Presentación de Omar Cortés | Historia de Bacbac, tercer hermano del barbero | Historia de El-Aschar, quinto hermano del barbero | Biblioteca Virtual Antorcha |
---|
LAS MIL Y UNA NOCHES
Mi cuarto hermano, el tuerto El-Kuz El-Assuaní, o el botijo irrompible, ejercía en Bagdad el oficio de carnicero. Sobresalía en la venta de carne y picadillo, y nadie le aventajaba en criar y engordar carneros de larga cola. Y sabía a quién vender la carne buena y a quién despachar la mala. Así es que los mercaderes más ricos y los principales de la ciudad sólo se abastecían en su casa y no compraban más carne que la de sus carneros; de modo que en poco tiempo llegó a ser muy rico y propietario de grandes rebaños y hermosas fincas.
Y seguía prosperando mi hermano El-Kuz cuando cierto día entre los días, que estaba sentado en su establecimiento, entró un jeque
de larga barba blanca, que le dio dinero y le dijo: ¡Corta carne buena!
Y mi hermano le dio de la mejor carne, cogió el dinero y devolvió el saludo al anciano, que se fue.
Entonces mi hermano examinó las monedas de plata que le había
entregado el desconocido, y vio que eran nuevas, de una blancura
deslumbradora. Y se apresuró a guardarlas aparte, en una caja especial,
pensando: He aquí unas monedas que me van a dar buena sombra.
Y durante cinco meses seguidos el viejo jeque de larga barba
blanca fue todos los días a casa de mi hermano, entregándole monedas
de plata completamente nuevas a cambio de carne fresca y de buena
calidad. Y todos los días mi hermano cuidaba de guardar aparte aquel
dinero. Pero un día mi hermano El-Kuz quiso contar la cantidad que
había reunido de este modo, a fin de comprar unos hermosos cameros,
y especialmente unos cuantos moruecos para enseñarles a luchar unos
con otros, ejercicio muy gustado en Bagdad, mi ciudad.
Y apenas había abierto la caja en que guardaba el dinero del jeque de la barba blanca, vio que allí no había ninguna moneda, sino redondeles de papel blanco.
Y entonces empezó a darse puñetazos en la cara y en la cabeza, a lamentarse a gritos. Y en seguida le rodeó un gran grupo de transeúntes, a quienes contó su desventura, sin que nadie pudiera explicarse la desaparición de aquel dinero. Y El-Kuz seguía gritando y diciendo:
¡Haga Alá que vuelva hora ese maldito jeque para que le pueda arrancar
las barbas y el turbante con mis propias manos!
Y apenas había acabado de pronunciar estas palabras, cuando
apareció el jeque. Y el jeque atravesó por entre el gentío, y llegó hasta
mi hermano para entregarle, como de costumbre, el dinero. En seguida
mi hermano se lanzó contra él, y sujetándole por un brazo, dijo:
¡Oh musulmanes! ¡Acudan en mi socorro! ¡He aquí al infame ladrón!
Pero el jeque no se inmutó para nada, pues inclinándose hacia mi hermano le dijo de modo que sólo pudiera oírle él: ¿Qué prefieres, callar o que te comprometa delante de todos? Y te advierto que tu afrenta ha
de ser más terrible que la que quieres causarme.
Pero El-Kuz contestó: ¿Qué afrenta puedes hacerme, maldito viejo de betún? ¿De qué modo me vas a comprometer?
Y el jeque dijo: Demostraré que vendes carne humana en vez de carnero.
Y mi hermano repuso: ¡Mientes, oh mil veces embustero y mil veces maldito!
Y el jeque dijo: El embustero y el maldito es quien tiene colgando del gancho de su carnicería un cadáver en vez de un carnero.
Y mi hermano protestó violentamente, y dijo: ¡Perro, hijo de perro! Si pruebas semejante cosa, te entregaré mi sangre y mis bienes.
Y entonces el jeque se volvió hacia la muchedumbre y dijo a voces: ¡Oh ustedes todos, amigos míos! ¿Ven a este carnicero? Pues hasta hoy nos ha estado engañando a todos, infringiendo los preceptos de nuestro Libro. Porque en vez de matar carneros degüella cada día a un hijo de Adán y nos vende su carne por carne de carnero. Y para convenceros de que digo la verdad, entren a registrar la tienda.
Entonces surgió un clamor, y la muchedumbre se precipitó en la tienda de m i hermano El-Kuz, tomándola por asalto. Y a la vista de
todos apareció colgado de un gancho el cadáver de un hombre; desollado,
preparado y destripado. Y en el tablón de las cabezas de carnero
había tres cabezas humanas, desolladas, limpias, y cocidas al humo,
para la venta.
Y al ver esto, todos los presentes se lanzaron sobre mi hermano, gritando: ¡Impío, sacrilego, asesino!
Y la emprendieron con él a palos y a latigazos. Y los más encarnizados contra él y los que más cruelmente le pegaban eran sus parroquianos más antiguos y sus mejores amigos. Y el viejo jeque le dio tan violento puñetazo en un ojo, que se lo saltó sin remedio. Después cogieron el supuesto cadáver degollado, ataron a mi hermano El-Kuz, y todo el mundo, precedido del jeque, se presentó delante del ejecutor de la ley.
Y el jeque le dijo: ¡Oh Emir! He aquí que te traemos, para que pague sus crímenes, a este hombre que desde hace mucho tiempo degüella a sus semejantes y vende su carne como si fuese de carnero. No tienes más que dictar sentencia y dar cumplimiento a la justicia de Alá, pues he aquí a todos los testigos.
Y esto fue todo lo que pasó. Porque el jeque de la blanca barba era una bruja que tenía el poder de aparentar cosas que no lo eran
realmente.
En cuanto a mi hermano El-Kuz, por más que se defendió, no
quiso oírle el juez, y lo sentenció a recibir quinientos palos. Y le confiscaron todos sus bienes y propiedades, no siendo poca su suerte
con ser tan rico, pues de otro modo le habrían condenado a muerte sin
remedio. Y además le condenaron a ser desterrado.
Y mi hermano, con un ojo menos, con la espalda llena de golpes y medio muerto, salió de Bagdad camino adelante y sin saber adonde
dirigirse hasta que llegó a una ciudad lejana, desconocida para él, y
allí se detuvo, decidido a establecerse en aquella ciudad y ejercer el
oficio de remendón, que apenas si necesita otro capital que unas manos
hábiles.
Fijó, pues, su puesto en un esquinazo de dos calles, y se puso a trabajar para ganarse la vida. Pero un día que estaba poniendo una
pieza nueva a una babucha vieja oyó relinchos de caballos y el estrépito
de una carrera de jinetes. Y preguntó el motivo de aquel tumulto, y
le dijeron: Es el rey que sale de caza con galgos, acompañado de toda
la corte.
Entonces mi hermano El-Kuz dejó un momento la aguja y el
martillo y se levantó para ver cómo pasaba la comitiva regia mientras
estaba de pie, meditando sobre su pasado y su presente y sobre las
circunstancias que le habían convertido de famoso carnicero en el último
de los remendones, pasó el rey al frente de su maravilloso séquito,
y dio la casualidad de que la mirada del rey se fijase en el ojo huero de
mi hermano El-Kuz. Y al verlo, el rey palideció, y dijo: ¡Guárdeme
Alá de las desgracias de este día maldito y de mal agüero! Y dio
vuelta inmediatamente a las bridas de su yegua y desanduvo el camino,
acompañado de su séquito y de sus soldados. Pero al mismo tiempo
mandó a sus siervos que se apoderaran de mi hermano y le administrasen
el consabido castigo. Y los esclavos, precipitándose sobre mi hermano El-Kuz, le dieron tan tremenda paliza, que lo dejaron por muerto en medio de la calle.
Y cuando se marcharon se levantó El-Kuz y se volvió penosamente a su puesto debajo del toldo que le resguardaba, y allí se echó completamente molido. Pero entonces pasó un individuo del séquito del rey que venía rezagado. Y mi hermano El-Kuz le rogó que se detuviese, le contó el trato que acababa de sufrir y le pidió que le dijera el motivo.
El hombre se echó a reír a carcajadas, y le contestó: Sabe, hermano, que nuestro rey no puede tolerar ningún tuerto, sobre todo si el tuerto lo es del ojo derecho. Porque cree que ha de traerle desgracia. Y siempre manda matar al tuerto sin remisión. Así es que me sorprende mucho que todavía estés vivo.
Mi hermano no quiso oír más. Recogió sus herramientas, aprovechando las pocas fuerzas que le quedaban; emprendió la fuga y no
se detuvo hasta salir de la ciudad. Y siguió andando hasta llegar a otra
población muy lejana que no tenía rey ni tirano.
Residió mucho tiempo en aquella ciudad, cuidando de no exhibirse, pero un día salió a respirar aire puro y a darse un paseo. Y de
pronto oyó detrás de él relinchar de caballos, y recordando su última
desventura, escapó lo más aprisa que pudo, buscando un rincón en qué
esconderse, pero no lo encontró. Y delante de él vio una puerta, y empujó
la puerta y se encontró en un pasillo largo y oscuro, y allí se
escondió. Pero apenas se había ocultado aparecieron dos hombres, que
se apoderaron de él, le encadenaron, y dijeron: ¡Loor a Alá, que ha
permitido que te atrapásemos, enemigo de Alá y de los hombres! Tres
días y tres noches llevamos buscándote sin descanso. Y nos has hecho
pasar amarguras de muerte.
Pero mi hermano dijo: ¡Oh señores! ¿A quién se refieren? ¿De qué órdenes hablan?
Y le contestaron: ¿No te ha bastado con haber reducido a la indigencia a todos tus amigos y al amo de esta casa? ¡Y aún nos querías asesinar! ¿Dónde está el cuchillo con que nos amenazabas ayer?
Y se pusieron a registrarle, encontrándole el cuchillo con que cortaba el cuero para las suelas. Entonces lo arrojaron al suelo, y le
iban a degollar, cuando mi hermano exclamó: Escuchen, buena gente;
no soy ni un ladrón ni tan asesino, pero puedo contarles una historia
sorprendente, y es mi propia historia.
Y ellos, sin hacerle caso, lo pisotearon, lo golpearon y le destrozaron la ropa. Y al desgarrarle la ropa, vieron en su espalda desnuda las cicatrices de los latigazos que había recibido en otro tiempo. Y exclamaron: ¡Oh miserable! He aquí unas cicatrices que prueban todos tus crímenes pasados.
Y enseguida lo llevaron a presencia del walí, y mi hermano, pensando en todas sus desdichas, se decía: ¡Oh cuán grandes serán mis pecados, cuando así los expío siendo inocente de cuanto me achacan! Pero no tengo más esperanza, que en Alá el Altísimo.
Y cuando estuvo en presencia del walí, el walí lo miró airadísimo y le dijo: Miserable desvergonzado; los latigazos con que marcaron tu cuerpo son una prueba sobrada de todas tus anteriores y presentes
fechorías. Y dispuso que le dieran cien palos. Y después lo subieron y
ataron a un camello y lo pasearon por toda la ciudad, mientras el pregonero
gritaba: He aquí el castigo de quien se mete en casa ajena con
intenciones criminales.
Pero entonces supe todas estas desventuras de mi desgraciado
hermano. Me dirigí enseguida en su busca, y lo encontré precisamente
cuando lo bajaban desmayado del camello. Y entonces, ¡oh Emir de
los Creyentes!, cumplí mi deber de traérmelo secretamente a Bagdad,
y le he señalado una pensión para que coma y beba tranquilamente
hasta el fin de sus días.
Tal es la historia del desdichado El-Kuz. En cuanto a mi quinto hermano, su aventura es aún más extraordinaria, y te probará ¡oh
Príncipe de los Creyentes!, que soy el más cuerdo y el más prudente de
mis hermanos.
Presentación de Omar Cortés Historia de Bacbac, tercer hermano del barbero Historia de El-Aschar, quinto hermano del barbero Biblioteca Virtual Antorcha