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CAPÍTULO XIV
Filipo y Alejandro
FILIPO.- Alejandro, ahora si que no puedes negar que eres hijo mío, pues, si Amón fuese tu padre, no habrías muerto.
ALEJANDRO.- ¡Oh, padre! Yo tampoco ignoraba que era hijo de Filipo y nieto de Amintas, pero acepté el oráculo, pues creí que sería de gran ayuda para conseguir mis objetivos.
FILIPO.- ¿Qué? ¿Te parecía de gran ayuda consentir que los falsos adivinos se burlasen de ti?
ALEJANDRO.- No es eso, sino que los bárbaros me temían, y por creer que era con un dios contra quien estaban luchando, ya no había ninguno que me hiciese resistencia, así que yo les vencía fácilmente.
FILIPO.- Pero ¿a qué hombres belicosos venciste tú?, si sólo luchaste contra cobardes e indefensos que únicamente disponían de pequeños arcos y escudos de mimbre muy ligeros. Vencer a griegos, beocios, focios, o atenienses, esas sí eran empresas importantes, o someter a otros helenos: arcadios bien armados, jinetes tesalios, lanzadores de jabalina de la Élide, infantes ligeros de Mantinea, tracios ilirios, o poenios. Eso sí tenía gran mérito. En cambio, a los medos, persas y caldeos, hombres de ornatos de oro y afeminados, ¿no sabes que antes que tú, diez mil soldados bajo las órdenes de Clearco (29) hicieron una expedición al interior de Asia y los derrotaron, sin que ni siquiera llegaran los otros a hacerles frente, pues, huyeron antes que les llegase el primer disparo de arco?
ALEJANDRO.- Bueno, pero los escitas y los elefantes de los indios no eran cosa fácil, padre. Y les vencí, sin dividir sus tropas ni comprar las victorias (30) y sin que jamás fuese perjuro hacer promesas falsas o cometer alguna deslealtad para conseguir el triunfo. Y, en cuanto a los griegos, el dominio sobre algunos lo heredé de ti y de forma pacífica, mas, a los tebanos, seguramente has oído decir cómo les perseguí.
FILIPO.- Sí, ya lo sé. Clito me lo contó, el hombre que fue atravesado por uno de tus dardos mientras comía, porque había elogiado mis hazañas desdeñando las tuyas. Y, también se dice que tú rechazaste la clámide macedónica, y en su lugar te pusiste el caftán (31), una tiara recta, obligando a hombres libres a que se posternasen ante ti y, he aquí lo más ridículo de todo: imitabas las costumbres de los vencidos. Paso por alto muchos otros actos tuyos, únicamente recordarte cuando encerraste con leones a hombres civilizados, por no hablar de tu pasión desmedida por Hefestión. Sólo una cosa de las que he oído, aprecio y es que te mantuviste a distancia de la esposa de Darlo, pese a su belleza, y cuidaste bien a la madre y a las hijas del rey persa. Este sí que es un acto digno de un rey.
ALEJANDRO.- ¿Y no alabas tampoco mi bravura y el hecho de haber sido el primero, en el país de los oxídracas, en franquear el muro, saltando desde su cima, cosa que me costó tantas heridas?
FILIPO.- No Alejandro, eso no. Y no es porque no considere honroso que un rey sea herido alguna vez y corra gran peligro a la cabeza de su ejército en un combate, sino porque tal cosa no te ayudaba en absoluto. Pues, como pasabas por un dios, al ser herido alguna vez y verte todos salir en litera del campo de batalla, chorreando de sangre y gimiendo por la herida, era todo un espectáculo para todos los que lo veían, además Arnón quedaba como un charlatán y falso adivino y los profetas, como estafadores. ¿Y quién no iba a reírse al ver al hijo de Zeus desfallecido, pidiendo auxilio a los médicos? Ahora, ya muerto, ¿no crees que muchos se burlaron de eso, al ver tendido en toda su extensión el cadáver del dios, hinchado y pudriéndose ya, como el resto de cuerpos mortales? Y pasando, Alejandro, a aquella utilidad de que hablabas, el hecho de que vencieras fácilmente por creerte un dios, quitaba grandeza a tus victorias, pues todo parecía defectuoso, al tratarse de la obra de un Dios.
ALEJANDRO.- Así no piensan de mí, pues me comparan con Heracles y Dioniso. Es más, sólo yo conquisté la famosa roca de Aornos; ellos no la ocuparon jamás.
FlLIPO.- Alejandro, ¿te das cuenta de que lo dices como si fueras hijo de Arnón? ¿Es que ya que no te parece suficiente desfachatez el compararte con Heracles y Dioniso, que ahora ni siquiera vas a olvidar tu estúpido orgullo y admitir de una vez por todas que estás muerto?
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