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LAS MIL Y UNA NOCHES
Sabe, pues, ¡oh rey del tiempo!, que antes de mi aventura con el jorobado me habían convidado en una casa donde se daba un festín a los principales miembros de los gremios de nuestra ciudad: sastres, zapateros, lenceros, barberos, carpinteros y otros.
Y era muy de mañana. Por eso, desde el amanecer, estábamos
todos sentados en corro para desayunarnos, y no aguardábamos más que al amo de la casa, cuando le vimos entrar acompañado de un joven forastero, hermoso, bien formado, gentil y vestido a la moda de Bagdad,
Y era todo lo hermoso que se podia desear, y estaba tan bien vestido como pudiera imaginarse. Pero era ostensiblemente cojo. Luego que
entró adonde estábamos, nos deseó la paz, y nos levantamos todos para devolverle su saludo. Después ibamos a sentarnos y él con nosotros, cuando súbitamente le vimos cambiar de color y disponerse a salir. Entonces hicimos mil esfuerzos para detenerle entre nosotros. Y el amo de la casa insistió mucho y le dijo: En verdad, no entendemos nada de esto. Te ruego que nos digas qué motivo te impulsa a dejarnos.
Entonces el joven respondió: ¡Por Alá te suplico, ¡oh mi señor, que no insistas en retenerme! Porque hay aqui una persona que me
obliga a retirarme, y es ese barbero que está sentado en medio de
ustedes.
Estas palabras sorprendieron extraordinariamente al amo de la
casa, y nos dijo: ¿Cómo es posible que a este joven, que acaba de
llegar de Bagdad, le moleste la presencia de ese barbero que está aqui?
Entonces todos los convidados nos dirigimos al joven, y le dijimos: ¡Cuéntanos, por favor, el motivo de tu repulsión hacia ese barbero.
Y él contestó: Señores, ese barbero de cara de alquitrán y alma de betún fue la causa de una aventura extraordinaria que me sucedió en
Bagdad, mi ciudad, y ese maldito tiene también la culpa de que yo esté
cojo. Asi es que he jurado no vivir nunca en la ciudad en que él viva, ni
sentarme en sitio en donde él se sentara. Y por eso me vi obligado a
salir de Bagdad, mi ciudad, para venir a este pais lejano. Pero ahora me
lo encuentro aqui. Y por eso me marcho ahora mismo, y esta noche
estaré lejos de esta ciudad para no ver a ese hombre de mal agüero.
Y al oirlo, el barbero se puso pálido, bajó los ojos y no pronunció palabra. Entonces insistimos tanto, con el joven, que se avino a contarnos de este modo su aventura con el barbero.
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