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CAPÍTULO XX
Menipo, Eaco y varios Muertos
MENIPO.- Por Plutón te pido, ¡oh Eaco! Enséñame todo lo que hay en el Hades.
EACO.- Mostrártelo todo no es tarea fácil. Pero voy a enseñarte lo más básico: ese es Cerbero (41) y al entrar, ya has visto a ese barquero, que es el que te ha traído hasta aquí, también conoces la laguna y el río Piriflegetonte.
MENIPO.- Sí, todo eso lo conozco, y también sé que tú eres guardián, y he visto al Rey y a las Erinias; pero deseo conocer a los hombres de la antigüedad, en especial a los famosos.
EACO.- Aquél es Agamenón, el que está junto a él Idomeneo es Aquiles, ese otro Ulises, y, a su lado, se encuentran Áyax, Diomedes y otros caudillos de Grecia.
MENIPO.- ¡Ay, Hornero! ¡Cómo están los héroes de tus poemas, desfigurados y tirados por los suelos, puro polvo, grande charlatanería, cabezas verdaderamente sin consistencia alguna! ¿Y ése de ahí, Eaco, quién es?
EACO.- Ese es Ciro, y el otro Creso; más allá está Sardanápalo, sobre ellos, Midas y aquél otro es Jerjes.
MENIPO.- Y, ¿fue ante ti, ¡oh inmundicia! ante quien temblaba toda Grecia, cuando unías las riberas del Helesponto (42) con el deseo de navegar por entre las montañas? ¡Y hay que ver cómo está Creso! Y a Sardanápalo, permíteme, Eaco, que le golpee en la cabeza.
EACO.- De ninguna manera. Su cráneo quedaría destrozado debido a su contextura tan sumamente frágil.
MENIPO.- Bueno. Pues déjame al menos escupir a ese afeminado.
EACO.- ¿Quieres conocer a los sabios también?
MENIPO.- Por Zeus, sí.
EACO.- Ahí mismo, en primer lugar tienes a Pitágoras.
MENIPO.- Salve, Euforbo, o Apolo, o como quiera que te Ilames (43).
PITAGORAS.- Yo también te saludo, Menipo.
MENIPO.- ¿Ya no llevas el muslo de oro?
PITAGORAS.- Claro que no. Oye, ¿tienes en tu alforja algo para comer?
MENIPO.- Sólo habas, amigo mío. Así que para ti no es un plato comestible (44).
PITAGORAS.- Dame, y sí lo será. Pues aquí, en la morada de los muertos; las habas no se parecen absolutamente en nada a las cabezas de nuestros padres.
EACO. Aquí está Solón, hijo de Ejecéstides, y allí Tales, y junto a ellos, algunos más. Como puedes comprobar, son siete en total (45).
MENIPO.- De todos, los únicos que están alegres son esos, Eaco. ¿Y ese cadáver cubierto de ceniza que parece pan cocido lleno de ampollas, quién es?
EACO.- Empédocles (46), que llegó totalmente chamuscado del Etna.
MENIPO.- Querido amigo que llevas sandalias de bronce, ¿por qué motivo hiciste eso?
EMPÉDOCLES.- Lo hice en un ataque de melancolía.
MENIPO.- No, no fue esa la causa; fueron la vanidad, la soberbia y tu gran tontería. Ellas te carbonizaron con sandalias y todo, pues te lo merecías. Además, tu comedia no sirvió de nada, pues se descubrió que estabas muerto. ¿Y dónde está Sócrates, Eaco?
EACO.- Normalmente está por ahí diciendo tonterías en compañía de Palamedes y Néstor (47).
MENIPO.- Pues si está aquí, me gustaría verlo.
EACO.- ¿Ves ese calvo de ahí?
MENIPO.- Todos lo son; por tanto, es una señal que hace igual a todos.
EACO.- Me refiero al más chato.
MENIPO.- Ocurre lo mismo. La gran mayoría son chatos.
SÓCRATES.- ¿Me buscas a mí, Menipo?
MENIPO.- Sí, Sócrates.
SÓCRATES.- ¿Qué ocurre en Atenas?
MENIPO.- Muchos jóvenes que afirman filosofar y, por su forma de andar, parecen eminentes filósofos.
SÓCRATES.- Conozco a muchos de ésos.
MENIPO.- Y has visto también, según creo, cómo llegaron ante ti Aristipo (48) o el mismo Platón: uno, siempre perfumado, y el otro, con aspecto de haber aprendido muy bien a adular a los tiranos de Sicilia (49).
SÓCRATES.- Y, ¿qué piensa Atenas de mí?
MENIPO.- Eres un hombre muy afortunado, Sócrates, en lo que a eso se refiere. Todos te recuerdan como un hombre admirable, con un conocimiento universal, a pesar de lo poco que sabías en realidad.
SÓCRATES.- Yo les decía lo mismo, pero ellos creían que bromeaba (50).
MENIPO.- ¿Quiénes son los que están junto a ti?
SÓCRATES.- Carmides, Fedro y el hijo de Clinias.
MENIPO.- Enhorabuena, Sócrates: veo que aquí también te dedicas a cultivar tus artes y sin despreciar la belleza.
SÓCRATES.- ¿Y qué otra cosa mejor podría hacer? ¡Échate junto a nosotros, si lo deseas!
MENIPO.- No, por Zeus. Me voy con Creso y Sardanápalo, quiero establecerme junto a ellos. Tengo la impresión de que sus quejas me van a hacer mucha gracia.
EACO.- Yo también debo irme, si no, puede fugarse algún muerto durante mi ausencia. Menipo, ya verás el resto en otra ocasión.
MENIPO.- Ve pues, Eaco. Te estoy muy agradecido.
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