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CAPÍTULO XXIV
Diógenes y Máusolo
DIÓGENES.- ¡Oh Cario!, ¿cuál es la razón de tu orgullo?, ¿por qué tienes la pretensión de gozar de más honores que todos nosotros?
MÁUSOLO.- ¡Oh Sinopeo, por mi dignidad real!, yo reiné en toda Caria, dominé a algunos lidios, sometí unas cuantas islas y llegué hasta Mileto, mientras conquistaba gran parte de Jonia. Además, era alto, guapo, y un buen soldado. Y he aquí lo más importante: tengo sobre mí, en Halicarnaso, un inmenso monumento sepulcral. A ningún muerto lo tienen tan grande, ni adornado con tan bello gusto; figuras de caballos y hombres esculpidas en el más bello mármol, y es tanto, que no hay templo semejante. ¿No son suficientes motivos para estar orgulloso?
DIÓGENES.- ¿Dices por tu dignidad real, por tu belleza, y por el peso de tu tumba?
MÁUSOLO.- Sí, por Zeus. Por todo eso.
DIÓGENES.- Pero, bello Máusolo, ahora te hallas desprovisto de aquel poderío y hermosura. Por consiguiente, si eligiésernos juez para nuestra belleza, no creo que prefiriera tu cráneo al mío, ambos están calvos y desnudos de carne, mostramos los dientes, de igual modo, nuestras órbitas carentes de ojos y chatas, las narices. Y en cuanto a la tumba y a sus ricos mármoles, a los halicarnasios tal vez les sirvan para mostrarlos a los extranjeros y vanagloriarse ante ellos de tener una gran construcción; pero, por lo que a ti respecta, amigo mío, no sé de qué te sirve todo eso, como no sea para soportar más peso que nosotros, oprimido bajo esas piedras gigantescas.
MÁUSOLO.- Entonces, ¿me estás diciendo que todo aquello no me servirá de nada? ¿Máusolo y Diógenes tendrán los mismos honores?
DIÓGENES.- Los mismos, no, señor mío. De ninguna manera. Máusolo gemirá mientras recuerda sus bienes terrenales, entre los cuales creía ser feliz, mientras tanto Diógenes se reirá de él. Aquél hablará del sepulcro que en Halicarnaso hizo construir en honor a su esposa y hermana Artemisa; Diógenes, en cambio, ni siquiera sabe dónde reposa su cuerpo, pues ni se preocupó de eso; pero, en cambio, sí que dejó a los nobles de espíritu una excelente fama de su persona, por haber vivido como un hombre auténtico, una vida de mayor grandeza que tu monumento y edificada en un terreno mucho más sólido.
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