Indice de Mujercitas de Louisa May Alcott | Capítulo Décimoquinto. Un telegrama | Capítulo Décimoséptimo. La pequeña infiel | Biblioteca Virtual Antorcha |
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Mujercitas Louisa May Alcott Capítulo décimosexto A la fría y débil claridad del amanecer, las hermanas encendieron su lámpara y leyeron sus Nuevos Testamentos con una seriedad jamás experimentada antes. Los libritos estaban llenos de ayuda y consuelo. Mientras se vestían, decidieron decir adiós alegremente, de manera que su madre comenzara su viaje sin estar entristecida por lágrimas o quejas. Todo parecía muy extraño; tanta oscuridad y silencio fuera, tanta luz y movimiento dentro. Parecía raro desayunarse tan temprano, y hasta la cara bien conocida de Hanna era cosa insólita con su gorro de dormir. El baúl grande estaba listo en el vestíbulo; el abrigo y el sombrero de la madre sobre el sofá, y ella misma estaba sentada, tratando de comer, pero tan pálida y quebrantada por el insomnio y la preocupación, que a las chicas les fue muy difícil mantener su resolución. Meg no podía evitar que los ojos se le llenasen de lágrimas. Jo tuvo que esconder la cara en la toalla de la cocina más de una vez, y los rostros de las muchachitas tenían una expresión grave y perturbada, como si la tristeza fuera una nueva experiencia para ellas. Nadie habló mucho, pero al acercarse la hora, y mientras esperaban el coche, la señora March dijo a las chicas, que estaban ocupadas a su alrededor, una, plegando el mantón; la otra, arreglando las cintas del sombrero; la tercera, poniéndole los chanclos; la cuarta, cerrando su saco de viaje: - Hijas mías, las dejo al cuidado de Hanna y bajo la protección del señor Laurence; Hanna es la fidelidad misma y nuestro buen vecino las cuidará como si fueran sus propias hijas. No temo por ustedes, pero deseo que soporten bien esta pena. No se lamenten ni se quejen mientras estoy ausente, ni piensen que podrán consolarse siendo perezosas y tratando de olvidar. Sigan con su trabajo, porque el trabajo es un consuelo bendito. Tengan esperanza y manténganse ocupadas; y si cualquier cosa sucede, recuerden que nunca podrán quedar sin padre. - Sí, mamá. - Querida Meg, sé prudente, cuida de tus hermanas, consulta con Hanna, y en cualquier duda pide consejo al señor Laurence. Ten paciencia, Jo; no te desanimes ni hagas cosas temerarias; escríbanme con frecuencia; sé mi hija valiente, siempre lista para ayudar y animar a las demás. Beth, consuélate con tu música y sé fiel a los deberes domésticos; y tú, Amy, haz cuanto puedas para ayudar; sé obediente y no te pongas triste. - Sí, mamá, lo haremos, lo haremos. El ruido del coche que se acercaba las sobresaltó y escucharon. Aquél fue el momento más duro, pero las chicas lo soportaron bien; nadie lloró, nadie se escapó ni lanzó un lamento, aunque estaban tristes al enviar amantes recuerdos a su papá, acordándose de que podría ser demasiado tarde para darlos.
Abrazaron en silencio a su madre, estrechándola con ternura, y procuraron agitar alegremente las manos cuando se marchaba. Laurie y su abuelo llegaron para despedirla, y el señor Brooke parecía tan fuerte, sensato y amable, que las chicas lo apodaron, allí mismo Gran corazón. - ¡Adiós, queridas mías!; que Dios bendiga y nos guarde a todos -murmuró la señora March, al besar a todas las caras queridas, una tras otra, y apresurarse a subir al carruaje. Cuando el coche partía salió el sol y ella, mirando atrás, lo vio brillar como una buena señal sobre el grupo reunido en la puerta. Ellas lo vieron también, sonrieron y agitaron las manos; la última cosa que se vio, al doblar la esquina, fue las cuatro caras alegres y detrás de ellas, como su guardián, el viejo señor Laurence, la buena Hanna y el fiel amigo Laurie. - ¡Qué amables son todos con nosotras! -exclamó la señora March. - No sé cómo podría ser de otro modo -respondió el señor Brooke, riéndose de forma tan contagiosa que la señora March no pudo evitar el sonreírse. Así, con el buen presagio de sol, sonrisas y palabras alegres, comenzó el viaje. - Estoy como si hubiera ocurrido un terremoto -dijo Jo, sus vecinos volvían a su casa para el desayuno. - Parece como si se hubiera ido la mitad de la familia dijo tristemente Meg. Beth abrió los labios para decir algo, pero no pudo hacer más que señalar el montón de medias bien zurcidas que estaban en la mesa de su madre, demostrando que aun durante los últimos momentos tan agitados había pensado en ellas y trabajado para ellas. Era un pequeño detalle, pero las conmovió muchísimo y, a pesar de sus valientes resoluciones, todas se echaron a llorar. Hanna tuvo el acierto de dejarlas que se desahogaran; y cuando el mal rato dio señales de aclarar, vino para darles ánimo, armada con una cafetera. - Ahora, señoritas, recuerden lo que ha dicho su madre, y no se acongojen; vengan y tomen todas una taza de café, y después al trabajo, para honrar a la familia. El café era bueno, y Hanna demostró su tacto al hacerlo aquella mañana. Ninguna pudo resistir sus persuasivos movimientos de cabeza ni la aromática invitación que brotaba por el pico de la cafetera; se sentaron a la mesa, cambiaron sus pañuelos por servilletas y en diez minutos se habían calmado. - Esperar y mantenerse ocupado, esa es nuestra divisa;
veremos quién la recuerda mejor. Iré a casa de la tía March, como de costumbre. ¡Vaya sermón que me espera! -dijo Jo, mientras bebía su café. - Yo iré a lo de miss King, aunque preferiría quedarme en casa a cuidar de las cosas -contestó Meg. - No hace falta; Beth y yo podemos arreglar la casa muy bien -agregó Amy, dándose importancia. - Hanna nos dirá lo que debemos hacer y para cuando vuelvan tendremos todo en orden -añadió Beth. - Creo que la ansiedad es muy interesante -observó Amy, comiendo azúcar, pensativa. Las chicas no pudieron menos de reírse, aunque Meg hizo un grave movimiento de cabeza a la señorita que encontraba consuelo en el azucarero. La vista de los pastelillos calmó a Jo, y cuando las dos salieron a sus tareas diarias se volvieron para mirar hacia la ventana donde solían ver la cara de su madre. No estaba allá; pero Beth se había acordado de la ceremonia doméstica y les enviaba saludos con la cabeza. - ¡Muy propio de Beth! -dijo Jo, agitando el sombrero con cara agradecida-. Adiós, Meg; espero que los King no te fastidiarán hoy. No te acongojes por papá, querida -añadió, mientras se separaban. - Espero que la tia March no gruñirá. Tu cabello te queda muy bien y pareces un muchacho guapo -repuso Meg. - Ese es mi único consuelo y levantando su sombrero al estilo de Laurie se separó de su hermana. Las noticias de su padre consolaron mucho a las chicas; porque, aunque muy grave, la presencia de la enfermera más tierna que podía haber le había hecho bien. El señor Brooke enviaba noticias todos los días, y como cabeza de familia, Meg insistía en leer las cartas, que iban siendo más alegres a medida que pasaba la semana. Al principio, todas estaban deseosas de escribir; los sobres que echaban en el buzón abultaban considerablemente. Como uno de ellos contenía cartas características de toda la compañía, lo hemos robado para leerlas. Queridísima mamá: Es imposible decirte la alegría que nos dio tu última carta; las noticias eran tan buenas, que no podíamos menos de llorar y reír al leerlas. ¡Qué amable es el señor Brooke y qué suerte que los negocios del señor Laurence lo detengan cerca de ti tanto tiempo, ya que es tan útil para ti y para papá! Las chicas son ángeles. Jo me ayuda con la costura, e insiste en hacer todos los trabajos duros. Temería que hiciese demasiado si no supiera que 'esta disposición moral no durará mucho; Beth trabaja con la regularidad de un reloj y nunca olvida lo que nos dijiste. Está ansiosa por papá y parece triste, menos cuando está tocando el piano.
Amy me obedece y yo la cuido bien. Se arregla el cabello ella misma, y le estoy enseñando a hacer ojales ya zurcir sus medias. Hace cuanto puede y estoy segura de que te sorprenderás de sus progresos cuando vengas. El señor Laurence nos cuida como una gallina a sus polluelos, como dice Jo, y Laurie es muy amable y buen vecino. El y Jo nos dan ánimo, porque, a veces, nos entristecemos y nos sentimos huérfanas estando tú tan lejos. Hanna es una verdadera santa; no protesta nunca y siempre me llama señorita Margaret,lo cual está muy bien, y me trata con respeto. Todas estamos bien y ocupadas, pero deseando día y noche que vuelvan ustedes. Mi amor más tierno a papá, y créeme tu hija que te quiere mucho. -Meg. Esta carta, esmeradamente redactada en papel perfumado, hacía contraste con la carta siguiente, escrita con garabatos en una hoja grande de papel comercial, adornada con borrones y toda clase de rabos en las letras: Mi preciosa mamá: ¡Tres vivas por el querido papá! Brooke fue un hacha telegrafiando en seguida para que lo supiésemos tan pronto como empezó a mejorar. Cuando vino la carta corrí escalera arriba a la boardilla y traté de dar gracias a Dios por haber sido tan bueno con nosotras, pero no podía hacer más qué llorar y decir: ¡qué contenta estoy!, ¡qué contenta estoy! ¿No era eso tan bueno como una verdadera oración? Porque repetía muchísimas en mi corazón. Nos pasan cosas muy graciosas; y ahora puedo divertirme con ellas, porque todo el mundo es tan bueno, que es como si viviésemos en un nido de tórtolas. ¡Cuánto te reirías si vieras a Meg sentada a la cabecera de la mesa, tratando de ser maternal! Cada día está más guapa y a veces estoy enamorada de ella. Las niñas son verdaderos arcángeles y yo ..., pues soy Jo, y nunca seré otra cosa. Tengo que decirte que por poco riño con Laurie. Le dije con franquéza lo que pensaba de una tontería suya, y se ofendió. Yo tenía razón, pero no debí hablar como hablé y él se fue a su casa diciendo que no volvería hasta que no le pidiese perdón. Yo declaré que no lo haría y me puse muy rabiosa. Esto duró todo el día; me sentía pesarosa y te echaba mucho de menos. Laurie y yo somos ambos tan orgullosos, que nos cuesta mucho pedir perdón, pero yo pensé que él vendría porque yo tenía razón. No vino, y al anochecer me acordé de lo que dijiste cuando Amy se cayó en el río. Leí mi librito, me sentí mejor, decidí no dejar que pasara la noche enojada y corrí para decir a Laurie que me arrepentía. En la puerta del jardín me encontré con él, que venía a lo mismo. Ambos nos echamos a reír, nos pedimos perdón y nos sentimos buenos y contentos de nuevo. Ayer, mientras ayudaba a Hanna a lavar la ropa, compuse un poema; y lo pongo en el sobre para divertir a papá. Abrázalo por mí, y soporta mil besos de parte de tu atolondrada. -Jo. Canción del Lavadero. Alegre reina soy del lavadero y al ver de blanca espuma lleno el balde, canto feliz al tiempo que restriego, que abono y aclaro y tiendo al aire. El sol sobre la ropa alto pregona que soy una excelente y fiel fregona. Manchas que afean corazones y almas limpiar del todo con afán quisiera y que el milagro de las ropas blancas en nosotros también se repitiera. ¡Qué glorioso sería aquel lavado que el corazón dejara inmaculado! Por el sendero de la vida activa acrecen de paz y de quietud las flores; la mente en el servicio entretenida, lugar no deja a penas ni temores. De negros pensamientos nos libramos si con ardor la escoba manejamos. Contenta estoy de verme atareada y al trabajo sujeta cada día; esperanza me da, salud preciada, fortaleza invencible y alegría. ¡Corazón, a sentir! ¡Mente, a pensar! Manos, nunca dejen de trabajar. Mi querida mamá: No me queda más espacio que para enviarte mi amor y unos pensamientos desecados de la planta que he guardado en casa para que papá la viese. Cada mañana leo, trato de ser buena todo el día y me duermo cantando el himno de papá. Ahora no puedo cantar País de los leales; me hace llorar. Todos son muy amables y somos tan felices como es posible serlo sin ti. Amy quiere el resto de la página, así que debo parar. Doy cuerda al reloj todos los días y ventilo las habitaciones. Besos a mi querido papá en la mejilla que él llama mía. ¡Oh, vuelve pronto! Tu cariñosa hija. - Beth. Ma cherie mamá: Estamos todas bien; siempre estudio mis lecciones y nunca corroboro a las chicas. Meg dice que quiero decir contradecir, así que dejo las dos palabras, y tú escogerás la más correcta. Meg me sirve de mucho consuelo y me permite tomar jalea todas las noches con el té; Jo dice que me hace mucho bien, porque me mantiene de buen humor. Laurie no me trata tan respetuosamente como debería, ahora que voy a cumplir trece años; me llama pollita y me ofende hablándome francés muy de prisa cuando digo Merci o Bonjour, como hace Hattie King. Las mangas de mi vestido azul estaban todas gastadas y Meg le puso mangas nuevas, pero no me van bien y son más azules que el vestido. Esto me disgustó, pero no me quejé, porque soporto bien mis penas, pero me gustaría que Hanna pusiera más almidón a mis delantales y que hiciera pastelillos todos los días. ¿No puede hacerlo? ¿No te parece que he escrito muy bien ese signo de interrogación? Meg dice que mi puntuación y ortografía son vergonzosas, y estoy humillada, pero, ¡pobre de mí!, tengo tanto que hacer, que no puedo detenerme a pensar. Adiós. Montones de amor a papá. Tu hija cariñosa. - Amy Curtis March. Muy señora mía: Nada más que unas líneas para decirle que lo pasamos de primera. Las chicas son listas y hacen las cosas volando. La señorita Meg va a salir una verdadera ama de casa; tiene gusto para ello y se pone al corriente de las cosas con una rapidez que asombra; Jo las gana a todas en echar a trabajar, pero no se detiene a calcular primero, y usted no sabe lo que va a salir. El lunes lavó un balde lleno de ropa, pero la almidonó antes de retorcerla, y dio añil a un vestido color de rosa, hasta que pensé morirme de risa. Beth es una criatura buenísima y me ayuda muchísimo, tan previsora y prudente. Trata de aprender todo; va al mercado como una persona mayor y, con mi ayuda, lleva las cuentas muy bien. Hasta el presente hemos estado muy económicas; no permito que las chicas tomen el café más que una vez por semana, como usted quiere, y les doy comestibles simples y buenos. Amy no se queja; se pone sus mejores vestidos y come dulces. El señor Laurie es tan travieso corno siempre, y a menudo nos revuelve la casa de arriba abajo, pero anima a las chicas; así que no tiro de la cuerda. El señor anciano nos envía muchísimas cosas y es algo pesado, pero lo hace con buena intención y no debo criticarlo. La masa está subiendo y tengo que acabar. Envío mis respetos al señor March, y espero que se haya repuesto. Su servidora. -Hanna Mullet. Señora enfermera principal de la sala II: Todo está sereno sobre Rappahannock; los soldados, en perfecto estado; la intendencia, bien conducida; la guardia doméstica, bajo el coronel Teddy, siempre en servicio; el ejército es inspeccionado todos los días por el comandante en jefe, general Laurence. En el campamento, el sargento Mullet mantiene el orden, y el comandante León está de guardia por la noche. Al recibirse las buenas noticias de Washington, se hizo una salva de veinticuatro cañonazos y hubo gran desfile en el cuartel general. El capitán general envía sus mejores deseos, a los cuales se unen los del coronel Teddy. Muy señora mía: Las muchachitas gozan de buena salud; Beth y mi nieto me dan noticias todos los días; Hanna es una criada perfecta: guarda a Meg como un dragón. Me alegro de que continúe el buen tiempo; no vacile en utilizar los servicios de Brooke, y si sus gastos exceden lo calculado, gire sobre mí por la cantidad necesaria. No permita que le falte nada a su esposo. Gracias a Dios que va mejorando. Su servidor y amigo sincero. -James Laurence.
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