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CAPÍTULO XXIX
Agamenón y Áyax
AGAMENON.- Si tú, amigo Áyax, en un acceso de locura te suicidaste a punto de matarnos a todos los demás, ¿por qué acusas a Ulises?, ¿por qué razón no te dignabas a mirarlo últimamente, cuando venía a pedir oráculos?, ni siquiera la palabra le dirigiste a quien fue tu compañero de armas y amigo, y además pasabas por su lado con paso decidido y mirándolo por encima del hombro.
ÁYAX.- Mis razones tenía, Agamenón. Él fue el causante de mi locura, pues fue el único que se enfrentó a mí por la posesión de las armas.
AGAMENÓN.- ¿Pretendías ser superior a todos sin necesidad de luchar con nadie?
ÁYAX.- En cuestiones como esa, sí. La armadura me correspondía completa por derecho de familia: era de mi primo. Todos vosotros, a pesar de valer mucho más que él, me cedisteis el derecho del premio directamente, renunciando a la lucha, pero el hijo de Laertes, a quien yo salvé muchas veces, mientras era perseguido por los Frigios, creyó ser mejor que yo y más digno de poseer las armas.
AGAMENÓN.- Culpa, pues, a Tetis, noble amigo. Pues ella las trajo para que todos los aqueos las contemplasen y las expuso como premio del certamen, pudiendo habértelas dejado como herencia por derecho de parentesco.
ÁYAX.- No, ella no es la culpable, sino Ulises, el único que me disputó las armas.
AGAMENÓN.- Perdónale, amigo Áyax, que, siendo hombre, haya deseado sentir lo dulce que es la gloria, por la cual nosotros, todos sin excepción, nos hemos visto en graves peligros. Y, a fin de cuentas, te venció, a juicio de los propios troyanos.
ÁYAX.- Yo sé perfectamente quién falló en mi contra, pero no puedo criticar a los dioses. Sin embargo a Ulises, no podría dejar de odiarle, aunque se tratase de una orden de la mismísima Atenea.
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