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XII
El diablo aceleró aún más el vuelo en las últimas horas de la madrugada, cuando volvía con Vakula a cuestas a la aldea. Así es que éste en un abrir y cerrar de ojos se encontró junto a su cabaña. En aquel momento se oyó el canto del gallo.
-¿Adónde vas ? -exclamó el herrero cogiendo al demonio por el rabo, al ver que quería huir-. ¡Aguarda, amiguito; aun no acabó esto, que no te di las gracias! ...
Y cogiendo una rama seca, le dió con ella tres fuertes azotes que le hIcieron correr como si fuera un mujik que huyese del castigo de un policía. Así es que, en vez de lograr la perversión y de engañar al herrero, fue éste quien engañó al enemigo de la especie humana.
Después de despedir al diablo, entró Vakula en el establo, cubrióse con heno y se quedó dormido. No despertó hasta que era mediodía, y al ver que el sol estaba ya tan alto, se inquietó pensando que había dejado pasar la hora de la misa.
Le entró gran desaliento entonces, pues imaginó que Dios le quiso castigar por la intención que tuvo de pecar perdiendo así su alma, y que tal vez por lo mismo le había hecho caer en aquel letargo que le hizo perder la solemne fiesta religiosa.
Pero al poco rato se fue tranquilizando e hizo propósito de confesarlo todo la semana siguiente al padre Condrat, y mientras tanto aquel mismo día empezaría la penitencia de hacer cincuenta reverencias diarias, y así durante un año. Miró dentro de la cabaña y vió que estaba desierta. Seguramente su madre no había vuelto aún.
Sacó cuidadosamente los zapatitos, que traía escondidos dentro del pecho, y otra vez admiró el magnífico trabajo bordado. Recordó entonces con asombro el incidente de la noche anterior. Lavóse la cara, se vistió con las mejores prendas que tenía, poniéndose el traje que recibió de los zaporogos. Sacó después del area un gorro de pieles de Rechetilov, que tenía la Copa azul y que jamás se puso desde que lo compró en Poltava; luego sacó una faja de colores abigarrados, y todo lo colocó en un pañuelo junto con el látigo; y hecho esto encaminóse hacia la cabaña de Chub.
Este abrió desmesuradamente los ojos al verle aparecer, y no sabía qué era lo que le causaba más extrañeza: si la resurrección del herrero o el que se atreviese a trasponer el umbral de la puerta. También le llenaba de asombro el verle con aquellas ricas galas de zaporogo. Pero su asombro llegó al colmo cuando vió que Vakula, desatando el pañuelo que traía, puso ante sus ojos el flamante gorro, la faja sin igual, y que luego, echándose al suelo, exclamaba con voz suplicante:
-¡Perdóname, padre; no te enfurezcas! Ahí tienes el látigo para que me pegues cuanto tu corazón te dicte. Ya ves que soy yo mismo el que me entrego al estar arrepentido de todo lo que te pude ofender. Perdóname, puesto que fraternizaste tanto con mi difunto padre y ambos comisteis antaño pan y sal reunidos y luego brindasteis por esa hermandad.
Chub contemplaba con oculta satísfacción al herrero, a aquel hombre que nunca se doblegó ante nadie en la aldea y que era capaz de torcer con sus dedos las monedas de cobre y las herraduras como si fuesen de masa de pan; al mismísimo herrero, que era a quien veía tendido a sus plantas. Para no perder autoridad Chub tomó el látigo y le pegó por tres veces en la espalda.
-¡Toma, pues! ¡Con esto te basta; levántate ya! Así aprenderás a ser siempre respetuoso con los ancianos. Quede olvidado cuanto pasó entre nosotros. Y ahora dime: ¿qué es lo que deseas de mí?
-¡Dame, padre, por esposa a tu Oksana!
Chub se quedó un poco pensativo; luego miró al gorro y la faja. Si el primero era una maraviila, la segunda no le iba en zaga. Recordó la traición de Soloja, y entonces resueltamente dijo:
-¡Bueno, mándame a los testigos!
-¡Oh!-exclamó Oksana apareciendo en el umbral de la puerta.
Advirtiendo al herrero; clavó en él sus ojos, asombrados y llenos de júbilo.
-Mira Ios zapatitos que te traje -Ie dijo él-; son los mismos que usaba la zarina.
-No, ya no necesito zapatitos -dijo ella haciendo ademán de protesta y sin apartar de él sus ojos-. Sin necesidad de zapatitos, yo ... ya ...
Y llena de rubor quedó en suspenso.
Entonces el herrero se le acercó, la cogió suavemente de un brazo y ella bajó los ojos. Nunca la había visto tan hermosa como entonces, y el subyugado joven la besó dulcemente. Ruborizóse ella todavía más, aumentando así aún en belleza ...
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