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CAPÍTULO XXVIII
Menipo y Tiresias
MENIPO.- Tiresias, ya no es fácil comprobar tu ceguera, pues ahora todos tenemos los ojos vaciados y sólo nos queda el hueco. Ya no podemos saber quién era Fineo y quién Linceo. Por cierto, he oído de boca de los poetas, que eras adivino y que tenías ambos sexos; un caso único. Dime, pues, por los dioses, ¿cuál de las dos vidas te resultó más agradable?, ¿la de hombre o la de mujer?
TlRESIAS.- La de mujer, mucho más, Menipo; es más tranquila. Gobiernan a los hombres y no tienen la obligación de ir a la guerra, de hacer de centinela en las almenas o a ser interrogadas por los tribunales.
MENIPO.- ¿Es que no has oído las lamentaciones de la Medea de Eurípides por el hecho de ser mujer, por sentirse seres desgraciados que sufren un insoportable dolor en el momento del parto? Y dime, pues los llantos de Medea me lo han recordado: ¿también diste a luz alguna vez, cuando eras mujer, o pasaste aquella época de la vida estéril y sin hijos?
TIRESIAS.- No te entiendo, Menipo.
MENIPO.- No es difícil mi pregunta; si no te importa, contéstame.
TIRESIAS.- No tuve hijos pero no porque fuera estéril.
MENIPO.- Con esto me basta, sólo quería saber si tenias matriz.
TIRESIAS.- Claro que la tenía.
MENIPO.- ¿Y te desapareció de forma gradual, obstruyéndose la parte femenina, desapareciendo los senos, y apareciendo el miembro viril y barba, o pasaste de un sexo a otro de repente?
TIRESIAS.- No comprendo la finalidad de tu pregunta. Pero me parece que no me crees.
MENIPO.- Entonces, ¿no se debe dudar de estas cosas, y aceptarlas como un necio, sin comprobar siquiera si son posibles o no?
TIRESIAS.- Según eso, tampoco crees en la veracidad de muchos hechos que enseña la tradición, por ejemplo, cuando dicen que algunas mujeres se transformaron en aves, árboles o fieras, como pasó con Aedón, Dafne o la hija de Licaón.
MENIPO.- Si alguna vez me la encuentro, les preguntaré sobre eso. Y, volviendo a tu caso, amigo mío, ¿cuando eras mujer, hacías vaticinios, o aprendiste a ser hombre y adivino a la vez?
TIRESIAS.- ¿Lo ves? No sabes nada de mí. Hera me cegó y entonces, Zeus, para aliviar mi desgracia, me otorgó el don de las artes adivinatorias.
MENIPO.- ¿Insistes en engañarme, Tiresias? Realmente, actúas como el resto de adivinos, raramente decís verdades.
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