Índice de Diálogos de los muertos de Luciano de SamosataCapítulo XVICapítulo XVIIIBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO XVII

Menipo y Tántalo

MENIPO.- ¿Y esas lágrimas, Tántalo? ¿Por qué lloras, aquí solo junto al lago?

TÁNTALO.- Porque estoy muerto de sed, Menipo.

MENIPO.- ¿Y eres tan perezoso como para no agacharte a beber, o recoger el agua con el hueco de la mano?, ¡por Zeus!

TÁNTALO.- No serviría de nada; pues el agua sale huyendo al acercarme. Y si alguna vez consigo atraparla y llevarla a mi boca, sólo llego a humedecer mis labios, pues se escapa, no sé como, por entre mis dedos, y deja mi mano seca de nuevo.

MENIPO.- Es sorprendente, Tántalo. Pero, dime: ¿cómo es que tienes necesidad de beber? Te lo pregunto, pues no tienes cuerpo, sé que está enterrado cerca de Lidia. Él, sí que entiendo que pudiera tener hambre y sed, pero tú, el alma, ¿cómo puede ser?

TÁNTALO.- De eso se trata precisamente el castigo, de que el alma necesite beber como si fuese cuerpo.

MENIPO.- Si tú lo dices, lo creemos. Y entonces, ¿qué mal puede pasarte? ¿Puedes morir de sed? Pues después de este infierno, yo no veo que exista ningún otro.

ANTALO.- Dices mucha verdad. Pero esto es parte de la condena; el ansia por beber, sin tener ninguna necesidad.

MENIPO.- Tántalo, tú no estás bien de la cabeza, lo que necesitas beber es eléboro (39) puro, ¡por Zeus!, tu caso es el contrario al de los mordidos por perros rabiosos: el agua no es lo que te horroriza, sino la sed.

TÁNTALO.- Ni siquiera rehuso beber el eléboro, Menipo. ¡Ojalá pudiera conseguirlo!

MENIPO.- Anímate, Tántalo; ni tú ni ningún otro muerto beberá. Es imposible. Claro que los demás no sufren, como tú, la condena de tener sed de un agua que no les llega nunca.

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