Chantal López y Omar Cortés, compiladores


Mitología prehispánica


Cuarta edición cibernética, enero del 2003


Captura y diseño, Chantal López y Omar Cortés





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Indice

Presentación

Los soles que han existido

El nuevo sol en Teotihuacan

El nacimiento de Huitzilopochtli

Nacimiento de Quetzalcóatl

Consejo del padre a su hija

De los agüeros de los michoacanos antes de la llegada de los españoles

Creación del sol y de la luna















Presentación

Con la publicación de esta breve antología de mitología prehispánica mexicana, pretendemos divulgar la riqueza de las narraciones de las culturas precolombinas, mediante las cuales se explicaban el origen tanto de sus dioses como de la naturaleza.

Cualquier lector podrá percatarse del alto grado de cultura y civilización desarrollados por las culturas prehispánicas, mismo que lamentablemente fue de cuajo interrumpido por el abrupto y criminal proceso de sometimiento llevado a cabo por los denominados conquistadores, quienes, en más de una ocasión, demostraron el grado de inferioridad cultural en que se encontraban frente a la magnificencia de las culturas autóctonas.

Esperamos que mediante la lectura de los textos aquí recopilados, se termine con la falsa idea de que las culturas autóctonas residentes en lo que ahora es el territorio de México, no eran sino comunidades de salvajes muertos de hambre a la llegada de los conquistadores hispanos.

Chantal López y Omar Cortés

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Los soles o edades que han existido


Se refería, se decía que así hubo ya antes cuatro vidas, y que esta era la quinta edad.

Como lo sabían los viejos, en el año 1 - Conejo se cimentó la Tierra y el cielo. Y así lo sabían, que cuando se cimentó la Tierra y el cielo, habían existido ya cuatro clases de hombres, cuatro clases de vidas. Sabían igualmente que cada una de ellas había existido en un Sol (una edad).

Y decían que a los primeros hombres su Dios los hizo, los forjó de ceniza. Esto lo atribuían a Quetzalcóatl, cuyo signo es 7 - Viento, él los hizo, él los inventó. El primer Sol (edad) que fue cimentado, su signo fue 4 - Agua, se llamó Sol de Agua. En él sucedió que todo se lo llevó el agua. Las gentes se convirtieron en peces.

Se cimentó luego el segundo Sol (edad). Su signo era 4 - Tigre. En él sucedió que se oprimió el cielo, el Sol no seguía su camino. Al llegar el Sol al mediodía, luego se hacía de noche y cuando ya se oscurecía, los tigres se comían a las gentes. Y en este Sol vivían los gigantes.

Decían los viejos, que los gigantes así se saludaban: no se caiga usted, porque quien se caía, se caía para siempre.

Se cinmentó luego el tercer Sol. Su signo era 4 - Lluvia. Se decía Sol de Lluvia (de fuego). Sucedió que durante él llovió fuego, los que en él vivían se quemaron. Y durante él llovió también arena. Y decían que en él llovieron las piedrezuelas que vemos, que hirvió la piedra tezontle y que entonces se enrojecieron los peñascos.

Su signo era 4 - Viento, se cimentó luego el cuarto Sol. Se decía Sol de Viento. Durante él todo fue llevado por el viento. Todos se volvieron monos. Por los montes se esparcieron, se fueron a vivir los hombres - monos.

El quinto Sol: 4 - Movimiento su signo. Se llama Sol de Movimiento, porque se mueve, sigue su camino.

Y como andan diciendo los viejos, en él habrá movimientos de tierra, habrá hambre y así pereceremos. En el año 13 - Caña, se dice que vino a existir, nació el Sol que ahora existe. Entonces fue cuando iluminó, cuando amaneció, el Sol de Movimiento que ahora existe. 4 - Movimiento es su signo. Es éste el Quinto Sol que se cimentó, en él habrá movimientos de tierra, en él habrá hambres.

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El nuevo sol en Teotihuacan


Se dice que cuando aún era de noche, cuando aún no había luz, cuando aún no amanecía, dicen que se juntaron, se llamaron unos a otros los dioses, allá en Teotihuacán.

Dijeron, se dijeron entre sí:

¡Venid, oh dioses! ¿Quién tomará sobre sí, quién llevará a cuestas, quien alumbrará, quién hará amanecer?

Y en seguida allí habló aquél, allí presentó su rostro Tecuciztécatl. Dijo:

¡Oh dioses, en verdad yo seré!

Otra vez dijeron los dioses:

¿Quién otro más?

En seguida unos y otros se miran entre sí, unos a otros se hacen ver, se dicen:

¿Cómo será? ¿Cómo habremos de hacerlo?

Nadie se atrevía, ningún otro presentó su rostro. Todos, grandes señores, manifestaban su temor, retrocedían. Nadie se hizo allí visible.

Nanahuatzin, uno de esos señores, allí estaba junto a ellos, permanecía escuchando cuanto se decía. Entonces los dioses se dirigieron a él, y le dijeron:

¡Tú, tú serás, oh Nanahuatzin!

El entonces se apresuró a recoger la palabra, la tomó de buena gana. Dijo:

Está bien, oh dioses, me habéis hecho un bien.

En seguida empezaron, ya hacen penitencia. Cuatro días ayunaron los dos, Nanahuatzin y Tecuciztécatl. Entonces fue cuando también se encendió el fuego. Ya arde este allá en el fogón. Nombraron al fogón roca divina.

Y, todo aquello con aquel Tecucuztécatl hacía penitencia era precioso: sus ramas de abeto eran plumas de quetzal, sus bolas de grama eran de oro, sus espinas de jade. Así las espinas ensangrentadas, sus sangramientos eran coral, y su incienso, muy genuino copal.

Pero Nanahuatzin, sus ramas de abeto todas eran solamente cañas verdes, cañas nuevas en manojos de tres, todas atadas en conjunto eran nueve. Y sus bolas de grama sólo eran genuinas barbas de ocote; y sus espinas, también eran sólo verdaderas espinas de maguey. Y lo que con ellas se sangraba era realmente su sangre. Su copal era por cierto aquello que se raía de sus llagas.

A cada uno de éstos se les hizo su monte, donde quedaron haciendo penitencia cuatro noches. Se dice ahora que estos montes son las pirámides: la pirámide del Sol y la pirámide de la Luna.

Y cuando terminaron de hacer penitencia cuatro noches, entonces vinieron a aroojar, a echar por tierran sus ramas de abeto y todo aquello con lo que habían hecho penitencia. Esto se hizo. Ya es el levantamiento, cuando aún es de noche, para que cumplan su oficio, se conviertan en dioses. Y cuando ya se acercala medianoche, entonces les ponen a cuestas su carga, los atavían, los adornan. A Tecuciztécatl le dieron su tocado redondo de plumas de garza, también su chalequillo. Y a Nanahuatzin solo papel, con él ciñieron su cabeza, con él ciñeron su cabellera: se nombra su tocado de papel, y sus atavíos también de papel, su braguero de papel.

Y hecho esto así, cuando se acercó la medianoche, todos los dioses vinieron a quedar alrededor del fogón, al que se nombra roca divina, donde por cuatro días había ardido el fuego. Por ambas partes se pusieron en fila los dioses. En el medio colocaron, dejaron de pié a los dos que se nombran Tecuciztécatl y Nanahuatzin. Los pusieron con el rostro vuelto, los dejaron con el rostro hacia donde estaba el fogón.

En seguida hablaron los dioses, dijeron a Tecaciztécatl:

¡Ten valor, oh Tecuciztécatl, lánzate, arrójate en el fuego!

Sin tardanza fue éste a arrojarse al fuego. Pero cuando le alcanzó el ardor del fuego, no pudo resistirlo, no le fue soportable, no le fue tolerable. Excesivamente había estado ardiendo el fogón, se había hecho un fuego que abrasaba, bien había ardido y ardido el fuego. Por ello sólo vino a tener miedo, vino a quedarse parado, vino a volver hacia atrás, vino a retroceder. Una vez más fue a intentarlo, todas sus fuerzas tomó para arrojarse, para entregarse al fuego. Pero no pudo atreverse. Cuando ya se acercó al reverberante calor, sólo vino a salir de regreso, sólo vino a huir, no tuvo valor. Cuatro veces, cuatro veces de atrevimiento, así lo hizo, fue a intentarlo. Sólo que no pudo arrojarse en el fuego. El compromiso era sólo de intentarlo allí cuatro veces.

Y cuando hubo intentado cuatro veces, entonces ya así exclamaron, dijeron los dioses a Nanahuatzin:

¡Ahora tú, ahora ya tú, Nanahuatzin, que sea ya!

Y Nanahuatzin de una vez vino a tener valor, vino a concluir la cosa, hizo fuerte su corazón, cerró sus ojos para no tener miedo. No se detuvo una y otra vez, no vaciló, no se regresó. Pronto se arrojó a sí mismo, se lanzó al fuego, se fue a él de una vez. En seguida allí ardió su cuerpo, hizo ruido, chisporroteó al quemarse.

Y cuando Tecuciztécatl vio que ya ardía, al momento se arrojó también en el fuego. Bien pronto, él también ardió.

Y según se dice, se refiere, entonces también remontó el vuelo un águila, los siguió, se arrojó súbitamente en el fuego, se lanzó al fogón cuando todavía seguía ardiendo. Por eso sus plumas son obscuras, están requemadas. Y también se lanzó el ocelote, vino a caer cuando ya no ardía muy bien el fuego. Por ello sólo se pinto, se manchó con el fuego, se requemó con el fuego. Ya no ardía éste mucho. Por eso sólo está manchado, sólo tiene manchas negras, sólo está salpicado de negro.

Por esto dicen que allí estuvo, que allí se recogió la palabra; he aquí lo que se dice, lo que se refiere: aquél que es capitán, varón esforzado, se le nombra águila - tigre. Vino a ser primero el águila, según se dice, porque ella entró primero en el fuego. Y el ocelote vino después. Así se pronuncia conjuntamente, águila - ocelote, porque éste último cayó después en el fuego.

Y así sucedió: cuando los dos se arrojaron al fuego, se hubieron quemado, los dioses se sentaron para aguardar por dónde habría de salir Nanahuatzin, el primero que cayó en el fogón para que brillara la luz del sol, para que hiciera el amanecer.

Cuando ya pasó largo tiempo de que así estuvieron esperando los dioses, comenzó entonces a enrojecerse, a circundar por todas partes la aurora, la claridad de la luz. Y como se refiere, entonces los dioses se pusieron sobre sus rodillas para esperar por dónde habría de salir el sol. Sucedió que hacia todas partes miraron, sin rumbo fijo dirigían la vista, estuvieron dando vueltas. Sobre ningún lugar se puso de acuerdo su palabra, su conocimiento. Nada coherente pudieron decir. Algunos pensaron que habría de salir hacia el rumbo de los muertos, el poniente. Otros más, de la región de las espinas, hacia allá se quedaron mirando. Por todas partes pensaron que saldría porque la claridad de la luz lo circundaba todo.

Pero algunos hacia allá se quedaron mirando, hacia el rumbo del color rojo, el oriente. Dijeron:

En verdad de allá, de allá vendrá a salir el sol.

Fue verdadera la palabra de estos que hacia allá miraron, que hacia allá señalaron con el dedo. Como se dice, aquellos que hacia allá estuvieron viendo fueron Quetzalcóatl, el segundo nombrado Ehécatl y Tótec o sea el señor de Anáhuatl y Tezcatlipoca rojo. También aquellos que se llaman Mimixcoa y que no pueden contarse y las cuatro mujeres llamadas Tiacapan, Toicu, Tlacoiehue, Xocóiotl. Y cuando el sol vino a salir, cuando vino a presentarse, apareció como si estuviera pintado de rojo. No podía ser contemplado su rostro, hería los ojos de la gente, brillaba mucho, lanzaba ardientes rayos de luz, sus rayos llegaban a todas partes, la irradiación de su calor por todas partes se metía.

Y después vino a salir Tecuciztécatl, que lo iba siguiendo; también de allá vino, del rumbo del color rojo, el oriente, junto al sol vino a presentarse. Del mismo modo como cayeron en el fuego así vinieron a salir, uno siguiendo al otro. Y como se refiere, como se narra, como son las consejas, era igual su apariencia al iluminar las cosas. Cuando los dioses los vieron, que era igual su apariencia, de nuevo, una vez más, se convocaron, dijeron:

¿Cómo habrán de ser, oh dioses? ¿Acaso los dos juntos seguirán su camino? ¿Acaso los dos juntos así habrán de iluminar a las cosas?

Pero entonces todos los dioses tomaron una determinación, dijeron:

Así habrá de ser, así habrá de hacerse.

Entonces uno de esos señores, de los dioses, salió corriendo. Con un conejo fue a herir el rostro de aquél, de Tecuciztécatl. Así oscureció su rostro, así le hirió el rostro, como hasta ahora se ve.

Ahora bien, mientras ambos se seguían presentando juntos, tampoco podían moverse, ni seguir su camino. Sólo allí permanecían, se quedaban quietos. Por esto, una vez más, dijeron los dioses:

¿Cómo habremos de vivir? No se mueve el sol. ¿Acaso induciremos a una vida sin orden a los macehuales, a los seres humanos? ¡Qué por nuestro medio se fortalezca el sol! ¡Muramos todos!

Luego fue oficio de Ehécatl dar muerte a los dioses. Y como se refiere, Xólot no quería morir. Dijo a los dioses:

¡Que no muera yo, oh dioses!

Así mucho lloró, se le hincharon los ojos, se le hincharon los párpados.

A él se acercaba ya la muerte, ante ella se levantó, huyó, se metió en la tierra del maiz verde, se le alargó el rostro, se transformó, se quedó en forma de doble caña de maíz, dividido, lo que llaman los campesinos con el nombre de Xólot. Pero allá en la sementera del maiz fue visto. Una vez más se levantó delante de ello se fue a meter en un campo de magueyes. También se convirtió en maguey, en maguey que dos veces permanece, el que se llama maguey de Xólotl. Pero una vez más también fue visto, y se metió en el agua, y vino a convertirse en ajolote, en axólotl. Pero allí vinieron a cogerlo, así le dieron muerte.

Y dicen que, aunque todos los dioses murieron, en verdad no con esto se movió, no con esto pudo seguir su camino el dios Tonatiuh. Entonces fue oficio de Ehécatl poner de pie al viento, con él empujar mucho, hacer andar el viento. Así él pudo mover el sol, luego éste siguió su camino. Y cuando éste ya anduvo, solamente allí quedó la luna. Cuando al fin vino a entrar el sol al lugar por donde se mete, entonces también la luna comenzó a moverse. Así, allí se separaron, cada uno siguió su camino. Sale una vez el sol y cumple su oficio durante el día. Y la luna hace su oficio nocturno, pasa de noche, cumple su labor durante ella.

De aquí se ve, lo que se dice, que aquél pudo haber sido el sol, Tecuciztécatl la luna, si primero se hubiera arrojado al fuego. Porque el primero se presentó para hacer penitencia con todas sus cosas preciosas.

Aquí acaba este relato, esta conseja; desde tiempos antiguos la referían una y otra vez los ancianos, los que tenían a su cargo conservarla.

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El nacimiento de Huitzilopochtli

Mucho honraban los mexicas a Huizilopochtli, sabían ellos que su origen, su principio fue de esta manera:

En Coatepec, por el rumbo de Tula, había estado viviendo, allí habitaba una mujer de nombre Coatlicue. Era madre de los cuatrocientos Surianos y de una hermana de éstos de nombre Coyolxauhqui.

Y esta Coatlicue allí hacía penitencia, barría, tenía a su cargo el barrer, así hacía penitencia, en Coatepec, la Montaña de la Serpiente. Y una vez, cuando baría Coatlicue, sobre ella bajó un plumaje, como una bola de plumas finas. En seguida la recogió Coatlicue, lo colocó en su seno. Cuando terminó de barrer, buscó la pluma, que había colocado en su seno, pero nada vió allí. En ese momento Coatlicue quedó encinta.

Al ver los cuatrocientos Surianos que su madre estaba encinta, mucho se enojaron, dijeron:

¿Quién ha hecho esto?, ¿quién la dejó encinta? Nos afrenta, nos deshonra.

Y su hermana Coxolxauhqui les dijo:

Hermanos, ella nos ha deshonrado, hemos de matar a nuestra madre, la perversa que se encuentra ya encinta. ¿Quién le hizo lo que lleva en el seno?

Cuando supo esto Coatlicue, mucho se espanto, mucho se entristeció. Pero su hijo Huitzilopochtli, que estaba en su seno, la confortaba, le decía:

No temas, yo sé lo que tengo que hacer. Habiendo oído Coatlicue las palabras de su hijo, mucho se consolo, se calmó su corazón, se sintió tranquila.

Y entretando, los cuatrocientos Surianos se juntaron para tomar acuerdo, y determinaron a una dar muerte a su madre, porque ella los había infamado. Estaban muy enojados, estaban muy irritados, como si su corazón se les fuera a salir. Coyolxauhqui mucho los incitaba, avivaba la ira de sus hermanos, para que mataran a su madre.

Y los cuatrocientos Surianos se aprestaron, se ataviaron para la guerra.

Y estos cuatrocientos Surianos eran como capitanes, torcían y enredaban sus cabellos, como guerreros arreglaban su cabellera. Pero uno, llamado Cuahuitlicas, era falso en sus palabras. Lo que decían los cuatrocientos Surianos, en seguida iba a decírselo, iba a comunicárselo a Huitzilopochtli. Y Huitzilopochtli le respondía: Ten cuidado, está vigilante, tio mío, bien sé lo que tengo que hacer.

Y cuando finalmente estuvieron de acuerdo, estuvieron resueltos los cuatrocientos Surianos a matar, a acabar con su madre, luego se pusieron en movimiento, los guiaba Coyolxauhqui. Iban bien robustecidos, ataviados, guarnecidos para la guerra, se distribuyeron entre sí sus vestidos de papel, su anecúyotl, sus ortigas, sus colgajos de papel pintado, se ataron campanillas en sus pantorrillas, las campanillas llamadas oyohualli. Sus flechas tenían puntas barbadas.

Luego se pusieron en movimiento, iban en orden, en fila, en ordenado escuadrón, los guiaba Coyolxauhqui. Pero Cuahuitlicac subió en seguida a la montaña, para hablar desde allí a Huitzilopochtli, le dijo: Ya vienen. Huitzilopochtli le respondió: Mira bien por dónde vienen. Dijo entonces Cuahuitlicac: Vienen por Tzompantitlan. Y una vez más le dijo Huitzilopochtli: ¿Por dónde vienen ya?. Cuahutlicac le respondió: Vienen ya por Coayalpan. Y de nuevo Huitzilopochtli preguntó a Cuahuilicac: Mira bien por dónde vienen. En seguida le contestó Cuahutlicac: Vienen ya por la cuesta de la montaña. Y todavía una vez más le dijo Huitzilopochtli: Mira bien por sónde vienen. Entonces le dijo Cuahuitlicac: Ya están en la cumbre, ya llegan, los viene guiando Coyolxauhqui.

En ese momento nació Huitzilopochtli, se vistió sus atavios, su escudo de plumas de águila, sus dardos, sus lanza - dardos azul, el llamado lanza - dardos de turquesa. Se pintó su rostro con franjas diagonales, con el color llamado pintura de niño. Sobre su cabeza colocó pinturas finas, se puso sus orejeras. Y una de sus pies, el izquierdo era enjuto, llevaba una sandalia cubierta de plumas, y sus dos piernas y sus dos brazos los llevaba pintados de azul.

Y el llamado Tochancalqui puso fuego a la serpiente hecha de teas llamada Xiuhcóatl, que obedecía a Huitzilopochtli. Luego con ella hirió a Coyolxauhqui, le cortó la cabeza, la cual vino a quedar abandonada en la ladera de Coatépetl. El cuerpo de Coyolxauhqui fue rodando hacia abajo, cayó hecho pedazos, por diversas partes cayeron sus manos, sus piernas, su cuerpo.

Entonces Huitzilopochtli se irguió, persiguió a los cuatrocientos Surianos, los fue acosando, los hizo despersarse desde la cumbre del Coatépetl, la montaña de la culebra. Y cuando los había seguido hasta el pie de la montaña, los persiguió, los acosó cual conejos, en torno de la montaña. Cuatro veces los hizo dar vueltas.

En vano trataban de hacer algo en contra de él, en vano se revolvían contra él al son de los cascabeles y hacían golpear sus escudos. Nada pudieron hacer, nada pudieron lograr, con nada pudieron defenderse.

Huitzilopochtli los acosó, los ahuyentó, los destruyó, los aniquiló, los anonadó. Y no entonces los dejó, continuaba persiguiéndolos. Pero, ellos mucho le rogaban, le decían: ¡Basta ya!

Pero Huitzilopochtli no se contentó con esto, con fuerza se ensañaba contra ellos, los perseguía. Sólo unos cuantos pudieron escapar de su presencia, pudieron librarse de sus manos. Se dirigieron hacia el sur, porque se dirigieron hacia el sur, se llamaban Surianos, los pocos que escaparon de las manos de Huitzilopochtli. Y cuando Huitzilopochtli les hubo dado muerte, cuando hubo dado salida a su ira, les quitó sus atavíos, sus adornos, su anecúyotl, se los pusó, se los apropió los incorporó a su destino, hizo de ellos sus propias insignias.

Y este Huitzilopochtli, según se decía, era un portento, porque con sólo una pluma fina, que cayó en el vientre de su madre, Coatlicue, fue concebido. Nadie apareció jamás como su padre. A él lo veneraban los mexicas, le hacían sacrificios, lo honraban y servían. Y Huitzilopochtli recompensaba a quien así obraba.

Y su culto fue tomado de allí, de Coatepec, la montaña de la serpiente, como se practicaba desde los tiempos más antiguos.

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La leyenda de Quetzalcóatl

Año 1 - Caña. En él, según se dice, se refiere, nació Quetzalcóatl, el que fue llamado nuestro príncipe, el sacerdote 1 - Caña Quetzalcóatl. Y se dice que su madre fue la llamada Chimalman. Y así se refiere, cómo se colocó Quetzalcóatl en el seno de su madre: esta se tragó una piedra preciosa. Vienen los años 2 - Pedernal, 3 - Casa, 4 - Conejo, 5 - Caña, 6 - Pedernal, 7 - Casa, 8 - Conejo. En al año 9 - Caña buscó a su padre Quetzalcóatl, cuando ya tenía un poco de discernimiento, tenía ya nueve años. Dijo: ¿cómo era mi padre?, ¿acaso puedo verlo?, ¿acaso puedo mirar su rostro? En seguida le fue dicho: En verdad se murió, allá fue enterrado, ¡ven a verlo!

Luego fue allá Quetzalcóatl, en seguida escarbó y escarbó, buscó sus huesos. Y cuando hubo sacado sus huesos, allá los fue a enterrar en el interior de su templo, en el que se nombra de la diosa Quillaztli ...

En el año 2 - Conejo vino a llegar Quetzalcóatl allá a Tollantzinco, donde estuvo cuatro años, hizo allí su casa de ayunos, su casa de travesaños verdes ...

Años 3 - Caña, 4 - Pedernal, 5 - Casa. En este año fueron a traer los tltoecas a Quetzalcóatl para que fuera a gobernarlos, allá en Tula y fuera también su sacerdote.

En el año 2 - Caña hizo en Tula su casa de ayunos, su casa de penitencia, el lugar en donde una y otra vez hacía súplicas. Nuestro príncipe 1 - Caña Quetzalcóatl edificó sus cuatro palacios, su casa de travesaños verdes, suc asa de coral, su casa de caracoles, su casa preciosa de quetzal.

Allí una y otra vez hizo súplicas, hacia merecimiento, allí vivía en abstinencia. Y justamente a la mitad de la noche, bajaba el agua, allí donde se nombra palacio del agua, en Amochco. Allí colocaba sus espinas de penitencia, en lo alto del monte Xicócoc y en el lugar mismo de las espinas, en Huitzco, también en Tzintoc y en el Nonohualtépec, en el monte de los nonohualcas. Y sus espinas las hacía de jades, plumas de quetzal eran sus ramas de abeto, también hacía ofrenda de fuego con turquesas genuinas, jades, corales. También eran ofrendas suyas serpientes, aves, mariposas que él sacrificaba.

Y se refiere, se dice, que Quetzalcóatl invocaba, hacia dios para sí, a alguien que está en el interior del cielo. Invicaba a la del faldillin de estrellas, al que hace lucir las cosas; Señora de nuestra carne, Señor de nuestra carne; la que da apoyo a la tierra, el que la cubre de algodón.

Hacia allá dirigía su voz, así se sabía, al Lugar de la Dualidad, el de los nueve travesaños con que consiste el cielo. Y como lo sabían los que allá vivían, hacia una y otra vez invocaciones, vivía en meditación y retiro.

Y en su tiempo, descubrió él además muy grandes riquezas, jades, turquesas genuinas, el metal precioso, amarillo y blanco, el coral y los caracoles, las plumas de quetzal y del ave turquesa, las de las aves roja y amarilla, las de tzinitzcan y del ayocuan. Y también descubrió él toda suerte de cacao, toda suerte de algodón. Muy grande artista era el tolteca en todas sus creaciones, en lo que sirve para comer, para beber, objetos de barro verdeazulados, verdes, blancos, amarillos, rojos, y todavía de otros colores más.

Y cuando allí vivía Quetzalcóatl dio principio, comenzó a edificar su casa de los dioses. Levantó columnas en forma de serpiente pero no las terminó, no les dio remate. Y cuando allí vivía, no se mostraba ante el rostro de la gente, en el lugar oculto, en el interior de su palacio, allí estaba custodiado. Y los que lo guardaban, sus servidores, en muchos lugares lo mantenían oculto. En todas partes, en grupos, allí estaban sus servidores. El estaba sobre esteras de jades, de plumas de quetzal, de oro y plata.

Y se dice, se refiere que cuando vivía Quetzalcóatl, muchas veces los hechiceros quisieron engañarlo, para que hiciera sacrificios humanos, para que sacrificara hombres, pero él nunca quiso, porque quería mucho a su pueblo que eran los toltecas. Sus ofrendas eran siempre serpientes, aves, mariposas, que él sacrificaba.

Y se dice, se refiere que esto enojó a los hechiceros. Así empezaron éstos a escarnecerlo, a hacer burla de él. Decían, deseaban los hechiceros afligir a Quetzalcóatl, para que éste al fin se fuera, como en verdad sucedió ...

Se convocaron entonces los hechiceros, los que se llamaban Tezcatlipoca. Ihuimécatl, Toltécatl. Dijeron: es necesario que deje su ciudad Quetzalcóatl, allí habremos de vivir nosotros. Dijeron: ofrezcámosle fuerte bebida embriagante, con ella habremos de perderle, así no hará más penitencia. Entonces habló Tezcatlipoca: yo digo, yo, hagámosle saber qué apariencia tiene su cuerpo. En seguida confirieron entre sí, cómo habrían de hacerlo.

Primeramente ya va Tezcatlipoca, consigo lleva un espejo, pequeño, reluciente por ambos lados, lo lleva envuelto. Cuando llegó allí donde vivía Quetzalcóatl, dijo a los servidores que lo guardaban: ¡id a decir al sacerdote que ha venido un joven que viene a mostrarle, que viene a hacerle ver cómo es su cuerpo!

Entraron luego los servidores, lo que habían oído fueron a decirlo a Quetzalcóatl. Respondió éste: ¿qué cosa, oh abuelo, servidor, qué tiene mi cuerpo? Ved lo que ha traído, luego podrá entrar.

Pero Tezcatlipoca no quiere mostrarlo, dice: en verdad yo mismo lo haré ver al sacerdote, id a decírselo. Los servidores fueron a decírselo: No lo permite, mucho quiere él hacértelo ver. Quetzalcóatl respondió: dejadlo pasar. Fueron a llamar a Tezcaltlipoca; entró, hizo reverencia, dijo: ¡oh príncipe, sacerdote, aquí estoy yo, yo, hombre del pueblo, he venido. Y he venido a saludarte, oh Señor 1 - Caña Quetzalcóatl, he venido a mostrarte cómo es tu cuerpo.

Quetzalcóatl respondió: te has fatigado, ¿de dónde vienes para que yo vea cómo es mi cuerpo?

Dijo Tezcatlipoca: ¡oh príncipe, sacerdote! Sólo soy un hombre del pueblo, aquí he venido desde las faldas del monte de los nonohualcas, ¡mira ya cómo es tu cuerpo! Entonces le dió el espejo, le dijo: ¡conócelo por tus propios ojos, míralo con tus propios ojos, oh príncipe, allí en el espejo, te verás a tí mismo!

Y cuando se hubo visto Quetzalcóatl, tuvo gran pesar de sí mismo, dijo: si me ven las gentes del pueblo mio, ¿no habrán de correr? Porque muy grandes eran sus ojeras, estaban muy hundidos sus ojos, por todas partes tenía bolsas en el rostro, su rostro no era ya como el de un hombre. Cuando se hubo mirado en el espejo dijo: ¡que nunca me mire mi pueblo, solo aqui habré de quedarme! Entonces salió, le dejó Tezcatlipoca ...

Luego vinieron a acercarse, vinieron a dirigirse los hechiceros Ihumécatl y Toltécatl adonde estaba Quetzalcóatl. Los que guardaban a éste, no querían permitirles la entrada, dos veces, tres veces los regresaron, no querían permitírselo. Finalmente se les preguntó de dónde venían.

Respondieron éstos y dijeron: de allá del cerro de los sacerdotes, del cerro de los toltecas. Cuando Quetzalcóatl oyó esto, dijo: ¡dejadlos entrar!

Pasaron luego, lo saludaron, le entregaron verduras, chiles, otras yerbas. Cuando Quetzalcóatl las hubo probado, entonces una vez más le pidieron, le entregaron la bebida fermentada. Pero él dijo: no habré de beberla, estoy ayunando, ¿acaso es ésta, bebida que embriaga a la gente, que da muerte a los hombres?

Los hechiceros le dijeron: pruébala al menor con tu dedo pequeño, es fuerte,es punzante. Quetzalcóatl con la punta de su dedo la probó, después de gustarla dijo: ¡pueda yo beber de ella, oh abuelos! Luego que hubo bebido una vez, los hechiceros le dijeron: ¡cuatro veces tendrás que beber! Y así cinco jícaras le dieron. Entonces dijeron: ésta es tu libación.

Y después de que él hubo bebido, dieron de beber a todos sus servidores, a todos cinco jícaras les dieron. Cuando estuvieron enteramente embriagados, de nuevo dijeron los hechiceros a Quetzalcóatl: ¡oh príncipe, ponte a cantar, he aquí el canto que has de elevar! Entonces habló, entonces así lo entonó Ihuimécatl: Mis casas de quetzal, de quetzal, mi casa de plumas amarillas, mi casa de coral, yo tendré que dejarlas.

Estando ya alegre Quetzalcóatl, dijo: Id a tomar a mi hermana mayor, Quetzalpétatl, ¡qué junto los dos nos embriaguemos! Sus servidores fueron allá, donde ésta hacía penitencia, en el cerro de los nonohualcas. Le fueron a decir: Hija nuestra, señora Quetzalpétatl, penitente, venimos a tomartee, te aguarda el sacerdote Quetzalcóatl, tú vas a ir a estarte con él. Ella respondió: Bien está, vayamos, oh servidores. Y cuando hubo llegado, se sentó al lado de Quetzalcóatl. Entonces le dieron cuatro jícaras de bebida fermentada, y una más que fue su libación. Luego Ihuimécatl y Toltécatl, los embriagadores, así cantaron a la hermana mayor de Quetzalcóatl, entonaron: ¡Hermana mía! ¿en dónde está tu morada?, ¡oh tú, Quetzalpétatl, embriaguémonos ...!

Y después ya se va Quetzalcóatl, se levanta, llama a sus servidores, por ellos llora. Entonces se marcharon hacia allá, se fueron a buscar a Tlillan Tlapallan, la tierra del color negro y rojo, el lugar de la cremación ...

En el mismo año 1 - Caña, se dice, se refiere que cuando llegó al agua divina Quetzalcóatl, a la orilla de las aguas celestes, entonces se irguió, lloró, tomó sus atavíos, se puso sus insignias de plumas, se máscara de turquesas. Y cuando se hubo ataviado, entonces se prendió fuego a sí mismo, se quemó, se entregó al fuego ...

Y se dice que, cuando ya está ardiendo, muy alto se elevan sus cenizas. Entonces aparecen, se miran, toda clase de aves que se elevan también hacia el cielo, aparecen el ave roja, la de color turquesa, el tzinitzcan, el ayocuan y los loros, toda clase de aves preciosas. Y cuando terminó ya de quemarse Quetzalcóatl, hacia lo alto vieron salir su corazón y, como se sabía, entró en lo más alto del cielo. Así lo dicen los ancianos: se convirtió en estrella, en la estrella que brilla en el alba.

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Consejos del padre a su hija

Aquí estás, mi hijita, mi collar de piedras finas, mi plumaje, mi hechura humana, la nacida de mí. Tu eres mi sangre, mi color, en ti está mi imagen. Ahora recibe, escucha: vives, has nacido, te ha enviado a la Tierra el Señor Nuestro, el Dueño del cerca y del junto, el hacedor de la gente, el inventor de los hombres.

Ahora que ya miras por ti misma, date cuenta. Aquí es de este modo: no hay alegría, no hay felicidad. Hay angustia, preocupación, cansancio. Por aquí surge, crece el sufrimiento, la preocupación.

Aquí en la Tierra es lugar de mucho llanto, lugar donde se rinde el aliento, donde es bien conocida la amargura y el abatimiento. Un viento como de obsidiana sopla y se desliza sobre nosotros.

Dicen que en verdad nos molesta el ardor del sol y del viento. Es este lugar donde casi perece uno de sed y de hambre. Asi es aquí en la Tierra.

Oye bien hijita mía: no hay lugar de bienestar en la Tierra, no hay alegría, no hay felicidad. Se dice que la Tierra es lugar de alegría penosa, de alegría que punza.

Así andan diciendo los viejos: Para que no siempre andemos gimiendo, para que no estemos llenos de tristeza, el Señor Nuestro nos dió a los hombres la risa, el sueño, los alimentos, nuestra fuerza y nuestra robustez y finalmente el acto sexual, por el cual se hace siembra de gentes.

Todo esto embriaga la vida en la Tierra, de modo que no se ande siempre gimiendo. Pero, aun cuando así fuera, si saliera verdad que sólo se sufre, si así son las cosas en la Tierra, ¿acaso por esto se habrá de estar siempre con miedo? ¿Hay que estar siempre temiendo? ¿Habrá que vivir llorando?

Porque, se vive en la Tierra, hay en ella señores, hay mando, hay nobleza, águilas y tigres. ¿Y quién anda diciendo siempre que así es en la Tierra ¿Quién anda tratando de darse la muerte? Hay afán, hay vida, hay lucha, hay trabajo. Se busca mujer, se busca marido.

Pero, ahora, mi muchachita, escucha bien, mira con calma: he aquí a tu madre, tu señora, de su vientre, de su seno te desprendiste, brotaste.

Como si fueras una yerbita, una plantita, así brotaste. Como sale la hoja, así creciste, floreciste. Como si hubieras estado dormida y hubieras despertado.

Mira, escucha, advierte, así es en la Tierra; no seas vana, no andes como quiera, no andes sin rumbo. ¿Cómo vivirás? ¿Cómo seguirás aquí por poco tiempo? Dicen que es muy dificil vivir en la Tierra, lugar de espantosos conflictos, mi muchachita, palomita, pequeñita.

Sé cuidadosa, porque vienes de gente principal, desciendes de ella, gracias a personas ilustres has nacido. Tú eres la espina y el brote de nuestros señores. Nos fueron dejando los señores, los que gobiernan, los cuales allá se fueron colocando en fila, los que vinieron a hacerse cargo del mando en el mundo; dieron renombre y fama a la nobleza.

Escucha: mucho te he dado a entender que eres noble. Mira que eres cosa preciosa, aun cuando seas tan sólo una mujercita. Eres piedra fina, eres turquesa. Fuiste forjada, taladrada, tienes la sangre, el color, eres brote y espina, cabellera, desprendimiento eres de noble linaje.

Todavía esto te voy a decir: ¿acaso no lo entenderás muy bien? ¿Todavía andas jugando con tierra y tepalcates? ¿Acaso todavía estás reposando en la tierra? En verdad un poco escuchas ya te das cuenta de las cosas; por tu propia cuenta vas cobrando experiencia.

Mira no te deshonres a tí misma, a nuestros señores, a los príncipes, a los gobernantes que nos precedieron. No te hagas como la gente del pueblo, no vengas a salir plebeya. En tanto que vivas en la Tierra, junto y al lado de la gente, sé siempre en verdad una mujercita.

He aquí tu oficio, lo que tendrás que hacer: durante la noche y durante el día, conságrate a las cosas de Dios, muchas veces piensa en el que es como la noche y el viento. Hazle súplicas, invócalo, llámalo, ruégale mucho cuando estés en el lugar donde duermes. Así se te hará gustoso el sueño.

Despierta, levántate a la mitad de la noche, póstrate con tus codos y tus rodillas, levanta tu cuello y tus hombros. Invoca, llama al Señor, a Nuestro Señor, a aquel que es como la noche y el viento. Será misericordioso, te oirá de noche, te verá entonces con misericordia, te concederá entonces aquello que mereces, lo que te está asignado.

Pero si fuera malo el merecimiento, la asignación que se te dieron cuando aún era de noche, la que te tocó al nacer, cuando viniste a la vida, con eso, con tus súplicas se hará buena, se rectificará: la modificará el Señor, el Señor Nuestro, el Dueño del cerca y del junto.

Y durante la noche está vigilante, levántate a prisa, extiende tus manos, extiende tus brazos, aderézate la cara, aséate las manos, lávate la boca, toma de prisa la escoba, ponte a barrer. No te estés dando gusto, no te pongas no más a calentar, lava la boca a los otros, has la incensación, no la dejes, porque así se obtiene de Nuestro Señor su misericordia.

Y hecho esto, cuando ya estés lista, ¿qué harás? ¿Cómo cumplirás tus deberes femeninos? ¿Acaso no prepararás la bebida, la molienda? ¿No tomarás el huso, la cuchilla del telar? Mira bien cómo quedan la bebida y la comida, cómo se hacen, cómo quedan buenas, cómo se hacen una buena comida y una buena bebida.

Estas cosas que de algún modo se llaman las que pertenecen a las personas, son las que corresponden a las señoras, a los que gobiernan, por esto se las llamó cosas propias de las personas, la comida propia de los que gobiernan, su bebida; sé diestra en preparar la bebida, en preparar la comida.

Pon atención, dedícate, aplícate a ver cómo se hace esto, así pasarás tu vida, así estarás en paz. Así serás valiosa. No sea que en vano alguna vez te envíe el infortunio el Señor Nuestro. Acaso crezca la pobreza entre los nobles. Míralo bien, abrázalo, que es oficio de mujer: el huso, la cuchilla del telar.

Abre bien los ojos para ver cómo es el arte tolteca, cuál el arte de las plumas, cómo bordan en colores, cómo se entreveran los hilos, cólo los tiñen las mujeres, las que son como tú, las Sedñoras Nuestras, las mujeres nobles. Cómo uden las telas, cómo se hace su trama, cómo se ajusta. Pon atención, aplícate, no seas vana, no te dejes vanamente, deja de ser degligente contigo misma.

Ahora es buen tiempo, todavía es buen tiempo, porque todavía hay en tu corazón un jade, una turquesa. Todavía está fresco, no se ha deteriorado, no se ha logrado, no se ha torcido nada. Todavía estamos aquí nosotros, nosotros tus padres, que te metimos aquí a sufrir, porque con esto se conserva el mundo. Acaso así se dice: así lo dejo dicho, así lo dispuso el Señor Nuestro que debe haber siempre, que debe haber generación en la Tierra.

Todavía aquí estamos, todavía en tiempo nuestro, aún no ha venido el palo y la piedra del Señor Nuestro. Todavía no morimos, todavía no perecemos, ¿qué es lo que piensas, niñita, palomita, muchachita? Cuando nos haya ocultado el Señor Nuestro, con la ayuda de otro podrás vivir, porque no es tu destino, no es tu don, vender yerbas, palos, sartas de chile, tiestos de sal, tierra de tequesquite, parada en la entrada de las casas porque tú eres noble. Adiéstrate en el huso, en la cuchilla del telar, en rpeparar bebidas y comidas.

Que nunca sea vano el corazón de alguien, nadie diga de ti, te señale con el dedo, hable de ti. Si nada sale bien, ¿cómo será tu fracaso? Por eso, ¿no vendremos nosotros a ser vituperados? Y si ya nos recogió el Señor Nuestro, ¿acaso por esto se nos vituperará por atrás, acso no seremos reprendidos en la región de los muertos? En cuanto a tí, ¿acaso no pondrás en movimiento en tu contra el palo y la piedra? ¿no harás que contra tí se dirijan?

Pero si atiendes, ¿también entonces podrá venir la reprensión? Tampoco seas ensalsada por otros en exceso, no ensanches tu rostro, no te ensoberbezcas, como si estuvieras en el estrado de las águilas y los tigres, como si estuvieras luciendo tu escudo, como si todo el escudo de Huitzilopochtli estuviera en tus manos. Como si gracias a ti estuvieras levantando la cabeza, y a nosotros nos acrecentaras el rostro. Pero si no haces nada, ¿no serás entonces como una pared de piedra, no se hablará de tí, apenas serás ensalzada? Pero sé en estas cosas como lo desea para tí el Señor Nuestro.

He aquí otra cosa que quiero inculcarte, que quiero comunicarte, mi hechura humana, mi hijita: sabe bien, no hagas quedar burlados a nuestros señores por quienes naciste. No les eches polvo y basura, no rocíes inmundicias sobre su historia, su tinta negra y roja, su fama.

No los afrentes con algo, no como quiera desees las cosas de la Tierra, no como quiera pretendas gustarlas, aquello que se llama las cosas sexuales y si no te apartas de ellas, ¿acaso será divina? Mejor fuera que perecieras pronto.

Ahora bien, con calma, con mucha calma, pon atención, si así lo ha de pensar el Señor Nuestro, si alguno hablara de tí, si se dice algo de tí, no lo desdeñes, no golpees con tu pie la inspiración del Señor Nuestro, acógela, no te retraigas, que no pase junto a tí dos o tres veces, no te andes haciendo la retraída, aunque nosotros te tengamos por hija, aun cuando por medio nuestro hayas nacido, no te envanezcas olvidando en tu corazón al Señor Nuestro. Así te arrojarías al polvo y la basura, a la vida de las mujeres públicas. Y entonces el Señor Nuestro se burlaría, obraría contigo como él quisiera.

No como si fuera en un mercado busques al que será tu compañero, no lo llames, no como en primavera lo estés vey ve, no andes con apetito de él. Pero, si tal vez tu desdeñas al que puede ser tu compañero, el escogido del Señor Nuestro, si lo desechas, no vaya a ser que de tí se burle, en verdad se burle de tí y te conviertas en mujer pública.

Pero prepárate, ve bien quién es tu enemigo, que nadie se burle de ti, no te entregues al vagabundo, al que te busca para darse placer, al muchacho perverso.

Que tampoco te conozcan dos o tres rostros que tú hayas visto. Quien quiera que sea tu compañero, vosotros, juntos, tendréis que acabar la vida. No lo dejes, agárrate a él, cuélgate de él aunque sea un pobre hombre, aunque sea sólo un aguilita, un tigrito, un infelíz soldado, un pobre noble, tal vez cansado, falto de bienes, no por eso lo desprecies.

Que a vosotros os vea, os fortalezca el Señor Nuestro, el conocedor de los hombres, el inventor de la gente, el hacedor de los seres humanos.

Todo esto te lo entrego con mis labios y mis palabras. Así, delante del Señor Nuestro cumplo con mi deber. Y si tal vez por cualquier parte arrojaras esto, tú ya lo sabes. He cumplido mi oficio, muchachita mía, niñita mía. Que seas felíz, que Nuestro Señor te haga dichosa.

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De los agüeros de los michoacanos antes que llegaran los españoles

Dice esta gente que antes que viniesen los españoles a la tierra, cuatro años continuos, se les hendían sus cúes, desde lo alto hasta lo bajo, y que los tornaban a cerrar, y luego se tornaban a hender, y caían piedras como estaban hechos de laxas sus cúes, y no sabían la causa de esto, mas de que lo tenían por agüero. Ansimismo sicen que vieron dos grandes cometas en el cielo, y pensaban que sus dioses habían de conquistar o destruir algún pueblo, y que ellos habrían de ir a destruirle, y miraba esta gente mucho en sueños. Decían que sus dioses les aparecían en sueños y hacían todo lo que soñaban, y hacianlo saber al sacerdote mayor, y aquél se lo hacía saber al cazonci. Decía, que a los pobres que habían traído leña y se habían sacrificado las orejas, le aparecían en sueños sus dioses, y les decían qué habían dicho, que les darían de comer, y que se casasen con tal o cual persona y si era alguna cosa de agüero, no la osaban decir al cazonci.

Díjome un sacerdote que había soñado, antes que viniesen los españoles, que venían uhnas gentes y que traían bestias, que eran los caballos que él no conocía, y que entraban en las casas de los papas, y que dormían allí con sus caballos, y que traían muchas gallinas que se ensuciaban en sus cúes, y que soñó esto dos o tres veces, con mucho miedo, que no sabía qué era, hasta que vinieron a esta provincia los españoles y llegando a la ciudad posaron en las casas de los papas con sus caballos, donde ellos hacían su oración y tenían su vela.

Y antes que viniesen los españoles, tuvieron todos ellos viruelas y sarampión, de que murió infinidad de gente y muchos señores, y cámaras de sangre de las viruelas y sarampión. Todos los españoles lo dicen a una voz, los de aquel tiempo, y fue general esta enfermedad en toda la Nueva España, por eso les es de dar crédito de esto que dicen del sarampión y viruela. Dicen que nunca habían tenido estas enfermedades y que los españoles las trujeron a la tierra. Ansimismo el sacerdote susodicho me dijo, que habían venido al padre del cazonci muerto, los sacerdotes de la madre Cueranáperi, que estaba en un pueblo llamado Zinapéquaro, y que le habían contado ese sueño o revelación siguiente, del destruimiento y caída de los dioses, que aconteció en Ucareo. El señor de aquel pueblo de Ucareo llamado Uiquixo, tenía una manceba entre las otras mujeres que tenía, y vino la diosa Cueranáperi, madre de todos los dioses terrestres, y que tomó aquella mujer de su misma casa. Decía esta gente que todos sus dioses entraban muchas veces en sus casas, y tomaban la gente para sus sacrificios. Pues llevó esta diosa a aquella mujer, un rato hacia el camino de México allí en el dicho pueblo, y tornóla a traer hacia el camino de Araró. Entonces púsola allí y desatóse una xicala como escudilla, que tenía atada en sus naguas, y tomó agua y lavó aquella xicala, y echó un poco de agua en ella y echó dentro de la xicala una como simiente blanca e hizo un brebaje, y dióselo a beber a aquella dicha mujer, y mudóle el sentido y díjole: Vete que yo no te tengo de llevar, allí está quien te te ha de llevar; aquel que está allí compuesto; yo no te tengo de hacer mal ni sacrificar, ni tampoco aquel que te lleva te ha de hacer mal, y oirás muy bien lo que se dijere donde te llevare, que ha de haber allí concilio, y haráslo saber al rey, Zuanga.

Y fuese por el camino aquella mujer, y luego se encontró en el camino con una águila que era blanca, y tenía una berruga grande en la frente, y empezó el águila a silbar y enherizar las plumas, y con unos ojos grandes que decían ser el dios Curicaneri, y saludóla el águila, y díjole que fuese bienvenida, y ella también le saludó, y díjole: Señor, estés en buena hora. Díjole al águila: Sube aquí, encima de mis alas, y no tengas miedo de caer. Y como subiese la mujer, levantóse el águila con ella, y empieza a silbar, y llevóla a un monte, donde está una fuente caliente, que hay en ella piedra azufre, y llevóla por aquel monte volando con ella, y era ya quebrada el alba, cuando la llevó al pie de un monte muy alto, que está allí cerca, llamado Xanoato - hucatzio, y levantóla en alto, y vió aquella mujer que estaban sentados todos los dioses de la provincia, todos entiznados: unos tenían guirnaldas de hilos de colores en la cabeza; otros estaban tocados; otros tenían guirnaldas de trébol; otros tenían unas entradas en las molleras y otros de muchas maneras. Y tenían consigo muchas maneras de vino tinto o blanco de maguey y de ciruelas y de miel, y llevaban todos sus presentes y muchas maneras de frutas a otro dios, llamado Curita - caheri, que era mensajero de los dioses y llamábanle todos agüelo, y pareciale a quella mujer que estaban todos en una casa muy grande, y díjole aquella águila: Asièntate aquí, y de aquí oirás lo que se dijere.

Y era salido el sol, y aquel dios Carita - Caheri se lavaba la cabeza con jabón y no tenía el trenzado que solía tener. Tenía una guirnalda de colores en la cabeza y una orejeras de palo en las orejas, y unas tinazuelas pequeñas al cuello y una manta delgada cuebierta, y vino su hermano llamado Tiripeme - quarencha con él. Estaban todos muy hermosos y saludáronle todos los otros dioses y decíanle: Señores, seáis bienvenidos y respondía Carita - caheri: Pues habéis venido todos, mira no se haya quedado alguno por olvido que no hayáis llamado y respondían: Señor, todos habemos venido. Tornaba también a preguntar: ¿Han venido también los dioses de la mano izquierda? Decíanle: Todos han venido, señor. Tornó a decir: Mira no se os haya olvidado de llamar alguno. Respondieron ellos: Todos hemos venido, señor. Dijo: Pues dígalo mi hermano lo que se ha de decir y yo me quiero entrar en casa. Y díjoles Tiripeme - quarencha: Acercaos acá, dioses de la mano izquierda y de la mano derecha, el pobre de mi hermano dice lo que yo diré.

El fue a oriente donde está la madre Cuarenáperi y estuvo algunos días con la diosa Cueranáperi, y estaba allá Curicaneri nuestro nieto y Xarátanga y Hurendequanécara y Querenda - angápeti. Todos estaban allá los dioses, y probaron de contradecir los pobres a la madre Cueranáperi, y no fueron creidos los que querían hablar, y fueron rechazadas sus palabras y no les quisieron recibir los que querían decir. Ya son criados otros hombres nuevamente y otra vez de nuevo han de venir a las tierras; esto es lo que ellos querían contradecir que no se hiciese y no fueron oídos, y dijéronles: Dioses primogénitos, esforzaos para sufrir, y vosotros, dioses de la mano izquierda, sea ansí como está determinado de los dioses. ¿Cómo podemos contradecir esto que está ansi determinado?, no sabemos que es esto; a la verdad no fue esta determinación al principio, que estaba ordenado que no anduviésemos dos dioses juntos antes que viniese la luz, porque no nos matásemos y perdiésemos la deidad, y estaba ordenado entonces, que de una vez sosegase la tierra que no se volviese dos veces, y que para siempre se habían de estar ansi, que no se había de mudar. Esto teníamos concedrtado todos los dioses antes que viniese la luz, y ahora no sabemos qué palabras son éstas; los dioses probaron de contradecir esta mutación, y en ninguna manera los consintieron hablar. Sea ansí, como quieran los dioses, vosotros los dioses primogénitos y de la mano izquierda, ios todos a vuestras casas, no traigáis con vosotros ese vino que traís, quebrad todos esos cántaros, que ya no será de aquí en adelante como hasta aquí, cuando estábamos muy prósperos, quebrad por todas partes las tinajas de vino. Dejad los sacrificios de hombres, y no traigáis más con vosotros ofrendas, que de aquí adelante no ha de ser ansí, no han de sonar más atabales, rajadlos todos, no han de parecer más cúes, ni fogones, ni se levantarán más humos. Todo ha de quedar desierto, porque ya vienen otros hombres a la tierra; que de todo en todo han de ir por todos los fines de la tierra, a la mano derecho y a la mano izquierda, y de todo en todo, irán hasta la ribera del mar y pasarán adelante.

Y el cantar será todo uno, y que no habrá muchos cantares como teníamos: mas uno solo por todos los términos de la tierra. Y tú, mujer, que estás aquí, que nos oyes, publica esto, y háganselo saber al rey, que nos tiene a todos en cargo, Zuangua. respondieron todos los dioses del concilio, y dijeron que ansí sería, y empezaron a limpiarse las lágrimas, y deshizose el concilio, y no apareció más aquella visión. Y hallóse aquella mujer puesta al pie de una encina, y no vió en aquel lugar ninguna cosa cuando tornó en sí más de un peñasco que estaba allí, y vínose a su casa por el monte y llegó a la media noche y venía cantando, y oyóla venir un sacristán de la diosa Cueranáperi, que abrió la puerta, y despertó a los sacerdotes y decíales: Señores, levantaos que viene la diosa Cueranáperi, que ya ha abierto la puerta.

Decía esta gente, que cuando aquella diosa Cueranáperi tomaba alguna persona que entraba en ella y que comía sangre, por eso dice este sacristán, o guerda, que había venido la diosa Cueranáperi. Y estaban todos desnudos los sacerdotes, y asentados con sus guirnaldas de trébol en las cabezas y todos entiznados, y entróse aquella mujer de largo en la casa de los papas, y dió cuatro vueltas y levantóse y pasó al fuego y tendióse de la otra parte del fuego, y los sacerdotes empezaron a sacrificarse de las orejas y decía la mujer: Padres, padres, hambre tengo, y empezaron a darle sangre, y tenía la boca abierta y tragaba aquella sangre que le daban, que sentían ellos que la pasaba por la garganta, y tenía todos los bezos ensangrentados de la sangre que le daban. Y empezaron a tañer sus trompetas y atabales y echaron incienso en los braceros, y trujéronla en una procesión cuatro vueltas cantando con ella y bañáronla y ataviáronla. Pusiéronle una naguas muy buenas y otra camiseta encima, y pusiéronle una guirnalda de trébol en la cabeza, y pusiéronle un pájaro contrehecho en la cabeza y unos cascabeles en las piernas, y trujeron mucho vino y empezáronle a dar de beber, y fuérenselo a decir a su marido, que era el señor de Ucareo, que estaba haciendo la ceremonia de la guerra, echando incienso en los braseros, y díjoles: ¿Pues qué hay, viejos?, dijéronle ellos: La señora es venida. Dijo él: Ay, ay, ¿a qué hora vino? Dijéronle ellos: Señor, ahora poco ha vino. Dijo él: Bien está, háceselo saber al sacerdote de Araró, llamado Uaricha y al de Tzinapécuaro, id a calentar los baños.

Y era de noche, y fuese a su casa, y bañóse en un baño caliente, y salió luego por la mañana y vinieron los sacerdotes que fueron a llamar y díjoles: Agüelo, dicen que es venida la señora, ya la tornamos a ver a la diosa Cueranáperi, vámosla a saludar. Y vistióse que se había bañado, y fueron los sacerdotes a llevarle ofrenda y mantas y vino y incienso, y ofreciéronselo todo a aquella mujer y desnudáronla y vistiéronle otros vestidos nuevos, y saludáronla dciendo: Señora, seas bienvenida. Y ella les tornaba a saludar y preguntáronle: Señora, ¿cómo te halló la diosa? Dijo la señora: En casa estaba y allí me vió. Dijéronle: ¿Qué te dijo? Cuéntalo aquí. ¿Qué habemos de decir al rey? Respondió ella: ¿Qué me había de decir, agüelos? Como me vió allí, no me hizo mal, mas un águila me llevó y oí en lo alto del monte donde había un concilio de los dioses, dicen que otra vez han de venir hombres de nuevo a la tierra. Y contóles todo lo que había oído en el monte llamado Xanoato - hucatzio, y apartáronse todos los sacerdotes en el patio y bajaron las cabezas en corrillos y dijo el señor del Ucareo: Agüelos, ¿cómo esta mujer no lo dice de mala ques? Dice que han de venir otra vez hombres a la tierra: ¿Dónde han de ir los señores que están? ¿Quiénes nos han de conquistar? ¿Han de venir los mexicanos o los otomíes a conquistarnos, o los chichimecas? Dice que todo el reino ha de estar solo y desierto; idlo a decir al rey, no pienso que le placerá ello ¿cómo no os descuartizará vivos? ¿cómo no os sacrificará? Aparejaos a sufrir, yo no quiero ir por ahora a la guerra prefiero estarme aquí para que no me maten en la guerra. Mátenme aquí los que vinieren, sacrifíquenme aquí y cómame la diosa Cueranáperi. Id porque reñirá el rey.

Y partieron aquellos sacerdotes, y vinieron en tres días a la ciudad de Micechuacán, y el cazonci llamado Zuangua, estaba a la sazón cerca de su casa, en un lugar llamado Aratáquaro, y estaba borracho, y saludó a los acerdotes y díjoles: Madres, seáis bienvenidas; porque de esta manera decían a los sacerdotes de la madre Cuerauáperi, y ellos ansí mismo le saludaron. Díjoles: ¿Pues qué hay, viejos? ¿Cómo venistéis?, y contáronle todo lo que habían visto y oído a aquella susodicha mujer, y respondió Zuangua, y díjoles: Por qué dijo eso el pobre de Uiquixo ¿Es el rey? ¿Por qué se turba? Cómo, ¿no es de baja suerte y huérfano? ¿Por qué os había de descuartizar, viejos? ¿Dónde vino? ¿Es el rey? ; cómo, ¿no es esclavo de los cautivos?; y vosotros, ¿quién sois? Que de nosotros es la pérdida del señorío, que somos señores, y no de nosotros solos, más empero de todas las provincias; yo no lo oiré, que primero moriré y no será luego, porque aún estaré algunos días y seré rey.

Aquí están mis hijos, que les partiré el señorío y serán señores. Ahí está mi hijo Tzintzicha, que es el mayor, y Tirimarasco, Cuini, Sirangua, Chacinisti, Timas, Taquiani, Patamu, Chuycico. Todos estos hijos tengo, y no sé quién será el que señalare por rey nuestro dios Curicaueri. Aquél oirá todo esto, y el pobre no será mucho tiempo señor porque será maltratado, pobre de la gente baja, cuatro años será maltratado después de los cuales sosegará el señorío, y yo no lo oiré, que primero moriré. ¿Esto es a lo que veís, viejos? Quiero os dar a beber y buscaros algunas mantas. Y sacáronle naguas de mujer, y otros atavíos y guirnaldas de oro para la diosa y plumajes, y diéronselo y díjoles: Yo os quiero también contar a vosotros otra cosa, viejos. Estas mismas palabras que vosotros habéis traído, trujeron de Tierra Caliente, y dicen que andaba un pescador en su balsa pescando por el río con anzuelo, y picó un bagre muy grande y no lo podía sacar, y vino un caimán no sé de dónde, de los de aquel río, y trajo a aquel pescador, y arrebatóle de la balsa en que andaba, y sumióse en el agua muy honda, y abrazóse con el caimán, y llevóle a su casa aquel dios - caimán, que era muy buen lugar, y saludó a aquel pescador y díjole aquél caimán: Verás que yo soy dios, ve a la ciudad de Mechuacán, y dí al rey que nos tiene a todos en cargo, que se llama Zuangua, que ya se ha dado sentencia, que ya son hombres, y ya son engendrados los que han de morir en la tierra por todos los términos: esto le dirás al rey. Esto es, agüelos, lo que aconteció allá en Tierra Caliente, que me hicieron saber, y todo es uno lo de Tierra Caliente y lo que vosotros traéis. Y despidiéronse los sacerdotes y tornáronse al señor de Ucareo, y contáronselo lo que decía Zuangua padre del cazonci muerto.

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Creación del sol y la luna

Hace muchos siglos vivía una anciana u con ella vivió por mucho tiempo una huérfana. Muchos hombres del pueblo quisieron casarse con la huérfana, pero ella a nadie quiso; odiaba a los hombres.

Luego aconteció que un día, sin pensar, tuvo relaciones con un extraño. No se dió cuenta que él no más la estaba engañando, hasta que ella sintió que estaba encinta. Cuando su abuela vió que estaba encinta, entonces la corrió de la casa donde vivían.

La pobre salió de la casa en que vivía y se fue. Ella se encontró con una ardilla la cual se mecía en un bejuco. La ardilla le dijo a la mujer: ¿No quieres columpiarte? Vamos a mecernos. ¿Está bien?.

Ella contestó: Está bien. Entonces la mujer sujbió al bejuco. Cuando había subido, la ardilla le dijo: Permíteme amarrar más bien el bejuco; así se puede uno columpiar mejor. Ella contestó: Está bien.

Entonces la ardilla, en lugar de arreglar mejor el bejuco, lo royó todo, diciéndole a la mujer: Ya lo amarré bien; te puedes columpiar ahora. Entonces la mujer comenzó a columpiarse y cuando estaba meciéndose fuerte, se quebró el bejuco y la mujer se cayó y murió. La pobre estaba encinta y casi lista para dar a luz a un niño.

El zopilote rey supo que la mujer estaba allí muerta y bajó a donde ella estaba. Entonces el niño empezó a hablar desde donde estaba dentro de la mujer y dijo: Respetada anciana; hazme el favor de abrirme. El zopilote le contestó: Está bien así. Entonces empezó a picotear para abrir adonde estaba el niño. Estaba tan duro que se le quebró el pico, en el momento en que iba a nacer el niño. Entonces le hizo el favor, cosiéndole el pico con un pedazo de cuero. Luego el zopilote rey sacó a dos niños, pues eran gemelos, un hombre y una mujer.

Estos niños crecieron hasta ser grandes. Entonces dejaron al zopilote rey y tomaron otro camino. Llegaron a la casa de sus abuelos y allí vivieron. Un día fueron los tres, el anciano con sus dos nietos, a sus tierras. Allí se quedaron unos dos, tres días.

Cuando pensaban regresar a la casa, los nietos mataron al abuelito. Tasajearon su carne y la secaron sobre la lumbre. Al regresar del campo para irse a la casa, pensaban cómo engañar a la abuela diciendo diciendo que sólo habían matado un animal con su flecha. Cuando a la casa, su abuela les preguntó por su esposo. Entonces contestaron: Él viene atrás de nosotros, aquí hay carne seca de un animal que matamos.

La abuela agarró su cántaro y un pedazo de carne y se fue a traer agua. Caminaba hacia el pozo de agua cuando oyó que decía un pajarito: te estás comiendo a tu marido. Volteó la cara y no vió a nadie. Emtonces otra vez el pajarito dijo: Te estás comiendo a tu marido.

Ella contestó: ¿Cómo va a ser que me esté comiendo a mi marido? Mi nieto mató a un animal. Entonces ella fue a traer agua. Mientras tanto sus nietos envolvieron la carne en un petate y la pusieron donde se guarda el maíz. Cuando ella regresó a la casa les preguntó: ¿Ya llegó el abuelito de ustedes? Dijeron que sí, y que estaba enojado y ya quería su atole. Entonces preparó el atole para su marido.

Sus dos nietos llevaron el atole a donde se guarda el maíz y allí se lo embarraron en la cara. Cuando regresaron a la cocina dijeron a la abuelita: ¡Mira lo que nos hizo! Entonces la abuelita agarró un mecapal (correa de cuero empleada para llevar cargas a cuestas) y fue donde se guarda el maíz. Allí pensaba encontrar a su marido. Cuando la anciana le dió un golpe al petate, salieron muchas avispas que la picaron. En ese instante sus nietos empezaron a correr y la abuela los persiguió porque la habían engañado.

Los muchachos se encontraron con una tuza. Le pidieron a la tuza que los escondiera. La tuza los escondió en sus dos mejillas. Cuando la ancianita llegó le preguntó a la tuza: ¿No has visto a alguien que haya pasado por aquí? La tuza dijo: No he visto a nadie porque me duele mucho una muela. Cuando se fue la anciana, los nietos salieron de la boca de la tuza y se fueron por su camino. Llegaron a un pueblo y pidieron posada.

Cuando el dueño de la casa ya se iba a dormir, les habló de adentro de la casa. Duérmanse allá afuera. Cuando venga el animal que se lleva a la gente en la noche, me avisan para que pueda matarlo con mi flecha. Se ha llevado mucha gente. Se acostaron en el corredor y ni sintieron cuando el animal vino a llevárselos.

Cuando amaneció, los huérfanos vieron que se encontraban en un lugar muy feo en la cima de un peñasco. Había muchos huesos de gente que habían muerto allí. También había gente que acababa de llegar y otros muy flacos. Vieron que el animal grande que se había llevado a la gente, estaba durmiendo. Entonces el muchacho dijo: Vayan a juntar leña, vamos a matar al animal y a quemarlo. Lo mataron y lo pusieron en la lumbre. Se quemó.

Entonces el muchacho dijo a sus amigos: Junten sus cenizas, y dijo a su hermanita: Orina sobre la punta de la piedra y di que crezcan bejucos blancos y rojos. Así lo hizo la mujer pero ni hojas nacieron. Entonces el hombre empezó a orinar y dijo; ¡Bejucos blancos y rojos crezcan, crezcan, crezcan. Luego crecieron los bejucos y cubrieron todo el peñasco. Todos bajaron del peñasco por los bejucos. Allí había milpas y campos de caña, y todos empezaron a comer maíz y chupar caña porque se estaban muriendo de hambre.

Los dos huérfanos siguieron su camino y llegaron a otro pueblo donde los reyes y los ricos estaban haciendo fiesta para que sus hijos pudieran ser el sol y la luna. A la mañana siguiente fueron al camino para ser el sol y la mujer la luna. la gente dice que se encuentran allí hasta ahora.

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