Presentación de Omar Cortés | Cuento del primer jeque | Cuento del tercer jeque | Biblioteca Virtual Antorcha |
---|
LAS MIL Y UNA NOCHES
Sabe, ¡oh señor de los reyes de los efrits!, que éstos dos perros son mis hermanos mayores y yo soy el tercero. Al morir nuestro padre nos dejó en herencia tres mil dinares. Yo, con mi parte, abrí una tienda y me
puse a vender y comprar. Uno de mis hermanos, comerciante también, se dedicó a viajar con las caravanas, y estuvo ausente un año. Cuando regresó no le quedaba nada de su herencia. Entonces le dije: ¡Oh hermano mío! ¿No te había aconsejado que no viajaras? Y echándose a llorar, me contestó: Hermano, Alá, que es grande y poderoso, lo dispuso así. No pueden serme de provecho ya tus palabras, puesto que nada tengo ahora. Le llevé conmigo a la tienda, lo acompañé luego al hammam y le regalé un magnífico traje de la mejor clase.
Después nos sentamos a comer, y le dije: Hermano, voy a hacer la cuenta de lo que produce mi tienda en un año, sin tocar el capital, y
nos repartiremos las ganancias. Y, efectivamente, hice la cuenta, y hallé un beneficio anual de mil dinares. Entonces di gracias a Alá, que es poderoso y grande, y dividí la ganancia luego entre mi hermano y yo. Y así vivimos juntos días y días.
Poco tiempo después quiso viajar también mi segundo hermano.
Hicimos cuanto nos fue posible para que desistiese de su proyecto, pero todo fue inútil, y al cabo de un año volvió en la misma situación que el hermano mayor.
Le di otros mil dinares que tuve de ganancia durante el periodo de su ausencia, abrió una tienda nueva y continuó el ejercicio de su profesión.
Sin que les sirviese de escarmiento lo que les había sucedido, de nuevo mis hermanos desearon marcharse y pretendían que yo les acompañase. No acepté, y les dije: ¿Qué han ganado con viajar para que así
pueda yo tentarme de imitarlos? Entonces empezaron a dirigirme reconvenciones, pero sin ningún fruto, pues no les hice caso, y seguimos
comerciando en nuestras tiendas otro año. Otra vez volvieron a proponerme el viaje, oponiéndome yo también, y, así pasaron seis años más. Al final acabaron por convencerme, y les dije: Hermanos, contemos el dinero que tenemos. Contamos, y dimos con un total de seis mil dinares. Entonces les dije: Enterremos la mitad para poderla utilizar si nos ocurriese una desgracia, y tomemos mil dinares cada uno para comerciar al por menor. Y contestaron: ¡Alá, favorezca la idea!
Cogí el dinero y lo dividí en dos partes iguales; enterré tres mil dinares y los otros tres mil los repartí juiciosamente entre nosotros tres. Después compramos varias mercaderías, fletamos un barco, llevamos a él
todos nuestros efectos, y partimos. Duró un mes entero el viaje, y llegamos
a una ciudad donde vendimos las mercancías con una ganancia de diez dinares por diñar. Luego abandonamos la plaza.
Al llegar a orillas del mar encontramos a una mujer pobremente vestida, con ropas viejas y raídas. Se me acercó, me besó la mano, y me dijo: Señor, ¿me puedes socorrer? ¿Quieres favorecerme? Yo, en
cambio, sabré agradecer tus bondades. Y le dije: Te socorreré, mas
no te creas obligada a la gratitud. Y ella me respondió: Señor, entonces cásate conmigo, llévame a tu país y te consagraré mi alma. Favoréceme, que yo soy de las que saben el valor de un beneficio. No te avergüences de mi humilde condición. Al decir estas palabras, sentí
piedad hacia ella, pues nada hay que no se haga mediante la voluntad
de Alá, que es grande y poderoso. Me la llevé, la vestí con ricos trajes,
hice tender magníficas alfombras en el barco para ella y le dispensé
una hospitalaria acogida llena de cordialidad. Después zarpamos.
Mi corazón llegó a amarla con un gran amor, y no la abandoné ni de día ni de noche. Y como de los tres hermanos era yo el único que
podía gozarla, estos hermanos míos, sintieron celos, además de envidiarme por mis riquezas y por la calidad de mis mercancías. Dirigían ávidas miradas sobre cuanto poseía yo, y se concertaron para matarme y repartirse mi dinero, porque el Cheitán sin duda les hizo ver su mala acción con los más bellos colores.
Un día, cuando estaba yo durmiendo con mi esposa, llegaron hasta nosotros y nos cogieron, echándonos al mar. Mi esposa se despertó en
el agua y de súbito cambió de forma, convirtiéndose en efrit. Me tomó sobre sus hombros y me depositó sobre una isla. Después desapareció durante toda la noche, regresando al amanecer, y me dijo: ¿No reconoces a tu esposa? Te he salvado de la muerte con ayuda del Altísimo. Porque has de saber que yo soy una efrita. Y desde el instante en que te vi, te amó mi corazón, simplemente porque Alá lo ha querido, y yo soy una creyente de Alá y en su Profeta, al cual Alá bendiga y persevere. Cuando yo me he acercado a ti en la pobre condición en que me hallaba, tú accediste de todos modos a casarte conmigo. Y yo, en justa gratitud, he impedido que perezcas ahogado. En cuanto a tus hermanos, siento el mayor furor contra ellos y es preciso que los mate.
Asombrado de sus palabras, le di las gracias por su acción, y le dije: No puedo consentir la pérdida de mis hermanos. Luego le conté
todo lo ocurrido con ellos, desde el principio hasta el fin, y me dijo
entonces: Esta noche volaré hacia la nave que los conduce, y la haré
naufragar para que sucumban. Yo repliqué: ¡Por Alá sobre tal! No
hagas eso, recuerda que el Maestro de los Proverbios dice: ¡Oh tú, compasivo del delincuente! Piensa que para el criminal es bastante castigo su mismo crimen, y además, considera que son mis hermanos.
Pero ella insistió: Tengo que matarlos sin remedio. Y en vano imploré su indulgencia, Después se echó a volar llevándome en sus hombros, y me dejó en la azotea de mi casa.
Abrí entonces las puertas y saqué los tres mil dinares del escondrijo. Luego abrí mi tienda, y después de hacer las visitas necesarias y
los saludos de costumbre, compré nuevos géneros.
Llegada la noche, cerré la tienda, y al entrar en mis habitaciones encontré estos dos lebreles que estaban atados en un rincón. Al verme se levantaron, rompieron a llorar y se agarraron a mis ropas. Entonces
acudió mi mujer, y me dijo: Son tus hermanos. Y yo le dije: ¿Quién
los ha puesto en esta forma? Y ella contestó: Yo misma. He rogado a
mi hermana, más versada que yo en artes de encantamiento, que los pusiera en ese estado. Diez años permanecerán así.
Por eso, ¡oh efrit poderoso!, me ves aquí, pues voy en busca de mi cuñada, a la que deseo suplicar los desencante, porque han ya transcurrido los diez años. Al llegar me encontré con este buen hombre, y cuando supe su aventura, no quise marcharme hasta averiguar lo que sobreviniese entre tú y él. Y este es mi cuento.
El efrit dijo: Es realmente un cuento asombroso, por lo que te concedo otro tercio de la sangre destinada a rescatar el crimen.
Entonces se adelantó el tercer jeque, dueño de la mula, y dijo al efrit: Te contaré una historia más maravillosa que las de estos dos. Y tú me recompensarás con el resto de la sangre. El efrit contestó: Que así sea.
Y el tercer jeque dijo:
Presentación de Omar Cortés Cuento del primer jeque Cuento del tercer jeque Biblioteca Virtual Antorcha