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Niebla Miguel de Unamuno Capítulo noveno Al día siguiente de esto hablaba Eugenia en el reducido cuchitril de una portería con un joven, mientras la portera había salido discretamente a tomar el fresco a la puerta de la casa. - Es menester que esto se acabe, Mauricio -decía Eugenia-; así no podemos seguir, y menos después de lo que te digo pasó ayer. - Pero ¿no dices -dijo el llamado Mauricio- que ese pretendiente es un pobre panoli que vive en Babia? - Sí, pero tiene dinero y mi tía no me va a dejar en paz. Y, la verdad, no me gusta hacer feos a nadie, y tampoco quiero que me estén dando la jaqueca. - ¡Despáchale! - ¿De dónde?, ¿de casa de mis tíos? ¿Y si ellos no quieren? - No le hagas caso. - Ni le hago ni pienso hacerle, pero se me antoja que el pobrete va a dar en la flor de venir de visita a hora que esté yo. No es cosa, como comprendes, de que me encierre en mi cuarto y me niegue a que me vea, y sin solicitarme va a dedicarse a mártir silencioso. - Déjale que se dedique. - No, no puedo resistir a los mendigos de ninguna clase, y menos a esos que piden limosna con los ojos. ¡Y si vieras qué miradas me echa! - ¿Te conmueve? - Me encocora. Y, la verdad, ¿por qué no he de decírtelo?, sí, me conmueve. - ¿Y temes? - ¡Hombre, no seas majadero! No temo nada. Para mí no hay más que tú. -¡Ya lo sabía! -dijo lleno de convicción Mauricio, y poniendo una mano sobre una rodilla de Eugenia la dejó allí. - Es preciso que te decidas, Mauricio. -Pero ¿a qué, rica mía, a qué? - ¿A qué ha de ser, hombre, a qué ha de ser? ¡A que noS casemos de una vez! - Y ¿de qué vamos a vivir? - De mi trabajo hasta que tú lo encuentres. - ¿De tu trabajo? - ¡Sí, de la odiosa música! - ¿De tu trabajo? ¡Eso sí que no!; ¡nunca!, ¡nunca!, ¡nunca!; ¡todo menos vivir yo de tu trabajo! Lo buscaré, seguiré buscándolo, y en tanto, esperaremos ... - Esperaremos ... esperaremos ... ¡y así se nos irán los años! -exclamó Eugenia taconeando en el suelo con el pie sobre que estaba la rodilla en que Mauricio dejó descansar su mano. Y él, al sentir así sacudida su mano, la separó de donde la posaba, pero fue para echar el brazo sobre el cuello y hacer juguetear entre sus dedos uno de los pendientes de su novia. Eugenia le dejaba hacer. - Mira, Eugenia, para divertirte le puedes poner, si quieres, buena cara a ese panoli. - ¡Mauricio! - ¡Tienes razón, no te enfades, rica mía! -y contrayendo el brazo atrajo a la cabeza la de Eugenia, buscó con sus labios los de ella y los juntó, cerrando los ojos, en un beso húmedo, silencioso y largo. - ¡Mauricio! Y luego le besó en los ojos. - ¡Esto no puede seguir así, Mauricio! - ¿Cómo? Pero ¿hay mejor que esto?, ¿crees que lo pasaremos nunca mejor? - Te digo, Mauricio, que esto no puede seguir así. Tienes que buscar trabajo. Odio la música. Sentía la pobre oscuramente, sin darse de ello clara cuenta, que la música es preparación eterna, preparación a un advenimiento que nunca llega, eterna iniciación que no acaba cosa. Estaba harta de música. - Buscaré trabajo, Eugenia, lo buscaré. - Siempre dices lo mismo y siempre estamos lo mismo. - Es que crees ... - Es que sé que en el fondo no eres más que un haragán y que va a ser preciso que sea yo la que busque trabajo para ti. Claro, ¡como a los hombres os cuesta menos esperar ...! - Eso creerás tú ... - Sí, sí, sé bien lo que me digo. Y ahora, te lo repito, no quiero ver los ojos suplicantes del señorito don Augusto como los de un perro hambriento ... - ¡Qué cosas se te ocurren, chiquilla! - Y ahora -añadió levantándose y apartándole con la mano suya-, quietecito y a tomar el fresco, ¡que buena falta te hace! - ¡Eugenia! ¡Eugenia! -le suspiró con voz seca, casi febril, al oído-, si tú quisieras ... - El que tiene que aprender a querer eres tú, Mauricio. Conque... ¡a ser hombre! Busca trabajo, decídete pronto; si no, trabajaré yo; pero decídete pronto. En otro caso ... - En otro caso, ¿qué? - ¡Nada! ¡Hay que acabar con esto! Y sin dejarle replicar se salió del cuchitril de la portería. Al cruzar con la portera le dijo: - Ahí queda su sobrino, señora Marta, y dígale que se resuelva de una vez. Y salió Eugenia con la cabeza alta a la calle, donde en aquel momento un organillo de manubrio encentaba una rabiosa polca. ¡Horror!, ¡horror!, ¡horror!, se dijo la muchacha, y más que se fue huyó calle abajo.
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