, por voluntad del Destino, Agib y el eunuco
llegaron a una pastelería, donde se detuvieron para escapar de tan indiscreta
muchedumbre.
Y precisamente aquella pastelería era la de Hassán Badreddin,
padre de Agib. Había muerto el anciano pastelero que adoptó a Hassán,
y éste había heredado la tienda. Y aquel día Hassán estaba ocupado en
preparar un plato delicioso con granos de granada y otras cosas azucaradas
y sabrosas. Y cuando vio pararse a Agib y al eunuco, quedó encantado con la hermosura de Agib, y no solamente encantado, sino conmovido con una emoción cordial y extraordinaria, que le hizo exclamar lleno de cariño: ¡Oh mi joven señor! Acabas de conquistar mi corazón y reinas para siempre en lo íntimo de mi ser, sintiéndome atraído hacia ti desde el fondo de mis entrañas. ¿Quieres honrarme entrando en mi tienda? ¿Quieres hacerme la merced de probar mis dulces, sencillamente por piedad?
Y Hassán, al decir esto, sentía que, sin poder remediarlo, sus ojos se arrasaban en lágrimas, y lloró mucho al recordar entonces su pasado y su situación presente.
Y cuando Agib oyó las palabras de su padre, se le enterneció
también el corazón, y volviéndose hacia el esclavo, le dijo: ¡Said!
Este pastelero me ha enternecido. Se me figura que ha de tener algún
hijo ausente y que yo le recuerdo este hijo. Entremos, pues, en su tienda
para complacerle, y probemos lo que nos ofrece. Y así aliviamos
con esto su pena, es probable que Alá se apiade a su vez de nosotros y
haga que logren buen éxito las pesquisas para encontrar a mi padre.
Pero Said, al oír a Agib, exclamó: ¡Oh mi señor, no hagamos eso! ¡Por Alá! ¡De ningún modo! No es propio del hijo de un visir
entrar en una pastelería del zoco, y menos todavía comer públicamente
en ella. ¡Oh! ¡No puede ser! Si lo haces por temor a estas gentes
que te siguen, y por eso quieres entrar en esa tienda, ya sabré yo espantarlas
y defenderte con mi látigo. ¡Pero lo que es entrar en la pastelería, en modo alguno!
Y Hassán Badreddin se afectó muchísimo al oír al eunuco. Y
luego, volviéndose hacia él, con los ojos llenos de lágrimas, le dijo:
¡Oh eunuco! ¿Por qué no quieres apiadarte y darme el gusto de entrar
en mi tienda? ¡Porque tú, como la castaña, eres negro por fuera, pero
por dentro blanco! Y te han elogiado todos nuestros poetas en versos
admirables, hasta el punto de que puedo revelarte el secreto de que
aparecerás tan blanco por fuera como por dentro lo eres.
Entonces el buen eunuco se echó a reír a carcajadas, y exclamó: ¿Es de veras? ¿Puedes hacerlo así? ¡Por Alá, apresúrate a decírmelo!
En seguida Hassán le recitó estos versos admirables en loor de los eunucos:
¡Su cortesía exquisita, la dulzura de sus modales y su noble apostura han hecho de él el guardián respetado de las casas de los reyes!
Estos versos eran, efectivamente, tan maravillosos y tan oportunos, y fueron tan admirablemente recitados por Hassán, que el eunuco se conmovió y se sintió halagadísimo, hasta el punto de que, cogiendo de la mano a Agib, entró con él en la tienda.
Entonces Hassán Badreddin llegó al colmo de la alegría y se apresuró a hacer cuanto pudo para honrarlos. Cogió un tazón de porcelana
de los más ricos, lo llenó de granos de granada preparados con azúcar
y almendras mondadas, perfumado todo deliciosamente y muy en su punto, y lo presentó sobre la más suntuosa de sus bandejas de cobre repujado. Y al verlos comer con manifiesta satisfacción, se sintió muy halagado y muy complacido: ¡Oh, qué honor para mí! ¡Qué fortuna la mía! ¡Que les sea tan agradable como provechoso!
Agib, después de probar los primeros boeados, invitó a sentarse al pastelero, y le dijo: Puedes quedarte con nosotros y comer con nosotros. Porque Alá lo tendrá en cuenta, haciendo que encontremos al
que buscamos.
Y Hassán Badreddin se apresuró a replicar: Pero
¡cómo, hijo mío! ¿Acaso lamentas ya, siendo tan joven, la pérdida de un ser querido?
Y Agib contestó: ¡Oh buen hombre! ¡La ausencia de un ser querido ha destrozado ya mi corazón! ¡Y ese ser por quien lloro es nada menos que mi padre! Porque mi abuelo y yo hemos abandonado nuestro país para recorrer todas las comarcas en su busca.
Y Agib, al recordar su desgracia rompió a llorar, mientras que Badreddin, emocionado por aquel dolor lloraba también. Y hasta el eunuco inclinó la cabeza en señal de sentimiento. Sin embargo, hicieron los honores
al magnífico tazón de granada perfumada, dispuesta con tanto arte,
comieron hasta la saciedad, pues tan exquisita estaba. Pero como apremiaba el tiempo, Hassán no pudo saber más, porque el eunuco hizo que Agib partiese con él hacia las tiendas del visir. Y apenas se hubo marchado Agib, Hassán sintió que su alma se iba con él, y no pudo sustraerse al deseo de seguirle.
Cerró en seguida su tienda, y sin sospechar que Agib era su hijo, marchó a buen paso, para alcanzarles antes de que hubiesen traspuesto la puerta principal de la ciudad.
Entonces el eunuco se apercibió de que el pastelero les seguía, y volviéndose hacia él, le dijo: Pastelero, ¿por qué nos sigues?"
Y Badreddin respondió: Tengo que despachar un asunto fuera de la ciudad, y he querido alcanzaros para que vayamos juntos y regresar después enseguida. Además, su partida me ha arrancado el alma del cuerpo.
Estas palabras indignaron profundamente al eunuco, que exclamó: ¡Parece que va a salirnos muy caro el dichoso dulce! ¡Qué maldito
tazón! ¡Este hombre nos lo va a amargar! ¡Y he aquí que ahora nos
seguirá a todas partes!
Entonces, Agib, al volverse y ver al pastelero, se puso muy colorado, y balbuceó: ¡Déjalo, Said, que el camino de Alá es libre para todos los musulmanes!
Y añadió después: Si viene hasta las tiendas, ya no habrá duda de que nos persigue, y entonces lo echaremos. Y dicho esto, Agib bajó la cabeza y continuó andando, el eunuco marchaba a pocos pasos detrás de él.
En cuanto a Hassán, no dejó de seguirles hasta el meidán de Hasba, donde estaban las tiendas. Y entonces Agib y el eunuco se volvieron,
viéndole a pocos pasos detrás de ellos. Y esta vez acabó por enfadarse
Agib, temiendo que el eunuco se lo contase todo a su abuelo: ¡Que Agib
había entrado en una pastelería y que el pastelero había seguido a
Agib! Y asustado de que esto ocurriese, cogió una piedra y volvió a mirar a Hassán, que seguía inmóvil, contemplándole siempre con una extraña luz en los ojos. Y Agib, sospechando que esta llama de los ojos del pastelero era una llama equívoca, se puso aún más furioso, lanzó con toda su fuerza la piedra contra él, hiriéndole de gravedad en la frente. Después, Agib y el eunuco huyeron hacia las tiendas. En cuanto a Hassán Badreddin, cayó al suelo desmayado y con la cara cubierta de sangre. Pero afortunadamente no tardó en volver en sí, se restañó la sangre, y con un trozo de su turbante se vendó la herida. Después comenzó a reconvenirse de este modo: ¡Verdaderamente,
toda la culpa la tengo yo! He procedido muy mal al cerrar la tienda, seguir a ese hermoso muchacho, haciéndole creer que le acosaba con fines sospechosos.
Y suspiró después: ¡Alá karimi! Luego regresó
a la ciudad, abrió la tienda y siguió preparando sus pasteles y vendiéndolos
como antes hacía, pensando siempre, lleno dolor, en su pobre madre, que en la ciudad de Bassra le había enseñado desde muy niño las primeras lecciones del arte de la pastelería. Y se puso a llorar, y para consolarse, recitó esta estrofa:
¡No pidas justicia al infortunio!
En cuanto al visir Chamseddin, tío del pastelero Hassán Badreddin, transcurridos los tres días de descanso en Damasco, dispuso que levantase el campamento del meidán, y continuando su viaje a Bassra, siguió el camino de Homs, luego el de Hama y por fin el de
Alepo. Y en todas partes hacía investigaciones.
De Alepo marchó a Mardin, después a Mossul y luego a Diarbekir. Y llegó por último a la cuidad de Bassra.
Entonces, apenas hubo descansado, se apresuró a presentarse al sultán de Bassra, que le recibió con mucha amabilidad, preguntándole
el motivo de su viaje. Y Chamseddin le relató toda la historia, y le dijo
que era hermano de su antiguo visir Nureddin. Y al oír el nombre de
Nureddin exclamó el sultán: ¡Alá lo tenga en su gracia! Y añadió:
Efectivamente, Nureddin fue mi visir, y lo quise mucho, y murió hace
quince años. Y dejó un hijo llamado Hassán Badreddin, que era mi
favorito predilecto; mas un día desapareció, y no hemos vuelto a saber
de él. Pero en Bassra está todavía su madre, la esposa de tu hermano, e
hija de mi antiguo visir, el antecesor de Nureddin.
Esta noticia colmó de alegría a Chamseddin, que dijo: ¡Oh rey! ¡Quisiera ver a mi cuñada!
Y el rey lo consintió.
Chamseddin corrió a casa de su difunto hermano inmediatamente
después de haber averiguado las señas. Y no tardó en llegar, pensando
durante todo el camino en Nureddin, muerto lejos de él, con la tristeza
de no poder abrazarle. Y llorando, recitó estas dos estrofas:
¡Oh! ¡Vuelva yo a la morada de mis antiguas noches!
Atravesó Chamseddin la puerta principal, llegando a un gran patio, en cuyo fondo se alzaba la morada. La puerta era una maravilla de arcadas de granito, embellecida con mármoles de todos los colores. En el umbral, sobre una magnífica losa de mármol, vio el nombre de su
hermano Nureddin grabado con letras de oro. Se inclinó para besar
aquel nombre, y se afectó mucho, recitando estas estrofas:
¡Todas las mañanas pido noticias suyas al sol que sale!
Después entró Chamseddin en la casa y atravesó varios aposentos, hasta llegar a aquel en que estaba generalmente su cuñada, la madre de Hassán Badreddin El-Bassrauí.
Desde la desaparición de su hijo, se había encerrado en aquella estancia, y allí pasaba días y noches en continuo llanto. Y había mandado construir en medio de la habitación un pequeño edificio con su
cúpula, para que figurase la tumba de su pobre hijo, al cual creía muerto
desde mucho tiempo atrás. Y allí dejaba transcurrir entre lágrimas
su vida, y allí, extenuada por el dolor, abatía la cabeza aguardando la
muerte.
Al llegar junto a la puerta, Chamseddin oyó a su cuñada, que con voz doliente recitaba estos versos:
¡Oh tumba! ¡Dime, por Alá, si han desaparecido la hermosura, los encantos de mi amigo!
Entonces entró el visir Chamseddin, saludó a su cuñada con el mayor respeto y la enteró de que era el hermano de su esposo Nureddin.
Después le refirió toda la historia, haciéndole saber que Hassán, su hijo, había estado una noche con su hija Sett El-Hosn y había desaparecido por la mañana, y Sett El-Hosn quedó preñada y parió a Agib.
Después añadió: Agib ha venido conmigo. Es tu hijo, por ser el hijo
de tu hijo y mi hija.
La viuda, que hasta aquel momento había estado sentada, como
una mujer de riguroso luto que renuncia a los usos sociales, al saber
que vivía su hijo y que su nieto estaba allí y tenía delante a su cuñado
el visir de Egipto, se levantó apresuradamente, y se echó a los pies de
Chamseddin, besándoselos, y recitó en honor suyo estas estrofas:
¡Por Alá! ¡Colma de beneficios a aquel que acaba de anunciarme esta nueva feliz, pues para mí es la noticia más dichosa y mejor de cuantas pueden oírse!
El visir ordenó que buscasen en seguida a Agib, y cuando éste se presentó, su abuela se abrazó a él llorando. Y Chamseddin le dijo: ¡Oh mi señora! No es el momento de llorar, sino de que prepares tu viaje a Egipto en compañía de nosotros. ¡Y quiera Alá reunirnos con tu hijo y sobrino mío Hassán!
Y la abuela de Agib respondió: Escucho y obedezco.
Y en el mismo instante fue a disponer todas las cosas
necesarias, y los víveres, y toda su servidumbre, no tardando en hallarse
dispuesta.
Entonces el visir Chamseddin fue a despedirse del sultán de
Bassra. Y el sultán le entregó muchos regalos para él y para el sultán
de Egipto. Después, Chamseddin, las dos damas y Agib emprendieron
la marcha acompañados de todo su séquito.
Y no se detuvieron hasta llegar nuevamente a Damasco. Hicieron alto en la plaza de Kánun, armaron las tiendas, y el visir dijo: Ahora nos detendremos en Damasco toda una semana, para tener tiempo de
comprar regalos como se los merece el sultán de Egipto.
Y mientras el visir recibía a los ricos mercaderes que habían acudido para ofrecerle sus géneros, Agib dijo al eunuco: Babá Said, tengo
ganas de distraerme un rato. Vámonos al zoco para saber qué novedades
hay y qué le ocurrió a aquel pastelero cuyos dulces nos cominos, y
teniendo que agradecerle su hospitalidad le pagamos partiéndole la
cabeza de una pedrada. Realmente, le devolvimos mal por bien.
Y el eunuco respondió: Escucho y obedezco.
Entonces Agib y el eunuco abandonaron el campamento, porque
Agib obraba con un ciego impulso, como movido por un cariño filial
inconsciente. Llegados a la ciudad, anduvieron por todos los zocos
hasta que encontraron la pastelería. Y era la hora en que los creyentes
marchaban a la mezquita de los Bani-Ommiah para la oración del asr.
Y precisamente en dicho momento estaba Hassán Badreddin en
su tienda, ocupado en confeccionar el mismo plato delicioso de la otra
vez: granos de granada con almendras, azúcar y perfumes en su punto.
Y entonces, Agib pudo observar al pastelero, y ver en su frente la cicatriz
de la pedrada con que le había herido. Y se le enterneció más el
corazón, y le dijo: ¡Oh pastelero, la paz sea contigo! El interés que me
inspiras me hace venir a saber de ti. ¿No me recuerdas?
Y apenas lo vio Hassán, se le conmovieron las entrañas, le palpitó el corazón desordenadamente, abatió la cabeza hacia el suelo, y su lengua, pegada al paladar, le impedía decir palabra. Por fin hubo de levantar la vista hacia el muchacho, y sumisa y humildemente recitó estas estrofas:
¡Pensé reconvenir a mi amante, pero en cuanto le vi lo olvidé todo, y no pude dominar mi lengua ni mis ojos!
Luego añadió: ¡Oh mis señores! ¿Quieren entrar sólo por condescendencia y probar este plato? Porque, ¡por Alá!, apenas te he visto, ¡ah hermoso muchacho!, mi corazón se ha inclinado hacia tu persona, como la otra vez. Y me arrepiento de haber cometido la locura de seguirte.
Y Agib contestó: ¡Por Alá, que eres un amigo peligroso! Por unos dulces que nos diste, estuvo en poco que nos comprometieras.
Pero ahora no entraré, ni comeré nada en tu casa, como no jures que no
saldrás detrás de nosotros como la otra vez. Y sabe que de otra manera
nunca volveremos aquí, porque vamos a pasar toda la semana en Damasco,
a fm de que mi abuelo pueda comprar regalos para el sultán.
Entonces Badreddin exclamó: ¡Lo juro ante ustedes!
Y enseguida Agib y el eunuco entraron en la tienda, y Badreddin les ofreció al instante una terrina de granos de granada, su deliciosa especialidad. Y Agib le dijo: Ven, y come con nosotros. Y así puede que Alá conceda el éxito a nuestras pesquisas.
Y Hassán se sintió muy feliz al sentarse frente a ellos. Pero no dejaba ni un instante de contemplar a Agib. Y lo miraba de un modo tan extraño y persistente que Agib, cohibido, le dijo: ¡Por Alá! Ya te lo dije la otra vez. No me mires de esa manera, pues parece que quieras devorar mi cara con tus ojos.
Y a sus frases respondió Badreddin con estas estrofas:
¡En lo más profundo de mi corazón hay para ti un secreto que no puedo revelar, un pensamiento íntimo y oculto que nunca traduciré en palabras!
Terminadas estas estrofas, recitó otras no menos admirables, pero en otro sentido; dirigidas al eunuco. Y así estuvo diciendo versos durante una hora, tan pronto dedicados a Agib como al esclavo. Y luego que sus huéspedes se hubieron saciado, Hassán se levantó a fin de
traerles lo indispensable para que se lavasen. Y al efecto les presentó
un hermoso jarro de cobre muy limpio; les echó agua perfumada en las
manos y se las limpió después con una hermosa toalla de seda que le
pendía de la cintura.
Y enseguida les roció con agua de rosas, sirviéndose de un aspersorio de plata que guardaba cuidadosamente en el estante más alto de
su tienda, sacándolo nada más que en las ocasiones solemnes. Y no
contento aún, salió un instante para volver en seguida, trayendo en la
mano dos alcarrazas llenas de sorbete de agua de rosas, y les ofreció
una a cada uno, diciendo: Acéptenlo y coronen así su condescendencia.
Entonces Agib cogió una alcarraza y bebió, y luego se la
entregó al eunuco, que bebió y se la entregó otra vez a Agib, que bebió
y se la volvió a entregar al esclavo, y así sucesivamente, hasta que
llenaron bien el vientre y se vieron hartos como nunca lo habían
estado en su vida. Y por último, dieron las gracias al pastelero, y se
retiraron muy de prisa para llegar al campamento antes de que se ocultase
el sol.
Y llegados a las tiendas, Agib se apresuró a besar la mano a su abuela y a su madre Sett El-Hosn. Y la abuela le dio otro beso, acordándose
de su hijo Badreddin, y hubo de suspirar y llorar mucho. Y después recitó estas dos estrofas:
¡Si no tuviese la esperanza de que los objetos separados han de reunirse algún día, nada habría aguardado ya desde que te fuiste!
Después le dijo a Agib: Hijo mío, ¿por dónde estuviste?
Y él contestó: Por los zocos de Damasco.
Y ella dijo: Ya debes tener mucho apetito. Y se levantó y le trajo una terrina llena del famoso dulce de granada, deliciosa especialidad en que era muy diestra, y cuyas primeras nociones había dado a su hijo Badreddin siendo él muy niño.
Y ordenó al eunuco: Puedes comer con tu amo Agib. Y el eunuco, haciendo muecas, se decía: ¡Por Alá! ¡Maldito el apetito que
tengo! ¡No podré comer ni un bocado! Pero fue a sentarse junto a su
señor.
Y Agib, que se había sentado también, se encontraba con el estómago lleno de cuanto había comido y bebido en la pastelería. Sin
embargo, tomó un poco de aquel dulce, pero no pudo tragarlo por lo
harto que estaba. Además, le pareció muy poco azucarado. Y en realidad
no era así ni mucho menos, porque la culpa era de él, pues no
podía estar más ahito de lo que estaba. Así es que, haciendo un gesto
repugnancia, dijo a su abuela: ¡Oh abuela! Este dulce no está bien
hecho. Y la abuela, despechada, exclamó: ¿Cómo te atreves a decir
que no están bien hechos mis dulces? ¿Ignoras que no hay en el mundo
quien me iguale en el arte de la repostería y la confitería, como no sea
tu padre Hassán Badreddin, y eso porque yo le enseñé? Pero Agib
repuso: ¡Por Alá, abuela, que a este plato le falta algo de azúcar! No
se lo digas a mi madre ni a mi abuelo; pero sabe que acabamos de
comer en el zoco, donde nos ha obsequiado un pastelero, ofreciéndonos
este mismo plato. ¡Ah! ¡Sólo su perfume ensanchaba el corazón!
Y su sabor delicioso habría despertado el apetito de un enfermo. Y
realmente, este plato preparado por ti no se le puede comparar ni con
mucho, abuela mía.
Y la abuela, enfurecida al oír estas palabras, lanzó una terrible mirada al eunuco Said y le dijo ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Entonces, su hermana, la joven Doniazada, le dijo:
¡En las moradas civilizadas y estables, no hay fervor ni hay amistad!
¡Créeme! ¡Huye de tu patria! ¡Arráncate del suelo de tu patria!
¡Intérnate en países extranjeros!
¡Escucha! ¡He comprobado que el agua que se estanca se corrompe;
podría librarse de su podredumbre corriendo nuevamente!
¡Pero de otro modo es incurable!
¡He observado también la luna llena, y pude averiguar el número
de sus ojos, de sus ojos de luz! ¡Pero si no hubiese seguido sus
evoluciones en el espacio, no habría podido conocer los ojos de
cada cuarto de luna, los ojos que me miraban!
¿Y el león? ¿Sería posible cazar al león si no hubiese salido del
espeso bosque? ... ¿Y la flecha? ¿Mataría la flecha si no escapara
violentamente del arco tenso?
¿Y el oro y la plata? ¿No serían polvo vil si no hubiesen salido de
sus yacimientos? ¿Y el armonioso laúd? ¡Ya sabes! ¡Sólo sería
un pedazo de leño si el obrero no lo arrancase de la tierra para
darle forma!
¡Expátriate y alcanzarás las cumbres! ¡Si permaneces adherido a
tu suelo, jamás escalarás la altura!
¡Beber su boca! ¡Beber esta boca hace olvidar las cosas llenas y los vasos desbordantes!
¡Beber en sus labios, apagar la sed en la frescura de sus mejillas
y mirarse en el manantial de sus ojos, es olvidar la púrpura de los
vinos, sus aromas, su sabor y toda su embriaguez!
¡Si viniese la misma Belleza a compararse eon este niño, bajaría
humillada la cabeza!
Y si le preguntaras: ¡Oh Belleza! ¿Qué te parece? ¿Viste jamás
nada semejante?
Ella contestaría: ¡Como él, verdaderamente, ninguno!
¡Canto sus obras aunque no son obras, sino cosas tan bellas que debería formarse con ellas un collar que adornara el cuello!
¡Y si beso la punta de tus dedos, es porque no son dedos, sino la
llave de todos los beneficios!
¡Ojalá sean blancos para ti todos los días, y negros los días de todos los envidiosos!
¡Es el rey de la hermosura por su distinción sin igual! ¡Y habrá
que suponer que prestó su lozanía a las flores y las praderas!
¡Cuando el mundo ve a dos corazones unidos por ardiente pasión, trata de herirlos con el acero frío!
¡Pero tú no hagas caso! ¡Cuando el Destino pone una beldad a tu paso, es para que la ames y para que con ella únicamente vivas!
¡Y al recordar la mansión de la dicha, derramo todas las lágrimas de mis ojos!
Y pregunto y grito, sin lograr respuesta: ¿Quién me ha arrancado lejos de él? ¡Oh! ¡Tenga piedad de mí el autor de mis desventuras, y permítame que vuelva!
¡Mi pobre razón no he de recobrarla hasta que él vuelva! ¡Y aguardándole,
he perdido asimismo el sueño reparador y toda la paciencia!
¡Me abandonó, y con él me abandonó la dicha, arrebatándome la tranquilidad! ¡ Y desde entonces perdí todo reposo!
Me dejó, y las lágrimas de mis ojos lloran su ausencia, y al correr,
sus arroyos llenan los mares;
que no pasa un día sin que mi deseo me empuje hacía él y palpite mi corazón con el dolor de su ausencia;
por eso su imagen se alza frente a mí, y al mirarla, aumentan mi
cariño, mi anhelo y mis recuerdos!
¡Oh! ¡Su imagen amada es siempre lo primero que se presenta a mis ojos en la primera hora de la mañana! ¡Y así ha de ser siempre, pues no tengo otro pensamiento ni otros amores!
¡La noche cubre amorosamente a Damasco con sus alas! ¡Y cuando llega el día, tiende por encima la sombra de sus árboles frondosos!
¡El rocío en las ramas de estos árboles no es rocío, sino perlas,
perlas que caen como copos de nieve a merced de la brisa que las
empuja!
¡En sus bosques luce la Naturaleza todas sus galas: el ave da su
lectura matutina; el agua es como una página blanca abierta; la
brisa responde y escribe lo que dicta el ave, y las blancas nubes
derraman gotas para la escritura!
¡Y para el harén, qué servidor tan incomparable! ¡Tal es su gentileza, que los ángeles del cielo bajan a su vez para servirle!
¡Sólo hallarás el desengaño!
¡Por que el infortunio jamás te hará justicia!
¡Logre yo besar sus paredes!
¡Pero no es el amor a estos muros de la casa querida el que me ha herido en mitad del corazón, sino el amor al que en ella vivía!
¡Y todas las noches se las pido al relámpago que brilla!
¡Cuando duermo, hasta cuando duerma el deseo, el aguijón del deseo, el peso del deseo, la sierra afilada del deseo, trabaja en mí!
¡Y nunca clamó estos dolores!
¡Oh dulce amigo! ¡No prolongues más la dura ausencia! ¡Mi corazón está destrozado, cortado en pedazos por el dolor de esta ausencia!
¡Oh! ¡Qué día bendito, qué día tan incomparable sería aquel en que al fin pudiéramos reunimos!
¡Pero no temas que por tu ausencia se haya llenado mi corazón con el amor de otro! ¡Mi corazón no es bastante grande para encerrar otro amor!
¿Se desvaneció para siempre el magnífico espectáculo de su belleza?
¡Oh tumba! No eres seguramente el jardín de las delicias ni el
elevado cielo; pero dime, ¿cómo veo resplandecer dentro de ti la
luna y florecer el ramo?
¡Y si le agradan los regalos, puedo hacerle el de un corazón desgarrado por las ausencias!
¡He callado y bajé los ojos ante su apostura imponente y altiva, y
quise disimular lo que sentía, pero no lo pude conseguir!
¡He aquí cómo, después de haber escrito pliegos y pliegos de
reconvenciones, al hallarle ante mí, fue imposible leer ni una
palabra!
¡Oh tú, que humillas a la brillante luna, orgullosa de su belleza!
¡Oh tú, rostro radiante, que avergüenzas a la mañana y a la resplandeciente
aurora!
¡Te he consagrado un culto mudo; te dediqué, oh vaso selecto, un
signo mortal y unos votos que de continuo se acrecientan y embellecen!
¡Y ahora ardo y me derrito por completo! ¡Tu rostro es mi paraíso!
¡Estoy seguro de morir de esta sed abrasadora! ¡Y sin embargo,
tus labios podrían apagarla y refrescarme con su miel!
¡Pero hice el juramento de que no entraría en mi corazón más amor que el tuyo!
¡Y Alá mi señor, que conoce todos los secretos, puede atestiguar que lo he cumplido!